22 de noviembre de 2013

Caricatura


Las dos caras de La Habana



Las dos caras
de La Habana


Iván García/Especial DLA

Muy cerca de La Palma, localidad al sur de La Habana donde confluyen cuatro céntricas calzadas, en un ranchón típico campesino con techo de guano, columnas de troncos de madera y sin paredes laterales, se ha montado una exitosa cervecera particular.

En la carta, variados menús, cervezas, tapas, vinos y el mejor surtido de whisky de la ciudad. En el techo cuelgan camisas de peloteros de Industriales mezcladas con la azulgrana de Leo Messi. El ambiente es agradable. Aunque es un sitio caro para el habanero promedio, casi todas las noches se llena. Un “tubo” con 10 vasos de cerveza y una ración de nuggets de pollo cuesta 16 cuc, el salario mensual de un obrero.

A menos de un kilómetro del lugar, en la barriada marginal de Párraga, Lucía ya olvidó la última vez que el Estado asfaltó las calles. Auténticos cráters que se desbordan de agua los días lluviosos o debido a roturas en las cañerías. El agua estancada es el embrión del mosquito trasmisor del dengue que asola la capital.

Lucía ha oído hablar de la cervecera de La Palma. Pero su bolsillo no puede sufragar tales gastos. Sus dos hijos están presos por robo con fuerza en una bodega y el escaso dinero que reúne vendiendo tamales, apenas alcanza para darle a comer a sus tres nietos y cada 45 días llevarle a sus hijos a la cárcel, una jaba con azúcar prieta, pan tostado y mayonesa casera.

“Soy yo sola. Mi marido es un alcohólico a tiempo completo. Desde que se levanta está pegado a la botella de 'chispa' [ron infame]. Las madres de mis nietos son 'matadoras de jugadas' [jineteras del montón]. Lo de ellas es hacer el amor, fumar marihuana y beber cerveza, cuando reúnen unos pocos pesos convertibles. Apenas les importan sus niños. Mi vida es llevar a los tres nietos al colegio, preparar y vender tamales y en las noches ver en la tele la novela de turno”, cuenta Lucía, sentada en un viejo taburete.

Mientras las nuevas aperturas económicas crean un sector gastronómico y de pequeños negocios privados con aire acondicionado, luces de neón, diseños elegantes y precios de Manhattan, la otra parte de La Habana parece una zona de guerra. Esta Habana de dos rostros acaba de cumplir 494 años de fundada.

Camine usted por barrios de Centro Habana, Marianao o Cerro. Pregúntele a la gente de sus prioridades. El 90% le hará un extenso recuento de lo difícil y caro que les resulta llevar cada día a la mesa dos platos calientes de comida. Muchas familias de las áreas más pobres comen poco y mal. Lo que aparezca. Una pizza o un pan con croqueta, que ni el gastronómico que las vende sabe decirle con qué se elaboran.

La mayoría de los barrios pide a gritos una remodelación de envergadura. El 60% del fondo habitacional de la ciudad está en regular o mal estado técnico. A bolina hace rato se fue aquel Estado del Bienestar instaurado por Fidel Castro con la intención de crear una sociedad igualitaria.

Su hermano Raúl Castro ha sido el enterrador de ese Estado. Era incosteable e ineficiente. Trajo consigo la pobreza socializada, corrupción rampante y un ejército de pillos y compadres que visten guayaberas blancas y hablan en nombre de los desposeídos, pero hacen opíparas cenas, andan en autos con gasolina estatal y residen en espléndidas mansiones en antiguos repartos de la burguesía criolla.

En esta Habana otoñal, si alguien vive como Dios manda, es la casta de empresarios verde olivo, amanuenses disciplinados y coristas creativos. Entre los que también han logrado dar un salto hacia delante en sus vidas, remodelar sus casas, tener un iPhone y televisor de plasma, se encuentran artistas, músicos y deportistas. O pequeños empresarios que han montado cafeterías y restaurantes exitosos; los que se dedican a la prostitución o quienes en Miami tienen parientes que les hagan préstamos.

El resto de la población se las arregla como puede. Eulogio, dueño de una casa de juego ilegal, pasadas las 10 de la noche suele ir a beber dos “tubos” de cerveza y picar camarones al ajillo en la cervecera de La Palma.

A esa misma hora, Lucía está tostando pan viejo en una destartalada cocina de queroseno. Al día siguiente tiene visita en el Combinado del Este. El viaje de ida y vuelta demora seis horas. En sus hombros carga una jaba de 10 kilos, con lo que ha podido prepararle a sus dos hijos presos.

La Habana con aire acondicionado, diseños elegantes y luces de neón no existe para ella.

21 de noviembre de 2013

En 1913... El cóndor pasa

 
 En 1913…

El cóndor pasa

Marlene María Pérez Mateo

 En 1913, el compositor peruano Daniel Alomía Robles (1871-1942), compuso la mas conocida de sus piezas musicales: “El cóndor pasa”.

