El Capitolio
de La Habana
Por
Jorge Luis Curbelo
En el lugar que hoy ocupa el
edificio más imponente de La Habana funcionaron durante el período de la
colonia un hermoso Jardín Botánico y la Estación Ferroviaria de Villanueva,
pero mucho antes se encontraba una ciénaga vasta e insalubre, que los vecinos
de la ciudad convirtieron con los años en gigantesco vertedero, hasta hacer de
sus miasmas fétidas un terreno firme. A partir de 1863, después de demolerse
las murallas protectoras de La Habana, el espacio quedó conectado al Paseo de
Marte y se hizo más distinguida la presencia de la Fuente de La India o de la
Noble Habana, realizada por el artista italiano Giuseppe Gaggini e instalada en
el lugar en 1837.
La construcción del Teatro
Tacón, devenido luego Sociedad Centro Gallego de La Habana y Gran Teatro García
Lorca; la aparición en la esquina opuesta de otro bonito teatro – levantado por
iniciativa del catalán don Joaquín Payret– ; así como la proximidad de hoteles
como el Inglaterra y el Plaza, y de sitios tan concurridos como la Acera del
Louvre, el propio paseo del Prado (antes de Isabel II y hoy Martí) y de otras
tantas edificaciones alzadas en los terrenos que antes ocupara la muralla,
hicieron de esta zona citadina uno de sus enclaves turísticos por excelencia.
Por otra parte, la octogenaria
estación ferroviaria de Villanueva resultaba a la sazón mal ubicada e
insuficiente; en una ciudad que requería ordenarse a tono con los nuevos
tiempos, su importancia y crecimiento demográfico y comercial.
Entonces La Habana concentraba
más de 350 mil habitantes, brindaba entre las primeras del mundo servicios
telefónicos automáticos, en las radas de su bahía amarraban decenas de
mercantes a la quincena y por sus calles circulaba más de un millar de
automóviles y se habían abierto, además, varias rutas de tranvías.
Bajo esas realidades, el 20 de
julio de 1910 el Congreso decidió permutar los terrenos particulares de la
vieja estación ferroviaria por los estatales del antiguo Arsenal, para liberar
el bien ubicado espacio y destinarlo, en principio, a acoger la futura sede del
Palacio Presidencial.
Las obras para el proyecto
original se iniciaron en 1912, sin llegar a término. Fueron retomadas en 1917
con otro objetivo: construir la sede del legislativo cubano, ahora con diseño
de los arquitectos Félix Cobarrocas y Mario Romañach. Debieron, sin embargo,
interrumpirse también, a causa de las dificultades económicas derivadas de la
Primera Guerra Mundial, que no dejaron de repercutir en Cuba.
Al asumir como presidente en
1925, Gerardo Machado encargó a su ministro de Obras Públicas, Carlos Miguel de
Céspedes, resolver el dilatado asunto con la petición expresa de que la obra
pudiera convertirse en hito de su plan personal de embellecimiento de la
ciudad. A tales efectos, entre otras eminencias de la arquitectura en Cuba de
ese tiempo, fueron convocados Evelio Govantes, Félix Cobarrocas, Raúl Otero,
Eugenio Raynieri Piedra y José María Bens, entre otros.
Un tribunal de gobierno creado
para evaluar los proyectos, hizo pública su aceptación y mediante Decreto
presidencial del 18 de enero de 1926, las labores constructivas del Capitolio
se dispusieron a subasta, la cual se adjudicó la casa Purdy & Henderson
Co., ya entonces con vasto currículo en la propia Habana: el banco Gómez Mena,
el Centro Gallego, el Asturiano y la Lonja del Comercio.
Tres años y 50 días de laboreo
constructivo
De notable belleza, el
Capitolio fue construido en sólo tres años y 50 días, una verdadera hazaña para
su complejidad y magnitudes – 13 484 m2 de área edificada con exquisitas
terminaciones y decorados y 26 mil 391 de jardines hermosamente diseñados por
el urbanista francés Jean Claude Forestier, con paseos, aceras, bancadas y un
centenar de farolas de hasta cinco luces, construidas en bronce, hierro y
concreto. Sus dimensiones monumentales, las exigencias del diseño, la elegancia
proverbial y el bien proporcionado equilibrio de sus escalas, elevan a este
emblemático edificio a la condición de joya arquitectónica del hemisferio
occidental; y le sitúan desde la década del 30, entre los símbolos de La Habana
y sitio de obligada visita.
