El Adiós de los Tranvías
Ana Dolores García
En resumen, la red tranviaria de la ciudad de Camagüey tenía doce kilómetros y medio de vías y un personal de más de 100 empleados. Sus talleres se encontraban en la calle Estrada Palma, frente a la calle Vergés, enclavados en terreros de la Compañía Cubana de Electricidad. En estos talleres hasta se llegaron a fabricar algunos tranvías.
En 1926 todo el sistema pasó a ser propiedad de la "Havana Electric Railway", que mantuvo su funcionamiento hasta la disolución de la compañía en 1950. A partir de entonces, y por un corto período de menos de dos años, la Cooperativa de Transportes de Camagüey se hizo cargo de nuestros tranvías, los que dejaron de circular, definitivamente, en la medianoche del 23 de febrero de 1952. La Cooperativa de Transportes de Camagüey operaba ya otras rutas de guaguas, entre ellas "Vigía-Agramonte", "Vigía-Granja" y "Vigía-Santa Cruz".
Durante más de medio siglo los tranvías de Camagüey llenaron con creces la función para la que fueron destinados. Primero, "de sangre", luego, eléctricos. Lentos, grandones, con su clan-clan inevitable y sus tediosas esperas en los cruces, o las producidas cuando el trole se zafaba del cable y el conductor sacaba medio cuerpo por una ventanilla para tratar de volverlo a su sitio, son ya una estampa más entre las tradiciones de nuestra legendaria ciudad.
No se puede dejar de mencionar que el trole también se "zafaba" otras veces por causas provocadas intencionalmente. Emilio Cosío, en una de sus magníficas "Estampas", "Los Huéspedes", nos lo relata:
"…Los “trolleys” servían al menos para darle energía al tranvía. Y también para que, celebrando la Semana del Niño, los estudiantes de bachillerato los zafáramos para detenerlo, invadirlo e irnos a pasear gratis. Con la segura bienvenida de las chinches del tranvía. Que se volvían locas tratando de atender a tanto niño. Niños que teníamos ya la voz más ronca que Popeye el Marino. Y nadie se explicaba por qué aquel atajo de viejos celebraban la Semana del Niño…"
Fueron el seguro medio de transporte de nuestros abuelos de sombrero de pajilla y de bastón y paraguas. De muchos de nuestros padres y madres cuando iban al Instituto o a la Normal de "San Zenón". Y de muchos de nosotros mismos. De los vecinos de La Vigía, que iban hasta el cementerio por "un medio" (medio real, "nickel" ó 5 centavos) y una transferencia…
En fin, de todos los habitantes de una capital de provincias que "trepó a ciudad en cables de tranvías" - según las poéticas palabras de Agustín López Ramírez-, y que, dando paso al progreso, dejó un día a un lado sus ya viejos y descoloridos tranvías, aquellos "inmensos cangrejos amarillentos" (luego anaranjados) que los llamara José Bonifacio Flores en su improvisado discurso de inauguración, y los cambió por guaguas, más eficientes y rápidas y sin necesidad de troles, cables ni rieles. Ni de las tediosas esperas en los cruces.
Como un último tributo a nuestros tranvías, esta sencilla crónica se cierra con un soneto de la inspiración del Dr. Agustín López Ramírez, galeno y poeta:
En resumen, la red tranviaria de la ciudad de Camagüey tenía doce kilómetros y medio de vías y un personal de más de 100 empleados. Sus talleres se encontraban en la calle Estrada Palma, frente a la calle Vergés, enclavados en terreros de la Compañía Cubana de Electricidad. En estos talleres hasta se llegaron a fabricar algunos tranvías.
