6 de enero de 2017

ÚLTIMO VIAJE DE LOS REYES MAGOS

 
El descanso de los Reyes Magos
en Colonia
Rosalía Sánchez, abc.es

Seguramente debido a que las patas de los camellos no soportan el agreste suelo de los bosques centroeuropeos, los Reyes Magos no pasan por Alemania. En alemán no hay una palabra para decir «cabalgata» y los pobres niños alemanes van hoy al colegio, como otro día cualquiera. Es cierto que a los niños católicos confesos se les permite faltar a las clases sin ser sancionados por ello, en virtud de la libertad de culto, pero esta noche no ha habido regalo alguno junto a sus zapatos y la ilusión de la festividad no es comparable a la que disfrutan los afortunados niños españoles. Esta diferencia quedaría en una más de tantas si no fuera porque, después de la ajetreada noche de reparto, los Reyes Magos regresan cada año a descansar a Colonia, ciudad alemana a orillas del Rin en cuya catedral se custodian las sagradas reliquias.

El viaje de los Reyes Magos hasta Colonia comenzó en el año 300 de nuestra era, cuando la emperatriz Elena, madre del emperador romano Constantino, investigaba en los Santos Lugares en busca de los restos físicos de la fundación del Cristianismo. Según los archivos, fue en Saba donde consiguió reunir de nuevo a Melchor, Gaspar y Baltasar y ordenó el traslado de sus restos a Constantinopla, la actual Estambul, donde permanecieron durante tres siglos en una capilla ortodoxa.

En tiempos de la Segunda Cruzada, el obispo de Milán, San Eustorgio, religioso noble de origen helénico, visitó Constantinopla para que el emperador le permitiera aceptar su reciente nombramiento. El emperador no solo dio su consentimiento, sino que le hizo, además, un regalo inolvidable: las veneradas reliquias.

Para trasladarlas, adquirió dos robustos bueyes y un carro, hizo cargar sobre éste el sarcófago de granito y emprendió un viaje que acabó envuelto en leyendas. Una de ellas relata que la misma estrella que mostró el camino de Belén, resplandecía en la ruta de San Eustorgio. Otra cuenta que, al cruzar los Balcanes, un lobo hambriento atacó y desgarró a uno de los bueyes. San Eustorgio, que para eso era santo, dominó a la fiera y la unció al yugo vacante, de forma que, a fuerza de látigo, el lobo salvaje se transformó en lobo de tiro y San Eustorgio llegó a Milán en un carro tirado por un buey exhausto y un lobo manso.

Y allí fue donde las encontró en 1.164 el emperador del Sacro Imperio Germánico Federico Barbarroja, que en sus guerras de conquista saqueó esta ciudad junto a buena parte del norte de Italia, y las llevó consigo hasta Colonia protegidas por uno de los mayores dispositivos de seguridad de la Edad Media. Que las reliquias fueron trasladadas de Milán a Colonia es un hecho histórico y fue considerado por la ciudad como un gran honor y una inversión muy rentable. Adquirir un tesoro de la Cristiandad como este en el siglo XII garantizaba un empujón sostenible a la economía y miles de peregrinos comenzaron a llegar a Colonia llamados por la fascinación que hasta hoy han seguido ejerciendo los personajes bíblicos.

En 1.248, con Colonia convertida ya en un centro internacional de peregrinación, se dio inicio a las obras de una catedral que estuviese a la altura de tal tesoro. Hoy, dicha catedral, cuya construcción duró más de 600 años, es uno de los monumentos góticos más impresionantes de Europa y una de las 10 iglesias más grandes del planeta. El relicario en forma de basílica tiene proporciones gigantescas para esta clase de urnas: 2,20 metros de longitud de oro y plata macizos, esmaltes y joyas de incalculable valor. Fue realizado por el mejor artista francés de la época, Nicolás Verdún, y los maestros orfebres de Colonia la terminaron hace 800 años.

