23 de marzo de 2013

14 AUDIENCIAS PIDIÓ BERGOGLIO A CRISTINA Y ELLA NO LO RECIBIO


14 AUDIENCIAS PIDIÓ BERGOGLIO A CRISTINA
Y ELLA NO LO RECIBIÓ

Por  Roberto García

CIUDAD DE BUENOS AIRES (Diario Perfil). Nunca lo recibió. Nunca quiso recibirlo en su gobierno. A pesar de que Jorge Bergoglio, según se contaba en sus inmediaciones, al menos en catorce oportunidades intentó conseguir audiencia con la Presidenta. Y nadie imagina que esos pedidos de diálogo estuvieran vinculados a nimios problemas personales o a intereses espurios. Curiosamente ahora, en este viaje a Roma de Cristina de Kirchner, se vuelve paradojal aquel olímpico desprecio para recibir a ese curita de parroquia que oficiaba en la Catedral. 

Más: podría decirse que Ella disfrutaría como una elegida si en el trámite de la asunción papal fuera distinguida con una deferencia, una entrevista, y sobre todo una fotografía. Sabrá Dios, y en todo caso su vicario católico, lo que habrá de ocurrir este martes si Ella vuela. La etapa previa estuvo regida por una felicitación gélida a Francisco, encabezada en “mi nombre” y luego en “el del pueblo”, para más tarde aconsejarlo en un discurso sobre cómo dirigir la Iglesia Católica al tiempo que lo reconocía como delegado religioso latinoamericano, salteándose su origen argentino. Demasiadas prevenciones, atajos y subterfugios para observar un hecho universal, referido a 1.200 millones de católicos, como si ello estuviera relacionado con su gestión.

Explicable la reserva: se debe admitir que el matrimonio Kirchner se revolvía contra Bergoglio desde los tiempos en que gobernaba Néstor, sobre todo después de una homilía (2004) en la que el cardenal aludió, entre otros puntos sensibles, a la corrupción. Por aquella época, enfurecido, el jefe de Estado llegó a hablar de que el Diablo podía estar bajo una sotana, ordenó revisar los aportes del Estado a la Iglesia y, como represalia pública, suspendió el tedéum en la Catedral para volver afónica la voz de Bergoglio. Y, en compensación oral, le cedió ese rubro estelar a un obispo favorito de provincia (Maccarone, Santiago del Estero), el mismo que luego –videos mediante, tan salaces como el de algunas actrices de moda– debió ser exiliado por debilidades sexuales frecuentes en otros sacerdotes del mundo.

Fracasó esa experiencia sustituta con un cura de perfil más progresista que Bergoglio, pero tampoco prosperó inclinarse por otro de tendencia más de derecha y al borde de la jubilación (tarea de cooptación encarnada por Julio De Vido, igual a la que realiza con los intendentes), un prelado que rondó en ocasiones por la Casa Rosada y en sus visitas proveía de vírgenes de Luján de yeso, de tamaños diversos, que Cristina luego obsequiaba a invitados o viajeros (Hugo Chávez se llevó una, por ejemplo). No les alcanzó para exhibirlo, era demasiado ortodoxo. Al menos, en relación con Bergoglio. Y este párroco, ya apartado de su función por la edad, cada tanto asiste en el consejo espiritual a la hermana de Néstor, la ministra Alicia, futura candidata a una diputación bonaerense.

Nada alivió el desencuentro con Bergoglio. Se hizo intensa la ofensiva oficial para provocar algún tipo de división en la Iglesia, esa especialidad característica del kirchnerismo. Lo denunciaron con razón y sin ella por su pasado en períodos militares, no aparecían los que hoy lo defienden como si entonces evitaran exponerse. Típico de la Argentina. Mientras, Bergoglio podía compartir habitación con un anciano dinosaurio y menemista como su colega Ogñenovich, al mismo tiempo que derivaba la mayor parte de las ayudas económicas al padre Pepe en las villas, supuestamente de izquierda por su vocación social. Y, en el orden interno, ni una fisura: controlaba la institución con mano férrea, imponía control sobre su tropa pastoral, era implacable en el ejercicio del poder. Casi como Néstor. No es casual, ambos eran de raíz peronista.

