10 de agosto de 2015

Tesoros que nos hacen amar Covadonga


 Tesoros que nos hacen amar Covadonga

Covadonga es uno de esos lugares con una magia que solo se siente al estar allí, al vivirlo en primera persona. En estas tierras, donde abundan las leyendas, se inició la Reconquista a manos del rey Pelayo. Enclavado entre las montañas y el Cantábrico, este lugar histórico esconde múltiples tesoros. Tres de ellos destacan por encima del resto, convirtiendo a Covadonga en un lugar único: la Santa Cueva, la basílica y los lagos que, a más de mil metros de altitud, reflejan la belleza natural de los Picos de Europa. Un trinomio de película.

Santa Cueva

Es sin duda una de las imágenes más impactantes que podemos llevarnos de Asturias:   en el medio de un valle, rodeado de frondosos bosques, hay un santuario en el interior de una cueva natural. El lugar guarda una magia especial, no solo por su significado religioso e histórico sino también por el entorno natural de excepción en el que está ubicado. En la roca encontramos una pequeña ermita que conserva la imagen más venerada de esta tierra, la virgen de Covadonga, también llamada popularmente La Santina. Otro tesoro de la cueva es la tumba de Don Pelayo, primer rey de Asturias, y su mujer Gaudiosa. El encanto de este santuario se hace todavía mayor gracias a una preciosa cascada que hay justo bajo la cueva y que cae a una pequeña poza.

Este entorno natural fue alterado por primera vez por la mano del hombre durante el reinado de Alfonso I (enterrado también aquí), que ordenó construir una capilla dedicada a la virgen María para celebrar la victoria ante los musulmanes en la batalla de Covadonga. En 1777 un incendio afectó al recubrimiento de madera destruyendo la talla original de La Santina. La talla actual data del siglo XVI y fue donada por la catedral de Oviedo en 1778.
 
La Basílica

A pocos metros de la cueva, sobre una pequeña colina, encontramos la basílica de Covadonga, centro monumental de culto de los asturianos. Este gran templo fue erigido por el arzobispo de Oviedo Don Benito Sanz y Florésen en 1877. Es de estilo neorrománico, con piedra rosácea y marmórea de las propias montañas del valle. Con dos torres enmarcando su portada de triple arco, consta de una nave central y tres ábsides escalonados. Su grandiosidad se percibe sobre todo en los días grises, cuando la niebla inunda Covadonga por completo.

Al recorrer el interior de la basílica, debemos fijarnos especialmente en algunas de sus obras de arte, como el lienzo de Luis de Madrazo, que representa la Proclamación de Rey Pelayo, así como el de Vicente Carducho, que simboliza La Anunciación. Otra de las obras que más nos impresionarán, sin duda, es la imagen de Nuestra Señora, hecha por el escultor catalán Juan Samsó. En el altar, además, destaca el panel de oro que retrata la batalla de Covadonga.

Lagos de Covadonga

Lago Ercina
Su belleza es sencillamente espectacular. Aunque se les conoce popularmente como lagos de Covadonga, lo cierto es que se encuentran a 10 kilómetros de distancia de la localidad de dicho nombre, y se denominan oficialmente Enol y Ercina. Los dos se encuentran en la parte asturiana de los Picos de Europa  y el acceso hasta ellos es en sí mismo toda una experiencia. Desde el monasterio de San Pedro debemos tomar una carretera de 12 serpenteantes kilómetros que nos lleva hasta este otro santuario acuático. Poco a poco vamos descubriendo este paraje natural, según avanzamos en la ruta. A mitad de camino merece la pena hacer un alto en el mirador de la Reina, que ofrece una espléndida panorámica de la zona como adelanto del indiscutible atractivo que nos aguarda.

Los lagos están separados por la loma de la Picota y rodeados de sinuosos parajes montañosos y campos de un verde intenso. El primer lago que encontramos es el Enol, a 1.070 metros de altura y con más de 12 hectáreas de superficie, rodeado de praderas donde pastan vacas, caballos y ovejas, ajenas al turismo. Desde aquí debemos seguir el ascenso hasta los 1.108 metros de altitud en que se encuentra el Ercina. Sus aguas resultan más peculiares por sus variaciones cromáticas. La vegetación acuática y los cambios de iluminación hacen oscilar el tono del lago del verde claro al oscuro, incluso pudiendo identificar a veces matices amarillentos o rojizos.

El reflejo de las cumbres en las aguas serenas es una imagen difícil de olvidar. El esplendor de este entorno se aprecia claramente con los colores propios de primavera y otoño, con las agradables temperaturas veraniegas, o con la blancura de las nieves invernales.

Reproducido de ABC Madrid. Fuente: Repsol.    

9 de agosto de 2015

Las dos caras de Cuba

Las dos caras de Cuba

Rev.  Martín N. Añorga

En este tiempo, debido al conflictivo tema de la reanudación de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, la  encantadora Isla caribeña ha alcanzado fama  mundial.

 Incontables viajeros ávidos de aventuras han colocado a Cuba en meta de sus caminos, los cazadores de fortuna la han insertado en el ámbito de sus  ambiciones, y los que se dejan azuzar por la curiosidad la incluyen en la  vanidad de sus búsquedas. Cuba goza de su minuto de fama.  Sin dejar de ser  tierra de infamias.