Dentro del relicario reposan los cráneos atribuidos a Melchor, Gaspar y Baltasar, en tres cajas forradas de terciopelo y brocado, cada uno de ellos envuelto en la seda más fina y protegidos por un sarcófago de 350 kilos de oro, plata y vermeil (una mezcla de metales preciosos), incrustaciones con piedras preciosas, esmaltes y figuras de marfil ricamente adornadas que representan a la Virgen María, a los Reyes Magos y a los profetas.

Inspirados en esa presencia, muchos niños en Colonia salen hoy a la calle a cantar villancicos, puerta por puerta. Se llaman “Sternsinger” (cantores de la estrella) y practican algo parecido a lo que nosotros llamamos pedir el aguinaldo. Disfrazados de Reyes Magos, recaudan propinas que emplean para obras de caridad destinadas a niños necesitados. Para no llamar dos veces a la misma casa o negocio, escriben con tiza en la entrada de los hogares generosos la leyenda: “20 * C + M + B + 17” que son las iniciales de Christus Mansionem Benedicat, más el año en curso. La tradición se extiende a otras ciudades, especialmente en el sur de Alemania, y en 2016 un total de 477 grupos de Sternsinger recaudaron 3.339.495,01 euros gestionados por la organización católica “Acción de los Tres Reyes Magos” y que constituyen la prueba evidente de que los Reyes Magos, incluso en los países que no celebran su fiesta como Alemania, continúan ejerciendo su labor.

5 de enero de 2017

DOM PÉRIGNON Y EL ORIGEN DEL CHAMPÁN

Dom Pérignon
y el origen del champán

Publicado por María Álvarez Mateo  
en su blog Protocolo y Etiqueta

“Un hombre que toma Dom Pérignon 1952
no puede ser del todo malo”. James Bond

“Es el único que hace más hermosas a las mujeres
después de beberlo”. Marquesa de Pompadour.

No hay bebida que se identifique más con un brindis, con fiesta, con alegría y con celebraciones que el mítico champán. Este vino espumoso fue descubierto como todo lo bueno en esta vida, por accidente y por casualidad. Beber Dom Pérignon es una filosofía de vida, es disfrutar de la artesanía, del lujo y de las cosas extraordinarias.

Dom Pierre Pérignon fue el monje benedictino a quien se le atribuye la invención del método para la fabricación del champagne. Hay constancia de que en el tiempo de los romanos ya existía el vino petillant (espumoso), pero Pérignon fue el artífice de descubrir el secreto para dominar las burbujas de esta apreciada bebida.

No se puede decir que el vino espumoso un invento de Pérignon dado que se tiene constancia de la existencia de este tipo de vino desde el tiempo de los romanos, pero si se le debe el honor de haber dominado las burbujas, logrando envasar y mejorar una bebida que hoy se conoce y se aprecia en todo el mundo.

Dom Pierre tenía 19 años cuando decidió ingresar en el convento de los monjes benedictinos en la abadía de Saint-Vannes en Verdún. Años más tardes fue trasladado a la abadía de Hautvilliers, donde se encargó a la custodia de los sótanos de la bodega.

Se dice que Pérignon era casi ciego, problema que hizo que tuviera muy agudizados el resto de los sentidos. Un día primaveral de 1670, oyó una explosíon lejana entre las botellas. Palpando el suelo, se dio cuenta de que una de las botellas de vino había explotado durante su crianza. Según cuenta, a cuatro patas, lamió el líquido derramado en la bodega. Lo que sintió en ese momento se explica perfectamente con la llamada que hizo a sus hermanos ¡Venid, estoy bebiendo las estrellas! Por supuesto, las estrellas a las que el monje ser refería eran las burbujas que estallaban en su boca. (Las burbujas del champán no son más que bolsas de aire producidas por la fermentación de las levaduras y los azúcares del propio vino).

Dom Pérignon, que era de naturaleza curiosa, decidió investigar para que el gas no se saliera de las botellas, y que éstas no estallasen debido a la presión. El benedictino quería preservar durante el tiempo que se desease esas mágicas burbujas que tan agradables eran al paladar.