Pese a su majestuosidad, el
Capitolio no ofrece una apariencia apabullante, ni resulta chocante en su
entorno. La horizontalidad de su fachada se interrumpe armónicamente por
admirables columnas, y lo rígido de sus ángulos terminales se suaviza por los
remates en forma circular de los extremos del inmueble, siendo su esbelta y
alta cúpula central –61 metros y 75 centímetros de altitud desde el Salón de
los Pasos perdidos y 92 metros y 73 centímetros sobre el nivel del mar--, un
filón por donde se fuga en vertical perspectiva el extendido cuerpo rectangular
capitolino.
En su construcción se concentró
una fuerza de ocho mil obreros repartidos en tres turnos diarios; y fueron
utilizados 5 millones de ladrillos, 150 mil bolsas de cemento, 32 mil metros
cúbicos de arena y otros áridos, 3 mil 500 toneladas de acero estructural, 2
mil toneladas de cabilla, 40 mil metros cúbicos de piedra y 25 mil de piedra de
Capellanía, que se trasegaba en bloques de hasta 9 toneladas por vía
ferroviaria, después de extraerse de una cantera al sur de La Habana.
Grúas de las más eficientes
para la época, sierras con discos de diamantes, herramientas especializadas,
máquinas de aire comprimido y una permanente labor de adiestramiento que
asumieron maestros canteros nacionales y otros que vinieron del exterior, contribuyeron
a que la cantería –la especialidad constructiva en que se sustentaba el proyecto–,
no se convirtiera en un problema para los cronogramas pautados por la Purdy
& Henderson Co., cuyo más fuerte tropiezo fue el devastador ciclón de 1926.
La rigurosa organización y el
exhaustivo manejo logístico que incluía a numeroso personal de apoyo en cocinas
y otros servicios; más la estrecha coordinación con los numerosos artistas,
consejeros y suministradores nacionales e internacionales, también resultaron
decisivos para la evolución exitosa del proyecto.
Al costo de un generoso
presupuesto de 16 millones 640 mil 743 pesos y 30 centavos (con valor similar
al dólar USA del momento), que resultaba en extremo desmesurado frente a las
necesidades de un país que vivía uno de sus peores tiempos, Machado al fin
inauguró el Capitolio el 20 de mayo de 1929, dando por satisfecho el mayor de
sus grandes sueños presidenciales.
Paseando por los interiores
Hacia la entrada principal del
Capitolio conduce una escalera de granito con 16 metros de ancho y 55 pasos,
escoltada por dos esculturas en bronce del artista italiano Angelo Zanelli; por
la izquierda, la que simboliza el trabajo y por la derecha, la que representa
la virtud tutelar del pueblo. Las ventanas están coronadas por metopas de
piedra esculpida, con temas que simbolizan aspectos de la vida nacional como el
tabaco, la industria azucarera, el comercio, la justicia y la navegación, entre
otros, realizadas por artistas cubanos e internacionales como Juan José Sicre,
Esteban Betancourt, Alberto Sabas, León Drouker y Remuzzi.
Como primera e inevitable
visión tras acceder al inmueble aparece la enorme Estatua de la República,
laminada en oro y ubicada sobre sólido pedestal de mármol ónix. Luce sobria e
imponente sujetando lanza y escudo; y con su altura de casi 20 metros y un peso
de 49 toneladas está considerada la tercera mayor del mundo bajo techo, después
del Buda de Oro de Nava, en Japón, y el majestuoso Lincoln de Washington, en
Estados Unidos.
En línea recta tras el umbral
está la estrella de mármoles en cuyo centro un diamante (hoy una réplica) ubica
el kilómetro cero de la Carretera Central, otra de las obras que durante el
tiránico gobierno de Machado fueron construidas en Cuba. Este es el mismo
centro del enorme Salón de los Pasos Perdidos, obra cumbre del Capitolio, cuyo
destino eran las grandes recepciones de las dos cámaras en que estaba dividido
el poder legislativo en Cuba.
