16 de abril de 2015

¿A qué huele Cuba?


¿A qué huele Cuba? 

Lleva varios años circulando en mensajes electrónicos.
Sin firma de autor.
Desaparece por un tiempo
y mas tarde se recicla y se renueva.
No importa que lo hayamos leído veinte veces,
siempre nos hacer volver a disfrutar
aquellos olores que los años de ausencia
no han podido hacer desaparecer de nuestro recuerdo.

 
El olor del "arroz a la cubana". ¿Un plato típico de Cuba que no conocemos? ¡Pues no! Umbral está hablando del casero arroz blanco, con huevos fritos y plátanos maduros. ¿Lo están ustedes también oliendo ahora?

Pues según él, Madrid estuvo inundado en una época de "arroz a la cubana", esa maravillosa combinación que en parte les debe el mérito a los esclavos africanos, quienes fueron, se dice, los que trajeron de su tierra el hábito de freír los plátanos maduros. ¿Puede haber olor más cubano? Es tan dulce como su sabor mismo, y va dejando una grata estela de recuerdos. 

 No se equivocaba Umbral al hablar de la intensidad de este olor esparciéndose por todo Madrid en una época en que los cubanos exiliados traían también en sus valijas sus olores más queridos. Los familiares y humanos:  Como el rico olor a café recién colado, o el del humo del tabaco en la sobremesa.


¿Olores cubanos...?

El de la tierra, húmeda tras un aguacero...
El del viento que arrastra los residuos de los cañaverales quemados...
El del jazmín del cabo, mariposa, gardenia y el galán de noche .....
El del frijol "colora'o" y el frijol negro humeando en la cocina...
El de la carne de cerdo asándose entre hojas de guayaba o plátano...
El del mar salpicando la piel en el Malecón de La Habana...
El del agua de violeta de los bebes...
El de las ropas húmedas y almidonadas, al ser planchadas...
El de la suave ternura del agua de coco...
El de los deliciosos postres de canela y vainilla. Arroz con leche, natilla, flanes, mantecados, boniatillos, toronja en almíbar, casquitos ó mermelada de guayaba

con quesito crema...
El de las frituras de bacalao, o de malanga...
El de los moros y cristianos...
El de la sopa cocinándose con cilantro...
Pero el principal es, sin duda, el aroma del café colándose...
Los niños de Cuba, ahora en tierras del exilio, no han olvidado sus olores y sabores.
Paula, mi nieta, llegó a casa hace unos días con una botellita escondida en su mochila, y un ruego: "Abuela, quiero que me hagas arroz con leche como el de la señora López, ten la vainilla".
La señora López, la vecina de mi nieta, se alimenta todavía con los olores traídos de Cuba, y a su vez alimenta a Paula con el espíritu de la isla.
 

¿A qué huele Cuba ?
Huele diferente, supongo.
Huele distinto al resto del Caribe, y por supuesto, al resto del mundo.
Cuba huele… ¡a Cuba!  A sol y arena. 
Huele a sus versos, a sus canciones.
Huele a lo que huelen los colores de la vida.
Huele a energía buena, a energía radiante.
Huele a tierra negra y tierra colorada.
Huele a sazón con ajo, cebolla y ají.
Huele a perejil sobre el pargo.

Pero sobre todo, huele a recuerdos, a tafetanes y tules, a rosas disecadas entre los libros. 

Huele a Colonia 1800, a lavanda, a talcos, a romero para ennegrecer el pelo
Huele a brillantina (¿Tres Flores o Palmolive?) en el cabello de los hombres
Huele a jabón Candado; huele a añil, que es el color del cielo. 
Al menos, a todo eso olía hace muchos años; ahora, no sé,

pero seguirá teniendo muchos de sus olores originales,
sin importar lo que ya no hay en la isla y que muchos no conocen.
Pero en España, en Miami, en New Jersey y New York, y en todas las casas de cubanos exiliados, por todo el mundo, huele a Cuba,

a la Cuba que atrás dejamos...,
a la Cuba de siempre, a la que vive en nuestros corazones,
por eso los cubanos podemos continuar sintiendo... Olor a  Cuba.