Hasta pocas horas antes del imprevisto ascenso papal, todavía Cristina sostuvo su interminable reyerta y en un discurso precisó que ella era católica devota pero disidente de la jerarquía local. El día previo a la designación del ahora Francisco, le ocuparon su tribuna: la Catedral. No era la primera vez aunque resultó un asalto más benigno que otros desbordes de adláteres de Cristina que, debe suponerse, Ella desconocía.

Tanta incompatibilidad, claro, explica la indigestión dolorosa: se entroniza en Roma un enemigo al que, por otra parte, se sospechaba fuera de juego porque ya había pedido su retiro del cargo. Doble estupor. Ahora, a pesar de la distancia y del cambio de prioridades, el que fuera padre Bergoglio constituye una amenaza al poder kirchnerista. Al menos, así lo observan en bandadas los habitués de la Casa Rosada.

Miran con temor a mediano plazo: si el papa Francisco viene en julio a la Argentina, como complemento de un viaje a Brasil por un congreso de juventudes, habrá que aguardar concentraciones masivas, un fervor celestial alineado tras su figura. Y no precisamente favorable al Gobierno, aunque el Pontífice evite referencias domésticas. Pero esos episodios suman y restan en la etapa previa a las elecciones de octubre.

Tan evidente esa realidad como el recuerdo de otro papa que, luego de ser ungido, volvió a su tierra polaca, hizo más líder a un sindicalista como Lech Walesa y sin duda contribuyó al desmoronamiento del gobierno comunista. Repasar la historia a veces genera estremecedoras pesadillas, hasta en los iniciados en el “relato”.

Remitido por Joe Noda

BEBO VALDÉS, BEBO DE CUBA


Bebo Valdés,
el piano de Cuba que murió en el frío*
 


Fragmento de entrevista a Bebo Valdés por Carlos Galilea, para El País Semanal en el año 2008.

Dice que cuando triunfó la revolución le amenazaron con veinte años de cárcel. ¿Qué hizo? ¿Asesinar a alguien?

Compré el terreno para la casa, lo marqué todo y puse los cimientos. Un día fui y me encontré allí a un tipo poniendo piedras y cosas, y le dije: “¡Eh!, ¿qué tú haces aquí?”. “A mí me mandó fulano del Gobierno”. Le digo que no puede ser porque eso es mío. Viene un policía y me dice: “Aquí nadie tiene nada, señor. Todo esto, y toda Cuba, es del Gobierno”. Y cualquiera te lo decía. Luis Yáñez, que trabajó conmigo y era amigo mío, me apuntó con una ametralladora para que yo abriera una bolsa en la que llevaba un poco de pollo para mi hija Miriam. Todo era “patria o muerte, venceremos”, y al que no le guste, que se vaya. Y cuando te ibas a ir, porque yo ya me quise ir en julio del año anterior, que él entró en enero, te pedían el pasaporte para ponerle la visa y no te lo devolvían. Me pude ir de milagro con un falso contrato de trabajo en México.

Se fue de Cuba el 26 de octubre de 1960 y no ha vuelto.

 Cuando Rolando Laserie y yo nos bajamos del avión en México, besamos la tierra y juramos que nunca íbamos a pisar nuestra tierra mientras existiera ese sistema. Un día llamé a mi mamá y me dice: “Quiero pedirte un favor y quiero que me digas que lo vas a cumplir. Yo te he cumplido siempre a ti, ahora cúmpleme tú a mí”. Yo le dije: “Pídeme lo que quieras”. Y dice: “Mientras este sistema esté en Cuba manejando el país no pongas un pie aquí. Si yo me muero, si se mueren tus hijos, tus nietos… ponte los pantalones como los tenía puestos tu padre”.