Hasta ese momento, las botellas eran fabricadas con un cristal fino de baja calidad y se taponaban con un taco de madera cubierto de esparto aceitado. Pero esta solución no lacraba la botella y el aceite alteraba el sabor del vino.

Producir botellas con un vidrio más grueso no fue reto para el monje, al menos no tanto como encontrar un material adecuado para taparlas. Según la leyenda, un día recordó haber visto tapar con corcho las cantimploras de unos visitantes del monasterio de Sant Feliu de Guixols (España). Desde ese momento, empezó a utilizar grandes tapones de corcho que una vez hervidos y aún calientes introducía en el cuello de la botella y sujetaba con alambres. Al enfriarse el corcho y recuperar su tamaño habitual, la botella quedaba sellada herméticamente.

Et voilá! 

Cavas de Champagne
Actualmente, el Champagne es un vino espumoso con Apelación de Origen Controlada; esto quiere decir que solo se puede elaborar en la región de Champagne, Francia, con uvas Chardonnay, Pinnot Noir y Pinot Meunier principalmente.

La primera cosecha de Dom Pérignon fue puesta a la venta el 4 de agosto de 1936, después de la Gran Depresión. Dom Pérignon es una vendimia de champagne, lo que significa que solo se efectúa en los mejores años y que todas las uvas se cosecharon en en mismo año. Sin embargo, la mayoría de los champanes no indican el año de su elaboración, ya que se suelen mezclar zumos de diferentes añadas para que el vino más evolucionado se mezcle con los más frutales y frescos.

La denominación “champan” es exclusiva de Francia. Por ello la bebida similar producida en España se denomina “cava”, mientras los italianos usan para sus vinos espumosos el nombre: “anti espumante”.  

*** La botella mas barata de Dom Pérignon puede costar alrededor de $200

4 de enero de 2017

LA MADONNA DE STALINGRADO

La Madonna de Stalingrado

Marlene María Pérez Mateo

“Madre e Hijo están inclinados el uno hacia el otro, envueltos en un gran manto, que protege a ambos. Me vinieron a la mente las palabras de San Juan: Luz, Vida, Amor. Contempla en el niño al niño primerizo de una nueva humanidad, que nacido con dolor, relumbra sobre toda oscuridad y tristeza. Que sea para nosotros el símbolo de una vida triunfante y de feliz futuro que tras tanta experiencia con la muerte, amaremos aún con más ardor y autenticidad, una vida que sólo merece ser vivida si es pura como los rayos de la luz y cálida como el amor…  

   
  El que así escribía una misiva a su esposa, en los primeros días de 1943, era Kurt Reuber. Un pastor evangélico, teólogo, pintor y médico alemán; miembro por entonces de la división 16 de blindados del ejército nazi, que a sus 36 años se ocupaba de un hospital de guerra en un frío bunker durante la Batalla de Stalingrado (agosto 1942- febrero 1943)         

     Era Navidad. Y Reuber, un hacedor de retratos y dibujos a la luz de una mustia lámpara, tomó por base el reverso de un mapa soviético pintado en una tabla quemada de unos 105 por 80 centímetros para trazar la obra que le inmortalizó: la Madonna de Stalingrado, con el subtitulo: “Mujer sentada, cobija y protege a un niño”. Los heridos se reunieron frente al icono; incluso los de otros campamentos vecinos, quienes se arriesgaron para cobijarse cerca de la recién creada obra.

   Wilhem Grosse, oficial alemán herido y evacuado poco antes del fin del cerco de la vieja ciudad rusa, el 13 de enero de 1943, llevó la imagen y la carta a la familia del autor. Las tropas soviéticas tomaron 300,000 soldados del VI ejército y 90,000 supervivientes, todos prisioneros al Campo de Oranki.  Allí Reuber reprodujo a la Madonna en el campo de prisioneros que bajo el poderío de Stalin era el Campo de Presos de Jelaboga, por lo cual llevó el nombre de “La madonna de los prisioneros”, entregada posteriormente a la esposa del autor por un sobreviviente  con el recuento de los últimos momentos de existencia del pintor.  Reuber murió por fiebre tifoidea el 20 de enero de 1944 en el confinamiento bajo el poder soviético. Dos lustros después su familia, al conocer y verificar la veracidad de su muerte celebró sus funerales en su ciudad natal, Wichmannhausen. 

