22 de abril de 2017

LA CUMPARSITA CUMPLE CIEN AÑOS

 

"La cumparsita" cumple 100 años:
Un clásico más allá del tiempo
 
Reproducido de Clarin, Buenos Aires
La obra compuesta
por el uruguayo Matos Rodríguez
fue grabada por orquestas
y formaciones de todas las épocas,
y  se transformó en
    el himno mundial del tango 

El más famoso del mundo, el más tocado y reversionado, la primera canción registrada en SADAIC, la composición que más derechos de autor percibe. La Cumparsita, “el tango de los tangos”, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, cumple cien años.

No hay orquesta, bandoneonista, o cantor del mundo del 2x4 que no haya interpretado alguna vez esos compases marcados a fuego en la memoria criolla. Las orquestas de Osvaldo Pugliese y Juan D’Arienzo; los fueyes de Aníbal Troilo y Astor Piazzolla, Horacio Salgán y Mariano Mores en sus pianos; cuanta voz profesional o amateur se animara a entonarla; hasta proyectos contemporáneos como Gotan Project y Bajofondo, ejecutaron su propia versión.

La Cumparsita nació como una pieza instrumental. El uruguayo Gerardo Matos Rodríguez la creó como una marcha para la comparsa de carnaval organizada por la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay -de ahí el título-. Aún hoy se desconoce la fecha exacta de composición, pero se estima que fue entre finales de 1915 y comienzos de 1916.

Pero a pesar de las diversas controversias alrededor de su aniversario, la mayoría de los historiadores e investigadores del tango coinciden en el día de su estreno en vivo. El 19 abril de 1917, la orquesta del pianista argentino Roberto Firpo retocó algunos arreglos de la partitura original de Matos y ejecutó por primera vez la pieza, en la confitería La Giralda, en Montevideo, Uruguay.

Del otro lado del río, en la Argentina, Hipólito Yrigoyen transitaba su primer año de gobierno -la UCR se estrenaba en el poder-, tras haber ganado en 1916 las primeras elecciones bajo la Ley Sáenz Peña, que había establecido el voto secreto y obligatorio. En un mundo convulsionado por la Primera Guerra Mundial y la revolución bolchevique en Rusia, el país empezaba a salir de la crisis económica de 1913 gracias al crecimiento de exportaciones de carne y textiles para los soldados europeos.

En esos primeros años, la marcha instrumental se mantuvo olvidada, hasta que en 1924 los letristas Pascual Contursi y Enrique Maroni le pusieron sus primeros versos para incluirla en una obra de teatro, y dieron inicio a una serie de polémicas en torno a los derechos de autor de la lírica.

Pero fue Carlos Gardel quien en ese mismo año empezó a cantarlo y la popularizó. El Zorzal Criollo entonaba esos primeros tres versos:

“Si supieras /
Que aún dentro de mi alma /
Conservo aquel cariño”

Al enterarse de lo que estaba ocurriendo con su creación, Matos Rodríguez -que ya le había vendido los derechos de autor a la firma Breyer Hermanos, representante de la Casa Ricordi en la Argentina, en junio de 1917- argumentó que su composición ya tenía letra:

“La cumparsa /
de miserias sin fin /
desfila /
en torno de aquel ser /
enfermo /
que pronto ha de morir /
de pena”.

A partir de ese momento, comenzó una batalla legal entre los autores, que recién tuvo su resolución el 10 de septiembre de 1948, con un reparto del 80% de los beneficios para los herederos del uruguayo Matos, y el 20 % restante para los herederos de los argentinos Contursi y Maroni. Decisión que no resolvió otro debate histórico: ¿La cumparsita es uruguaya o argentina?

Lejos de esa antinomia, los gobiernos de Montevideo y Buenos Aires en conjunto lograron que La cumparsita fuera incorporada por la UNESCO a la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, y se erigió como el himno mundial del tango.