Remitido por Joe Noda
* titular reproducido de la Razón, Madrid

LA SEMANA SANTA CAMAGUEYANA



Reviviendo Recuerdos
de la Semana Santa camagüeyana

Ana Dolores García

Puede decirse que las celebraciones de la Semana Santa en Camagüey comenzaban el Viernes de Dolores, viernes anterior al Domingo de Ramos. La devoción a la Virgen Dolorosa era mantenida con mucho celo desde el siglo XIX  por los PP Escolapios. Ese Viernes de Dolores, aunque como todos los de la cuaresma era de abstinencia y penitencia, revestía una solemnidad especial en las Misas que se celebraban en la Iglesia del Sagrado Corazón, aledaña a las Escuelas Pías y que, al igual que éstas, estaba a cargo de los PP Escolapios. 

La primera de nuestras procesiones era, pues, en honor a Nuestra Señora de los Dolores, y salía a la calle en la noche del Domingo de Ramos desde la Iglesia del Sagrado Corazón. Su recorrido era similar al que después harían las procesiones del Viernes Santo. Las casas por donde pasaba engalaban  las rejas de sus ventanas con grandes ramos de palma, bendecidos durante la liturgia de la mañana.

La hermosa imagen de la Virgen, que llevaba -en palabras de Víctor Vega Ceballos- «puñal de plata clavado en el corazón y lágrimas en las mejillas», con sus manos juntas en gesto desesperado de dolor y revestida de manto negro bordado en oro, iba en silencio, como el pueblo que la acompañaba.

Los siguientes días de la semana, es decir, Lunes, Martes y Miércoles Santos, salían puntualmente a las seis de la mañana y desde la Iglesia de la Soledad los Rosarios de la Aurora, dirigidos por el abnegado sacerdote Miguel Becerril Blázquez y su fieles colaboradores, Fausto Cornell, Rubén, Herrera, Palacios... El recorrido era más o menos siempre el mismo, a lo que recuerdo, República, Luaces, Independencia, Avellaneda, etc., las calles centrales de Camagüey.

Eran tiempos anteriores al Concilio Vaticano II y a las reformas litúrgicas por él introducidas, por ello estas celebraciones son algo diferentes en cuanto al modo como lo son hoy en día.  El Jueves Santo no había procesiones en Camagüey. Por las mañanas se celebraba en todas las parroquias una Misa solemne después de la cual el Santísimo quedaba expuesto para la adoración de los fieles en los monumentos. La Misa más importante tenía lugar en la Iglesia Catedral, donde el Obispo consagraba, además, el crisma necesario en los sacramentos de bautismo, confirmación, extremaunción y orden sagrado a celebrarse durante el año.

Ya desde el mediodía del Jueves Santo cerraban sus puertas las oficinas y comercios, y las estaciones de radio comenzaban a trasmitir sólo música sacra o, en su defecto, música clásica. Nadie trabajaba, y las amas de casa ni siquiera se aventuraban a utilizar la escoba. No faltaba quien aprovechaba este tiempo de asueto para organizar pesquerías en ríos cercanos como el Máximo o el Saramaguacán. 

En la tarde del Jueves Santo, Camagüey se volcaba en las calles, y no precisamente para presenciar el paso de alguna procesión, sino para visitar los monumentos. El Jueves Santo los creyentes conmemoramos la institución de la Eucaristía durante la Última Cena del Señor con sus Apóstoles. En cada iglesia se preparaba un altar especial para exponer la Sagrada Hostia, el Santísimo, a la adoración de los fieles.  Este altar era por lo general el altar mayor, que se adornaba con profusión de flores, preferiblemente blancas, azucenas o nardos (como queramos llamarlos) y gladiolos. Un espléndido derroche de flores y cirios para circundar a Jesús Sacramentado, expuesto en una hermosa y eleborada custodia de oro.

