Entrevista al Padre José Conrado Rodríguez, (Conclusión)
En aquellos primeros diez años iba al hospital provincial y al hospital oncológico prácticamente todos los días. Cuando todavía los niños con cáncer se atendían en el oncológico conocí el caso de un niño llamado Rodolfito, que sus padres vivían en un sitio llamado Ojo de Agua en Baracoa, yo tuve que prohijarlo porque era el único niño que no tenía a sus padres al lado. Su papá tenía que trabajar y la mamá debía cuidar a otros dos hermanitos enfermos. Perdí el contacto con él cuando finalmente se lo llevaron a Baracoa y no lo volví a ver hasta que ya con 17 años me reconoció él a mí otra vez en el hospital. Quiso bautizarse, catequizarse y hacer la primera comunión. Murió poco tiempo después, pero pude volver a tener contacto con sus padres y sus hermanos, personas muy humildes que me tenían como uno más en la familia. Experiencias como esa marcaron esos primeros años.
Después vino lo de España, donde estudié filosofía y me especialicé en el Marxismo. Mi tesis de graduación había tratado sobre el diálogo posible entre marxistas y cristianos en Cuba a partir de la historia. Era un proyecto para una sociedad de diálogo dentro de Cuba sin excluir a nadie. Analicé allí el pensamiento de Marx , el pensamiento de Gorbachov que estaba en pleno apogeo, Erick Brow, el hombre de la esperanza y a Fidel Castro. Para mí ha sido fundamental haber hecho esta propuesta de diálogo, porque a pesar de que el gobierno cubano me considera una especie de enemigo, yo no lo percibo así.
Al regresar de España el obispo me dijo “te voy a mandar a una parroquia tranquila para que tengas tiempo de escribir y de pensar” y me envió a Palma Soriano, que ha sido una época muy especial en mi vida. Allí pude tocar directamente el sufrimiento de la gente en la parte más dura del período especial. Había misas todos los domingos en la mañana, pero la más importante era la del sábado en la noche. De sábado en sábado yo podía darme cuenta como las personas iban perdiendo peso y se le alargaban las caras. Para mí fue una experiencia tan terrible que nunca la podré olvidar. Allí atendía dos comunidades Contramaestre y Palma Soriano (70 u 80 personas iban a misa los domingos, en Contramaestre unas 40) Estamos hablando de una ciudad de 80 mil habitantes, Palma Soriano y Contramaestre 45 mil.
Cuando yo fui en un tren desde Palma Soriano a Contramaestre acompañado del cura que me precedía, pasamos por varios pequeños pueblitos, Dos Ríos, donde había un central azucarero, Candonga, Xavier, Los Pasos y Guanimao. En ninguno de esos lugares intermedios había pasado un sacerdote, ninguna de las personas que vivían en esos lugares había ido a la iglesia. En el mismo caso estaban los otros pueblitos al borde de la carretera: Arroyo Blanco, Aguacate, La Mantonia. El 7 de octubre de 1988 yo llegué allí, donde supuestamente iba a tener tiempo de ocuparme de estudiar filosofía, leer y escribir, pero a los quince días empecé a visitar pueblo por pueblo y casa por casa. La gente me recibió con muchísimo cariño, y ya no tenían el miedo de antes, porque se estaba produciendo cierto deshielo, ya había salido el libro de Fray Betto y se respiraba otro ambiente. Muchas veces iba caminando de un pueblo a otro y entonces visitaba a los campesinos que me iba encontrando por el camino. Así pude conocer a casi todo el mundo allí.
¿Alguna vez te arrepentiste de haber escogido este camino sacerdotal aunque fuera por unos minutos? ¿Cuál ha sido la prueba más dura para tu ser hombre sacerdote de Cristo en Cuba?
Nunca me he arrepentido de ser sacerdote. La mayor dificultad que he tenido para ser sacerdote he sido yo mismo, mis limitaciones, mi cansancio, mi falta de fe. Yo no diría que las dificultades exteriores hayan sido un problema, esas son las que ayudan a crecer. El problema siempre he sido yo, mi incoherencia y mi debilidad.
La prueba más difícil: asimilar la traición de personas en las que he confiado y que he querido y en un momento determinado me he dado cuenta de que no eran amigos de verdad, sino que se acercaron a mí por alguna ambición o con otras intenciones. Ha sido muy duro tener que convivir con eso y sobre todo tener que perdonar y aceptar a esas personas. Eso lo he asimilado con el tiempo, pero he sido lento en aprenderlo.
