28 de marzo de 2010


Lo sabes, Señor,
que la corona que te espera
no es de oro, sino forjada por espinas.
Que el trono que te aguarda
no está tallado en madera de ébano
y sí esculpida en cruz
que produce vértigo y llanto


Lo sabes, Señor,
que nuestro sí, mañana será un no,
que nuestros cantos
se convertirán en silencios,

que nuestros vítores
darán lugar a deserciones,

que nuestros gritos
se tornarán en timidez,


Lo sabes, Señor,
que tu entrada en Jerusalén
es el inicio de una aventura
teñida de sufrimiento,

de sacrificio, prueba y muerte…
pero con redención final.

Lo sabes, Señor…

Javier Leoz, betania.es
Foto: Google
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