Sí, Camagüey se volcaba en las calles la tarde del Jueves Santo, para visitar los monumentos. Creyentes y no tan creyentes. Unos, con mucha devoción, visitaban los templos y ante cada uno de esos monumentos, oraban al Santísimo. Otros se contentaban con entrar y salir de la iglesia, rezaban algo o tal vez sólo se santiguaban, valoraban la belleza del monumento, mentalmente hacían comparaciones entre los que habían visitado y luego las comentaban con sus amigos, como si en realidad sólo se tratara de una competencia sobre cuál era el más artístico. Eso sí, para este recorrido unos y otros trataban de vestir a sus niños con las mejores galas primaverales.

El Viernes Santo los católicos amanecíamos en la calle para el  tradicional Via Crucis que desde los tiempos en que los PP Franciscanos atendían la antigua Iglesia de San Francisco, salía antes que el sol, ahora desde la Iglesia del Sagrado Corazón. Esta vez las aceras estaban desiertas de curiosos. Sólo lecheros y trabajadores que acudían a sus faenas se encontraban al paso de esta impresionante y concurrida procesión, a la que no se iba para ser visto.

Y por la noche, la más importante y recordada de nuestras procesiones, la del Santo Entierro, con esa joya que es el sepulcro de plata y el Cristo yacente, detrás del cual seguía, triste y desconsolada, la imagen  de su Madre Dolorosa.

Largos cordones de damas vestidas de negro. Peineta y mantilla, cirios y rosarios en las manos. La luz de los cirios y el resplandor de las lámparas de los fotógrafos iluminaban la noche. Un año, no recuerdo cual, hasta se cantaron saetas al paso de las imágenes desde una de las amplias ventanas del Círculo de Profesionales. Y la Banda Municipal, como en todos los entierros a los que asistía, interpretaba la Marcha Fúnebre de Chopin. 

Después de recogerse la procesión del Santo Entierro, las mismas damas, mantillas y peinetas, rosarios y cirios, acompañaban a la Virgen de la Soledad en la procesión del Retiro, que salía de la Iglesia de La Soledad.

El Sábado Santo -antes Sábado de Gloria-, las campanas de todos los templos comenzaban a repicar a las nueve o diez de la mañana anunciando la Gloria del Señor. No eran pocas las personas mayores que tenían la costumbre de lavarse los ojos en ese momento.

En la mañana del Domingo de Resurrección (ahora se hace en la tarde), se celebraba la procesión del Encuentro.  Encuentro entre las imágenes de una alegre Virgen María -la Virgen de la Alegría- y la de Cristo Resucitado, erguido sobre su propio sepulcro. Era el día en que las niñas lucíamos vestidos blancos y sombreritos de paja  recien adquiridos en la Casa Guirado, ropa que se estrenaba para una primavera que también lo hacía. 

Con esta procesión del Encuentro podríamos  decir que se cerraban las celebraciones de Semana Santa en Camagüey. Pero no, quedaba algo más: el Domingo de Resurrección era tradicional en la Iglesia de La Soledad la celebración de la Festividad de Santa Bárbara.

Dice Elena Pérez Sanjurjo en su libro «Historia de la Música Cubana» que ya desde los tiempos de la colonia los esclavos lucumíes acostumbraban  a hacer fiestas el Sábado de Gloria en honor a Santa Bárbara.  En la Iglesia de La Soledad de Camagüey, parroquia en cuya área se encontraba una capilla particular con una gran imagen de la santa, cada Domingo de Resurrección se celebraba una Misa solemne en honor a Santa Bárbara, después de la cual la imagen era llevada en procesión hasta la casa del santero poseedor de ella en la calle Palma (Ángel Ciro Betancourt), donde quedaba por algún tiempo hasta su regreso posterior al templo de La Soledad.