15 de abril de 2015

Cuba y sus lágrimas


CUBA Y SUS LAGRIMAS

Rev. Martín Añorga             

 Si yo fuera un individuo carente de convicción religiosa, afirmaría que Cuba es una tierra de mala suerte; pero tal concepto lo atenúa mi fe, así que prefiero reconocer, aunque el dolor me taladre el alma, que Cuba es una Isla empapada en lágrimas.

Nuestra Patria fue la última colonia de España en América que se deshizo de  las  cadenas después de sufrirlas por siglos. No es que los cubanos no lucharan por su independencia, sino que todos los actos de heroísmo que asumieron terminaron en la desesperanza, Incluyendo la guerra del “95” que desembocó en el gobierno interventor de  Estados Unidos, algo que aunque demoró la exaltación de nuestra bandera resultó positivo para el futuro inmediato de la Isla. Nuestra bandera, a intervalos de tempestades, pudo mantenerse orgullosamente erguida por 57 años. Hoy, ensombrecida por la infame presencia de un nefasto régimen comunista, es una lágrima de franjas y estrella.

Desde los inicios históricos del descubrimiento, de una u otra forma, los cubanos se han enfrentado al férreo poderío de la metrópoli. Imposible detallar en el espacio de que disponemos los actos heroicos que cubren de dignidad nuestra historia. De forma incompleta y dispersa podemos mencionar, a título de ejemplos, la brava insurrección de los vegueros, los que tenían opciones para disponer de la venta de sus cosechas y fueron injustamente privados de ese privilegio. Esta insurrección provocó la renuncia del entonces gobernador Vicente Raja que se vio precisado a regresar a España.

Durante el gobierno del Marqués de Someruelos, en 1809, floreció en Cuba un espíritu libertario que creó precedentes para el futuro independentista de la nación antillana. De destacar es el hecho de la rebelión de los esclavos que fue violentamente aplastada con la ejecución por medio de la horca del dirigente negro José Alfonso Aponte y ocho de sus compañeros. No podemos apartar de nuestra mente la idea de que Cuba, desde su descubrimiento hasta hoy, ha permanecido cautiva en la prisión de una lágrima.

Bajo el gobierno un tanto conciliador de Francisco Dionisio Vives se malogró la rebelión conocida como Soles y Rayos de Bolívar que surgiera en el seno de la masonería. Una guerra que se planeó con sentido común, con estrategia definida y claro propósito de libertad para todos los cubanos, fue interceptada por espías que el gobierno español infiltró entre la insurgente organización. Posteriormente, sin resignarse ante la derrota, surgió la conspiración del Aguila Negra, con su cuota de mártires y presos.  Una larga teoría de movimientos conspirativos siguieron a los mencionados. Recordamos la Conspiración de La Escalera, la de La Mina de la Rosa y las expediciones de Isla Redonda y las de  Creole, Cleopatra y el Pampero.

Hay que dedicarle un espacio de gratitud al heroísmo de un venezolano que amaba a Cuba con verdadero corazón de cubano, Narciso López, quien no fue tan solo un reiterado conspirador en contra de la tiranía colonialista de España, sino que fue la primera persona que concibió la imagen de nuestra bandera, diseñada por Miguel Teurbe Tolón, y que ondeó sobre territorio nacional, en la ciudad de Cárdenas, el 19 de mayo de 1850 en la primera expedición libertadora concebida por el valiente y  venerado venezolano. Este insigne patriota fue apresado y condenado a la terrible muerte en garrote; pero antes de su ejecución pronunció estas lapidarias palabras: “Mi muerte no cambiará los destinos de Cuba. ¡Cuba, por ti muero!”.  De nuevo las lágrimas cubrieron de tristeza nuestro cielo.

Se produjo, poco más de  una década después, la Guerra de los Diez Años, sin que en los años previos dejaran de producirse sacrificados intentos independentistas. El 27 de noviembre de 1871 tuvo lugar el cruel fusilamiento de ocho jóvenes estudiantes de medicina, acusados falsamente de profanar la tumba del periodista español Gonzalo Castañón, hecho que históricamente hemos seguido conmemorando con justificada tristeza. Este infame crimen resaltó el miserable comportamiento de los gobernadores que España enviaba a Cuba para mantener bajo su dominio a la última colonia que le quedaba en América.

