Los
improvisados del castrismo.
Orlando
Freyre Santana.
Desde el
mismo momento del arribo de Fidel Castro al poder en
1959 se institucionalizó la práctica de premiar con cargos públicos a aquellos
que habían participado en la lucha contra el régimen de Fulgencio Batista. Y, por
supuesto, la mayoría de esos flamantes dirigentes desconocían la actividad que
se les asignaba.
Recordemos
el caso de Enrique Oltuski, designado como ministro de Comunicaciones en el
primer gabinete revolucionario. Oltuski, como miembro del Movimiento 26 de
Julio, había participado en la lucha clandestina colocando bombas y ejecutando
otras acciones violentas. Cuando el filósofo francés Jean-Paul Sartre visitó a
Cuba en 1960 le preguntó a Oltuski el porqué de su nombramiento. Según contó
Sartre en su ensayo Huracán sobre el azúcar, la respuesta fue: «No sé
por qué me hicieron ministro de Comunicaciones. Quizás porque estaba encargado
de destruirlas durante la guerra».
¿Y qué
decir del nombramiento de Haydée Santamaría al frente de la Casa de las
Américas? La asaltante al cuartel Moncada apenas rebasaba la enseñanza
primaria. Entonces, salvo el apoyo que solicitaba para la joven revolución
cubana, es difícil imaginar qué otros temas de conversación pudo tener esa
señora con los destacados intelectuales que visitaron la Casa por aquellos
años.
Claro que
la muestra más fehaciente de improvisación por esa época fue el nombramiento
del “Che” Guevara como
presidente del Banco Nacional de Cuba. Además de los perjuicios que ocasionaba
a la economía la dirección de la política monetaria por una persona neófita en
la actividad, la imagen del Gobierno cubano se deterioraba más allá de nuestras
fronteras.
Más
adelante el sector del transporte sufriría los desaciertos de los
ministros-comandantes Antonio Enrique Lussón y Guillermo García Frías. El primero con el "mérito" de haber
integrado el Segundo Frente Oriental Frank País junto a Raúl Castro. El
segundo, un hombre experto en la cría de animales en la Sierra Maestra, era
presentado tras una "revisión" de la historia como el primer
campesino en unirse al Ejército Rebelde. Al principio de la revolución se decía
que tal condición le correspondía a Crescencio Pérez.
En
nuestros días la improvisación asume nuevos ribetes, no por ello menos
perjudiciales para la economía y la sociedad. Ya no se trata de nombrar en los
cargos a funcionarios totalmente desconocedores de determinada actividad. Ahora
los principales dirigentes del Partido Comunista (PCC) y el Gobierno recorren el país diciéndoles a
ingenieros, técnicos y especialistas cómo tienen que trabajar para que los
planes salgan adelante.
El médico
José Ramón Machado Ventura, segundo
secretario del Comité Central del PCC, se ha convertido en un
"experto" en temas agropecuarios. Un día lo vemos en la provincia de
Mayabeque orientando cómo deben sembrarse los campos de papa; al siguiente está
en Pinar del Río indicándole a un veguero con medio siglo de experiencia en el
cultivo del tabaco qué tipo de hojas deben recogerse; después pasa a la zona de
Jagüey Grande para explicarles a los especialistas en cítricos por qué se
incumplieron los planes productivos; y al final va a Camagüey y les insiste a
los ganaderos que si hacen lo que él dice no se muere una vaca más.
El
comandante de la Revolución Ramiro Valdés no se queda atrás. En vez de
mostrarles a los cadetes del Ministerio del Interior (MININT) la manera más
eficaz de arrancarle una confesión a un prisionero, o el modo de organizar un
aparato de contrainteligencia para mantener vigilado a todo el mundo, lo han
transformado en un viajero empedernido. Las imágenes de la televisión lo
muestran arengando a los mineros de Moa; enseñándoles a los obreros de
cualquier fábrica cómo ahorrar combustibles; o halándoles las orejas a los
constructores que no terminan en tiempo las obras.
Cada día
nos vamos pareciendo más a Corea del Norte. Allí es común observar a Kim
Yong-un dando orientaciones, y los que le rodean, armados de papel y lápiz,
anotando al pie de la letra las indicaciones del "Líder Supremo".
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