  Hacia 1983, el presidente de Alemania Federal Karl Carstens, solicitó la imagen a sus albaceas, quienes gustosamente la entregaron a la Iglesia Kaiser-Wilhelm Gedichtniskirche (Iglesia del Kaiser Guillermo). Hoy la Madonna es el emblema del Regimiento Sanitario del ejército alemán. El gobierno germánico envió copias al Reino Unido, Rusia y Austria. Hoy la Madonna de Stalingrado se encuentra en infinidad de litografías, tallas, esculturas, bordados, tapices y dibujos que le reproducen. En 1995, los veteranos de guerra austriacos  de la segunda Guerra Mundial regalaron  una preciosa talla en madera a una parroquia católica (es la que encabeza este articulo).

         La ciudad de Stalingrado tuvo ese nombre entre 1925 al 1961; hoy Volgogrado, se encuentra en la confluencia de los ríos Volga y Tsaritza (del tártaro amarillo). Allí, en el fragor de una de las batallas mas cruentas registradas por la historia, hubo a través de las manos de un dibujante un maternal reflejo de luz.

Nota: Conocí la existencia de esta historia en este fin del 2016. 

1 de enero de 2017

El antiimperialista que quiso imponer su revolución al mundo


1 de enero: 57º aniversario de la dictadura castrista
 
Fidel Castro,
el antiimperialista que quiso
imponer su revolución al mundo

Ignacio Montes De Oca  
ABC, Madrid

Fidel quiso convertir la revolución cubana en un producto de exportación casi desde el momento mismo en que llegó al poder en 1959. Durante décadas intervino en los asuntos internos de muchos países con el mismo espíritu intervencionista que denunciaba en sus discursos contra «el imperialismo». La historia de sus pocos éxitos y sus muchos fracasos contradice aquella mirada que proponen sus seguidores del «genial estratega» de La Habana.

El deseo de Fidel Castro de convertir la isla de Cuba en la plataforma para irradiar su revolución comenzó apenas unos meses después de su llegada al poder. Sucedió el 19 de abril de 1959, cuando un grupo de 97 hombres partió hacia Panamá a bordo del buque Mayarí desde el puerto cubano en Batabanó. La mayoría eran cubanos, pero también había tres panameños, un argentino y un portorriqueño. La invasión tenía por objetivo establecer un movimiento insurgente que jaqueara el estratégico Canal de Panamá. El plan consistía en hacer llegar un total de 400 hombres en dos barcos más y que un grupo ingresara como turistas por medios tradicionales para sumarse a las operaciones.

El 24 de abril, las autoridades panameñas detectaron al Mayaría encallado en la zona de Playa Roja. Una patrulla de la Guardia Nacional panameña tomó por asalto al campamento rebelde en la región de Nombre de Dios. En la escaramuza fueron capturados dos cubanos, que rebelaron los planes de la invasión. En la semana siguiente, un nuevo foco insurgente fue sofocado en Cerro Tute y Fidel Castro debió recular ante la reacción coordinada de Panamá y los estados de la región, que denunciaron la invasión y mandaron buques y aviones para vigilar la costa panameña e impedir la llegada de refuerzos desde Cuba.

En mayo, una partida de 54 hombres partió en un avión desde Cuba para aterrizar en Costa Rica, desde donde iniciaron su marcha hacia Nicaragua. Integraban la «Columna Rigoberto López» liderada por el nicaragüense Rafael Somarriba. Cinco oficiales cubanos coordinaban las operaciones de logística con la isla. Ni bien llegaron, fueron perseguidos por la Guardia Nacional de Nicaragua. Cuando buscaron refugio en la vecina Honduras, fueron derrotados en el combate de El Chaparral el 24 de junio siguiente, durante el cerco conjunto tendido por las tropas del presidente Somoza y los militares hondureños. Solo 19 miembros de la columna lograron sobrevivir.