En 1926 todo el sistema pasó a ser propiedad de la "Havana Electric Railway", que mantuvo su funcionamiento hasta la disolución de la compañía en 1950. A partir de entonces, y por un corto período de menos de dos años, la Cooperativa de Transportes de Camagüey se hizo cargo de nuestros tranvías, los que dejaron de circular, definitivamente, en la medianoche del 23 de febrero de 1952. La Cooperativa de Transportes de Camagüey operaba ya otras rutas de guaguas, entre ellas "Vigía-Agramonte", "Vigía-Granja" y "Vigía-Santa Cruz".
Durante más de medio siglo los tranvías de Camagüey llenaron con creces la función para la que fueron destinados. Primero, "de sangre", luego, eléctricos. Lentos, grandones, con su clan-clan inevitable y sus tediosas esperas en los cruces, o las producidas cuando el trole se zafaba del cable y el conductor sacaba medio cuerpo por una ventanilla para tratar de volverlo a su sitio, son ya una estampa más entre las tradiciones de nuestra legendaria ciudad.
No se puede dejar de mencionar que el trole también se "zafaba" otras veces por causas provocadas intencionalmente. Emilio Cosío, en una de sus magníficas "Estampas", "Los Huéspedes", nos lo relata:
"…Los “trolleys” servían al menos para darle energía al tranvía. Y también para que, celebrando la Semana del Niño, los estudiantes de bachillerato los zafáramos para detenerlo, invadirlo e irnos a pasear gratis. Con la segura bienvenida de las chinches del tranvía. Que se volvían locas tratando de atender a tanto niño. Niños que teníamos ya la voz más ronca que Popeye el Marino. Y nadie se explicaba por qué aquel atajo de viejos celebraban la Semana del Niño…"
Fueron el seguro medio de transporte de nuestros abuelos de sombrero de pajilla y de bastón y paraguas. De muchos de nuestros padres y madres cuando iban al Instituto o a la Normal de "San Zenón". Y de muchos de nosotros mismos. De los vecinos de La Vigía, que iban hasta el cementerio por "un medio" (medio real, "nickel" ó 5 centavos) y una transferencia…
En fin, de todos los habitantes de una capital de provincias que "trepó a ciudad en cables de tranvías" - según las poéticas palabras de Agustín López Ramírez-, y que, dando paso al progreso, dejó un día a un lado sus ya viejos y descoloridos tranvías, aquellos "inmensos cangrejos amarillentos" (luego anaranjados) que los llamara José Bonifacio Flores en su improvisado discurso de inauguración, y los cambió por guaguas, más eficientes y rápidas y sin necesidad de troles, cables ni rieles. Ni de las tediosas esperas en los cruces.
Como un último tributo a nuestros tranvías, esta sencilla crónica se cierra con un soneto de la inspiración del Dr. Agustín López Ramírez, galeno y poeta:
Los Tranvías
Camagüey tenía veinte exactamente,
carromatos eléctricos ruidosos
que la surcaban casi presurosos
pese al ritmo pausado de la gente.
Sobre rieles de anchura diferente
contoneábanse en gestos voluptuosos,
y a su vaivén viajeros valerosos
chocaban entre sí efusivamente.
Animales y carros asustados,
como de algún dragón de años pasados,
compartían los azares de las vías…
Todos color naranja, ¡eran tan bellos!
Camagüey, que creció gracias a ellos,
trepó a ciudad en cables de tranvías…
Camagüey tenía veinte exactamente,
carromatos eléctricos ruidosos
que la surcaban casi presurosos
pese al ritmo pausado de la gente.
Sobre rieles de anchura diferente
contoneábanse en gestos voluptuosos,
y a su vaivén viajeros valerosos
chocaban entre sí efusivamente.
Animales y carros asustados,
como de algún dragón de años pasados,
compartían los azares de las vías…
Todos color naranja, ¡eran tan bellos!
Camagüey, que creció gracias a ellos,
trepó a ciudad en cables de tranvías…
Ana Dolores García
Copyright 2004
Ilustración: www.ellugareno.com
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Copyright 2004
Ilustración: www.ellugareno.com
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