¿Cree que los sacerdotes de hoy están sirviendo a Cuba y a su Iglesia como Jesucristo lo haría aquí, ahora? ¿Qué les recomendaría que cambiaran o mejoraran?
En general estamos haciendo la labor que tenemos que llevar a cabo, pero hay un peligro que es el cansancio, no tanto por el exceso de trabajo sino por la falta de espiritualidad, ese cansancio viene porque no se le dedica tiempo a lo esencial. Yo recomendaría, en primer lugar a mí mismo, que los sacerdotes cuidemos la espiritualidad. Tenemos ciertamente el apoyo de Jesús. El señor siempre está ahí con nosotros, pero a veces nosotros no estamos para el señor. Y ese es un fallo muy grande porque al fin y al cabo el señor nos llamó para ser amigos, no esclavos. La otra cuestión es ese difícil equilibrio entre la proclamación de la verdad y la defensa del hombre, hablo del hombre en su realidad, con sus derechos y al mismo tiempo que eso se haga con amor y que incluso aquellos a los que de alguna manera tendríamos que señalar como responsables de la injusticia, del error o sobre todo responsables de la falta de respeto a los derechos de cada ser humano, que sepan que uno los requiere con amor y por amor. Eso no es fácil, nosotros los cubanos somos muy explosivos, lo digo también por mí. Hay situaciones que hace falta poner mucha luz, no más calor, me lo estoy diciendo a mí mismo; ceo que la misión del sacerdote siempre será añadir claridad en vez de fuego, fomentar la reconciliación pues esa es la labor de Jesucristo, él vino a remover los muros que separan a los seres humanos. No es fácil de lograr porque hay personas que se empeñan en mantener los muros.
¿Cuál crees que es el papel del la Iglesia católica en un país como el nuestro?
Yo creo que el papel de la iglesia en Cuba es fundamentalmente el mismo que tiene en cualquier parte del mundo: anunciar a Jesucristo como salvador de la humanidad, hacer presente a Jesucristo que ama a las personas y ayuda a los que sufren y construir la iglesia a través de los sacramentos que son los elementos que Cristo dejó para ese fin. La labor de la iglesia es formar hombres, en su sentido genérico que incluye hombres y mujeres. Ya lo decía José de la Luz y Caballero “Me falta el tiempo para escribir libros, cuando lo importante es hacer hombres”.
La dificultad que encuentra la iglesia en esta misión es precisamente que, tal y como está estructurada la sociedad cubana, el poder político pone obstáculos a esa misión esencial de la iglesia. Ahí está la clave del asunto. ¿Cómo enfrentar esos obstáculos?
Algunos dicen que Cuba no es Polonia, por ejemplo: ¿Usted qué cree que es totalmente así, en qué coinciden, en qué no? ¿Es el cristianismo o el catolicismo de Cuba insuficiente para darle espíritu al cambio?
Si algo está claro es que Cuba no es Polonia. Hay una falacia en creer que la iglesia actúa porque tiene un poder. Es cierto que en Polonia el poder de la iglesia era muy grande porque tenía al pueblo; tenía una práctica religiosa de más del 90 por ciento de la población y tenía una presencia secular en la cultura polaca que marcaba profundamente esa identificación entre iglesia y pueblo, a veces hasta llegar a cierta confusión, pero positiva. Siempre que sea iglesia o pueblo no hay problema. Ciertamente la cuota de poder que tiene una iglesia en esas condiciones es enorme, sobre todo de autoridad, por su cercanía, por su presencia, por su liderazgo espiritual indiscutible. En el caso nuestro no es así, somos una pequeña comunidad dentro del pueblo cubano, eso está claro.
Lo que pasa es que la autoridad que tiene la iglesia no le viene dada por el poder, sino por la fidelidad al evangelio. Es una exigencia para la iglesia y eso vale tanto para la de Polonia como para la de Cuba, con la diferencia de que la iglesia polaca tiene otra autoridad dada por su presencia y su inserción profunda en el pueblo.
