Una pregunta
Por Rev. Martín N. Añorga
Hemos estrenado un nuevo año que irá, como todo en el mundo, envejeciendo al
correr de los meses. Mirando el panorama que ante nosotros se extiende, nos
preguntamos: ¿Hemos mejorado o hemos empeorado?
¿Estamos hoy mejor que hace un par de años?, y escogemos un breve plazo para
limitar el contenido de nuestra respuesta, porque si nos adentramos en la
historia nos haría falta el espacio de una enciclopedia.
Desde mi punto de vista la humanidad se ha movido erráticamente. En ciertos
aspectos nos hemos superado de forma inimaginable, y por otro lado hemos caído
en un peligroso abismo de contradicciones, desarticulación de valores y
ausencia de esperanzas que han colocado al riesgo de la extinción nuestra
civilización.
Jorge Manrique, (1440-1479), en las coplas dedicadas a la muerte de su padre
acuñó una frase a la cual muchas personas se han adherido: “a nuestro
parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor”.
Naturalmente,
otras muchas personas no coinciden con el poeta español y citamos como simple
ejemplo la expresión del dramaturgo francés Armand Salacrou (1899-1989): “nuestra
existencia es una suma de días, todos los cuales se llaman hoy, un solo día se llama mañana, aquel que no conocemos”. En efecto, nuestra vida
es una línea que se extiende al futuro, lo que nos hace prácticamente imposible
comparar el pasado que nos es conocido con el porvenir que nos es desconocido.
Nosotros creemos, sin embargo, que una apreciación del futuro se compone de los
elementos del pasado que han ido construyendo la historia. Desde mi punto de
vista, aunque el día de hoy sea efímero, la suma de los mismos tiene un peso
concreto en la calidad de nuestra actual existencia.
Un científico de corte materialista o un filósofo al estilo de Arthur
Schopenhauer (1788-1860) diría "gózate en este día, desconfiando siempre del de mañana”. (Horacio); pues no podemos ignorar que la evaluación
personal de hoy tiene mucho que ver con la experiencia de ayer. “Llamamos futuro a la propia sombra que
nuestro pasado proyecta ante nosotros”, sentenció el
novelista francés Marcel Proust (1871-1922).
En esta reciente Navidad, y lo atribuyo a mis muchos años de vida, me sentí
nostálgico. El mundo de los niños y adolescentes ha cambiado tanto que suelo
ubicarme fuera del mismo. Los teléfonos celulares de múltiples funciones, las
computadoras, cada vez más sofisticadamente equipadas, la técnica digital
desplegada en los “I
pads” y en “las tabletas” y los juegos electrónicos
en los que se premia al que más semejantes mata en imaginarios combates son
elementos que, aunque propios de la tecnología moderna, envenenan al mismo
tiempo las mentes de los que de ellos se sirven. Esta es una época de avance
técnico y retroceso moral.
Vamos a considerar en qué aspectos estamos moviéndonos en un fatal ciclo de
deserción de valores. Lo primero es la neo concepción de la familia. Hoy día la
familia no es una unidad homogénea en la que se interactúa en términos del
cariño, la armonía y el respeto. El hogar es la presencia coincidente de
individuos desconectados cada uno del otro. Los padres en diferentes
horarios y sitios de trabajo, los niños insertados en un mundo personalizado, y
los ancianos fuera de la órbita tradicional en la que sumaron sus años de vida.
Un cambio invasivo en la concepción del matrimonio nos ha cambiado de drástica
manera la identidad del hogar tradicional. Estimamos que los homosexuales
tienen sus derechos y no deben estar sujetos a discriminación ofensiva; pero
entendemos también que hay límites que no deben traspasarse, y nos referimos a
la tendencia actual de reconocer la validez de uniones conyugales entre
personas del mismo sexo, con derecho, incluso, a la adopción legal de menores.
Otro tema que nos diferencia de los tiempos idos es el del secularismo social.
La expulsión de Dios de las escuelas, la prohibición de oraciones en actos
gubernamentales y la aridez espiritual de la educación en nuestros centros de
enseñanza, son pasos que nos llevan hacia una sociedad materializada, carente
de valores éticos y morales. Las encuestas de organizaciones que sondean
la opinión pública nos indican que en los Estados Unidos se ha ido abandonando
la asistencia a los templos, el uso devocional de La Biblia y la práctica
hogareña de la oración. Una sociedad sin Dios ni brújula se encamina al
precipicio. Nos viene a la memoria una cortante expresión de Gustavo Le Bon,
(1841-1931), psicólogo social francés de ideas extremistas, quien dijo
que “a los pueblos se les domina más fácilmente excitando sus pasiones que
ocupándose de sus intereses”.
Siempre en el mundo ha existido la violencia. Desde el trágico asesinato de
Abel, cometido por su hermano Caín se nos han marcado los caminos de sangre;
pero nunca antes habíamos sufrido esta detestable epidemia de asesinatos
masivos que sufrimos en los Estados Unidos. Después de la matanza de Newton,
ocurrida el pasado 14 de diciembre, más de 330 personas han muerto debido a
heridas con armas de fuego. La dolorosa combinación de homicidio-suicido se
repite de forma desenfrenada, y los crímenes que se cometen por incidentes de
tránsito, peleas personales, celos o trasiegos de droga han creado un
sentimiento de inseguridad en muchos ciudadanos pacíficos y decentes.
Y no podemos concluir sin referirnos a Cuba. Hace apenas una semana se han
celebrado 54 años de la instauración en la Isla de la dictadura comunista
liderada por el infame tirano Fidel Castro. Escasos serán los que digan
que prefieren a la Cuba de hoy, manchada de opresión, afligida de hambre
y sedienta de libertad… Probablemente los que no la conocieron antes,
floreciente, alegre, próspera, feliz y libre, sean incapaces de añorarla. Es
triste que haya quienes vivan en un presente que maldicen, sin un pasado en el
que recostarse de recuerdos gratos y ante un futuro surtido de sombras e
incertidumbres.
A menudo recuerdo una estrofa de José María Heredia en su "Himno del
Desterrado", escrito el 7 de septiembre del 1825 y que plenamente se ajusta a
la situación de nuestra Cuba de hoy:
“¡Dulce Cuba,
en tu seno se miran
en su grado más alto y profundo,
la belleza del físico mundo,
los horrores del mundo moral!”
A
la pregunta que encabeza este modesto trabajo, yo respondo orgullosamente que
prefiero los paisajes del pasado, la época en que los seres humanos confiábamos
unos en otros, los tiempos eran de paz y sencillo estilo de vida, la fragancia
del amor puro y desinteresado se aspiraba en todos los contornos y la familia
estaba unida en irrompible abrazo de cristiana confraternidad. "En el
pasado está la historia del futuro."
Recogido de libreonline.com y enviado por Joe Noda.