 Alomía Robles nació en Huanuco, Perú, hijo de un descendiente directo por parte paterna del Califa de Córdoba, España, y por la materna de antepasados andinos.  Siendo inicialmente estudiante de medicina, cambia su destino profesional y personal por el de las artes.

Viajó por mas de un año por la jungla suramericana. Su encuentro con el padre  misionero franciscano Gabriel Sala fue decisivo en todo sentido, convirtiéndoselo desde muy joven en un hábil colector de la música y los ritos de los antiguos habitantes de Bolivia, Perú y la cordillera andina. Descrube la hoy conocida como escala musical pentafónica en contraste con todo lo conocido hasta el momento. Indiscutiblemente gracias a él todo ello ha llegado hasta nosotros.

En 1897 se casa con la culta pianista cubana Sebastiana Godoy Agustini, su motivadora, su aliada y casi su mentora. Es allí cuando pasa a otra etapa en su carrera, nace su primera composición. Alomía-Godoy tuvieron diez hijos. Tras la  muerte de su primera cónyuge, se desposa Alomía con su cuñada, de cuya unión nacierán dos hijos.

En 1911 estrena en Argentina su primera ópera “Illa Cori”, basada en la vida del líder inca Huayna Capac. Entre 1919 y 1933 llevó al pentagrama estando en New York 700 composiciones y 238 canciones, situándose como uno de los compositores mas pródigos de su país.  Luego de haber ocupado varios cargos públicos y ser ampliamente reconocido, falleció en Lima a los 71 años de edad.
   
“El cóndor pasa” es una zarzuela, cuya canción homónima fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación en 2004, por las autoridades peruanas. La obra narra un conflicto laboral minero en el Cerro de Pasco. El cóndor es el símbolo de la libertad por medio de su majestuoso y alto vuelo. La obra ha sido objeto de plagio en varias ocasiones. Múltiples voces le han llevado al escenario y ha sido  objeto de traducciones mas o menos felices.

Dejemos que Raúl Diblasio y su piano nos recuerden a todos la imponente belleza de esta obra.

https://www.youtube.com/watch?v=LUyPl_KcevU


Marlene María Pérez Mateo
Noviembre 5, 2013

Apuntes históricos sobre "Isabel": Caligrafía y poesía árabe nazarí





Apuntes históricos sobre la serie “Isabel” de la tve
   
Caligrafía y poesía árabe nazarí: 
     Un arte al servicio de los Sultanes


Mabel Villagra (Asesora histórica de Isabel)

Lo vimos ya en un capítulo anterior, y lo volvimos a ver en el último: Boabdil escribiendo en árabe cuando es interrumpido por Aixa y Muley-Hacén. ¿Sabían escribir los reyes? ¿Cómo era la escritura árabe?

El alfabeto árabe


El alfabeto que vemos empleado por Boadbdil mientras escribe en su pergamino es el "alifato" que consta de 28 consonantes. El alfabeto árabe es una escritura ligada y cursiva, esto implica que la forma de la letra está influida por la posición que ocupa en la palabra. Se escribe de derecha a izquierda; no tiene mayúsculas y no se permite la división de la palabra a final de renglón; en cambio, es posible alargar los trazos de unión entre letras tanto como se quiera, a fin de que el texto quede alineado.

El estilo de escritura árabe más antiguo es el Cúfico (de Kufa, Iraq) desde donde se extendió al resto del mundo islámico medieval. Otro estilo popular es el Nasjí, del que deriva la escritura árabe moderna. Cada país tuvo sus estilos diferentes.

En Al-Ándalus (actual Andalucía) desde la llegada de los árabes a la época morisca (manuscritos aljamiados) se usaron también estos estilos, como podemos ver en la Alhambra o en la Mezquita de Córdoba, pero se desarrolló uno particular llamado "Magrebí-andalusí" basado en el cursivo cúfico, que acabó siendo el habitual en el día a día, siendo usado por literatos, políticos, escribanos, copistas, notarios, alfaquíes y cualquier hombre letrado. Este estilo Magrebí-andalusí es el que vemos en escena mientras Boabdil escribe y el que históricamente se nos ha conservado de su letra y puño en distintos documentos oficiales.

Los pergaminos para manuscritos (majtûtât) se usaron desde antiguo y era piel de animal curtida, normalmente cordero o vacuno, hasta dejar una fina capa que permitía escribir en ella. También en esta época existía ya el papel en Al-Ándalus, teniendo los primeros testimonios de su fabricación en Xátiva, Valencia desde el siglo XIII.

Para escribir se usaba un cálamo (qalam, en árabe) o una pluma de ave con una punta recortada que permitía hacer caligrafía árabe con diversos grosores, estilos y efectos. La tinta solía ser de varios colores: normalmente para el negro, se usaba una combinación de hollín y goma o sulfato de hierro; la tinta roja era hecha a base de bermellón; la azul y verde, con tintes vegetales y, la de oro, hecha con polvo de este material.