Sin embargo, la labor profética se realiza no porque uno tenga el poder sino porque uno descubre que es un servicio, tanto al hombre que sufre a causa del poder, como a los hombres que detentan el poder. Cuando yo levanto mi voz, como decía el padre Varela, para advertir el peligro de que no se están respetando suficientemente los derechos de los seres humanos, no solo le estoy haciendo un bien a los que están abajo, le estoy haciendo un bien a los que están arriba, porque la injusticia daña más al que la comete que al que la sufre. Eso no depende de que la iglesia sea un pequeño grupo de personas, porque la razón no la da el número sino la fidelidad a la verdad que por supuesto tiene un precio, si uno está dispuesto a pagar ese precio…
Es un aprendizaje difícil, eso de advertir con amor. La tendencia que tenemos es que cuando le hacemos ver a una persona el error que está cometiendo lo primero que hacemos es sentirnos jueces, que no debemos ser, no podemos ser jueces. El señor nos dijo claramente: no juzguéis, es decir no tener la actitud del juez, pero sin dejar de realizar la función del profeta que denuncia la injusticia, porque esa es una misión esencial de la iglesia a lo que no podemos renunciar. Así como un ser humano tiene derechos inalienables, así es de inalienable la obligación que la iglesia tiene de decir la verdad.
Yo recuerdo cuando yo fui a estudiar a España por segunda vez, ya después de los problemas que tuve a raíz de una carta que le escribí a Fidel Castro y más que por eso, por las continuas denuncias que hice sobre violaciones a los derechos humanos en Palma Soriano, donde fui párroco por ocho años, tuve una entrevista con un funcionario del Departamento de Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido Comunista al que le entregué una carta de diez páginas con denuncias, pero tuvimos antes una conversación, y él me dijo: “Mire padre, nosotros comprendemos lo que usted ha pasado porque usted ha tenido que confrontar una situación muy difícil, sabemos que la zona oriental tiene muchos problemas, usted ha visto esos problemas y ha respondido. Ahora hace falta que se calme, que usted tome distancia de los problemas. Este tiempo en Europa le va a venir muy bien.” y me habló casi en el mismo tono que lo hubiera hecho el Obispo. Claro que yo le di las gracias, considero aquello como una buena experiencia de diálogo, el me dijo lo que pensaba y yo hice lo mismo, además fue muy certero en lo que dijo. “Nosotros sabemos que la iglesia tiene una misión profética y nosotros debemos aprender a respetar esa misión” con esas palabras. Yo me quedé agradecido de aquella conversación porque fue con una persona que dio muestras de una gran tolerancia, una gran honestidad y mucha sinceridad.
He escuchado a algunas personas muy serias decir que Usted es el Padre Popieluszko de Cuba. ¿Es así? ¿Por qué cree que le comparan con aquel sacerdote mártir polaco?
Yo realmente no me siento como el padre Popieluszko, Aunque no niego que quisiera terminar como él.
El Padre Popieluzsko tenía las famosas Misas por la Patria cada mes en su parroquia en las que tocaba un tema de su patria a la luz de la fe. ¿Tiene el Padre José Conrado algo parecido en su parroquia?
Pues realmente no, no tenemos aquí ese tipo de misas, aunque no es mala idea, y además creo que las necesitamos. De alguna manera cada misa que hago es también por la patria en el sentido de que no olvido nunca los temas de la realidad. Creo que la Homilía responde necesariamente a esos temas de la realidad. Mi labor ha sido de mucho más bajo perfil que la del mártir polaco. No me siento en ese traje, yo quisiera ser como Popieluzco o como Arnulfo Romero o como Martin Luter King, que han sido personas a imitar. Lo que está debajo de estas personas es el servicio total al pueblo como iglesia.
¿Qué hace para poner en práctica ese postulado del Padre Varela de unir en un mismo corazón el amor a Cristo y el amor a Cuba?
Para mí resulta inseparable una cosa de la otra. Para mí Cristo es amor y en ese amor hay una universalidad, inherente al amor cristiano, que incluye a la patria y no se agota en ella, si no lo que queda es un patrioterismo. El Padre Varela, por ejemplo, no fue así “patriotero”, sino un patriota, que dijo las realidades de su tiempo, no quisieron escucharlo y entonces él se dedicó a realizar su labor de sacerdote donde estaba, lejos de la patria pero no alejado de sus problemas, yo, que estoy aquí, no quiero estar alejado de los problemas de la patria. Creo que esa es la esencia del Padre Varela y yo quiero ser como él, un hombre que iluminaba la realidad desde el evangelio. No como político, el padre Varela fue obligado por el Obispo a ser un político, a estar en la Corte, en ese tiempo se entendían las cosas de otra manera, yo no aspira a tener ningún poder político ni a ser delegado del Poder Popular.
¿Qué significó la Reflexión Eclesial Cubana (REC, 1979-1985) para usted personalmente? ¿Qué significado tuvo para la Iglesia cubana y cuál para la Nación?