Apenas unos días antes del desastre en Nicaragua, Castro había lanzado la «Operación Domeñar», que tuvo esta vez por objetivo a la República Dominicana. Un total de 200 irregulares cubanos y dominicanos desembarcaron el 14 de junio de 1959 en Playa Constanza y Puerto Plata. Pero Castro había cometido un error crucial; al buscar apoyo para su invasión entre los enemigos del presidente dominicano Rafael Leónidas Trujillo, había revelado sus planes y en consecuencia les había dado tiempo para preparar la defensa. La expedición cubana al mando de los oficiales Delio Gómez Ochoa y Enrique Jimenez Moya fue destrozada apenas llegó a la playa. Sólo siete de los invasores fueron capturados; otros 217 murieron en combate o fueron ejecutados donde fueron hechos prisioneros. El presidente dominicano usó la invasión fracasada como excusa para lanzar una campaña de represión anticomunista tan feroz como desproporcionada, lo cual aumentó el número de víctimas que provocó el error de Fidel Castro.

En agosto, Fidel perseveró e intentó otro movimiento en Haití. El gobierno cubano lanzó el 14 de ese mes la «Operación Haití», comandada por los militares cubanos Henry Fuentes y Ringal Guerrero. En total, la partida estaba formada por 18 cubanos, 10 haitianos y dos venezolanos, que desembarcaron en la playa de Les Irois. Supuestamente, el grupo tendría que fijar una posición en las montañas de Caracusse, a la espera de una rebelión militar contra el gobierno de François Duvallier comandada por el político local Louis Dajoie. En lugar de recibir noticias de cuarteles sublevándose, la expedición cubana vio llegar a las tropas que rodearon su posición y los masacraron sin piedad. Apenas cinco oficiales cubanos escaparon de las ejecuciones y fueron exhibidos en la prensa junto al anuncio de la ruptura de relaciones diplomáticas con Cuba. El haitiano Dajoie logró escapar a La Habana y luego a Miama, donde fue arrestado.

El fracaso de las invasiones directas marcó el comienzo de una nueva etapa. Desde 1960 en adelante, Castro comenzó a promover a los grupos locales que estuvieran dispuestos a sumarse a una rebelión similar a la que había protagonizado en Cuba, pero sin enviar sus soldados directamente desde la isla. Es así que en Guatemala inició el contacto con los líderes rebeldes Yang Sosa y Luis Turcio, a quienes ayudó con armas para establecer el bastión rebelde de Sierra de Minas. Lo mismo sucedió con los seguidores de Roberto Carias en El Salvador. La intervención cubana en El Salvador fue crucial para que los diferentes grupos guerrilleros se unificaran en el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), alianza que funcionó gracias a las armas y entrenamiento cubano y al aporte de otros aliados del bloque oriental que llegaban seducidos por el sueño «internacionalista». Desde entonces el FMLN fue dirigido por la Habana. Ernesto Jovel, líder del FMLN, intentó resistir la influencia de Castro y retirar sus tropas del frente. Pero no llegó a concretar su amenaza; el avión que lo llevaba cayó al mar el 17 de septiembre de 1980.

En Venezuela, Castro intentó organizar un foco rebelde a su medida, pero la operación falló cuando dos lanchas que intentaban ingresar ilegalmente desde Cuba, fueron descubiertas el 8 de mayo de 1967 en la playa de Maracuchuto, en la región de Miranda. El hallazgo provocó la movilización de patrullas militar y a un breve combate con los insurgentes. Luego de mostrar en la televisión cubana a dos militares cubanos capturados en las refriegas, el gobierno venezolano denunció la injerencia de La Habana y rompió relaciones con el régimen de Castro.

Las denuncias constantes por las sucesivas intromisiones del gobierno cubano no frenaron de modo alguno los planes de exportación de Castro. Luego de la fallida invasión norteamericana de Bahía de los Cochinos en abril de 1961 y la posterior Crisis de los Misiles de 1962 provocada por el intento soviético de instalar misiles nucleares en la isla, había quedado claro que La Habana era un aliado prioritario de Moscú. Y, relacionado con ello, que cualquier intento por cortar de raíz la injerencia cubana en la región implicaría un conflicto aún más grave son su protector soviético. De manera que Fidel siguió moviendo los hilos y redobló su apuesta.

