29 de marzo de 2013

POEMA DE GABRIELA MISTRAL





En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de mi cuerpo a tu cuerpo con vergüenza.
 
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y solo pido no pedirte nada.
Estar aquí junto a tu imagen muerta
e ir aprendiendo que el dolor es solo
la llave santa de tu santa puerta.

Gabriela Mistral

27 de marzo de 2013

VÍA CRUCIS DE LA FE


Vía Crucis de la Fe
Oraciones de Benedicto xvI


I Estación: Jesús es condenado a muerte

Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos
Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Pilato les preguntó: «¿Y qué hago con Jesús, llamado el mesías?», Contestaron todos: «¡Que lo crucifiquen!» Pilato insistió: Pues, «¿Qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaron más fuerte: «¡Que lo crucifiquen!» Entonces les soltó a Barrabás, y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. (Mt 27, 22-23,26)

Señor, has sido condenado a muerte porque el miedo al “qué dirán” ha sofocado la voz de la conciencia.  Sucede siempre así a lo largo de la historia; los inocentes son maltratos, condenados y asesinados. Cuántas veces hemos preferido también nosotros el éxito a la verdad, nuestra reputación a la justicia. Da fuerza en nuestra vida a la sutil voz de la conciencia, a tu voz. Mírame como lo hiciste con Pedro después de la negación. Que tu mirada penetre en nuestras almas y nos indique el camino en nuestras vidas. Danos también a nosotros de nuevo la gracia de la conversión.


II Estación: Jesús con la cruz a cuestas

Te adoramos , oh Cristo, y te bendecimos
Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

«Si alguno quiere seguirme, olvídese de sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque si alguno quiere salvar su vida, la perderá. En cambio, si pierde la vida por mí y por el Evangelio, la salvará. ¿De qué sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?, o, ¿qué puede ganar el hombre a cambio de su vida?

Señor, te has dejado escarnecer y ultrajar. Ayúdanos a no unirnos a los que se burlan de quienes sufren o son débiles. Ayúdanos a reconocer tu rostro en los humillados y marginados. Ayúdanos a no desanimarnos ante las burlas del mundo cuando se ridiculiza la obediencia a tu voluntad. Tú has llevado la cruz y nos has invitado a seguirte por eses camino (Mt 10, 38). Danos fuerza para aceptar la cruz, sin rechazarla; para no lamentarnos ni dejar que nuestros corazones se abatan ante las dificultades de la vida. Anímanos a recorrer el camino del amor y, aceptando sus exigencias, alcanzar la verdadera alegría.
III Tercera estación: Jesús cae por primera vez.

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores: nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; traspasado por nuestras rebeliones; triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes (Isaías  53, 4-6)

Señor Jesús, el peso de la cruz te ha hecho caer. El peso de nuestro pecado, el peso de nuestra soberbia te derriba. Pero tu caída no es signo de un destino adverso, no es la pura y simple debilidad de quien es despreciado. Has querido venir  socorrernos porque a causa de nuestra soberbia yacemos en tierra. La soberbia de pensar que podemos forjarnos a nosotros mismos lleva a trasformar al hombre en una especie de mercancía, que puede ser comprada y vendida, una reserva de material para nuestros experimentos, con los cuales esperamos superar por nosotros mismos la muerte, mientras que, en realidad, no hacemos más que mancillar cada ve profundamente la dignidad humana. Señor, ayúdanos porque hemos caído. Ayúdanos a renunciar a nuestra soberbia destructiva y, aprendiendo de tu humildad, a levantarnos de nuevo.


IV Estación: Jesús se encuentra con su Madre.