Yo creo que fue un momento fundamental y para la iglesia católica en Cuba porque la Reflexión Eclesial nos enseñó una manera de ser Iglesia. A partir del diálogo y de escuchar a toda la gente, a partir de que no había ningún tema que no se pudiera discutir y esa manera global de ver toda la realidad de la nación, del país, de la cuestión política y llevarla a reflexión y discusión por toda las comunidades cristianas, que entonces eran pequeñas fue un proceso trascendental que culminó con el documento final del Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC) en 1986.
Para mí personalmente aquella Reflexión fue la experiencia de sentarme a escuchar lo que la gente tenía que decir. Aquí en Santiago tuve la ocasión de introducir una de las primeras preguntas: ¿Cuáles son nuestros miedos? Así arrancó ese proceso enfrentando nuestros miedos y luego mirar hacia adelante, ese era el reto y sin dudas eso marcó este proceso de ahondar en nuestras raíces históricas, en nuestra realidad social, especialmente la realidad social de nuestra comunidad cristiana: composición, número de participantes, labor que se realizaba; fue como una especie de radiografía de la situación de las comunidades cristianas y no fue hecha por técnicos venidos del extranjero, sino por nosotros mismos. Fue una forma de descubrir la dimensión histórica de la iglesia; redescubrimos al Padre Varela, al Padre Olallo, que ahora ha sido beatificado, la presencia de la iglesia a lo largo de toda la isla y a lo largo de toda la historia de Cuba y fue un redescubrimiento lleno de sorpresas y de amor, porque a veces uno olvida y no hay cosa más terrible que olvidar la historia porque es así como se pierde la identidad. La REC fue imbuirnos de lo que habíamos sido, lo que éramos realmente y lo que queríamos ser. Y esa toma de conciencia hecha por los Obispos, los sacerdotes, las religiosas y los laicos a todos los niveles de la isla fue de gran importancia.
¿Qué valoración se puede hacer hoy del ENEC?
El ENEC fue la culminación de todo ese proceso que se realizó a nivel de base, volver a rumiar las cosas que se iban a hacer. En el buen sentido de la palabra su culminación fue un momento de gloria para la iglesia de Cuba. Aquella Asamblea donde las cosas se discutieron con la participación de gente muy humilde y de otros muy profesionales fue una resurrección para la iglesia cubana. Aquella libertad en la discusión, aquella participación, aquel calor humano, fue algo sorprendente, creo que fue una buena culminación y fue una experiencia de encuentro, de compromiso, de aliento, fue un momento de esperanza. La misa conclusiva fue algo extraordinario con la Catedral de la Habana y su plaza toda llena de gente, fue un evento tan profundamente preparado y tan coloquialmente vivido por la iglesia, por todo el mundo, el proceso de participación fue tan profundo y tan amplio siendo en aquel momento una iglesia francamente minoritaria.
El ENEC estuvo presidido por la cruz de la evangelización que fue la que el Papa Juan Pablo II entregó a los obispos latinoamericanos para que la llevaran a sus países y sirviera para hacer la misión preparatoria de la celebración de los 500 años de la evangelización de América, que culminó en 1992. Aquella cruz que nos dejó el Papa viajó desde Pinar del Río hasta Baracoa, recorrió la isla entera y se conserva hoy en el santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, aquí en Santiago de Cuba.
El ENEC fue muy profético, nos puso en el futuro. La iglesia se convirtió a partir de entonces en misionera, una iglesia encarnada, orante y misionera, las tres características de la iglesia cubana. En la medida que cumplimos nuestra misión nos hemos encarnado en el pueblo. Fue una misión que se hizo de casa en casa. Yo llevé la cruz de la evangelización a 43 pueblos que estuvieron desde el año 61, cuando nos quedamos casi sin sacerdotes, hasta el año 89, sin asistencia pastoral. Hablé con personas de cuarenta años que me dijeron que nunca habían visto un cura.
Creo que nos ha faltado el coraje para mantener un ritmo de comunicación entre las diócesis, como se había hecho durante la etapa de Reflexión. Creo que debíamos haber hecho una comisión permanente post ENEC que se ocupara de mantener estos contactos.
En cierto sentido el espíritu de la REC se ha continuado a través de la labor de integración de la comisión pastoral nacional, quizás sea normal añorar un poco el ritmo que tuvieron la REC y la ENEC. Un evento así no se puede hacer ni siquiera cada diez años, de hecho la iglesia hace sus concilios más o menos cada cien años. Lo que pasa que es que han ocurrido muchos cambios en el mundo y Cuba da la impresión de que sigue igual. Hay que prepararse para los cambios que serán inevitables, ahora estamos en ese espacio de tiempo que media entre lo que Cuba ha sido y lo que va a ser en el futuro. La REC y el ENEC tienen la vigencia que tienen las cosas cuando han sido certeras. De hecho la iglesia cubana ha encontrado su talante de mantenerse en un profundo espíritu de oración y de sembrarse en el pueblo. Creo que ese es un programa para siempre y que hay que conservarlo.