A partir de 1963, comenzó a recibir y entrenar a los grupos políticos latinoamericanos que veían en la violencia un método aceptable para lograr sus sueños revolucionarios. Ese mismo año, Fidel aceptó el pedido del comandante argentino cubano Ernesto Che Guevara para hacer un intento insurgente en Argentina. El grupo de 22 guerrillero estuvo liderado por el periodista argentino Jorge Masetti, hasta ese entonces integrante de la agencia de noticia Prensa Latina. Por debajo de él, estaban los cubanos Horacio Peña Torres, jefe de seguridad de «el Che» y el guardaespaldas personal, Alberto Castellanos. Se autodenominaron Ejército Guerrillero del Pueblo e instalaron un campamento rebelde en el norte argentino en junio de 1963. Menos de un año después, todos los hombres del EGP estaban muertos o fueron capturados. El apoyo general de los pobladores pobres de la zona nunca se materializó sino que, por el contrario, su presencia fue delatada por aquellos que en principio habían venido a liberar.

Aquella lección no fue aprendida siquiera por el propio Che Guevara, que también cayó por factores similares cuando intentó crear un grupo insurgente en la zona del Ró Ñancahuazú en 1966. Los pertrechos y refuerzos nunca llegaron desde La Habana y el Ejército de Liberación Nacional de Guevara quedó reducido a un grupo de hombres más apurados por resolver los problemas planteados por el hambre y las deserciones, que por lograr el apoyo de los campesinos de la zona.

Pese a que Fidel Castro cosechaba más fracasos que victorias, su fama revolucionaria permaneció intacta, incluso luego de la muerte de su hombre más cercano, el Che Guevara, a manos de los rangers bolivianos el 9 de octubre de 1966, también como consecuencia de los errores estratégicos que habían cometido desde su gobierno.

Es así que La Habana siguió siendo en el centro de reunión de un nutrido grupo de visitantes entre los que estaban los integrantes de los movimientos guerrilleros más celebres de Sudamérica. Desde la Argentina, acudieron miembros de Montoneros y del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP); desde Uruguay, llegaban militantes del Movimiento de Liberacion Nacional Tupamaros; desde Chile, los miembros del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y desde Bolivia el Ejército de Liberación Nacional.

Pero al tiempo que se multiplicaban los grupos insurgentes promovidos y entrenados Fidel Castro en Latinoamérica, también se hacía más terrible y eficiente la represión por parte de los sistemas policiales y militares regionales, coordinados ahora por los militares de los EEUU. En un intento por revertir el retroceso militar a manos de las fuerzas gubernamentales, el gobierno cubano organizó en 1974 la Junta Coordinadora Revolucionaria (JCR).

La JCR fue un intento de La Habana por hacer más efectiva la lucha revolucionaria entre los grupos guerrilleros sudamericanos. Pero, nuevamente, Fidel no calculó el poder de sus adversarios y la JCR apenas sirvió para que sus integrantes estuvieran mejor informados de las derrotas que recibían sus camaradas en otras latitudes. La última actividad conocida de la JCR fue el llamado para que sus integrantes acudieran a luchar a Nicaragua del lado de los antisandinistas. Lo poco que quedaba de los grupos guerrilleros latinoamericanos luego de los asesinatos, arrestos y defecciones en sus países, encontró en Nicaragua por fin un triunfo con la victoria del Frente Sandinista de Liberación Nacional el 19 de julio de 1979.

Fidel y la Guerra Fría

Además de la obsesión por hacer de la Revolución Cuban un asunto latinoamericano, Fidel Castro intervino en otros continentes como alfil del bloque socialista durante la Guerra Fría. Ya desde 1963, Fidel Castro envió a través de territorio de Tanzania a un grupo de combatientes cubanos para que intervengan en favor de las guerrillas socialistas congoleñas que operaban desde Dolissie y Point Nore. La expedición fue un fracaso y los «voluntarios» de La Habana tuvieron que retirarse tras un par de años de lucha.

