27 de marzo de 2010


No van a cambiar ni a palos

Nicolás Pérez Díaz-Agrüelles
El Nuevo Herald

En épocas de Hitler un telón de hierro gris y compacto cubría todos los crímenes del nazismo en Alemania. Los campos de concentración donde enviaban a la cámara de gas a millones de judíos eran un secreto bien guardado para el mundo. Fue mucho tiempo después que el líder fanatizado con conservar la raza aria pura se envenenara en su búnker, con las tropas aliadas a las puertas de Berlín, que el mundo supo los horrores del nacional socialismo. Lo mismo sucedió con la tiranía de José Stalin.

¿Cómo es posible que tiranías brutales pidieran mantener a buen recaudo de la opinión pública internacional sus barbaries? Quizás porque cuando aquello la tecnología de las comunicaciones estaba en pañales. Pero el cambio ha sido drástico, y ha evolucionado no en progresión aritmética sino geométrica. Cada día hay nuevos inventos de la ciencia para que los hombres puedan comunicarse más rápidamente los unos con los otros, y cada vez es más difícil ocultar los crímenes políticos.

No hay ejemplo más palpable de este milagro del progreso tecnológico que el régimen castrista. Hace 50 años hacían y deshacían a su antojo con sus enemigos, hoy es otra historia.

Hubo una época, en los instantes más crudos del Plan de Trabajo Forzado Camilo Cienfuegos, en la prisión de Isla de Pinos, que las golpizas que les daban a los presos provocaba espanto. No olvido nunca que en una ocasión que en el Bloque 3 llegó un sargento desconocido llamado Manuel, y porque sorprendió a un preso comiéndose una toronja, de 100 hombres envió al hospital con diferentes heridas y contusiones a 67. Y llegaron las cosas a un punto en que todos los sábados asesinaban a un preso. Las golpizas eran diarias, al muerto le tocaba el sábado. Era una lotería siniestra. Podía ganársela cualquiera.

No creo que hayan existido muchas dictaduras que hayan tenido la desfachatez de tener una cuota semanal para ordenar el asesinato de sus enemigos a mansalva. Ignoro por qué el castrismo escogió el sábado para matar a quienes no aceptaban sus puntos de vista. Luego llegaron las huelgas de hambre y en un corto espacio de tiempo murieron 12 hombres. Fue la época en que como dijo en un documental Alcides Martínez ``Nadie escuchaba'', ni el mundo, ni el exilio de Miami. Estuvimos solos, trágicamente solos durante años.


Trato de no recordar pero con pesar recuerdo. Vivíamos en un estado de absoluto pánico, era un mundo esférico de miedo, de mucho miedo. Amanecíamos aquellos sábados con los dientes fuertemente apretados y en posición fetal, en un intento de regresar a la seguridad del seno materno.

Hoy, medio siglo después, todo ha cambiado, el mundo escucha. La muerte de Orlando Zapata Tamayo, la actual huelga de Guillermo Fariñas y la amenaza de proseguir esa senda de sacrificio por René Gómez Manzano han provocado un repudio mundial.

La Unión Europea ha condenado enérgicamente al castrismo, en la España de José Luis Rodríguez Zapatero proclive a darle balones de oxígeno al castrismo el Partido Popular tiene políticamente al gobierno contra la pared. Los senados de Chile y México han hecho fuertes declaraciones exigiéndole al castrismo la libertad de los presos políticos de conciencia. Las Damas de Blanco estremecen al mundo desafiando al régimen antillano de fuerza. Universalmente, en artículos de opinión, el rechazo es unánime.

En una bofetada a la hipocresía de ese gobierno de "difuntos y flores'', en El Nuevo Día , el catedrático de la UPR Héctor Ríos Maury, en simpática y real crítica al gobierno de Cuba, ante una absurda charla sobre derechos humanos del Fiscal General del régimen de La Habana en San Juan dijo: ``Es como solicitarle a Osama Bin Laden que exponga algo en torno a la tolerancia democrática''.


Más claro ni el agua. Gracias a la tecnología y al fenómeno de las comunicaciones, ni el más mínimo abuso castrista quedará impune. ¿Esto significa que los Castro cederán a las presiones internacionales, cambiarán de estrategia y soltarán a los presos políticos de conciencia? Pensar así es una ingenuidad, no van a cambiar ni a palos, el régimen de La Habana siempre huye hacia delante.

Un Fidel de 80 y pico de años enfermo y un Raúl también en los 80 piensan que si la represión a la oposición, el reírse de las condenas internacionales, el mantenerse alejado del gobierno de Estados Unidos y de la Unión Europea, manteniendo una pureza ideológica absoluta, los ha mantenido en el poder contra viento y marea durante 50 años, y sólo necesitan un puñadito de años más, que pasan volando, para cumplir con sus anhelos más fervientes: tener el privilegio de morir en el poder, y matando, lo van a hacer.


Y es que a Fidel Castro le importa un bledo dejar o no un legado, el caso es que la historia lo juzgue no en función de sus logros económicos, sociales y políticos, ni en lo que haya construido con respecto a la felicidad del pueblo de Cuba, sino en aquel campo por lo cual lo respetan y admiran los Miguel Angel Moratinos, José Miguel Insulza e Inácio Lula da Silva, en el odio feroz, en la intransigencia absoluta que siente frente al gobierno de Estados Unidos. Y es que a Fidel Castro le interesa un comino qué va a pasar el día después de su muerte, porque como Luis XV, piensa: "Después de mí, el diluvio''.

Niop32000@yahoo.com

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