La Corte nazarí y las letras


En la Corte, los príncipes y emires nazaríes tuvieron tutores y eruditos que les enseñaban desde niños las Ciencias y las Letras de la época. Y la Cancillería al servicio del Sultán disponía de un departamento llamado “del Sello” con un funcionario al frente que era también un experto calígrafo que colocaba la firma y el encabezado reales para dar validez al texto.

Los emires nazaríes gustaron mucho de la poesía y organizaban veladas donde distintos poetas desgranaban sus habilidades en auténticos concursos donde se componían poemas especiales para ese día. Uno de ellos, muy célebre, fue el Mawlid o Nacimiento del Profeta, celebrado en 1362 por Muhammad V y recogido en un testimonio historiográfico por Ibn al-Jatib donde se nos cuenta cómo un autómata organizaba los turnos de recitación de los poemas y se adornó una sala con tapices y bellísimas lámparas de cristales multicolores.

Tenemos en Al-Ándalus, además, el caso de reyes-poetas como fue Al-Mu’tadid de Almería o Al-Mu’tamid de Sevilla en la época taifa y el de Yusuf III (1376-1417), en la Granada Nazarí. Los Reyes Nazaríes fueron también mecenas y tuvieron una corte de poetas áulicos a sueldo que se encargaron de inmortalizar y exaltar las virtudes y la generosidad de los soberanos. Ejemplos conocidos de poetas de corte son los casos de Ibn Zamrak, Ibn al-Jatib o Ibn al-Yayyâb cuyos poemas fueron grabados como yeserías en toda la Alhambra, en bellísima caligrafía nasjí nazarí, que pudo reproducir en piedra la auténtica caligrafía escrita de antemano en pergamino.

En la corte de Boabdil y su padre aparecen dos últimos nombres, Ibn al Qaysi de Baza y Abdallah Ibn Al-Arabi Al-Uqaylí, quien será además el que envíe en forma de poema la última misiva diplomática de Al-Andalus en 1492: Una petición de ayuda a los Mamelucos de Egipto que nunca se hizo efectiva.

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20 de noviembre de 2013

El ratón que cambia dientes por dinero...



El Ratoncito Pérez

El origen más probable de este ratoncito y su identificación con un hada proviene de un cuento francés del siglo XVIII de la baronesa d´Aulnoy: “El buen ratoncito”.  En  él se habla de un hada  que se transforma en un ratón para ayudar a derrotar a un malvado rey, ocultándose bajo la almohada del mismo, tras lo cual se le caen todos los dientes.

Un cuento –y su tradición- prácticamente universales aunque adopten formas diversas en distintas culturas.   Se le reconoce como "Ratoncito Pérez" en los países hispanohablantes, aunque en México, Perú y Chile se le conoce como “El Ratón de los dientes”. En Francia se le llama  "Ratoncito",   en Italia   "Topolino", "Topino  o "Fatina",  y en los países anglosajones  este papel lo encarna el "Hada de los dientes". Aunque a pesar de su existencia tradicional, en algunos lugares pese más la tradición de tirar los dientes de los niños a los tejados de las casas.  

Su introducción en lengua española se debe al P. Luis Coloma, S.J. Y su origen no puede ser más ilustre porque fue creado para un rey.  En 1894, desde el propio Palacio Real de España, pidieron a  Coloma  (Pequeñeces. Jeromín), que escribiera un cuento cuando a Alfonso XIII, que entonces tenía 8 años, se le cayó un diente. Coloma presenta un Ratón Pérez como un bonachón personaje que muestra al rey Buby (apodo con que la reina María Cristina llamaba a su hijo) las miserias de los pobres, antes de depositar un toisón de oro en su ilustre lecho.

El ratón vivía con su familia dentro de una gran caja de galletas, en el almacén de la entonces famosa confitería Prast, en el número ocho de la calle del Arenal, en el corazón de Madrid, a unos cien metros del Palacio Real. El pequeño roedor se escapaba frecuentemente de su domicilio y, a través de las cañerías de la ciudad, llegaba a las habitaciones del pequeño rey Buby I (Alfonso XIII) y las de otros niños más pobres que habían perdido algún diente, a través de múltiples y fantásticas peripecias despistando a los gatos que siempre estaban al acecho.

Años después este ilustre personaje recibió un merecido reconocimiento tras estar años y años llenando de ilusión los sueños de los más pequeños. El Ayuntamiento de Madrid rindió un homenaje a este ratoncito de leyenda instalando una placa conmemorativa en la calle del Arenal Nº 8 de Madrid, el mismo lugar donde el padre Coloma situó la vivienda del roedor. La placa muestra el siguiente texto: “Aquí vivía, en una caja de galletas, Ratón Pérez, según el cuento que el padre Coloma escribió para el niño Rey Alfonso XIII”.

El Ratón Pérez se convirtió   de este modo en el primer personaje ficticio al que el Ayuntamiento homenajeaba con una placa del Plan “Memoria de Madrid”. Y es   de los pocos personajes de ficción que tiene residencia real conocida.