Por una parte está la dimensión que mira más hacia el interno de la iglesia, es decir, como funcionamos para hacer nuestra labor específica. La otra es más complicada y muchas veces difícil y es cómo la iglesia asume la realidad del mundo en que vive y la situación de las personas a las que tiene que anunciar el evangelio; la realidad social, política y cultural. El documento de la ENEC fue profético pero todavía nos queda mucho camino por realizar. Pienso que esa dimensión profética de la iglesia que no se agota en el análisis de su propia realidad mira más allá y va más lejos y hace suyos los goces y las esperanzas, las tristezas y las agonías del mundo en que vive. En ese campo quedan muchas asignaturas pendientes. Por supuesto una labor continua contra la que conspira la poca estabilidad de las personas.
¿Cómo ves la realidad de Cuba hoy?
Cuba es un país sumamente frágil. En una reunión posterior al ENEC salieron tres palabras definitorias: desarraigo, desaliento y fragilidad. Fragilidad en la familia, la amistad, los compromisos, en las propias condiciones en que se vive, fragilidad sicológica. Vivimos en un mundo muy roto, los divorcios, las separaciones, la falta de una vida familiar profunda. Eso afecta a todos, a los padres y a los hijos. La dificultad de la vida, esta forma de vivir, que antes decíamos, “aruñando” y ahora decimos asfixiados. Aruñando, que significa que solo tienes lo que se te queda en las uñas, la gente decía: “voy a ver que puedo aruñar” para referirse a lo poco que podía obtener de su trabajo, de su gestión de vida. Ahora dicen “Estoy asfixiado”. Esa “falta de aire” crea una inestabilidad sicológica que produce el desaliento y la desesperanza. La desesperanza es un cáncer que está minando el corazón de este pueblo.
Esa realidad es apabullante, decía Unamuno que muchas personas se entretenían en contar los pelos que tiene la efigie en su cola, pero que muy pocos se atrevían a mirarla a los ojos. La iglesia siempre tiene que mirar a los ojos de la efigie, esa es también su misión, que es por cierto una misión terrible, peligrosa, verdaderamente dura. Hay que consolar al ser humano que tenemos delante de nosotros; los sacerdotes, las religiosas, los laicos, aquellos que se han consagrado a ser fieles a su labor como cristianos, tenemos que ser la gente que toca con sus manos el dolor pero en ese mismo sentido tenemos que ver de dónde viene ese dolor, quién lo produce, por qué y es entonces que debe levantarse la voz de la iglesia para advertir, para decir: esto no puede ser así. Iluminar al que sufre, al que ha caído a la orilla del camino y además ayudarlo. Es una labor muy delicada, muy complicada, sobre todo porque la iglesia tiene el mandato del amor. Ese fue el único mandato que dejó Jesús: ámense los unos a los otros como yo los he amado.
Ahora bien cuando se realiza esa labor de amor, provoca una reacción de defensiva en aquellos que tienen alguna responsabilidad en el dolor de este mundo. “nos están atacando”, piensan. A ellos hay que decirles: “No los estamos atacando a ustedes, estamos defendiendo al que ha caído”. Yo no me siento enemigo de nadie, tampoco del gobierno. Sencillamente veo la realidad de este pueblo y digo lo que veo, y en la medida en que lo hago me consideran un enemigo que no soy. Cuba necesita el diálogo, pero cuando una persona no quiere dialogar, cuando una persona está en el monólogo absoluto, recibe la propuesta del diálogo como una ofensa, la recibe como un ataque, como una falta de respeto. Pero el diálogo es la opción fundamental para vivir en una sociedad. Las condiciones del diálogo son la sinceridad, la honestidad, la igualdad y la libertad; sin esas premisas no hay diálogo posible.
