Cajitas
de Música
Ana Dolores García
En estos tiempos la
música acaricia nuestro oído y nuestro espíritu de mil formas distintas, no
limitadas a las salas de concierto. Estas, claro, todavía existen. Es mas,
plazas y estadios se han convertido actualmente en inmensas salas de conciertos.
Tan grandes son, que deben contar con
pantallas adicionales para que los concertistas puedan ser distinguidos por la
multitudinaria audiencia.
También en estos tiempos
disfrutamos música en pasta, almacenada y clasificada según estilos y gustos, en
increíbles y diminutos mp3, Ipods o Ipads que llevamos en bolsillos o bolsos y que
podemos enchufar a unos imponentes audífonos adosados a nuestras orejas mientras
hacemos el cotidiano ejercicio de caminar o pedalear en la bicicleta estática.
Además, esas previas grabaciones
de artistas y orquestas internacionales nos pueden llegar no solo a través de la radio -en casa o mientras
conducimos-, sino que incluso las podemos escuchar y no necesariamente conectadas
por la radio, porque muchas de esas emisoras radiales se han agenciado unas
páginas virtuales llamadas webs y la
música navega en ellas por el espacio cibernético, para amenizarnos el tiempo
que gastamos frente al ordenador.
Un simple ejemplo: en
el sur de la Florida, hace mas de dos años dejó de trasmitir la única
radioemisora de música clásica. Verdaderamente deplorable, pero no irremediable,
gracias a la página web “Listen live WETA”
desde Washington.
Desde luego que para poder alcanzar esta
amplia difusión que gozamos en nuestros días, la música ha tenido que recorrer
un largo periplo, comenzando por salir de las paredes de los salones de
palacios o residencias fastuosas y de las salas de conciertos.
Todo comenzó escuchándose con un sonido metálico que
facilitó su disfrute a gentes modestas que no podían sufragar la interpretación
“en vivo”. Relojes musicales, cajas de
música, cilindros, discos, pianolas, fonógrafos, megáfonos, cintas (casetes), discos
de vinil. discos de 33 revoluciones, sonido estereofónico, discos compactos(CD)…
Es interesantísimo descubrir el proceso de esos adelantos paulatinos que nos
permiten disfrutar de la música a través de una reproducción de excepcional
calidad.
El origen de toda esta
evolución debida al ingenio humano, estuvo en el novedoso diseño de un reloj de
bolsillo musical hace ya más de dos siglos. Su creador fue un relojero suizo
llamado Antoine Favre-Salomon, que lo fabricó en 1796 adicionándole un
mecanismo para la música, y desde entonces se le considera como el inventor de
la caja de música.
Nos referiremos
solamente a esas encantadoras cajitas de música que aun hoy se conservan como
joyas preciadas del pasado y con un alto valor sentimental como recuerdo de
alguna abuela, de una madre, o, porque no, como una simple pieza con musiquita agradable que adquirimos tal vez
en alguna tienda de suvenires, y que ha devenido en recuerdo de un viaje feliz.
Cajitas que pueden ser pequeños joyeros o confidentes de perfumadas cartas de
amor enlazadas con una cinta de seda.
El mecanismo de esas
hermosas y artísticas “cajitas de música”, es casi el mismo, o descendiente
directo, del ingeniado por Favre en su taller de Ginebra o de los pintorescos
relojes “cucos” tan característicos de Alemania y Austria. En efecto, el sonido
de aquel original reloj musical y de los
que le sucedieron era producido
por medio de unos remaches que se “peinaban” sobre un disco plano
¿Se nos ha ocurrido alguna vez escuchar las
vibraciones de un peine cuando movemos con una uña las terminaciones de sus
púas? Cada una de ellas emitirá un sonido distinto. Del mismo modo, Fevre
obtenía notas distintas con aquellas placas segmentadas y por ello al mecanismo
se le aplicó la palabra “peinar”. Aproximadamente treinta años después comenzaron a surgir los
cilindros sustituyendo las placas planas, y la industria de la música metálica recibió un impulso que dio lugar a un
crecimiento imparable.
Pero las cajitas
actuales, leales a un romanticismo decimonónico y
cargadas de nostalgias,
continuaron también fieles a la creación
de Favre y producen -aun hoy- su música con un mecanismo en miniatura de
remaches, que emiten sonido lo mismo en un cilindro giratorio que en un disco al
ser tocados -peinados- por un cepillo de
metal. Es así que a través de un
delicado tintineo, bien estudiado e implementado, podemos distinguir la
fascinante melodía de la canción de Bethoven “para Elisa”, o de la Canción de
Cuna de Brahms o, si se prefiere un tema religioso, la del Ave María de
Schubert, entre otras muchas.
Cajitas de música: verdaderos
tesoros que guardamos con cariño por ser recuerdo vivo de seres queridos.
Concluimos. Para ello basta este interesante artículo aparecido hace años en el
periódico El Mundo, de Madrid:
“El tiempo, entre tantísimos defectos, tiene la virtud de convertir la quincalla cotidiana del pasado en blanco
y negro, en algo extraordinario y desconocido en este mundo en color.
Pero si en el pretérito el objeto tenía ya esa condición de singular, en el
presente adquiere por derecho propio la condición de verdadera joya. Víctor
Novo, anticuario presente en una feria de antigüedades, mostraba con orgullo
uno de esos tesoros de los que vale la pena conocer
su historia.
Se trata de una caja de música de finales del siglo XIX y de
fabricación inglesa que pasa por ser el objeto más preciado de su nutrido
expositor. Durante la entrevista con el vendedor, el suave tintineo de su
rudimentaria maquinaria interpreta hasta diez canciones. La pequeña joya vale 1.900 euros, aunque
siempre son negociables, como casi todo en un mercadillo de antigüedades. Con
ese dinero se podrían adquirir casi 100 reproductores de mp3 que procurarían, a
razón de 200 canciones por gigabyte de memoria, música suficiente con la que
alcanzar el próximo cambio de siglo….”
Pero no sonarían igual.
El funcionamiento de una caja de música en un sencillo vídeo:
https://www.xatakaciencia.com/tecnologia/el-funcionamiento-de-una-caja-de-musica-en-un-sencillo-video