Ahora los niños le dirigen cartas a su domicilio de la calle Arenal e incluso llegan a mandarle sus dientes por correo, sin perder esa gran ilusión que este ratón muy pequeño, con sombrero de paja, lentes de oro, zapatos de lienzo y una cartera roja, colocada a la espalda, (según las ilustraciones de los libros) siempre les ha hecho sentir.

Quiso el Padre Coloma con este pequeño cuento sembrar en el rey la idea de que todos los hombres somos hermanos: ricos y pobres, buenos y malos. Bajo su título escribió estas palabras:

“Sembrad en los niños la idea, aunque no la entiendan: los años se encargarán de descifrarla en su entendimiento y hacerla florecer en su corazón”.

Para quienes quieran leer esta joya centenaria, reproduzco la versión original, tal como fuera escrita por el Padre Coloma:


Ratón Pérez
Cuento original de Luis Coloma S.J.

Á SU ALTEZA REAL EL SERENISIMO
SEÑOR PRÍNCIPE DE ASTURIAS,
DON ALFONSO DE BORBÓN Y BATTENBERG.

Señor:
Hace cerca de veinte años que escribí estas páginas para S. M. el Rey D. Alfonso XIII, vuestro augusto padre. Permitidme, Señor, que, al reimprimirlas hoy, las dedique á V. A., deseoso de que arraigue en vuestra alma, tan honda y fructuosamente como arraigó en vuestro padre, la sencilla y sublime idea de la verdadera fraternidad humana.

Que Dios bendiga á V. A. como de todo corazón lo pide diariamente, su affmo. en Cristo,
Luis Coloma, S. J.

Sembrad en los niños la idea, aunque no la entiendan: los años se encargarán de descifrarla en su entendimiento y hacerla florecer en su corazón.

Entre la muerte del rey que rabió y el advenimiento al trono de la reina Mari-Castaña existe un largo y obscuro período en las crónicas, de que quedan pocas memorias. Consta, sin embargo, que floreció en aquella época un rey Buby I, grande amigo de los niños pobres y protector decidido de los ratones.

Fundó una fábrica de muñecos y caballos de cartón para los primeros, y sábese de cierto, que de esta fábrica procedían los tres caballitos cuatralbos, que regaló el rey D. Bermudo el Diácono á los niños de Hissén I, después de la batalla de Bureva.

Consta también que el rey Buby prohibió severamente el uso de ratoneras y dictó muy discretas leyes para encerrar en los límites de la defensa propia los instintos cazadores de los gatos: lo cual resulta probado, por los graves disturbios que hubo entre la reina doña Goto ó Gotona, viuda de D. Sancho Ordóñez, rey de Galicia, y la Merindad de Ribas de Sil, á causa de haberse querido aplicar en ésta las leyes del rey Buby al gato del Monasterio de Pombeyro, donde aquella Reina vivía retirada.

El caso fué grave y sus memorias muy duraderas, por más que unos autores digan que el gato en cuestión se llamaba Russaf Mateo, y otros le llamen simplemente Minini. De todos modos el hecho resulta probado, aunque nada diga sobre ello Vaseo, ni tampoco lo mencione el Cronicón Iriense, y el bueno de D. Lucas de Tuy haga como que se olvida del caso, quizá, quizá, por razones de conveniencia.

Consta también que el rey Buby comenzó á reinar á los seis años bajo la tutela de su madre, señora muy prudente y cristiana, que guiaba sus pasos y velaba á su lado, como hace con todos los niños buenos el ángel de su guarda.

Era entonces el rey Buby un verdadero encanto, y cuando en los días de gala le ponían su corona de oro y su real manto bordado, no era el oro de su corona más brillante que el de sus cabellos, ni más suaves los armiños de su manto que la piel de sus mejillas y sus manos. Parecía un muñequito de Sévres, que en vez de colocarlo sobre la chimenea, lo hubieran puesto sentadito en el trono.

Pues sucedió, que comiendo un día el Rey unas sopitas, se le comenzó á menear un diente. Alarmóse la corte entera, y llegaron, uno en pos de otro, los médicos de Cámara. El caso era grave, pues todo indicaba que había llegado para S. M. la hora de mudar los dientes.

Reunióse en consulta toda la Facultad; telegrafióse á Charcot, por si venía complicación nerviosa, y decretóse al cabo sacar á S. M. el diente. Los médicos quisieron cloroformizarle, y el Presidente del Consejo sostuvo porfiadamente esta opinión, por ser él tan impresionable, que nunca dejaba de hacerlo cada vez que se cortaba el pelo.

Pero el rey Buby era animoso y valiente, y empeñóse en arrostrar el peligro cara á cara. Quiso, sin embargo, confesarse antes, porque faena hecha no ocupa lugar, y después de todo, lo mismo puede escaparse el alma por la herida de una lanza, que por la mella de un diente.

Atáronle, pues, al suyo una hebra de seda encarnada, y el médico más anciano comenzó á tirar con tanto pulso y acierto, que á la mitad del empuje hizo el Rey un pucherito, y saltó el diente tan blanco, tan limpio y tan precioso como una perlita sin engaste.