La Guerra de los  Diez años contó con patriotas estelares entre los que recordamos a Carlos Manuel de Céspedes, Antonio Maceo,  Máximo Gómez,  Ignacio Agramonte y muchos otros. En la guerra final que nos condujo a la victoria tuvimos a José Martí, quien murió en los inicios de la misma, a  los cuarenta y dos años de edad en Dos Ríos, provincia oriental de Cuba, abatido por las balas del enemigo. Su muerte, inesperada y anticipada, privó a la guerra de su más preciado ideólogo y  a la nación liberada  a quien debía haber sido su más brillante y connotado líder. La ausencia de Martí ha sido siempre llorada, aunque haya transcurrido más de un siglo de su trágico deceso. En los años de su adolescencia el Apóstol, en su presidio político en Isla de Pinos, escribió estas proféticas palabras: “la lágrima es la fuente del sentimiento eterno”.  A Martí siempre lo recordaremos, como a una flor blanca rociada de lágrimas.

Una vez concluida la guerra de Independencia, por medio de acuerdos de los cuales fueron excluidos los cubanos, se estableció en la Isla el gobierno interventor de Estados Unidos. Fue un período de reorganización y restauración. Al cabo de cuatro años la poderosa y amiga nación del Norte entregó las riendas del gobierno al presidente Tomás Estrada Palma; aunque no por ello se secaron las lágrimas de nuestros cubanos ojos. Por 57 años se sucedieron en Cuba diferentes gobernantes, y con contadas excepciones todos tuvieron su ciclo de  inquietudes que afectaron a la población del país. En tiempos del General Gerardo Machado estuvimos a punto de una guerra civil,  y posteriormente en los florecientes días de los gobiernos Auténticos proliferaron los grupos armados que generalizaron el crimen indiscriminado en medio de la sociedad. En 1952 reapareció Fulgencio Batista en  la escena política, derrocando al presidente Carlos Prío Socarrás en un golpe de estado impopular, anacrónico y desatinado.  Se profanó el proceso democrático en la Isla y por varios años vivimos tiempos de intranquilidad  e incertidumbre, que sirvieron de marco al aventurero y ambicioso tirano Fidel Castro para imponer en Cuba una nefasta “revolución comunista”.

Nuestra historia, desde el descubrimiento en octubre del 1492, hasta hoy, ha estado salpicada de lágrimas; pero las de ayer, las que antecedieron a la invasión castrista, tuvieron frutos y alumbraron caminos. Las de hoy son estériles, desconsoladas, furtivas y tan cruelmente abusadas, que nos marcan el corazón. Castro bajó de la Sierra aupado por la leyenda del vencedor; pero pronto demostró que en realidad era un individuo vencido por el rencor, el ansia de gobierno, el crimen, la arrogancia y el deshonor. El horroroso desfile de los fusilamientos quebrantó la vida de miles de cubanos, la mayoría jóvenes con hambre de ideales y dolor de patria. Los encarcelamientos, arbitrarios y sombreados de injusticias, con condenas infames de decenas de años, han privado a centenares de miles de niños de la compañía de sus padres. Cuba se ha convertido en un llanto que opaca la luz del sol.

Los que piensen que durante estos largos años de aterrador sistema comunista en Cuba se ha extinguido el fervor patriótico, deben revisar la historia. Desde instaurada la llamada “revolución”, hasta hoy, han surgido innumerables opositores y combatientes: los alzados del Escambray, los estudiantes universitarios, los numerosos intentos de infiltrar militarmente la Isla, la heroica jornada de Playa Girón, las Damas de Blanco, y los valientes que de continuo desafían al régimen son hechos que demuestran que la heroica sangre cubana sigue regando de gloria los paisajes de la Isla y que justifican las lágrimas de mujeres, niños y hombres anhelantes de que la justicia decapite a los traidores tiranos que deshonran con sus crueldades la patria que les vio nacer. La Brigada 2506, Alfa 66, el Movimiento de Recuperación Revolucionario, La Junta Patriótica Cubana y decenas de otras patrióticas organizaciones no han dejado un solo momento de mantener la lucha en contra del infame sistema comunista impuesto en  nuestra patria.

Castro, lamentablemente, ha superado con creces todas las arbitrariedades, todos los crímenes y toda la barbarie que sufrió Cuba durante el coloniaje español. En su más de medio siglo de ultrajante dictadura, se desplomaron nuestras instituciones, se contaminó nuestra cultura y se ha profanado la Memoria de miles víctimas que para siempre llorarán familias fragmentadas. 