Pero su condición original de canción instrumental abrió la puerta para que, a lo largo de los años, fuera revestida con distintos versos. Así, apareció una letra más antigua a las de Contursi y Matos -publicada por la revista El alma del tango, en 1926- que el propio autor le había pedido a Alejandro del Campo, su compañero de militancia en la Federación de Estudiantes del Uruguay; otra registrada por el autor Augusto Mario Delfino en 1957, y hasta una quinta, de 1937, escrita en inglés por Olga Paul, y traducida por Roberto Selles. Además, existen numerosas reversiones, como ésa de Julio Sosa recitando versos del poeta Celedonio Esteban Flores.

Sin embargo, según Rosario Infantozzi Durán, sobrina nieta del autor, consignó en su libro Yo, Matos Rodríguez: el autor de La cumparsita (1992), su tío abuelo siempre reivindicó su intención original. “La cumparsita nació sin letra, y así debió haber seguido, pero no tuve otro remedio”, cuenta Infantozzi Durán que decía.

Además de haber inaugurado el registro de obras de SADAIC (Sociedad Argentina de Autores y Compositores), todo indica que La cumparsita es una de las piezas que más recauda. “Está entre las composiciones que más derechos de autor percibe porque se la escucha en todo el mundo: ahora mismo, alguien está escuchando La cumparsita en Nueva York, en Japón o en París, para difundir el tango”, le contó Guillermo Ocampo, director general de SADAIC, a Clarín.

En Yo, Matos..., Infantozzi Durán reproduce palabras que su tío abuelo le dijo sobre su creación: “Creo que nunca pude hacer otro tango igual... Más adelante compuse otros tangos y otras músicas, algunos quizá mejores que el primero. Pero éste encierra un mundo de ilusiones y de tristezas, de sueños y de nostalgias que sólo se viven a los veinte años. Fue un momento mágico. Y mágico fue su destino. ¡Cuántos misterios en torno a él, cuántos pleitos! Ríos de tinta y kilómetros de papel se ha utilizado para enaltecerlo o hacerlo pedazos”.

Homero Manzi, que investigó la obra completa de Matos -conformada por unos 70 tangos- también opinó sobre la pieza. “La cumparsita es, acaso, uno de los fenómenos musicales de nuestro arte popular... su éxito extraordinario se debe también, en gran parte, a la colaboración espontánea y anónima de miles de intérpretes”.

Uno de esos intérpretes fue Astor Piazzolla, quien no obstante, marcó la cancha a su estilo: “El peor de todos los tangos escritos jamás... lo más espantosamente pobre del mundo”.

Admiradores y detractores aparte, esta pieza arrabalera que bailaron Fred Astaire (en Leven anclas), Marilyn Monroe (en Una Eva y dos Adanes) y hasta Richard Gere y Jennifer Lopez (en ¿Bailamos?), y cuya partitura quedó estampada en una calle de San Gregorio de Polanco, Uruguay -mural de 82 metros de largo y 9 de ancho-, está presente en el inconsciente colectivo de cualquier rioplatense. Si alcanza con salir a caminar un domingo por San Telmo o La Boca para volver a escucharla.

17 de abril de 2017

LOS HUEVOS DE PASCUA

 
Los Huevos de Pascua
Ana Dolores García

Hace mas de tres milenios los chinos pintaban huevos de pato para celebrar la primavera. Por su parte, los pueblos mesopotámicos pintaron después huevos en honor de Ishtar, diosa de la fertilidad. Pasaron siglos, y los pueblos bárbaros de la Europa central pintaron huevos de colores y los consumían con la llegada de la primavera en un ritual pagano. Se puede comprobar en todas esas tradiciones de los pueblos antiguos una celebración del renacimiento de la vida con la llegada de la primavera.

Los judíos no pintaron huevos. Su Pascua, Pesaj, celebra primordialmente la liberación de la esclavitud en Egipto, no la llegada de la primavera o el renacer de la vida. Sin embargo el huevo cocido está presente en el simbolismo de la gran cena, el Séder del Pesaj, pues constituye uno de los alimentos que se comen esa tarde.  Eso sí, con otro significado, el del endurecimiento del corazón del faraón o la tenacidad del pueblo judío para logar salir de Egipto. Aunque también entre ellos modernamente ha evolucionado algo ese significado, y muchos judíos del Este de Europa y  en Estados Unidos, pintan y decoran huevos al tiempo del Passover, no ya como  celebración de un renacer sino que, por su forma redondeada, son representación de la continuidad del ciclo de la vida.  