Recogiólo en un azafate de oro el gentilhombre Grande de guardia, y fué á presentarlo á S. M. la Reina. Convocó ésta al punto el Consejo de Ministros, y dividiéronse las opiniones.

Querían unos engarzar en oro el dientecito y guardarlo en el tesoro de la Corona; y proponían otros colocarlo en el centro de una rica joya, y regalarlo á la imagen de la Virgen, patrona del Reino. Pareceres ambos en que descubrían aquellos ministros cortesanos, más bien el deseo de halagar á la madre, que el de servir á la Reina.

Mas esta Señora, que como mujer lista no fiaba de aduladores y era muy prudente y amiga de la tradición, resolvió que el rey Buby escribiese á Ratón Pérez una atenta carta, y pusiese aquella misma noche el diente debajo de su almohada, como ha sido y es uso común y constante de todos los niños, desde que el mundo es mundo, sin que haya memoria de que nunca dejase Ratón Pérez de venir á recoger el diente y á dejar en cambio un espléndido regalo.

Así lo hizo ya el justo Abel en su tiempo, y hasta el grandísimo pícaro de Caín puso su primer diente, amarillo y apestoso como uno de ajo, escondido entre la piel de perro negro que le servía de cabecera. De Adán y Eva no se sabe nada: lo cual á nadie extraña, porque como nacieron grandecitos, claro está que no mudaron los dientes.

Apuradillo se vió el rey Buby para escribir la carta; pero consiguiólo al cabo, y no sin grande suerte, pues tan sólo llegó á mancharse de tinta los cinco dedos de cada mano, la punta de la nariz, la oreja izquierda, un poco del borceguí derecho y todo el babero de encajes desde arriba hasta abajo.

Acostóse aquella noche más temprano que de costumbre, y mandó que dejasen encendidos en la alcoba todos los candelabros y arañas. Puso con mucho primor debajo de la almohada la carta con el diente dentro, y sentóse encima dispuesto á esperar á Ratón Pérez, aunque fuese necesario velar hasta el alba.

Ratón Pérez tardaba, y el Reyecito se entretuvo en pensar el discurso que había de pronunciarle. Á poco abría Buby mucho los ojitos, luchando contra el sueño que se los cerraba: cerróselos al fin del todo, y el cuerpecillo resbaló buscando el calor de las mantas, y la cabecita quedó sobre la almohada, escondida tras un brazo, como esconden los pajaritos la suya debajo del ala.

De pronto, sintió una cosa suave que le rozaba la frente. Incorporóse de un brinco, sobresaltado, y vió delante de sí, de pie sobre la almohada, un ratón muy pequeño, con sombrero de paja, lentes de oro, zapatos de lienzo crudo y una cartera roja, terciada á la espalda.

Miróle el rey Buby muy espantado, y Ratón Pérez, al verle despierto, quitóse el sombrero hasta los pies, inclinó la cabeza según el ceremonial de corte, y en esta actitud reverente esperó á que Su Majestad hablase.

Pero S. M. no dijo nada, porque el discurso se le olvidó de pronto, y después de pensarlo mucho, tan sólo acertó á decir algún tanto azorado:
—Buenas noches...

Á lo cual respondió Ratón Pérez profundamente conmovido:
—Dios se las dé á V. M. muy buenas.

Y con estas corteses razones, quedaron Buby y Ratón Pérez los mejores amigos del mundo. Conocíase á la legua que era éste un ratón muy de mundo, acostumbrado á pisar alfombras y al trato social de personas distinguidas.

Su conversación era variada é instructiva y su erudición pasmosa. Había viajado por todas las cañerías y sótanos de la corte, y anidado en todos los archivos y bibliotecas: sólo en la Real Academia Española se comió en menos de una semana tres manuscritos inéditos que había depositado allí cierto autor ilustre.

Habló también de su familia, que no era muy numerosa: dos hijas, ya casaderas, Adelaida y Elvira, y un hijo adolescente, Adolfo, que seguía la carrera diplomática, en el cajón mismo en que el Ministro de Estado guardaba sus notas secretas. De su mujer habló poco y como de paso, por lo cual sospechó el Reyecito que habría allí alguna messa allianza, ó quizá disensiones matrimoniales.

Oíale todo esto el rey Buby embobado, extendiendo de cuándo en cuándo maquinalmente la manita, para cogerle por el rabo. Mas Ratón Pérez, con una oscilación rápida y ceremoniosa, ponía el rabo de la otra parte, burlando así el intento del niño, sin faltar en nada al respeto debido al Monarca.

Era ya tarde, y como el rey Buby no pensaba en despedirle, Ratón Pérez insinuó hábilmente, sin faltar á la etiqueta, que le era forzoso acudir aquella misma noche á la calle de Jacometrezo, número 64, para recoger el diente de otro niño muy pobre, que se llamaba Gilito. Era el camino áspero y hasta cierto punto peligroso, porque había en la vecindad un gato muy mal intencionado, que llamaban D. Gaiferos.