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Simeón los bendijo y dijo a María, su Madre: «Mira, Éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten: será una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma».
Su Madre conservaba todo esto en su corazón. (Lc 2, 34-35, 51)

Santa María, madre del Señor, has permanecido fiel cuando los discípulos huyeron. Al igual que creíste cuando el ángel te anunció lo que parecía increíble: “que serías la madre del Altísimo”, también has creído en el momento de su mayor humillación. Por eso, en la  noche de la cruz, de la noche más oscura del mundo, te han convertido en la Madre de los creyentes, Madre de la Iglesia. Te rogamos que nos enseñes a creer y nos ayudes para que la fe nos impulse  servir y dar muestras de un amor que socorre y sabe compartir el sufrimiento.


V Estación: El cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz.

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
porque por tu santa cruz has redimido al mundo.  

A salir, encontraron un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Jesús había dicho a sus discípulos: «El que quiera venir conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga». (Mt 27, 32; 16,24)

Señor, a Simón de Cirene le has abierto lo ojos y el corazón, dándole, al compartir la cruz, la gracia de la fe. Ayúdanos a socorrer a nuestro prójimo que sufre, aunque esto contraste con nuestros proyectos y nuestras simpatías. Danos la gracia de reconocer como un don el poder compartir la cruz de los otros y experimentar que así caminamos contigo. Danos la gracia de reconocer con gozo que, precisamente compartiendo tu sufrimiento y los sufrimientos de este mundo, nos hacemos servidores de la salvación, y que así podemos ayudar a construir tu cuerpo, la Iglesia.


VI Estación:   La Verónica enjuga el rostro de Jesús

Te adoramos, oh Cristo, y te  bendecimos
porque por tu cruz has redimido al mundo.

Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro» Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que Tú eres mi auxilio. No de deseches, no me abandones, Dios de mis salvación (Salmo 26, 8-9)  

Danos, Señor, la inquietud del corazón que busca tu rostro. Protégenos de la oscuridad del corazón que ve solamente la superficie de las cosas. Danos la sencillez y la pureza que nos permiten ver tu presencia en el mundo. Cuando seamos capaces de cumplir grandes cosas, danos la fuerza de una bondad humilde. Graba tu rostro en nuestros corazones, para que así podamos encontrarte y mostrar al mundo tu imagen.


VII Estación: Jesús cae por segunda vez

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Yo soy el hombre que ha visto la miseria bajo el látigo de su furor. El me ha llevado y me ha hecho caminar en tinieblas y sin luz. Ha cercado mis caminos con piedras sillares. Ha torcido mis senderos. Ha quebrado mis dientes con guijarro, me ha revolcado en la ceniza. (Lamentaciones, 3, 1-2, 9.16

Señor Jesucristo, has llevado nuestro peso y continúas llevándolo. Es nuestra carga la que te hace caer. Pero levántanos tú, porque solos no podemos reincorporarnos. Líbranos del poder del fácil vicio. En lugar de un  corazón de piedra, danos de nuevo un corazón de carne, un corazón capaz de ver. Destruye el poder de las ideologías, para que los hombres puedan reconocer que están entretejidas de mentiras. No permitas que el muro del materialismo llegue a ser insuperable. Haz que te reconozcamos de nuevo. Haznos sobrios y vigilantes para poder resistir a las fuerzas del mal y ayúdanos a reconocer las necesidades interiores y exteriores de los demás, a socorrerlos. Levántanos para poder levantar a los demás. Danos esperanza en medio de toda esta oscuridad, para que seamos portadores de esperanza para el mundo.

VIII Estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén.

Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,
porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: «dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los montes: «Desplomaos sobre nosotros» Y s las colinas: «Sepultadnos»: porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco. (Lc 23, 28-31)

Señor, a las mujeres que lloran les has hablado de penitencia, del día del Juicio cuando nos encontremos en tu presencia, en presencia del Juez del mundo. Nos llamas a superar una concepción dl mal como algo banal, con la cual nos tranquilizamos para poder continuar nuestra vida de siempre. Ha que caminemos junto a ti sin limitarnos a ofrecerte solo palabras de compasión. Conviértenos y danos una vida nueva; no permitas que, al final, nos quedemos con el leño seco, sino que lleguemos a ser sarmientos vivos en ti, la vid verdadera, y que produzcamos frutos para la vida eterna. (cf.Jn 15, 1-10)


IX  Estación: Jesús cae por tercera vez.

