El líder ‘light’, el caudillo malo
y el profeta enardecido
Carlos Alberto Montaner
El 1 de marzo será el Super martes.
Doce estados norteamericanos realizarán sus primarias en una atmósfera de suspense
que tiene mucho de pasión irracional. Será un “duelo al sol”, pero a tres
pistolas, como se vio en el debate de la noche del jueves, ganado claramente
por Marco Rubio en el O.K. Corral de CNN y Telemundo. Quien
salga victorioso el Super martes poseerá una
altísima probabilidad de ser el candidato de su partido.
En los años sesenta, Sergio Leone, director de cine italiano, llevó a
la cumbre el spaghetti western con una trilogía
de películas que, de paso, dieron a conocer a Clint Eastwood. Uno de aquellos
filmes, el más famoso, se conoció como El bueno, el malo y el feo.
Marco Rubio es el bueno. Tiene una cara juvenil de muchacho bondadoso
que lleva la abuela a la terapia los sábados por la mañana. Es un líder
light. Alguien que es seguido por un tipo de adhesión en la que no entra la
fe incondicional. Es gentil y risueño. Tiene en su haber una hermosa familia y
una impresionante cadena de triunfos políticos, pero lo acusan de ser un
peso ligero. Probablemente lo sea, aunque sospecho que ese
rasgo no es un problema serio. Lamentablemente, la mayor parte de los políticos
son pesos ligeros. También lo acusan de hablar español y ser bicultural (como a
Mitt Romney le imputaban hablar francés, como si ese raro conocimiento en un
país monolingüe fuera un oscuro delito).
Lo verdaderamente grave en Rubio es su falta de empatía con la
tragedia de los indocumentados, y muy especialmente la de los jóvenes dreamers
Lo verdaderamente grave en Rubio es su falta de empatía con la
tragedia de los indocumentados, y muy especialmente la de los jóvenes
dreamers. Para alguien que ha convertido en un ritornello la
idea del “sueño americano”, esa dureza, real o impostada, contra jóvenes
traídos por sus padres a Estados Unidos cuando eran unos niños, personas que son
cultural, emocional e intelectualmente norteamericanas, aunque no lo sean
legalmente, es una penosa contradicción. Si realmente lo cree, tiene muy poco
corazón. Si lo dice para contentar a la derecha republicana, tiene muy poca
espina dorsal.
Donald Trump es el malo. Le encanta serlo. Es un bully y
por eso mucha gente lo sigue. Los bullies arrastran a cierto
tipo de ciudadanos. Mussolini o Hitler eran bullies. Trump no es
un líder, sino un caudillo. A los caudillos se les obedece incondicionalmente
porque Dios te libre de no hacerlo. Su gesticulación es la de una persona
siempre colérica a punto de propinarte una bofetada o de ordenarles a los
guardaespaldas que te den una paliza. Pone cara de malo, eleva el mentón,
cierra los ojitos y saca el pecho porque le gusta intimidar. Su castigo
comienza con los gestos. Se convirtió en una celebridad cesanteando ejecutivos
en un programa de televisión llamado “El Aprendiz” ( The
Apprentice). Su inconfundible consigna de batalla era gritarle al
concursante: ¡you’re fired!
Trump es un populista de derechas. Es autoritario, nacionalista, y
proteccionista, como todos ellos. Hay mucho de racismo en su ideología. Algunos
de sus partidarios difunden una vergonzosa consigna supremacista:
“vote por Trump, no por los dos cubanos”. Los “cubanos” son Rubio
y Cruz, dos estadounidenses hijos de cubanos. Por la misma regla racista se podría
decir “no vote por el alemán Trump”, pero sería igualmente injusto. Trump
desciende de alemanes, pero es tan gringo como el pie de manzana.
Para Trump, el esplendor norteamericano se consigue por medio de
opacar el de los mexicanos, japoneses, chinos y surcoreanos. Si lo dejan, hará
una enorme muralla en la frontera sur. Está decidido a que la paguen los
mexicanos, incluso Vicente Fox, que se niega vehementemente. Quiere exportar a
manos llenas, pero impedir las importaciones porque no cree en la libre elección
de los consumidores. En su hipotético gobierno todo el que lo contradiga será
castigado al grito de you’re fired! Si pudiera, los fusilaba
al amanecer. Menos mal que no puede.
Ted Cruz es el feo. Es un hombre inteligente lleno de certezas. Esa
combinación entre un IQ muy alto y unas convicciones muy firmes suele transformarse
en una repelente inflexibilidad. Por eso es el feo. No conoce la duda ni le
preocupa el ridículo. Puede hablar sin ton ni son durante dos días en el senado
para tratar de boicotear inútilmente una legislación. Su personalidad se ha
fosilizado en un sistema binario de blancos y negros. No caben los grises. Está
seguro de que la Biblia es el libro que contiene todo lo bueno y noble que debe
preservarse en el terreno espiritual. Y está seguro, también, de que la
Constitución de 1787, con las enmiendas y el Bill of Rights, es la
única fuente de las virtudes ciudadanas. Por eso puede ser durísimo con los
pobres inmigrantes. Estos tipos han mentido. Es verdad que lo han hecho para
sobrevivir, pero han mentido. Han pecado. Han violado las leyes. Viven escondidos. Las
mujeres pro-choice y los matrimonios gays se quemarán para
siempre en el infierno. Cruz no conoce la compasión, sino las reglas. Hay que
castigarlos y extirparlos del país. No es un líder light, como
Rubio, ni un caudillo, como Trump. Es un enardecido profeta, como Jeremías, que
se inspira todos los días en el Libro de las lamentaciones.
¿Quién ganará el martes? ¿El líder light, el caudillo malo o el
profeta enardecido? Según las encuestas, Donald Trump, el caudillo
bully, malo como un forúnculo en la abertura del recto, encabeza el
pelotón. Mala cosa. Como diría Ted Cruz: “Dios nos coja confesados”. Ya se sabe
que no es el fin del combate electoral, pero es una batalla muy importante.
@14 y
medio