Antojósele al rey Buby acompañarle en aquella expedición, y así se lo pidió á Ratón Pérez con el mayor ahinco. Quedóse éste pensativo, atusándose el bigote: la responsabilidad era muy grande, y érale forzoso además detenerse en su propia casa para recoger el regalo que había de llevar á Gilito en cambio de su diente.

Á esto respondió el rey Buby que él se tendría por muy honrado con descansar un momento en casa tan respetable.

La vanidad venció á Ratón Pérez, y apresuróse á ofrecer al rey Buby una taza de té, á trueque de conquistar el derecho de poner cadenas en la puerta de su casa, como se hacía en aquellos tiempos en todas las que conseguían el honor de hospedar á un monarca.

Vivía Ratón Pérez en la calle del Arenal, núm. 8, en los sótanos de Carlos Prats[A], frente por frente de una gran pila de quesos de Gruyère, que ofrecían á la familia de Pérez, próxima y abastada despensa.

Fuera de sí de contento, tiróse el rey Buby de la cama, y comenzó á ponerse su blusita. Mas Ratón Pérez saltó de repente sobre su hombro, y le metió por la nariz la punta del rabo: estornudó estrepitosamente el Reyecito, y por un prodigio maravilloso, que nadie hasta el día de hoy ha podido explicarse, quedó convertido, por el mismo esfuerzo del estornudo, en el ratón más lindo y primoroso que imaginaciones de hadas pudieran soñar.

Era todo él brillante como el oro, y suave como la seda, y tenía los ojitos verdes y relucientes como dos esmeraldas cabochon.

Tomóle de la mano Ratón Pérez, sin usar ya tantas ceremonias, y entróse con él, disparado como una bala, por un agujero que debajo de la cama y oculto por la alfombra había.

Era su carrera desatinada, obscuro el camino, húmedo y hasta pegajoso, y cruzábanse á cada paso con bandadas de diminutas alimañas, que á tientas les pinchaban y mordían.

Á veces deteníase Ratón Pérez en alguna encrucijada, y exploraba el terreno antes de seguir adelante: todo lo cual puso al rey Buby un poco nervioso y de mal humor, porque llegó á sentir desde el hociquito hasta la punta del rabo ciertos ligeros escalofríos que le parecieron señales de miedo. Acordóse, sin embargo, de que

El miedo es natural en el prudente
y el saberlo vencer es ser valiente.

y se venció y fué valiente por razón, que es en lo que el verdadero valor consiste. Tan sólo una vez, al sentir un estrépito espantoso sobre su cabeza, que no parecía sino que pasaban por encima diez docenas de Ripers-Oliva, preguntó muy bajito á Ratón Pérez si era allí donde vivía D. Gaiferos. Contestóle Ratón Pérez haciendo con el rabo un ademán negativo, y siguieron adelante.

Á poco entraron en una suave explanada, que venía á desembocar en un sótano ancho y muy bien embaldosado, donde se respiraba una atmósfera tibia, perfumada de queso. Doblaron una enorme pila de éstos, y encontráronse frente á frente de una gran caja de galletas de Huntley.

Allí era donde vivía la familia de Ratón Pérez, bajo el pabellón de Carlos Prats, tan á sus anchas y con tanta holgura, como pudo vivir la rata legendaria de la fábula, en el queso de Holanda.

Ratón Pérez presentó el rey Buby á su familia como un touriste extranjero que visitaba la corte, y las ratonas le acogieron con esa elegante aisance de las damas acostumbradas á mucho trato. Las señoritas hacían labor con su aya Miss Old-Cheese, ratona inglesa muy ilustrada, y la señora de Pérez bordaba para su marido un precioso gorro griego al calor de una chimenea en que ardía alegre fuego de rabitos de pasas.

Agradó mucho al rey Buby aquel plácido interior de familia burguesa, que revelaba en todos sus detalles esa aurea mediocritas (dorada medianía) de que habla el poeta como del estado más apto para hallar paz y felicidad en esta vida.

Sirvieron el té Adelaida y Elvira en primorosas tazas de cáscaras de alubias, y luego se hizo un poco de música. Adelaida cantó al arpa el aria de Desdémona, assisa al pie d'un salice, con un gusto y afinación que encantaron al rey Buby.

No era Adelaida bonita, pero tenía modales muy distinguidos, y hacía oscilar su rabo con cierta melancólica coquetería, que revelaba, sin duda, alguna pena secreta.

Elvira, por el contrario, era vivaracha y hasta un poco ordinaria; pero la energía de su alma le rebosaba por los ojos, y el rey Buby creyó ver delante de sí una espartana repitiendo el himno de las Termópilas, cuando cantó al piano con trágica entonación y enérgicos rencores de raza:

En el Hospital del Rey
hay un retón con tercianas,
y una gatita morisca
le está encomendando el alma.