En 1965, envió al Che Guevara a Angola para apoyar a Agostinho Neto, líder del Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA) que luchaba para arrancarle la independencia a Portugal. De paso, las tropas cubanas en Angola también apoyaron a los insurgentes de Guinea Bissau, aunque esa ayuda no logró cambiar el balance militar en el país vecino.

La lucha en Angola continuó por años y Fidel Castro llegó a enviar unos 25.000 soldados a ese conflicto, en el marco de la “Operación Carlota” iniciada en noviembre de 1975. Esta vez, la ayuda cubana sin embargo fue decisiva y el MPLA declaró la independencia el 11 de noviembre de 1975. Allí, entraron en combate directo con las tropas sudafricanas que apoyaban a grupos afines dentro de la guerra civil angoleña que no aceptaban el gobierno. Sudáfrica envió columnas blindadas a Angola y se trabaron en feroces combates con los blindados cubanos y soldados del MPLA, mientras otras unidades de La Habana ayudaban a contener otra invasión desde el norte protagonizada por grupos occidentales que entraron desde El Zaire. El 27 de marzo de 1976, todas las tropas que invadieron Angola se retiraron.

Le siguió una guerra de baja intensidad entre Sudáfrica y los cubanos, en la que los aviones MIG piloteados por pilotos cubanos se cruzaron en constantes combates con reactores sudafricanos sobre Namibia, el territorio que aun dividía a los contendientes. La independencia de Namibia en 1988 dio por cerrada la intervención cubana en la región. Para ese entonces, unos 50.000 soldados de Castro habían pasado por Angola y unos 2.000 murieron en combate.

Fidel Castro también envió sus soldados a otras guerras. En 1962, un contingente de 500 cubanos llegó a Argelia, justo a tiempo para luchar del lado de los argelinos en la disputa con Marruecos, en lo que se conoció como «La guerra de las Arenas». En 1973, una brigada de tanques se desplegó en los Altos del Golán, en la frontera sirio israelí, aunque no se tiene seguridad que hayan entrado en combate contra los israelíes durante la guerra de Yom Kippur. En septiembre del año siguiente, La Habana acudió con tropas en ayuda del general etíope Mengistu Haile Mariam, quien había declarado el estado socialista tras el derrocamiento del emperador Haile Selassie. El apoyo a Mengistu, es contemporáneo con el envío de 50 asesores cubanos a Etiopia, que bajo el mandato del general golpista Mohamed Siad Barre se había declarado también socialista. El problema es que Etiopía y Somalia estaban en guerra por la posesión de la provincia de Ogadén, no obstante lo cual Fidel Castro –y los soviéticos en mayor proporción– continuaron con su presencia militar en ambos estados. Y la enorme cantidad de armas y el entrenamiento que brindaron a ambos países, solo provocó que la guerra y sus consecuencias se extendieran hasta el presente.

En la única ocasión en que las tropas enviadas por Fidel Castro entraron en combate con soldados norteamericanos fue en la isla de Granada, en los 51 días que duró la invasión de los EEUU a esa isla caribeña entre octubre y diciembre de 1985. Allí, un grupo de «asesores» cubanos comenzó a trabajar en la construcción de una gran pista de aterrizaje que, en opinión de la inteligencia norteamericana, serviría como base para los bombarderos soviéticos frente a sus costas. Cuando desembarcaron las tropas norteamericanas para derrocar al gobierno granadino de Maurice Bishop, encontraron una furiosa resistencia de parte de los cubanos que se habían atrincherado en varios puntos de la isla y que hicieron que la operación durara más de lo previsto.

El ocaso del patriarca

Con la caída del Muro de Berlín en 1989, Cuba entró en el «periodo especial», eufemismo para denominar a la tremenda crisis ocasionada por el fin de los subsidios masivos que recibió durante décadas desde el bloque oriental. Las aventuras militares en el exterior ya no podían ser sostenidas por la economía exhausta y el antiguo protector que residía en Moscú parecía más interesado en resolver sus crisis internas que en seguir transportando y aprovisionando a las tropas cubanas dispersas en tres continentes.