Más de seis variedades de
mármoles finos pueden verse a simple vista mientras se recorre este gran
espacio de mil 740 metros cuadrados (120 de largo, 14.50 de ancho). Destacan
las pilastras de piedra verde que escoltan los ventanales con bases y capiteles
de bronce dorado sobre un zócalo corrido de mármol Portoro, las 42 puertas que dan acceso a las logias y extremos del
edificio, los 25 bancos italianos finamente trabajados, los 32 candelabros o torcheras fundidos y cincelados en
Francia, así como las metopas de bronce a relieve, con imágenes de la vida
socio-cultural romana.
Los techos de bóveda de cañón
están primorosamente decorados con colores renacentistas y unos trabajos de
yesería que son admirables de principio a fin y del que resulta curiosa su
simetría con el diseño de los pisos. En cada extremo, puertas idénticas de
aspecto neoclásico con columnas adosadas de mármol cipollino, considerado el mejor del mundo, y un frontón de mármol giallo San Ambrosio centrado por el
escudo en bronce de Cuba, llevan a algunos de los bonitos salones del
Capitolio.
Y mientras se va hacia ellos,
de un lado se extienden en forma de galerías abiertas a la luz y al aire las logias
laterales del edificio; y del otro, los patios interiores, tan típicos de Cuba,
con algunas piezas hermosas como la estatua del Ángel Caído.
Lujos de la Cámara y el Senado
Tomando como punto de partida
el referido diamante del centro del vestíbulo, hacia la derecha se encuentra el
hoy llamado hemiciclo Camilo Cienfuegos, antes dedicado a las reuniones de la
Cámara de Representantes y que en la actualidad funciona como uno de los
mejores recintos para eventos y congresos del Capitolio que, además de albergar
en su primer y último niveles al Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio
Ambiente, constituye un activo centro de esta modalidad turística en el país.
Una joya también de este lado
del inmueble es el Salón Baire, con techos de filigranas rococó y de atmósfera
renacentista; así como el Salón Bolívar, conservado intacto con sus fabulosos espejos
venecianos y la elegancia refinada de la Francia napoleónica. Por la galería
posterior se encuentran los salones Yara y Jimaguayú, originalmente dedicados a
las sesiones de los comités de la Minoría y la Mayoría Palamentarias; y hacia
el centro, con un cromatismo sobresaliente y nítido estilo del renacimiento
italiano y aderezado por decoraciones que aluden a las musas del saber y del
pensar, el vestíbulo de la imponente biblioteca Martí, antes reservada a los
congresistas.
Siguiendo hacia el ala sur del
edifico, se encuentran salones como el Duaba y el Guáimaro y más adelante, el
hemiciclo Frank País, dedicado antes a las sesiones del Senado, luciendo metopas,
una preciosa puerta empanelada y la bien diseñada tribuna, con una secuencia de
pilastras corintias de capiteles a base de finos mármoles entre los ventanales
amplios.
Aunque jamás nadie se ha
aventurado en la difícil tarea de sugerir el tiempo necesario para recorrer el
Capitolio, guías y operadores de este tesoro arquitectónico de Cuba recomiendan
un mínimo prudencial de dos horas para pasearlo, conociendo que sus múltiples
salones repletos de decorados y filigranas, serán motivo de atención y detenimiento,
incluso para los visitantes más presurosos. En todo caso, lo que no tiene
discusión es la elegancia primorosa del antiguo palacio legislativo de Cuba;
mucho más que un recuerdo del pasado, orgullo presente y vivo de La Habana.
«El
Capitolio es de innegable belleza, serena y majestuosa, de líneas puras y
severamente clásicas, de proporciones admirables donde contrasta la
horizontalidad de las fachadas con la elegante esbeltez de la cúpula», Emilio Roig de Leuchsering
Sus
dimensiones monumentales, las exigencias del diseño, la elegancia proverbial y
el bien proporcionado equilibrio de sus escalas, elevan a este emblemático
edificio a la condición de joya arquitectónica del hemisferio occidental.
El
Capitolio está ubicado en Industria, esq. a San José, Habana Vieja, próximo al
Parque de la Fraternidad, la Fábrica de Tabacos Partagás, el Gran Teatro de La
Habana, el Hotel Inglaterra y el emblemático Paseo del Prado. Abre al público
diariamente de 9:00 a.m a 7:00 p.m. Brinda servicios de recorridos libres o con
guías y es sede habitual de eventos de diferente carácter.
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