Entró en esto Adolfo, que venía del Jockey-Club, donde con harto sentimiento de sus padres perdía tiempo y dinero jugando al Pocker con los ratones agregados á la Embajada alemana.

El roce continuo con estos diplomáticos le había engreído y extranjerizado, y no tenía otros tópicos de conversación que el Polo y el Lawn-Tennis.

Con gusto hubiera prolongado el rey Buby la velada, pero Ratón Pérez, que se había ausentado un momento, volvió con su cartera terciada á la espalda, y al parecer bien repleta, y le manifestó respetuosamente que ya era hora de partir.

Hizo, pues, el rey Buby, con mucha gracia, sus corteses ofrecimientos de despedida, y la Ratona Pérez, en un arranque de cordialidad un poco burguesa, plantóle en cada mejilla un sonoro beso. Adelaida le tendió una pata con cierto aire sentimental, que parecía decir:
—¡Hasta el cielo!

Elvira le dió un apretón de manos á la inglesa, y Miss Old-Cheese le hizo una ceremoniosa cortesía á lo reina Ana Stuard, y le enfiló su lorgnon de concha hasta que le perdió de vista.

Adolfo estuvo también muy expresivo: acompañóles hasta la entrada de la cañería, y allí reiteró á Buby su ofrecimiento de presentarlo en el Polo-Club, y le recomendó por tercera vez el uso de las raquetas J. Tate del núm. 12, ó á lo más del 12½. Las del 13 resultaban ya, para manos ratoniles, algo pesadas.

Agradecióselo mucho el Reyecito, y se despidió pensando que Adolfo podría ser en verdad muy elegante, pero que sin duda tenía los sesos de picatoste.

Comenzaron de nuevo su desatinada carrera Buby y Ratón Pérez, con un lujo de precauciones que sobresaltaron al Reyecito.

Caminaba delante un grueso pelotón de fornidos ratones, gente toda de guerra, cuyas aceradas bayonetas de finas agujas relumbraban á veces en la obscuridad. Detrás venía otro pelotón no menos numeroso, armados también hasta los dientes.

Confesó entonces Ratón Pérez que no se había determinado á emprender aquella expedición, sin garantir suficientemente con aquella aguerrida escolta de Cazadores ligeros la persona del joven monarca que con tanta nobleza se le confiaba.

De repente vió el rey Buby que desaparecía la vanguardia entera por un estrecho agujero, que dejaba escapar reflejos de tenue luz.

Había llegado el momento del peligro, y Ratón Pérez, despacito, haciendo vibrar suavemente la punta del rabo, asomó poquito á poco el hocico por aquel temeroso boquete: observó un segundo, retrocedió dos pasos, tornó á avanzar lentamente, y de improviso, agarrando al rey Buby por la mano, lanzóse con la rapidez de una flecha por el agujero, atravesó como una exhalación una extensa cocina, y desapareció por otro agujero que frente por frente había, detrás del fogón.

Con la rapidez con que se ven en el día de hoy desfilar los palos del telégrafo por las ventanillas de un tren, así vió pasar el rey Buby ante sus ojos, en su veloz carrera, el pavoroso cuadro de aquella cocina... Al calorcito de la lumbre oculta bajo el rescoldo dormía el temido D. Gaiferos, gatazo enorme, cartujano, cuyos erizados bigotes subían y bajaban al compás de su pausada respiración...

La guardia ratonil, inmóvil, silenciosa, preparada, mordiendo ya casi el cartucho, protegía el paso del rey Buby, formando desde el dormido D. Gaiferos hasta los dos agujeros de entrada y de salida el formidable triángulo romano de la batalla de Ecnoma...

Era aquello imponente y aterrador...

Una vieja feísima dormía en una silla, con la calceta á medio hacer caída sobre las faldas.

Cesó el peligro una vez franqueado el agujero de salida, y faltaba ya tan sólo subir á la última buhardilla de aquella misma casa, que era donde Gilito vivía. Todo era entrada en aquella miserable habitación abierta á todos los vientos, y los ratones la invadieron por rendijas, grietas y agujeros, como se invade una ciudad ya desmantelada.

Encaramóse el rey Buby en el palo de una silla sin asiento, única que había, y desde allí pudo abarcar todo aquel cuadro de horrible miseria, que nunca hubiera podido ni aun siquiera imaginar.

Era aquello un cuchitril infecto, en que el techo y el suelo se unían por un lado, y no se separaban lo bastante por el otro para dejar cabida á la estatura de un hombre. Entraba por las innumerables rendijas el viento helado del alba, que ya clareaba, y veíanse por debajo de la tejavana del techo grandes cuajarones de hielo.

No había allí más muebles que la silla que servía de observatorio al rey Buby, un cesto de pan vacío, colgado del techo á la altura de la mano, y en el rincón menos expuesto á la intemperie, una cama de pajas y de trapos, en que dormían abrazados Gilito y su madre.