Sin respetar nuestro histórico dolor, pisoteando las lágrimas de todo un pueblo, en un olvido infame y cobarde al presidente Barack Obama se le ocurre tender sobre Cuba un ramo de olivo. Premiar a Cuba con un improcedente restablecimiento de relaciones diplomáticas es una profanación. Hoy los cubanos que amamos a nuestra patria al verla víctima de una nueva traición nos llenamos el corazón de frustración  y tristeza.

Hemos perdido a Cuba como una perla lanzada al mar. San Agustín dijo que “las lágrimas son la sangre del alma”, y tenía razón el santo varón.  Los cubanos vivimos hoy con el alma inundada de sangre.

ABRIL, 2015

13 de abril de 2015

Tres años con Monseñor Román

Tres años con Monseñor Román

Daniel Shoer Roth
El Nuevo Herald, Miami

Al camarero que le sirvió la mesa y al alcalde que le otorgó la llave de la ciudad; al iletrado y al genio; al beneficiario de cupones de alimentos y al empresario de la nómina Forbes; a las mujeres, los jóvenes, los creyentes sincréticos y la comunidad gay; al taxista que lo hizo reír y al congresista que pidió sus consejos; al novicio y al cardenal… a todos, sin importar condiciones ni procedencias, Monseñor Agustín Román ofreció dosis iguales de cariño y respeto.

Fue cayado, faro y estrella de esperanzas. De hecho, su presencia aún pervive en esas almas, tres años después de que marchara tras las huellas de Henoc: “Anduvo con Dios, y desapareció porque Dios se lo llevó” (Génesis 5, 24).

Descuellan entre estas personas dos figuras cimeras de las iglesias de Estados Unidos y Cuba: el Cardenal Seán Patrick O’Malley –designado por el Papa Francisco para prestarle sus afanosas manos en el izamiento de la bandera de la reconquista de la fe católica– y Monseñor Dionisio García Ibáñez, custodio de la sagrada imagen de la Virgen de la Caridad en la Basílica del Cobre.

Sus testimonios, en audiencias privadas que gentilmente me concedieron, son dos de las diademas de la biografía del padre de los cubanos católicos exiliados, cuyo manuscrito –tras una inquisidora y rigurosa investigación de más de tres años– está listo para imprenta.

Con singular franqueza y apertura, el Arzobispo de Boston proclamó: «Monseñor Román era un apóstol incansable que tocaba las vidas de muchísimas personas, más que cualquier otro obispo, creo yo, pastoralmente, porque los obispos normalmente ocupan mucho de su tiempo en cuestiones administrativas. En el caso de Monseñor Román, toda su vida era el apostolado y el servicio ministerial directamente al pueblo».

Por su parte, el Presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba magnificó, con extraordinaria claridad, el papel del fundador de la Ermita de la Caridad: «El cubano cuando va a la iglesia necesita ser acogido; sentirse que aquello es de uno. En Cuba, puede haber una persona que no sea ni creyente, pero, cuando mira la iglesia del pueblo, dice: ‘esa es mi iglesia’. Entonces, eso había que vivirlo aquí [en el exilio]. Y yo creo que Román fue el hombre que no solamente trató de sostener y mantener la fe y darle una guía espiritual al cubano que vivía aquí, sino que se preocupaba mucho por el que llegaba. La Ermita era la puerta que lo recibía a un lugar que era suyo».

A través de las páginas del manuscrito, fluye su apacible caridad y sentida misericordia; su voluntad de luchar por el bienestar de los más frágiles; su tarea misionera en tres países; su compromiso con la educación y la catequesis en sus múltiples formas.

En el contexto histórico actual, el libro cobra mayor vigencia por las actitudes y pronunciamientos que en vida manifestó Monseñor Román. Mientras en la Cumbre de las Américas se predica un “borrón y cuenta nueva” en las relaciones entre La Habana y Washington, es saludable perpetuar la figura del líder desterrado que denunció, en palabras colmadas de amor y perdón, las injusticias y el dolor infligidos a su pueblo. Su conciencia crítica fue el más efectivo despertador del letargo de la indiferencia y la conformidad, al igual que, en su tiempo, la del insigne sacerdote Félix Varela.

