Tesoros que nos hacen amar Covadonga
Covadonga es uno de esos lugares con una magia que solo se siente al
estar allí, al vivirlo en primera persona. En estas tierras, donde abundan las
leyendas, se inició la Reconquista a manos del rey Pelayo. Enclavado entre las
montañas y el Cantábrico, este lugar histórico esconde múltiples tesoros. Tres
de ellos destacan por encima del resto, convirtiendo a Covadonga en un lugar
único: la Santa Cueva, la basílica y los lagos que, a más de mil metros de
altitud, reflejan la belleza natural de los Picos de Europa. Un trinomio de
película.
Santa Cueva
Es sin
duda una de las imágenes más impactantes que podemos llevarnos de Asturias: en el
medio de un valle, rodeado de frondosos bosques, hay un santuario en el
interior de una cueva natural. El lugar guarda una magia especial, no solo por
su significado religioso e histórico sino también por el entorno natural de
excepción en el que está ubicado. En la roca encontramos una pequeña ermita que
conserva la imagen más
venerada de esta tierra, la virgen de Covadonga, también llamada
popularmente La Santina. Otro tesoro de la cueva es la tumba de Don Pelayo,
primer rey de Asturias, y su mujer Gaudiosa. El encanto de este santuario se
hace todavía mayor gracias a una preciosa cascada que hay justo bajo la cueva y
que cae a una pequeña poza.
Este
entorno natural fue alterado por primera vez por la mano del hombre durante el
reinado de Alfonso I (enterrado también aquí), que ordenó construir una capilla
dedicada a la virgen María para celebrar la victoria ante los musulmanes en la
batalla de Covadonga. En 1777 un incendio afectó al recubrimiento de madera
destruyendo la talla original de La Santina. La talla actual data del siglo XVI y
fue donada por la catedral de Oviedo en 1778.
La Basílica
A pocos metros de la cueva, sobre una pequeña colina,
encontramos la basílica de Covadonga, centro
monumental de culto de los asturianos. Este gran templo fue
erigido por el arzobispo de Oviedo Don Benito Sanz y Florésen en 1877. Es de
estilo neorrománico, con piedra rosácea y marmórea de las propias montañas del
valle. Con dos torres enmarcando su portada de triple arco, consta de una nave
central y tres ábsides escalonados. Su grandiosidad se percibe sobre todo en
los días grises, cuando la niebla inunda Covadonga por completo.
Al recorrer el interior de la basílica, debemos fijarnos
especialmente en algunas de sus obras de arte, como el lienzo de Luis de
Madrazo, que representa la Proclamación de Rey Pelayo, así como el de Vicente
Carducho, que simboliza La Anunciación. Otra de las obras que más nos impresionarán,
sin duda, es la imagen de Nuestra Señora, hecha por el escultor catalán Juan
Samsó. En el altar, además, destaca el panel de oro que retrata la batalla de
Covadonga.
Lagos de Covadonga
Lago
Ercina
Su belleza
es sencillamente espectacular. Aunque se les conoce popularmente como lagos de
Covadonga, lo cierto es que se encuentran a 10 kilómetros de distancia de la
localidad de dicho nombre, y se denominan oficialmente Enol y Ercina. Los dos
se encuentran en la parte asturiana de los Picos de Europa y el acceso hasta
ellos es en sí mismo toda una experiencia. Desde el monasterio de San Pedro
debemos tomar una carretera de 12 serpenteantes kilómetros que nos lleva hasta
este otro santuario acuático. Poco a poco vamos descubriendo este paraje
natural, según avanzamos en la ruta. A mitad de camino merece la pena hacer un
alto en el mirador de la Reina, que ofrece una espléndida panorámica de la zona
como adelanto del indiscutible atractivo que nos aguarda.
Los lagos
están separados por la loma de la Picota y rodeados de sinuosos parajes
montañosos y campos de un verde intenso. El primer lago que encontramos es el Enol, a 1.070 metros de altura y con más de 12
hectáreas de superficie, rodeado de praderas donde pastan vacas, caballos y
ovejas, ajenas al turismo. Desde aquí debemos seguir el ascenso hasta los 1.108
metros de altitud en que se encuentra el Ercina. Sus aguas
resultan más peculiares por sus variaciones cromáticas. La vegetación acuática
y los cambios de iluminación hacen oscilar el tono del lago del verde claro al
oscuro, incluso pudiendo identificar a veces matices amarillentos o rojizos.
El reflejo
de las cumbres en las aguas serenas es una imagen difícil de olvidar. El
esplendor de este entorno se aprecia claramente con los colores propios de
primavera y otoño, con las agradables temperaturas veraniegas, o con la
blancura de las nieves invernales.
Reproducido
de ABC Madrid. Fuente: Repsol.