Yo recuerdo que, cuando ya yo era sacerdote, una vez se apareció la Seguridad del Estado para avisarme que me iban a llevar a los tribunales. ¡De hecho, me llevaron! ¿Por qué?, Pues porque después de esperar ocho años por un permiso que nunca llegó empecé a reparar el piso de una iglesia que ya ofrecía peligro para los miembros de la comunidad. En esa época se podían conseguir los materiales de forma legal. Nos pusimos de acuerdo y cada familia de la comunidad aportó 25 bolsas de cemento. El señor de la Seguridad que me había citado no quería permitirme que yo le explicara. Me dijo: “usted no ha venido aquí a hablar, sino a escuchar”. Además del “delito común” que significaba reparar el piso de una iglesia, me acusó de celebrar misas en las casas de algunas personas, me acusó de decir cosas indebidas en las Homilías y un total de 17 razones que justificaban mi presencia en ese lugar.
Finalmente antes de irme, y después de mucho insistir, le conté la fábula de Esopo en la que un lobo acusa a una oveja de estarle ensuciando el agua del río donde él estaba tomando agua. La oveja intentó defenderse señalándole que era él quien estaba en el sitio desde donde venía la corriente y que ella no podía por eso ensuciar su agua. Entonces el lobo se la comió, y aquí estamos en la misma situación. Este señor, que no sé si era sargento o teniente coronel, porque no entiendo de grados militares se puso muy furioso por la comparación y me gritó: “Ni usted es una oveja ni nosotros somos lobos” Sí, le dije, ustedes si son lobos porque tienen todo el poder y abusan de él como les da la gana y yo estoy como la oveja que no se puede defender, porque no me dejan ni hablar. Eso fue todo lo que pude argumentar, que todos somos ovejas y no nos dejan ni balar.
El juicio fue muy simpático, cuando le pregunté al juez, qué tengo que hacer, después de haber estado ocho años yendo a las oficinas del estado con una frecuencia de más de dos veces al mes y recibir siempre la misma respuesta negativa; después de que niños, jóvenes y viejos que visitaban la iglesia se había caído por los huecos del piso, él mencionó los formularios que necesitaba presentar, y yo le dije. Eso ya lo hice hace 8 años. Sí, continuó él- pero también tiene que hacer esto otro. Eso lo hice hace 6 años. Entonces seguro tendrá que hacer esta otra gestión. Eso ya lo hice hace 4 años… ¿Qué más tengo que hacer, señor juez? Entonces se quedo callado.
¿Fue la visita del Cardenal Bertone una visita política? ¿Hace la Iglesia católica política? ¿Puede un sacerdote hacer política? ¿Qué tipo de política? ¿Tiene el P. José Conrado vocación política?
Eso habría que preguntárselo al Cardenal Bertoni. No conozco ni puedo conocer las intenciones de él ni de los que organizaron esa visita. Ciertamente toda acción humana tiene una dimensión política. Esta visita que fue pastoral se hizo en el entorno de una realidad social con determinada condición política. La política es lo que tiene que ver con la Polis, con la ciudad, con el bien común y en ese sentido todo tiene una vertiente política, pero está la acepción de la política como asunto partidista, que se refiera al ejercicio del poder, al acceso y al mantenimiento del poder. Eso es propio de las autoridades pero nos toca a nosotros en la medida que las autoridades no constituyen una autocracia. En la medida en que los que están allá arriba dependen de que los de abajo los elijan. En esa medida soy parte de eso, en la medida que como parte de la sociedad asumo la responsabilidad de la dimensión política que me toca. En ese sentido la iglesia también es política. Todo cristiano que vive en una sociedad donde hay deberes y derechos, forma parte de los dos reinos, el eclesial y el político.
Siempre que la iglesia se mantenga sin aspiraciones de controlar el poder, de manipularlo o jugar con él, encontrará su propio espacio, que no es en contra ni totalmente al margen. El problema es que en un régimen totalitario el estado ocupa el lugar de la sociedad y deja sin espacio a la iglesia, que no es política ni apolítica, pero que sí forma parte de la sociedad. No es que la iglesia esté reclamando algo que no le corresponde. Al reclamar su propio espacio está reclamando el espacio de la sociedad. Es indivisible una cosa de la otra, si no nos damos cuenta de eso, entonces aceptamos que nos den privilegios, cosa que la iglesia nunca debería aceptar. Por eso, y vale la pena repetirlo, al reclamar su propio espacio, la iglesia debe reclamar el mismo espacio para la sociedad, para las demás personas. Es como decía José Martí, el derecho que tiene todo hombre a vivir sin hipocresía.
Yo no tengo una vocación política, sino una vocación pastoral, realizar la labor propia del sacerdote que es un servicio y hay que añadir que aquí no se entiende el poder político como servicio, sino como el poder de dirigir. El sacerdote no es ni puede ser un dirigente, sino un servidor a la humanidad. Jesús lavó los pies a sus discípulos y les dijo, hagan ustedes lo mismo.
