EL MAYOR HOMENAJE
Por Amelia María Doval
La muerte de Oswaldo Payá Sardiñas ha estado marcada por el simbolismo
descriptivo de la realidad cubana. Su vida y proyección filosófica fueron
más allá de un discurso que parecía delineado, antes de su muerte, por la frase
del actor Edward James Olmos “La
educación es la vacuna contra la violencia”.
Una personalidad de luchador social más que político, enmarcado desde
el ángulo religioso, con un pronunciamiento de paz y mesura fue truncada por
una muerte violenta y sorprendente para todos. A los ojos del mundo se mostró
un vulgar accidente automovilístico, las imágenes no dejan duda: el impacto
destruía otra de las mentes lúcidas que pudo separar la conciencia personal de
la conciencia impuesta.
El mejor homenaje póstumo es reconocer con auténtica veracidad la
realidad del país al que este hombre pretendía servir. Quien ha llegado a Cuba
por avión puede reconocer como real la imagen de una tierra árida y carente de
carreteras, ofreciendo una visión de pobreza y desamparo. Desde el centro de la
nada y el silencio se ve venir alguna carreta tirada por bueyes y quizás
algunos carros o motos, pero muchísimo menos que los acostumbrados en cualquier
lugar del mundo.
En medio de este paisaje despoblado, unos hombres dedicados a
contradecir la tiranía reciben un impacto violento que según la versión oficial
fue producido por la negligencia del conductor. Los argumentos no convencen y
la objetividad golpea al mundo exterior, pero dentro del archipiélago, ¿qué piensan,
qué le preocupa al pueblo?
Cuba tiene otra realidad, una muy interna, muy cerrada, demasiado
controlada y extremadamente aislada. La historia refleja que Oswaldo Payá
Sardiñas fue el artífice del Proyecto Varela, un reclamo constitucional que
pasó inadvertido ante los ojos de casi 11 millones de habitantes. Payá fue
Coordinador Nacional del Movimiento Cristiano Liberación, una organización con
lineamientos diseñados por hombres y mujeres dentro de la isla (los cayos son
propiedad turística), con una amplia proyección externa y para consumo de unos
pocos del país.
Oswaldo Payá, sus familiares y amigos podían estar orgullosos de
compartir con él su candidatura al Premio Nobel de la Paz, pero dentro de Cuba
su nombre, su polémica y su nominación pasaban desapercibidas para más del 90%
de la población. El mejor homenaje póstumo a las víctimas de la tiranía es
lograr que la contienda interna y externa produzcan frutos en el pueblo.
En mi criterio personal, la filosofía de lucha no debe estar basada en
difundir ideas para el exterior porque la opinión pública mundial poca fuerza
ejerce sobre el gobierno intimidatorio y excluyente que controla el país. La
verdadera batalla debe comenzar desde dentro y el primer punto de cualquier
movimiento ha de ser la propagación de las ideas hasta fomentar una pandemia
antigubernamental.
El cubano común que conforma el 95% de la población tiene total
desconocimiento de la fuerza opositora que se enfrenta al gobierno. El pueblo
no está relacionado con los nombres de quienes supuestamente son los únicos que
defienden sus derechos y es que desconocen incluso que tiene derechos como
ciudadanos del mundo, aunque internamente existe una constitución bajo cuyas
leyes los han perdido todos.
Oswaldo Payá Sardiñas merece ser conocido así como las otras
víctimas a lo largo de este medio siglo, no sólo por la comunidad internacional
sino por ese cubano que se asombra ante las explicaciones televisivas de un
accidente aparentemente normal. La ofrenda más valiosa para premiar el
sacrificio sería el auténtico reconocimiento del pueblo después de descubrir
otro discurso diferente al oficial. La libertad de Cuba sólo se logrará cuando
el cubano libere sus ataduras y tome conciencia de su verdadero papel social.
AMELIA
M DOVAL
“La
vida no se vive por las veces que respiras, sino por los momentos que te dejan
sin aliento”.