Durante meses, tuve la dicha de reunirme periódicamente con el primer cubano nombrado obispo por la Iglesia norteamericana en aras de poder volcar, con el poder de la pluma, sobre las futuras generaciones, sus ideales de vida, su valentía, cubanidad y santidad. Como depositario de esa confianza, me he aferrado al diligente compromiso de proyectar su legado en la historia –y, bañado de regocijo, fui arrastrado a dar nuevos horizontes a mi propia vida.

Cumplida mi responsabilidad de escritor, llega la hora, con la publicación de la biografía, de la “resurrección” del trabajo pastoral de Monseñor Román con miles de refugiados e inmigrantes. Sus voces se incorporan en el texto gracias a pequeñas contribuciones de sus memorias que se transforman en un fecundo patrimonio común, imitando el modelo de la Ermita, construida con diminutos donativos –kilos prietos, les decían– de miles de fieles. Aquellos pioneros regaron este suelo con el sudor de la frente. El libro narra sus penas y proezas.

“La fiesta del exilio era ir a la Ermita”, me relató Francisca “Panchita” García, voluntaria de la primera hora de la capillita provisional que engendró un Santuario Nacional de fama mundial. “No había otra cosa; primero no teníamos los medios, ni teníamos el conocimiento, ni el idioma. Era importante tener un lugar donde encontrar a la Madre porque éramos un pueblo desterrado, un pueblo que esperaba constantemente regresar a Cuba; vivíamos con la idea de que esto era un tiempito, y ese tiempito se extendía y extendía”.

El Cardenal O’Malley, quien compartió una amistad de tres décadas con el biografiado, alaba ese don de servicio a la comunidad: «Era una persona de tanta paz, que inspiraba confianza por su forma de ser y tenía una gran prudencia pastoral en los consejos que daba a la gente, siempre dispuesto a acompañar a las personas en sus sufrimientos –afirma–. Claro, aquí, sobre todo en los primeros años de la diáspora en Miami, en Florida, la comunidad cubana había sufrido muchísimo y él entendía eso. Realmente sabía traer la fuerza de la fe a estas circunstancias tan difíciles».

Como el título de la película A Man for All Seasons, Román fue un hombre para todas las estaciones, para todas las circunstancias de su patria cubana; para la eternidad. Impulsado por su empeño apostólico, se hizo “todo a todos” (1 Corintios 9, 22).

A principios de la década de 1970, el artista del mural de la Ermita, Teok Carrasco, creó una pintura de la Virgen Mambisa para el otrora Padre Román. De espíritu generoso, este mandó a hacer vívidas litografías para sus allegados colaboradores en las asociaciones laicales.

Meses atrás, una de las devotas más queridas de la Archicofradía de la Ermita me obsequió una de esas litografías originales autografiada, a puño y letra, por Agustín Román. Tomé la libertad de reproducirla y, siguiendo el ejemplo del clérigo, regalé una copia a Monseñor Dionisio durante nuestra reciente entrevista en la Parroquia St. Brendan. Osé pedirle un favor: llevar al director espiritual del pueblo cubano fuera de la isla, representado en esta pintura, a la cuna del catolicismo cubano.

Prometió enmarcarla y ornamentar con ella su oficina en la Arquidiócesis de Santiago de Cuba. Cuatrocientos años después de su milagroso hallazgo, “Cachita” recibe en su hogar a Monseñor Román. Esperemos que pronto también atesore su biografía.

Desafío Internacional de Turquía en el Centenario del Genocidio Armenio

 
Desafío Internacional de Turquía
en el Centenario del Genocidio Armenio

Susana Gaviña
ABC, Madrid

«Un acto de cinismo», así califica Avet Adonts, Embajador de Armenia en España (en nuestro país viven alrededor de 35.000 armenios), el comportamiento del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, a la hora de intentar desviar la atención sobre los actos que conmemoran el centenario del genocidio armenio (1915-23), que acabó con la vida de un millón y medio de personas. Una cifra que Turquía sitúa muy por debajo (entre 300.000 y 600.000), y que sostiene fue consecuencia de la I Guerra Mundial y del hambre sufrida camino del exilio al que fueron condenados, y no de un asesinato sistemático de una minoría cristiana como defienden miles de documentos y testimonios.   

