Beatriz de Holanda,
de Reina a Princesa
25 de abril de 2013 Efe. La Haya.
La sonrisa que caracterizó a la reina Beatriz de
Holanda en su juventud se ha transformado en una expresión serena de 33 años de
un reinado de impecable profesionalidad y durante el que se ha convertido en un
icono para su país.
La monarca, que abdicará el próximo 30 de abril
en su primogénito Guillermo-Alejandro, se ha ganado el respeto del pueblo
holandés, al que ofreció primero una imagen distante que dejó paso a su faceta
más humana, sobre todo en la última década de su reinado.
Beatriz Guillermina Armgard de Holanda nació el
31 de enero de 1938 y en su infancia supo lo que significaba el exilio. Con sus
padres, la reina Juliana y el príncipe Bernardo, marchó a Londres y a Canadá
durante la Segunda Guerra Mundial para regresar a su país al final del
conflicto bélico, en 1945.
Acudió a una escuela primaria poco convencional,
dirigida por el pedagogo Kees Boeke, y en la que los alumnos gozaban de gran
libertad en el proceso de aprendizaje.
Tras la secundaria se licenció con 23 años en
Derecho por la Universidad de Leiden, la misma donde su primogénito estudiaría
Historia décadas después, mostrando ya la rigurosidad que la ha acompañado
durante su reinado.
La reina Beatriz ha sabido defender sus
decisiones personales con determinación. Un ejemplo es la elección como esposo
del aristócrata alemán Claus von Amsberg, que en un principio fue mal recibido
en el país, donde molestaba el origen germano del candidato.
Todavía recelosos de los ecos de la Segunda
Guerra Mundial, los holandeses mostraron su descontento con manifestaciones
durante la boda de la pareja, en 1966, cuya carroza real fue atacada con un
bote de humo.
La monarca ha mantenido su entereza ante
escándalos relacionados con su padre, el príncipe Bernardo, que tuvo dos hijas
fuera del matrimonio y causó una crisis constitucional en 1975 por aceptar un
millón y medio de dólares de la firma estadounidense de aviación Lockheed
cuando negociaba la venta de cazabombarderos con Holanda.
Los primeros años en el trono fueron difíciles:
la joven reina pasó de vivir en su castillo de Drakestein, apartada de la
mirada pública, a ocupar el palacio de La Haya donde tenía ante sí el reto de
dar una nueva forma y credibilidad a la monarquía.
El príncipe Claus entró en una depresión, ahogado
por una posición de consorte al que se limitaba para evitar posibles escándalos
como los protagonizados por el progenitor de Beatriz.
Perfeccionista y disciplinada, hizo frente a esos
obstáculos y reinó con una profesionalidad que chocaba con el estilo informal
de su madre.
Su preparación intimidaba a los primeros
ministros con los que despachaba, pero nunca sobrepasó los límites marcados
para la monarquía parlamentaria y la Constitución holandesa.
En sus 33 años de reinado los escándalos
solamente le salpicaron indirectamente, sabiendo apoyar a los suyos en los
momentos difíciles, como cuando su segundo hijo, Friso, renunció a sus derechos
sucesorios para casarse con Mabel Wisse, la cual había mantenido una relación
de amistad con un conocido delincuente durante su juventud.
En el terreno político también ha sabido guardar
para sí sus propias opiniones y lo único que le reprochan algunos analistas es
su influencia para abrir una embajada en Jordania en 1994.
La imagen de reina distante ha ido desapareciendo
en la última década, cuando mostró su lado más humano en su faceta de abuela y
ante tragedias familiares como la muerte de sus padres y esposo entre 2002 y
2004 y, especialmente el accidente de su hijo Friso, en coma desde hace un año
a causa de un accidente en la nieve.
Beatriz de Orange-Nassau ha renunciado al título
de reina madre y tras su abdicación pasará a ser de nuevo princesa de Orange,
mudándose en un tiempo "aún por decidir" desde su residencia en La
Haya al tranquilo castillo donde educó a sus hijos.
Mientras no se definen los asuntos con los que se
comprometerá en la nueva fase, allí podrá dedicar más tiempo a su gran pasión,
la escultura, un arte que practica desde niña con resultados de gran calidad.
Reproducido
de La Razón, Madrid