Acercóse Ratón Pérez, llevando al rey Buby de la mano, y al ver éste de cerca al pobre Gilito, asomando las yertas manecitas por los trapos miserables que le cubrían, y pegada la preciosa carita al seno de su madre, para buscar allí un poco de calor, angustiósele el corazón de pena y de asombro, y rompió á llorar amargamente.

¡Pero si él nunca había visto eso!... ¿Cómo era posible que no hubiese él sabido hasta entonces que había niños pobres que tenían hambre y frío y se morían de miseria y de tristeza en un horrible camaranchón?... ¡Ni mantas quería él ya tener en su cama, mientras hubiese en su reino un solo niño que no tuviera por lo menos tres calzones de bayeta y un vestidito de bombasí!...

Conmovido también Ratón Pérez, se enjugó á hurtadillas una lágrima con la pata, y procuró calmar el dolor del rey Buby, enseñándole la brillante monedita de oro que iba á poner bajo la almohada de Gilito, en cambio de su primer diente.

Despertó en esto la madre de Gilito, é incorporóse en el lecho, contemplando al niño dormido. Amanecía ya, y érale forzoso levantarse para ganar un mísero jornal, lavando en el río. Cogió á Gilito en sus brazos, y le puso de rodillas, medio dormido, delante de una estampita del Niño Jesús de Praga que había pegada en la pared, sobre la misma cama.

El rey Buby y Ratón Pérez se pusieron de rodillas con el mayor respeto, y hasta los cazadores ligeros se arrodillaron también, dentro del canasto vacío en que merodeaban silenciosos.

El niño comenzó á rezar:
¡Padre nuestro, que estás en los cielos!...
Hizo el rey Buby un gesto de inmensa sorpresa al oirle, y se quedó mirando á Ratón Pérez con la boca abierta.

Comprendió éste su estupor y fijó en el Reyecito sus penetrantes ojos; mas no dijo una sola palabra, esperando sin duda que otro las dijese.

Emprendieron el viaje de vuelta silenciosos y preocupados, y media hora después entraba el rey Buby en su alcoba con Ratón Pérez.

Tornó allí éste á meter en la nariz del Rey la punta de su rabo; estornudó de nuevo Buby estrepitosamente, y encontróse acostadito en su cama, en los brazos de la Reina, que le despertaba, como todos los días, con un cariñoso beso de madre.

Creyó, por el pronto, que todo había sido sueño; mas levantó prontamente la almohada, buscando la carta para Ratón Pérez que había puesto allí la noche antes, y la carta había desaparecido.

En su lugar había un precioso estuche con la insignia del Toisón de Oro, toda cuajada de brillantes, regalo magnífico que le hacía el generoso Ratón Pérez, en cambio de su primer diente.

Dejólo caer, sin embargo, el Reyecito sobre la rica colcha, sin mirarlo casi, y quedóse largo tiempo pensativo, con el codo apoyado en la almohada. De pronto dijo, con esa expresión seria y meditabunda que toman á veces los niños, cuando reflexionan ó sufren:

—Mamá... ¿Por qué los niños pobres rezan lo mismo que yo, Padre nuestro, que estás en los cielos?...
La Reina le respondió:
—Porque Dios es padre de ellos, lo mismo que lo es tuyo.
—Entonces—replicó Buby aun más pensativo—seremos hermanos...
—Sí, hijo mío; son tus hermanos.

Los ojitos de Buby rebosaron entonces admiración profunda, y con la voz empañada por las lágrimas y trémulo el pechito por el temblor de un sollozo, preguntó:
—¿Y por qué soy yo Rey, y tengo de todo, y ellos son pobres y no tienen de nada?

Apretóle la Reina contra su corazón con amor inmenso, y besándole en la frente, le dijo:
—Porque tú eres el hermano mayor, que eso es ser Rey... ¿Lo entiendes, Buby?... Y Dios te ha dado de todo, para que cuides en lo posible de que tus hermanos menores no carezcan de nada.

—Yo no sabía eso—dijo Buby, meneando con pena la cabecita.

Y sin acordarse más del Toisón de Oro, púsose á rezar, como todos los días, sus oraciones de la mañana. Y á medida que rezaba, parecíale que todos los Gilitos pobres y desvalidos del reino se agrupaban en torno suyo, alzando también á Dios sus manitas, y que él decía, llevando, como hermano mayor, la voz de todos:
¡Padre nuestro, que estás en los cielos!...

Y cuando el rey Buby fué ya un hombre y un gran guerrero, y tuvo que pedir á Dios auxilio en los trabajos, y darle gracias en las alegrías, siempre dijo, llevando la voz de todos sus súbditos, pobres y ricos, buenos y malos:
¡Padre nuestro, que estás en los cielos!...

Y cuando murió el rey Buby, ya muy ancianito, y llegó su buena alma á las puertas del cielo, allí se arrodilló y dijo como siempre:
¡Padre nuestro, que estás en los cielos!...

Y en cuanto esto dijo, le abrieron las puertas de par en par miles y miles de pobres Gilitos, de que había sido Rey, es decir, hermano mayor, acá en la tierra...