La «cuestión armenia», como se la calificó, suponía un problema para el Imperio Otomano, de mayoría musulmana, que bajo el gobierno del Comité Unión y Progreso (1908-1918), en el que tendrían un papel destacado los Jóvenes Turcos (movimiento encabezado por Talat, Enver y Djemal), haría rebrotar -tras la derrota en los Balcanes- el sentimiento nacionalista.

No había sitio para las minorías, y menos para aquella que, como la armenia, reclamaba la igualdad de derechos y era, además, sospechosa de haber ayudado militarmente al ejército ruso.

Pero este no fue el primer eslabón de una cadena de matanzas contra esta comunidad. El encargado de allanar el camino fue, dos décadas antes, el sultán Abdul Hamid II, conocido como el Sultán Rojo, que ordenó la masacre de 300.000 armenios entre 1894 y 1897.

 Un siglo después de aquel 24 de abril de 1915, en el que fueron arrestadas unas 650 personalidades de la comunidad armenia -y elegida como fecha oficial para recordar la tragedia-, la herida sigue abierta y con pocas perspectivas de cerrarse. Prueba de ello es el malestar del gobierno turco ante el eco que está teniendo la conmemoración del primer genocidio del siglo XX. Eco que Erdogan ha querido acallar o desafiar contraprogramando otra celebración centenaria, la victoria de los otomanos en la batalla de Galípoli.  

«Cuando hablo de la actitud cínica de Turquía me refiero a este evento. El presidente de Armenia, Serzh Sarkisian, le envió una invitación al turco para visitar el país el 24 de abril y a participar en las conmemoraciones del genocidio armenio, en un nuevo intento por normalizar las relaciones. Después de medio año de silencio, Erdogan envió una carta de invitación a Sarkisian para participar en la celebración de la batalla de Galípoli. Un evento que siempre se conmemora en marzo -matiza-. Es un intento muy cínico de distraer la atención de la comunidad internacional. Pero todos se han enterado del juego que ha intentado el gobierno turco».

Al acto que tendrá lugar en Erevan, capital de Armenia, han confirmado su asistencia los presidentes de Francia (país que castiga por ley la negación del genocidio armenio) y Rusia, François Hollande y Vladímir Putin, entre otros.

El reconocimiento o no del genocidio por la comunidad internacional se ha convertido en un instrumento geopolítico para Turquía. «Esos chantajes políticos son muy conocidos, pero tienen una vida corta. Estoy convencido de que la verdad tiene que ser valorada de manera objetiva, y que este proceso obtendrá un resultado razonable», afirma con cierta esperanza el embajador.

 En la actualidad son veintidós los países -España no se encuentra entre ellos- que lo han reconocido. «Definitivamente no hay ningún país o gobierno que lo niegue. El reconocimiento oficial está muy relacionado con la comodidad política. Negar el genocidio es como si un país negara a sus ciudadanos los derechos humanos y los valores democráticos. El reconocimiento internacional es fundamental como instrumento de prevención», asevera.

A medida que se acerca la fecha, se tensa más el pulso entre el gobierno turco y Armenia. Los múltiples actos y las reivindicaciones para su reconocimiento es vista por Erdogan como un intento de desacreditar a Turquía. Esto le ha llevado a retar a los armenios en la diáspora, diez millones de personas (tres veces más que la población que vive en Armenia), a que prueben documentalmente que se produjo un genocidio.

 También el ministro de Exteriores turco, Tanju Bilgiç, criticó severamente hace unos días el Informe anual sobre Derechos Humanos presentado por el Parlamento Europeo, en el que se anima a los Estados miembros y a las instituciones comunitarias a contribuir para que se reconozca. «Estos pasos, que están siendo dados por aquellos que desconocen este suceso histórico, dañan las relaciones entre Turquía y la UE y hacen difícil que los turcos y los armenios construyan su futuro juntos», sentenció.

Es preciso recordar que una de las condiciones que debe cumplir Turquía para poder ingresar en la UE es precisamente la de reconocer el genocidio.