¿Serás obispo algún día, antes o después del cambio? Algunos dicen que eres el Cardenal del pueblo cubano, ¿qué piensas de esto?
Primero, no creo que llegaré a ser obispo, ni antes ni después y segundo, eso de “Cardenal del pueblo” fue una invención periodística que se usó para atacar a la jerarquía de la iglesia católica cubana. Me molesta bastante, aunque no te niego que a veces me divierte. Una vez tuve la ocasión de cantarle las cuarenta a ese periodista. Le pedí que desmintiera su afirmación públicamente.
¿Qué crees de la participación de los laicos católicos en política?
Los laicos no solo tienen el derecho sino la obligación de hacer política, de participar en la vida de la polis y de comprometerse con las responsabilidades que tienen que ver con las realidades de este mundo. Creo que fue Pío XI el que dijo que después de la vocación sacerdotal la más alta para un cristiano era la vocación política. Uno de los pecados más graves que se cometió durante muchos años en Cuba fue que la gente honesta decía “Yo no me meto en política”; para mí eso es fatal y el padre Varela lo señala con mucha claridad “Si los hombres buenos no se ocupan del bien común, vendrán los pillos”. La iglesia tendría que apoyar a esos laicos, desde todos los puntos de vista y con todos los medios posibles sin meterse ella misma en la acción política.
A veces la iglesia tiene la tentación de pensar que los laicos son para la iglesia y exigirle tanto al laico dentro de la comunidad, que él no descubra que la labor fundamental la tiene fuera de la comunidad y creo que en ese sentido la iglesia tiene que estar muy atenta, porque la misión de los laicos es estar en el mundo, en el mundo de la familia, de la cultura, de la economía, de la política. Eso muchas veces no es fácil, sobre todo en un ambiente como el nuestro, donde hay un régimen totalitario que controla todas las facetas, todas las dimensiones de la vida y que no deja suficiente espacio para que la libertad de las personas pueda expresarse y actuar.
¿Está preparando la Iglesia a sus fieles para el futuro de Cuba? ¿Qué propondría, qué está haciendo usted hoy?
En la medida que la iglesia forma a las personas las prepara no solo para el futuro sino también para el presente. Yo diría que el futuro no se alcanza si no es a través del presente. Preparar para el futuro es hacer que la gente hoy piense, ayudar a que la gente hoy decida su vida, contribuir a que la gente se comprometa con sus realidades.
¿Qué papel crees que le corresponde a la diáspora cubana en ese futuro?
En el presente y en el futuro, la diáspora cubana tiene una importancia enorme, en primer lugar porque ellos son cubanos igual que nosotros. Sería muy triste que en eso la iglesia asumiera la postura que asume el gobierno, que ha sido el principal responsable de la existencia de esa enorme diáspora fuera del país, que es la posición de negarle sus derechos, su ciudadanía, su derecho a participar en los destinos de la patria. Ellos siguen amando este país y se siguen sintiendo parte de él. Esa es una realidad, a raíz de los últimos ciclones ocurridos en el año 2008 hubo una experiencia muy hermosa y fue que se volcaron a ayudar a los cubanos del interior de la isla, además lo hicieron en un momento muy difícil de la economía de los Estados Unidos. Una buena parte de esa ayuda se canalizó a través de la Iglesia que ha sido un puente entre las dos comunidades para bien de todos los cubanos. Después de esto uno se pregunta: ¿sólo tienen la obligación de ayudarnos económicamente y no tienen el derecho a ser reconocidos como lo que son. Ahí hay una cuestión que está por resolver. Cada dos años visito los Estados Unidos, recientemente la comunidad cubana en ese país quiso hacerme un reconocimiento, precisamente por mi modesta participación en este trabajo de unir ambas comunidades, que no se limita a los católicos.
¿Están celebrando los 400 años del hallazgo de la imagen de la Virgen de la Caridad? ¿En su opinión es solo liturgia y formación o hay una componente que toca la realidad cubana y llega a un compromiso real y concreto con la transición en Cuba, dado que la Caridad fue desde los mambises un “emblema patrio” como dijo Juan Gualberto Gómez?
Si de algo no hay duda es que la virgen está en el corazón del pueblo cubano. Hasta entre los protestantes te encuentras personas que aman a la virgen. Sin negar el triste hecho de que algunas iglesias protestantes han llegado a hacer una campaña contra la virgen de la Caridad, pero eso viene de una discusión muy antigua. Nos acusan desde el siglo XVI de que nosotros los católicos adoramos a las imágenes, pero no se trata de eso. Tú tienes una foto de tu mamá en un lugar visible de tu casa y eso no se debe interpretar como un acto de idolatría, sino de afecto o respeto.
