El
Asalto al Cuartel Moncada,
Mi
verdad
Raquel
Porro Hidalgo
El
asalto perpetrado al Cuartel Moncada, y en especial a su sala Militar el 26 de
julio de 1952, es un trágico acontecimiento con una dimensión histórica
particular, acorde con la experiencia de vida de cada uno de nosotros, los
cubanos exiliados de nuestra querida y muy maltratada Patria.
Para
mí, Raquel Porro Hidalgo, hija del capitán médico Mario Porro Varela, en ese
momento director de la sala de enfermos, hombre justo y trabajador, cirujano
ejemplar, que dedicó su vida a aliviar y salvar muchas vidas con su carrera,
éste acontecimiento alcanza una dimensión extraordinaria y, aunque me resulte
muy doloroso retrotraerme a dicho tiempo, considero un deber a estas alturas de
mi vida (71 años) dar a conocer mi verdad y sacarla a la luz, contando los
hechos tal y como los viví, de modo que su nombre, tantas veces mancillado y
difamado sea justamente valorado, y su actuación como director sea comprendida
en toda su extensión.
Durante un carnaval en Santiago de Cuba, aprovechando el gentío y la confusión, disfrazados con uniformes militares, el día 26 de julio de 1952, a las 4 de la mañana, los conspiradores de Castro intentaron tomar el cuartel Moncada. Iban capitaneados por Gustavo Arcos Bergnes. Asesinaron a traición a los dos guardias de la entrada penetrando así adentro del recinto del cuartel. Luego viéndose perdidos y sin escapatoria penetraron en el Hospital Militar. Allí fueron apuñalando a traición a 40 hombres dormidos en sus camas. Se trataba de enfermos que dormían plácidamente, oficiales casi todos. Los castristas asaltantes metieron los cuerpos debajo de las camas, metiéndose dentro, fingiendo que dormían.
Durante un carnaval en Santiago de Cuba, aprovechando el gentío y la confusión, disfrazados con uniformes militares, el día 26 de julio de 1952, a las 4 de la mañana, los conspiradores de Castro intentaron tomar el cuartel Moncada. Iban capitaneados por Gustavo Arcos Bergnes. Asesinaron a traición a los dos guardias de la entrada penetrando así adentro del recinto del cuartel. Luego viéndose perdidos y sin escapatoria penetraron en el Hospital Militar. Allí fueron apuñalando a traición a 40 hombres dormidos en sus camas. Se trataba de enfermos que dormían plácidamente, oficiales casi todos. Los castristas asaltantes metieron los cuerpos debajo de las camas, metiéndose dentro, fingiendo que dormían.
Varios
castristas siguieron el asalto hasta llegar a la habitación del médico
director, Capitán Mario Porro Varela, que ya alerta, se defendió valientemente
y el grupo asaltante terminó en prisión. Batista, aún presidente de Cuba, no
quiso publicar el número de sus víctimas, y así comenzó una cruel represalia en
la que se desangraron más de 200 estudiantes universitarios de los que seguían
a Fidel en sus huelgas y otras algarabías.
A
Castro le encontraron en un bohío campesino, a varios kilómetros de la masacre,
llorando y pataleando en el suelo. Fue a prisión hasta que Mirta Díaz Balart,
su primera mujer, y por intercesión del obispo de Santiago de Cuba, monseñor
Pérez Serantes, logró el exilio.
Al
capitán Mario Porro Varela se le ordenó que le pusiera arsénico en una fabada
asturiana que Fidel pidió cuando estaba preso. Y fue famosa entre los militares
y médicos que le conocieron, la negativa del capitán: «Yo hice el juramento de
Hipócrates cuando me gradué de médico para dar vida. Me niego a cumplir esa
orden».
Yo, su hija, oyendo rumores equívocos en la Universidad de La Habana, adonde también conocí a Fidel Castro, supliqué al jefe de la Aviación Militar que se me permitiera dar una sorpresa a mi padre el día de Reyes (6 de enero de 1954). Concedida mi petición, viajé en avión de tropas hasta dicho lugar. Escuché este relato de boca de una enfermera que mi padre me puso de acompañante durante mi estancia en el cuartel Moncada. Así supe que también murieron en el asalto varios médicos, enfermeras y otros empleados.
Yo, su hija, oyendo rumores equívocos en la Universidad de La Habana, adonde también conocí a Fidel Castro, supliqué al jefe de la Aviación Militar que se me permitiera dar una sorpresa a mi padre el día de Reyes (6 de enero de 1954). Concedida mi petición, viajé en avión de tropas hasta dicho lugar. Escuché este relato de boca de una enfermera que mi padre me puso de acompañante durante mi estancia en el cuartel Moncada. Así supe que también murieron en el asalto varios médicos, enfermeras y otros empleados.
Se me
alojó en la habitación donde nació el hijo de Fidel con Mirta Díaz Balart. Tuve
pesadillas de lo impresionante que me resultó observar los huecos de las balas
aún en las paredes, y de conocer ésta impresionante historia. Mi padre murió el
20 de agosto de 1954 de tétanos, contraído de uno de sus enfermos. Así se salvó
del río de sangre que hizo correr Castro cuando tomó el poder. En esa venganza
asesina murieron cientos de militares, no todos culpables de crímenes de
guerra. A mí, entonces cónsul de Cuba en Madrid, se me caía la cara de
vergüenza de la salvajada que ya comenzaba a ocurrir en mi país.
Recogido en la Web en 2003