12 de abril de 2015

La otra voz de Cuba en Panamá

 
La otra voz de Cuba en Panamá

Vicente Echerri
El Nuevo Herald

Cuando el castrismo apela a sus matones para agredir a ciudadanos pacíficos –como hizo esta semana en Ciudad de Panamá, donde una turba de facinerosos salida de la embajada de Cuba asaltó a los que depositaban una ofrenda floral al pie de la estatua de Martí –uno no puede más que alegrarse. Yo al menos me alegro, si bien lo siento por las víctimas de la agresión, pero es magnífico que estas bestias se muestren tal como son: violentas, insolentes, desfachatadas, carentes en absoluto de decoro frente a la efigie de aquel que puso el decoro a la cabeza de las virtudes cívicas. Las imágenes han circulado extensamente, pero es necesario que se divulguen más para que el mundo aprecie la catadura y los métodos de los que han oprimido a los cubanos durante 56 años.

Los golpes y los gritos de esta turba se han visto respaldados por las declaraciones de algunos cipayos mayores de la tiranía presentes en la Cumbre de las Américas: el ex ministro de Cultura Abel Prieto y el historiador de la Ciudad de La Habana, Eusebio Leal. De seguro que hay más, pero yo solo me he leído estas dos y me bastan como muestra: han colmado la medida de mi repulsión, son en verdad hediondas; pero también me satisface que las hayan hecho: coinciden perfectamente, en el plano teórico, con la actuación de sus esbirros, son consecuentes. Leal ha dicho que los disidentes son como una salpicadura de fango en un traje limpio. ¿Cómo puede hablar una rata de lodazal de que la salpica el fango que es parte de su hábitat? ¡Esta gentuza es atrevida!

Uno podría pensar que la mínima inteligencia tendría que llevarles a comportarse con mesura, a ocultar sus instintos más incivilizados, a fingir ser demócratas tan solo por unos pocos días, en lo que dura la cumbre y los ojos del mundo están sobre ellos. Al parecer, la cólera que les provocan la presencia y las voces de los disidentes y exiliados en esta cita internacional se sobrepone a cualquier conveniencia y priman los instintos más bajos contra los que, ciertamente, comparecen para desmentir la unanimidad que los amos de Cuba predican y esperan. ¡Hasta hubieran podido seguir engañando a unos cuantos de los que, de buena fe y por ignorancia, los creen promotores de alguna idea noble! Por eso me satisface tanto que no hayan podido resistir las ganas de gritar y de golpear y de reprimir, tareas en las que tienen tantos años de práctica y que, sin ningún pudor, hayan confirmado, una vez más, su verdadera naturaleza, su intrínseco carácter de bárbaros.

Creo que incurren en este despropósito –tanto por medio de acciones brutales como de declaraciones descalificadoras– porque no saben hacer otra cosa, porque llevan toda una vida en el ambiente político de la represión donde no es posible adquirir el hábito de la discrepancia. Ocurre que no pueden imaginar la convivencia civilizada con los que piensan diferente, con los que buscan, hasta ahora por vías pacíficas, que Cuba vuelva a la libertad y la pluralidad, que son los ingredientes esenciales de la democracia, donde el poder político no esté en manos de unos dinastas ineptos que han destruido el país y envilecido a la nación hasta límites irreconocibles.

Desafortunadamente, aun quedan muchos fuera de Cuba (porque dentro no creo yo que la lealtad real pueda pasar del 5 por ciento de la población, a menos que se pruebe que entre los cubanos haya una enorme proporción de masoquistas) que tratan de justificar, fundándose en consejas, esta desastrosa gestión a la que le adjudican algunos logros –que distan de merecer ese nombre por mendaces o por excesivamente costosos. La revolución cubana ha sido un desastre de proporciones colosales que no tiene ni una sola cualidad que la justifique o la redima y que hace mucho debió ser extirpada como un cáncer.

Por eso me frustran estos gestos del presidente Obama que, al reconocer y, de alguna manera legitimar, la existencia de esa podredumbre instalada ya por tantos años en mi país retrasa el momento de su remoción; pero, al mismo tiempo, no creo que este encuentro entre el presidente de Estados Unidos y el mandante de Cuba tenga tanta trascendencia como algunos le atribuyen. Lo verdaderamente importante de esta reunión es lo que ha ocurrido en su periferia: el que se haya dejado oír la otra voz de Cuba. Las acciones y opiniones de los agentes del castrismo han servido para magnificarla.
Remitido por Joe Noda

Aviso

 
Si no reciben noticias mías muy a menudo esta vez no es por mi culpa, sino que quien usualmente me machaca hasta cansarme está muy ocupada en estos días.