Pienso que esta relación profunda del pueblo cubano con la virgen es eminentemente misionera y que precisamente por ese vínculo, está preparado para recibir el mensaje pleno de Jesús. No hay que olvidar que en las bodas de Caná la virgen le dijo a los presentes “Hagan lo que él les diga”, refiriéndose a Jesús, y es que esa ha sido siempre la misión de la virgen, señalar a Jesús. María no es un fin, es un medio. Como persona, no, porque toda persona es un fin en sí misma, pero ella es el camino hacia Jesús y la llamamos la madre de la Iglesia. Como parte de la preparación para esta celebración, durante este primer año la iglesia se propone un trabajo de catequización de las comunidades para que descubran la verdad sobre Jesucristo y profundicen su devoción a la virgen, de manera que en este primer año estaremos trabajando a lo interno de la iglesia. A partir de aquí, la programación de los años siguientes es ir llegando, como círculos concéntricos, a todos los sectores de la sociedad.
¿Quedará la Virgen de la Caridad en sus 400 años fuera de la vida real y sufrida de este pueblo no en el corazón de cada cubano creyente sino en el planificar y accionar de la Iglesia? ¿Cómo está haciendo hoy para que no quede fuera de lo que verdaderamente necesita este pueblo?
Ciertamente, la catequesis y la liturgia van encaminadas al compromiso con la vida. Lo que se pretende este año es renovar la comunidad al calor de María, a través de la formación de la liturgia que se va realizando la introducción de la imagen en las casas de los cristianos, todo eso va enfocado a una renovación de la vida espiritual. Aquí en nuestra parroquia hemos comenzado los talleres de oración que es una experiencia que se hace una vez a la semana y durante quince semanas, desde luego con el texto de la biblia. Esto ha sido una iniciativa del padre Ignacio Larrañaga que ha escrito muchos libros. Este proceso que durará tres años y concluirá con la gran celebración, es una experiencia de renovación y de sanación muy importante que tiene como propósito final una renovación profunda de la vida cristiana y está encaminada a que, a partir de esta contemplación de María, la comunidad tome conciencia de lo que es su responsabilidad. En la medida que una persona se interna en lo profundo de sí mismo, descubre su inserción en el mundo. Si de verdad hacemos con eficacia lo que nos hemos propuesto, yo creo que eso renovará a las personas de tal manera que el resultado será de por sí muy importante, no solo para la comunidad cristiana sino para toda la nación.
¿Traerá eso los cambios que estamos esperando?
Por lo menos cambiaremos nosotros. Pero de una cosa estoy seguro, si la iglesia realiza su labor acaba por transformar el mundo. ¿En qué ritmo? ¿Cuánto tiempo? El ritmo de Dios no es el nuestro ni los caminos de Dios son nuestros caminos. Nosotros tenemos unas metas humanas que debemos cumplir el resultado será lo que quiera Dios, pero también en la medida que nosotros hagamos lo que tenemos que hacer. Los enemigos de la iglesia piensan que debemos quedarnos dentro de los templos, en la sacristía. Eso no es así, la iglesia tiene una labor que tiene que ver con la vida y si no es así, no tiene que ver con nada. No reduzcamos el alcance de la salvación de Jesucristo. Es salvación tiene que ver con todos y con todo y sin ser totalitarios porque siempre deja al hombre su libertad, siempre invita, siendo Dios omnipotente, y por eso Jesús muere en la cruz, la suma impotencia.
Un mensaje tuyo como cura y como cubano para tu pueblo.
Mi mensaje sería este: No perder la esperanza y no olvidar que el mañana se construye desde hoy. Es con el compromiso diario, poco a poco, gota a gota que nosotros realizamos la obra y Dios a través de nosotros. Yo creo que la desesperanza es el mayor pecado. Dante ubicó en el noveno círculo del infierno a aquellos que en tiempos de turbación cerraron el oído y no levantaron la voz, a los que se quedaron con los brazos cruzados frente a los problemas de este mundo. Yo creo que hay que sentirse responsable y hacer lo que podamos hacer con los medios que tenemos, esa es la clave.
3ª y última parte de la entrevista realizada al P. José Conrado Rodríguez por Dagoberto Valdés y Reinaldo Escobar en el mes de marzo de 2009, publicada en el Nuevo Herald en septiembre 2009.
Colaboración de Acelo D'Alessandro Foto: Google