La costumbre de los chinos, de los pueblos del Oriente Medio y de los paganos europeos, en su sentido de renovación,  persiste y se incorpora como tradición generalizada en la celebración de la Pascua cristiana. Precisamente el origen remoto de la palabra Pascua en inglés, Easter, lo encontramos en el nombre de la diosa de la fertilidad de los pueblos mesopotámicos, Ishtar.

Durante varios siglos, del IX al cercano XVIII, la Iglesia católica prohibió el consumo de huevos durante toda la cuaresma, al considerarlo un producto del reino animal cuyo consumo no era permitido durante ese tiempo de sacrificios y ayunos en preparación a la Pascua. Fue haciéndose costumbre el cocerlos, pintarlos y guardarlos para consumirlos el día de  Pascua de Resurrección. Fue fácil establecer el simbolismo: Cristo, al resucitar, nos gana la vida eterna, una vida nueva, y ello respalda la presencia  de los que desde entonces se llaman “Huevos de Pascua”.

Posteriormente se  ha incorporado otra figura a la tradición de los huevos de Pascua: el conejo, (en  su origen realmente una liebre). Su presencia, a mas de simbolismo, se basa principalmente en leyendas.

 Naturalmente que, sea conejo o liebre, es proverbial su facilidad de reproducción. Enlacemos ello con los huevos –de los que surge la vida de las aves- y con la primavera, cuando toda la naturaleza florece y revive tras un crudo invierno: justificadísima su presencia aunque esté enmarcada en leyendas.

Liebres y conejos eran comunes en las regiones del norte de Europa y ya desde antiguo se les consideraba un símbolo de la fertilidad. Fue así transformándose en la parte que hoy constituye Alemania o Germania, en el Osterhase, el conejo de Pascua. Una de las leyendas trata de explicar cómo surge: una mujer muy pobre que pasaba muchos apuros para poder alimentar a sus hijos, escondió en el jardín unos huevos decorados. Los niños los descubrieron y al ver un conejo que se encontraba cerca, creyeron que éste había puesto los huevos. Así surgió la tradición: los niños fabricaban un nido en los jardines de sus casas en espera de que un supuesto conejito de Pascua lo llenara de huevos, lo que siempre ocurría gracias a las buenas madres que decoraban y aportaban los huevos.  

No es esa la única leyenda, porque también se cree que el origen del Conejo de Pascua hay que encontrarlo en Sajonia, otra región de la Alemania actual. Sus habitantes honraban en la primavera a la diosa Eostre y la liebre era el animal símbolo de ella. Celtas y escandinavos igualmente consideraban altamente a la liebre por su gran capacidad de procreación.

En 1682 Georg Franck von Frankenau en un trabajo “Acerca de los huevos de Pascua” menciona que en la región de Alsacia, en la frontera entre Francia y Alemania, existía la tradición de una liebre que traía los huevos de Pascua.  

En México, las madres se encargan de guardar los cascarones de los huevos que se consumen durante la cuaresma. Los pintan y los rellenan de confetis el Sábado Santo y la coneja los esconderá para la Pascua. El Domingo de Resurrección, después de la Misa, todos los muchachos buscan los “cascarones” (ése es el nombre que dan a la tradición) que romperán luego sobre la cabeza del primero que se les acerque, cubriéndolo de confetis.

Hoy en día, los comerciantes han hecho todo un productivo negocio con la venta de huevos de Pascua, conejos de chocolate y preciosas cestas. Huevos plásticos rellenos de dulces, bombones o caramelos. Otros mas elegantes y costosos, hechos de chocolate y decorados primorosamente. Esos, por supuesto, no quedan escondidos en el jardín, permanecen en el hogar junto a conejos de todos los tamaños hechos también de chocolate.  

Y las madres siguen escondiendo los huevos rellenos con caramelos, y sus hijos buscándolos.