La prensa nos trae todos los días las noticias de dirigentes de lejanos países que visitan Cuba.  El colmo es que desde ya se anuncia que a principios del entrante año el presidente Barack Obama será huésped de la tiranía castrista. Los que nos digan que el presidente Carter, al visitar La Habana  con anterioridad, ha sentado un precedente que respalda el viaje de Obama desconocen el hecho de que repetir una traición no la  justifica.

 El viernes 14 de agosto John Kerry, Secretario de Estado de Estados Unidos, estará en la capital cubana para legalizar los trámites diplomáticos entre su país y Cuba. Recibirá aplausos de quienes han sido entrenados para golpearlo y se abrazará con hipocresía con los que le demuestren cariño, habiendo sido programados para odiarlo.  La hipocresía es el turbio manto que cubre de dudas el inesperado beso de dos banderas.

 Los que viajen a Cuba como turistas verán la cara bien maquillada de la Isla, sin saber que existe otra cara como la de Dorian Gray. Verán a una princesa que cubre de mentiras su traje de harapos. Se codearán con la risa de los insensibles y desconocerán las lágrimas de los atropellados y empobrecidos.
 

La realidad cubana no está en los hoteles de cinco estrellas ni en los  suntuosos palacios enclavados en las mejores playas de la Isla para disfrute exclusivo de los extranjeros. La Cuba de verdad no es la mesa servida de manjares y golosinas, con vinos caros importados y vajillas de bordes dorados.  Eso queda para los que manejan dólares sin pensar en los dolores del  pueblo.

Cuba, la que palpita con un corazón profanado, es miedo y hambre que se refugia en casas depauperadas, en vetustos y averiados edificios multifamiliares, la de la mesa sin pan ni ancianos con sonrisas. Cuba, la de verdad, la que la tiranía esconde, no es la de los salones de baile, las obras de teatro y las mujeres con perfume y los hombres con arrogante elegancia. Es el escondite donde apenas viven niños sin juguetes y enfermos sin medicina, hombres y mujeres con la esperanza clausurada, la angustia de la escasez y el  olvido de gobernantes que ofrecieron felicidad y han implantado como modelo de vida, la tristeza.

Cuba tiene dos caras, una radiante como el sol, creada por Dios con bellezas que no destruyen los años ni estropean los tiranos. Cuba es el azul del cielo en Varadero, la serenidad de las cuevas de Bellamar y la  impresionante altura de las montañas orientales. Cuba es la caricia de Dios derramada sobre sus paisajes; pero con esas grandezas no se enderezan los  destinos de una sociedad torcida ni se limpian de miseria millones de seres humanos relegados y silenciosamente  atribulados.

Cuba no es la cara de la propaganda oficial ni la de los pecaminosos atractivos que se venden a la perversidad de corrompidos visitantes. Nuestra Cuba, la de verdad  y la de  siempre, no es la de ahora, con jovencitas que se prostituyen, y la  resignación cobarde y tenebrosa de padres y hermanos que soportan la ausencia  del decoro y la osadía de los malvados. Cuba no tiene porque ser la de las  manos que se extienden a la caridad de amigos y  parientes que desde más allá de sus costas lanzan dólares, que a la vez de proporcionar una cena, fortalecen las podridas raíces de un régimen opresivo y depravado. Nuestra patria sufre la  miserable doblez de un régimen convertido en una casta perpetua, de millonarios y abusadores.

Entendemos que cuando se rompe el dique de una represa el agua se desborde de manera impetuosa. Sucede así con el exilio cubano. He visto hileras de viajeros que han pagado  400 dólares por un inservible pasaporte para irse a la Isla a besar padres, hermanos, amigos, cónyuges. Estos viajeros sí saben de las dos caras de Cuba.  No viajan engañados, sino forzados por lazos familiares que no deben romperse.  Los que nos molestan son los que van a Cuba por morbosa curiosidad, los pervertidos que son víctimas de aberraciones sexuales y van en procura de sexo  barato, los que llegan a la Isla con la soberbia de una cartera repleta de  divisas y se creen superiores y dueños del destino ajeno, los que ignoran la  otra cara de Cuba y se fascinan con la cara que luce un antifaz de  placer.

Los cubanos, los de acá y los de allá, vivimos tiempos de conjeturas.  No sabemos el final de esta novela de la que somos personajes no consultados y nos atenemos a suposiciones y a elucubraciones. Nuestra patria de hoy es una nación de derroches para un grupo de explotadores y una abrumadora sensación  de abandono para otros.  Es la Cuba de dos caras, la que fuerzan los que la  dominan y la que padecen los dominados.

José Martí escribió en Patria, en 1892, estas sugestivas palabras: “Las  columnas son sustentos más seguros de un pueblo que los lomos. Los lomos se  han de enderezar, las columnas se rompen, pero no se doblan”.  Confiamos que en Cuba se reafirme el  carácter del cubano hoy sometido y se fortalezcan las columnas de dignidad  sobre la cual se apoye la patria redimida, que desaparezca la Cuba de las  sombras y resplandezca la Cuba, hermana del  sol.

Recuerdo, con una cuota de pesar sobre mi frente, estas palabras con  las que inicia el Apóstol, José Martí, una de sus inspiradas composiciones  poéticas: “Dos patrias tengo yo, Cuba y la noche”. Y medito, bajo el amparo de  mi soledad, en el día de hoy. ¡Cuánto quisiera que la falsa cara de una Cuba  mutilada se destruya para siempre,  y que reaparezca en el horizonte, para siempre, la cara de una Cuba, dignamente libre, y profundamente feliz!.

9 de agosto de 2015