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

«Derramaré sobre vosotros un agua pura. Os purificaré de toda mancha y de todos sus ídolos. Os daré un corazón nuevo. Y pondré dentro de vosotros un espíritu nuevo. Os quitaré del cuerpo el corazón de piedra, y os pondré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu dentro de vosotros, para que viváis según mis mandamientos. (Ez 36, 25-27)  

Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. y también en tu campo vemos más cizañas que trigo. Nos abruman su atuendo y su rostro tan sucios.   Pero los empañamos nosotros mismos. Nosotros quienes te traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las palabras altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia. También en ella Adán, el hombre, cae una y otra vez. Al caer, quedamos en tierra y Satanás se alegra porque espera que ya nunca podremos levantarnos; espera que tú, siendo arrastrado en la caída de tu Iglesia, quedes abatido para siempre. Pero tú te levantarás, tú te has reincorporado, has resucitado y puedes levantarnos. Salva y santifica a tu Iglesia. Sálvanos y santifícanos a todos.



X Estación: Jesús es despojado de sus vestiduras.

Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos
porque por tu santa  cruz has redimido al mundo.

Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir La Calavera), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo se repartieron su ropa echándola a suerte y luego se sentaron a custodiarlo. (Mt 27, 33-36)

Señor, has sido despojado de tus vestiduras, expuesto a la deshonra, expulsado de la sociedad. Te has cargado de la deshonra de Adán, sanándolo. Te has cargado con los sufrimientos y necesidades de los pobres, aquellos que están excluidos del mundo. Pero es exactamente sí como cumples la palabra de los profetas. Es así como das significado a lo que aparece sin significado. Es así como nos haces reconocer que tu Padre te tiene en sus manos, a ti, a nosotros y al mundo. Concédenos un profundo respeto hacia el hombre en todas las fases de su existencia y en todas las situaciones en las cuales lo encontramos. Danos el traje de la luz de tu gracia.   


XI Estación: Jesús clavado en la cruz

Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos
porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y    otro a la izquierda. Los que pasaban lo injuriaban y decían meneando la cabeza: «Tú que destruías el templo y lo reconstruías en  tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». Los sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo: «A otros ha salvado y  él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. (Mt. 7, 37-42).

Señor Jesucristo, te has dejado clavar en la cruz, aceptando la terrible crueldad de este dolor, la destrucción de tu cuerpo y de tu dignidad. Te has dejado clavar, has sufrido sin evasivas ni compromisos. Ayúdanos a no desertar ante lo que debemos hacer. A unirnos estrechamente a ti. A desenmascarar la falsa libertad que nos quiere alejar de ti. Ayúdanos a aceptar tu libertad «comprometida» y a encontrar «en la estrecha unión contigo la verdadera libertad.  

XII Estación: Jesús muere en a cruz.

Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos
porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el Rey de los Judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, estaba cerca el lugar donde crucificaron a  Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego. (Jn 19, 19-20)   

Señor Jesucristo, en la hora de tu muerte se oscureció el sol. Constantemente estás siendo clavado en la cruz. En este momento histórico vivimos en la oscuridad de Dios. Por el gran sufrimiento, y por la maldad de los hombres, el rostro de Dios, tu rostro, parece difuminado, irreconocible. Pero en la cruz te has hecho reconocer, Porque  eres el que sufre y el que ama, eres el que ha sido ensalzado. Precisamente desde allí has triunfado. En esta hora de oscuridad y turbación, ayúdanos a reconocer tu rostro. A creer en ti y a seguirte en el momento de la necesidad y de las tinieblas. Muéstrate de nuevo al mundo en esta hora.  Haz que se manifieste tu salvación.

XI Estación: Jesús es bajado de la cruz y entregado  su madre.

Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,
porque por tu santa cruz has redimido al mundo.

El Centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de Dios». Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderle. (Mt. 27, 54-54)

Señor, has bajado hasta la oscuridad de la muerte. Pero tu cuerpo es recibido por manos piadosas y envuelto en una sábana limpia. (Mt 27,59) a fe no ha muerto del todo. El sol no se ha puesto totalmente. Cuántas veces parece que estés durmiendo. Qué fácil es que nosotros, los hombres, nos alejemos y nos digamos a nosotros mismos: Dios ha muerto. Haz que en la hora de la oscuridad reconozcamos que tú estés presente. No nos dejes solos cuando nos aceche el desánimo. y ayúdanos a no dejarte solo. Danos una fidelidad que resista en el extravío y un amor que te acoja en el momento de tu necesidad más extrema, como tu madre, que te arropa de nuevo en su seno. Ayúdanos, ayuda a los pobres y a los ricos, a los sencillos y a los sabios, para poder ver por encima de los miedos y prejuicios, y te ofrezcamos nuestros talentos, nuestro corazón, nuestro tiempo, preparando así el jardín en el cual puede tener lugar la resurrección.


XIV Estación: Jesús es puesto en el sepulcro.

Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,
porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

  
José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodo una piedr grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra maría se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro. (Mt 27-59-61)

Señor Jesucristo, al ser puesto en el sepulcro has hecho tuya la muerte del grano de trigo, te has hecho grano de trigo que muere y produce fruto con el paso del tiempo hasta la eternidad. Desde el sepulcro iluminas para siempre la promesa del grano de trigo del que procede el verdadero maná, el pan de vida en que te ofreces a ti mismo. La Palabra eterna a través de la encarnación y la muerte, se ha hecho Palabra cercana: te pones en nuestras manos y entras en nuestros corazones para que tu Palabra crezca en nosotros y produzca fruto. Te das a ti mismo  través de la muerte del grano de trigo, para que también nosotros tengamos el valor de perder nuestra vida para encontrarla: a fin de que también nosotros  confiemos en la promesa del grano de trigo. Auxílianos para que seamos tu perfume y hagamps visible la huella de tu vida en este mundo. Haz que podamos alegrarnos de esta esperanza y llevarla gozosamente al mundo, para ser de este modo testigos de tu resurrección.    

26 de marzo de 2013

ENCUENTRO HISTÓRICO




ENCUENTRO HISTORICO


VATICANO, 23 Mar. 13 / 05:03 pm (ACI/EWTN Noticias)  Alrededor del mediodía del sábado, el Papa Francisco visitó al Obispo emérito de Roma Benedicto XVI,   en la residencia pontificia de Castel Gandolfo, una reunión calificada por el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, P. Federico Lombardi, como un “encuentro histórico”.

Según explicó el P. Lombardi, en cuanto el Santo Padre llegó a Castel Gandolfo, Benedicto XVI “se le acercó y se produjo un abrazo conmovedor entre los dos”.

Tras un recorrido en automóvil desde el helipuerto de Castel Gandolfo hasta la residencia pontificia, señaló Lombardi, en cuanto los dos protagonistas del encuentro llegaron “inmediatamente fueron a la capilla para un momento de oración”.

En la capilla, Benedicto XVI le ofreció el lugar de honor al Papa Francisco, pero este respondió “somos hermanos”, y quiso que ambos se arrodillaran juntos en el mismo reclinatorio.

Luego de la oración, ambos se dirigieron a la biblioteca de la residencia pontificia, donde alrededor de las 12:30 p.m. (hora de Roma), comenzó la reunión privada.

Ahí, el Papa Francisco le entregó a Benedicto XVI un bello ícono de Nuestra Señora de la Humildad, como un regalo por su gran humildad.

La conversación "totalmente privada" entre ambos culminó alrededor de la 1:15 p.m., a lo que siguió el almuerzo.