Es así que Fidel Castro perdió el sponsor para sus sueños de exportar la revolución y debió traer de regreso sus soldados y concentrarse en enfrentar una crisis que superaba sus peores previsiones.

Pero eso no significaba quedarse aislado en la isla. Para un viejo zorro de la política como Fidel Castro, aquello apenas implicaba esperar la ocasión para volver a practicar su juego de ajedrez más allá de las costas cubanas. La oportunidad vino en 1995 con el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela. El discurso antinorteamericano del nuevo hombre fuerte en Caracas coincidía con las necesidades políticas y económicas de Fidel Castro. Donde Chávez quería construir un modelo de socialismo moderno, apareció Castro para darle su bendición a cambio de precios diferenciales para importar petróleo a razón de 80.000 barriles diarios y obtener «donaciones» de materiales y maquinarias desde Venezuela.

Castro encontró en la figura mítica que habían construido en torno suyo los militantes de la izquierda latinoamericana, un recurso salvador. Y en lugar de enviar soldados, comenzó a enviar maestros y médicos cubanos a países cuyos líderes populistas expresaban su admiración por el comandante cubano. El sucesor de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, y los presidentes de Bolivia, Ecuador, Brasil y Argentina peregrinaron a La Habana y aceptaron recibir los servicios de la nueva camada de «internacionalistas». En Venezuela, la cifra de profesionales cubanos de diversas especialidades civiles alcanza probablemente unos 20.000. Solo en Argentina, llegaron cerca de 400 médicos cubanos favorecidos por un cambio en los convenios bilaterales firmado en 2007, que les dio privilegios para prestar servicios en donde antes trabajaban profesionales locales, En Bolivia, hay unos 1700 profesionales cubanos en «misiones humanitarias» cuyos sueldos, al igual que en el resto de los países de la región, son abonados en dólares directamente al gobierno cubano y solo una parte es recibida por quienes hacen el trabajo.

El sueño de exportar su revolución en 1959 se añejó y volvió transformado en el deseo de mostrar la superioridad de su revolución a través de las bondades de su sistema educativo representado por médicos y maestros itinerantes, que de paso le acercaban unos dólares al estado cubano.

El balance de las intervenciones de Castro en el exterior es cuestionable. Ninguno de los países en donde envió a sus soldados logró construir un socialismo exitoso. En algunos, muy pocos, el socialismo devino en gobiernos personalistas que replicaron el modelo que traían en sus mochilas los soldados cubanos. La empobrecida Venezuela bajo el liderazgo de Nicolás Maduro y la corrupción rampante del gobierno de José Do Santos en Angola, son apenas dos ejemplos.

En otros, como Somalia y Siria, aquella visita de los «voluntarios» es apenas otro rosario más dentro de una larga historia de episodios bélicos y guerras intestinas. En América Latina, el legado de Castro es objeto de controversia. Su muerte reciente despertó grandes muestras de afecto, pero también críticas muy poderosas por su intervención en los asuntos de otros países a lo largo de la historia. Y entre los que más atacaron los honores a favor de Castro, están los numerosos colombianos que creen ver su sombra detrás del más reciente fracaso del estadista cubano al intentar imponer un proceso de paz que, en opinión de muchos, favorece la posición de las FARC, antiguas admiradoras del paraíso socialista cubano.

A la luz de los hechos, no puede negarse que Fidel Castro intervino en la política interna de casi todos los estados de la región durante muchos años. Y que esa injerencia trajo aparejada violencia y reacciones igual de sangrientas. Pero aquella actitud del último patriarca de la izquierda pareciera ser perdonada entre los que al mismo tiempo lo siguen admirando y se oponen a que otros países hagan metan sus narices en asuntos ajenos, con razonamientos que combinan interpretaciones propias, dogmas políticos e indulgencias ideológicas.