Las prácticas de santería hacia Changó (versión sincrética de la Santa Bárbara católica), se hacian presentes en aquella procesión a pesar de las protestas de Mons. Becerril y de los esfuerzos que por impedirlas realizaban los cuidadores del orden. Vale aclarar que desde hace muchos años la imagen ha quedado definitivamente en el templo de La Soledad.

Cada Semana Santa era, y lo es todavía, un testimonio más del orgullo que siempre sintió nuestro pueblo por sus tradiciones y su fe.

Ana Dolores García
Copyright 2005

22 de marzo de 2013

LA FUENTE DE LA CIBELES


 
La Fuente de la Cibeles

A la  fuente de Cibeles la conocemos hoy sólo como un monumento artístico, pero en sus comienzos y hasta 1862 fue también de utilidad para los madrileños, ya que tenía dos caños de los que se podía coger agua. Uno de ellos para los aguadores oficiales y el otro para todo el público. 

  Además, del  pilón   bebían los caballos.  Al cabo, como eran de muy difícil acceso para coger agua ya que los caños se encontraban donde hoy en día están los surtidores, el Ayuntamiento decidió cambiar los caños por dos figuras simbólicas a modo de grifos que representaban un oso y un lagarto mitológico, los que además se colocaron de modo mucho más accesible para el público.

En 1895, cuando se  situó la fuente en el centro de la Plaza, se le rodeó con  una verja   para evitar su acceso.  La verja duró poco tiempo y finalmente se eliminó. En aquel momento la mayoría de las gentes ya tenía agua potable en sus casas,  con lo cual se aprovechó para quitar los grifos. Fue entonces cuando se le añadieron a la fuente  los famosos “Amorcillos” en su parte posterior.    Uno sujeta un ánfora que echa agua y el otro una caracola. A mediados del siglo XX la fuente fue reformada de nuevo, momento en que se le añadieron nuevos surtidores, cascadas y la iluminación nocturna.

 La diosa está sentada en un carro sobre unas rocas que se elevan en medio de un pilón redondo. Lleva en sus manos un cetro y una llave y en el pedestal  hay  un  mascarón que eleva el agua por encima de los leones hasta llegar al pilón. También hay una rana y una culebra que siempre pasan desapercibidas.

Los dos leones que tiran del carro representan a personajes mitológicos: Hipómenes y Atalanta, convertidos en leones de piedra por Zeus, que les pilló haciendo el amor en uno de sus templos, y por eso Cibeles los puso a tirar de su carro para mantenerlos siempre juntos.

El Real Madrid celebra sus triunfos en La Cibeles. El 18 de junio de 1986, cuando el entonces futbolista del Real Madrid Emilio Butragueño marcó cuatro goles en un partido de la Copa Mundial de Fútbol de 1986 de México entre las selecciones de España y Dinamarca en la eliminatoria de octavos de final.  Fue el comienzo de la tradición de que el Real Madrid celebrara sus títulos en la diosa Cibeles.

En un principio todo el mundo se encaramaba a la fuente en las celebraciones, pero velando por la conservación del monumento el Ayuntamiento de Madrid restringió el acceso únicamente a los jugadores, pasando más adelante a permitir el acceso sólo al capitán del equipo, colocándose una pasarela alrededor de la fuente para los festejos. En las celebraciones solamente se permite que el capitán del equipo coloque una bufanda a la escultura desde una grúa.

También hemos de comentar que la diosa ha sido víctima de la barbarie callejera, y en dos ocasiones le mutilaron y robaron una mano (la izquierda). La primera vez apareció (1994) pero la segunda (2002) hubo que construir una nueva que ya no es la original.

La diosa Cibeles sigue ahí, en mitad de la Plaza que lleva su nombre desde después de la guerra y mirando hacia Sol, donde empiezan los caminos de Madrid. Rodeada de cuatro magníficos edificios representativos de la ciudad.  La Cibeles ha sido, es y será uno de los grandes símbolos de Madrid.