El P. Lombardi también explicó detalles en la vestimenta del Papa Francisco y Benedicto XVI. Este último, señaló, “usa una sencilla sotana blanca, sin fajín y sin capa. Estos son los dos detalles que distinguen su vestimenta de la del Papa Francisco, quien usa una capa y un fajín”.

El portavoz del Vaticano recordó que esta es “el primer encuentre cara a cara” de ambos desde que Francisco fue elegido Papa, pero el Santo Padre “ha dirigido muchas veces su pensamiento al Obispo emérito, durante su primera aparición en la Loggia central, y luego en dos llamadas personales: la noche de su elección y el día de San José”.

Por ello, señaló Lombardi, el diálogo entre el Papa Francisco y Benedicto XVI “ya había comenzado, incluso a pesar de que el encuentro físico y personal no había tenido lugar aún”.

El P. Lombardi también recordó que Benedicto XVI “ya había expresado su respeto y obediencia a su sucesor, en su reunión de despedida con los Cardenales,   el 28 de febrero”.

Remitido por Ramón H. Ramos

FRASE DE SABIDURÍA

Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso.
- Jorge Luis Borges, escritor argentino (Buenos Aires,1899-Ginebra, 1986)

25 de marzo de 2013

MADRES Y ABUELAS DE ANTES



Madres y abuelas de antes


Estimado Sr. Director

Me encantaban aquellas madres de antes, de cuando yo era niña. Esas madres que como la mía, cuando íbamos de visita a casas de familiares o amigos y, cuando después de un rato de estar sentada, comenzaba yo a impacientarme y dar muestras de aburrimiento, pararme, pedir agua, etc., bastaba una mirada de mi madre, una sola e infinita mirada, para que me sentara bien y me quedara quieta. ¡Y, si por casualidad, se me ocurría decir un impertinente “¡me quiero ir a mi casa”!, mi madre se acercaba a mi suavemente y me susurraba al oído las palabras mágicas: “¡espera que llegues a casa!”. Y ese susurro mágico bastaba para que inmediatamente me callara y no molestara más en toda la duración de la visita.

No había gritos, ni regaños en casas ajenas o en la calle: ¡solamente una mirada o un susurro le bastaban a mi madre para mantenerme firme como un soldado!

Y ¿qué me dicen de aquellas abuelas de antes, como mi abuela paterna, que era asturiana y divina? Mi abuela tenía tiempo para todo: jugaba conmigo a las muñecas, me dejaba recortar figuras del libro de colorear; de cualquier retazo de tela me hacía una bata para la muñeca. Y hasta me bajaba los dobladillos de los uniformes del colegio que al crecer se iban quedando cortos. Y, en vez de hacerme cuentos de hadas y princesas, mi abuela me contaba cómo había sido su niñez en su España nativa y me enseñaba refranes españoles, que según ella decía, eran como sentencias. Además mi abuela siempre me daba una peseta para que la pusiera en mi alcancía; y ¡los domingos me hacía arroz con leche, natilla o flan!. Y lo más especial de todo y que tanto recuerdo, es que cuando mi madre me iba a recoger a casa de mi abuela y le preguntaba ¿cómo me había portado?, mi abuela siempre le respondía: “Divinamente, como un angelito”, aunque yo no me hubiera portado tan bien.

Los tiempos han cambiado y ahora las madres y muchas abuelas trabajan en la calle, tienen títulos universitarios y profesiones que requieren una buena parte de su tiempo. Ya no pueden compartir mucho tiempo con sus hijos, y menos hacer visitas como antes. Y es que también los niños de hoy pasan muchas horas frente a la tele o jugando video-juegos, cosas que no existían cuando yo era niña. ¡Y tal vez por eso y por mil razones más, guardo un recuerdo tan entrañable de las mamás y las abuelitas de antes, de aquel tiempo pasado cuando yo era una niña en mi querida Habana.


Publicado en el Diario Las Américas
 

Martha Pardiño
Miami, FL