LA ENORME IMPORTANCIA
DE NO CALLARNOS
- Sacerdote José Conrado Rodríguez Alegría -
- En el mes de julio de este año, un humilde sacerdote cubano recibió un premio de alcance internacional que, aunque jamás apareció en la prensa nacional, impactó entre nosotros con una suspicaz velocidad.
El padre José Conrado Rodríguez Alegría, párroco de la iglesia “Santa Teresita del niño Jesús”, en Santiago de Cuba, se hacía merecedor del Premio de la Comunidad de Democracias, en Polonia, por sus enormes esfuerzos al servicio de la libertad y los derechos humanos en Cuba.
Hasta ese momento, muy poco sabía yo del padre Conrado. No soy católico ni practico ninguna religión en particular, aunque intento rodearme de los más varios y distintos seres posibles. Uno de estos me hizo el impagable favor de acercarme a la vida y la obra de este hombre de actitud deslumbrante.
Un cura a quien la Iglesia cubana debió exiliar casi a la fuerza a mediados de los ´90, porque temía por su vida. Un cura que sufrió, el 4 de diciembre de 2007, un horrible acto de repudio en su parroquia, que culminó con violencia pura, y que tuvo una amplia repercusión internacional.
Lo que aquí publico ahora, es apenas un mínimo fragmento de la entrevista de 4 horas que sostuvimos el padre Conrado y yo, en su Santiago de Cuba, hace tan sólo un mes. El texto completo figurará en mi libro de entrevistas a personalidades de la cultura y la vida pública alternativa de Cuba, que pronto estará culminado.
Debo confesar a los lectores que ha sido un verdadero ejercicio del contorsionismo periodístico, resumir una entrevista de casi 30 páginas, con una introducción bien extensa, a lo que aquí ofrezco. Cuando se tiene a un entrevistado tan brillante es doloroso y complejo seleccionar respuestas y dejar otras para luego.
De cualquier forma, creo que pocas entrevistas publicadas en este blog tendrán tanta profundidad y relevancia como esta que el sacerdote José Conrado Rodríguez Alegría tuvo a bien concederme en su iglesia.
CONFORMACIÓN DE UN CARÁCTER
Para quienes conocen de cerca su oficio sacerdotal, uno de los rasgos distintivos del padre José Conrado es su actitud de crear conciencia en sus fieles sobre la realidad del país. No se trata de alguien que subrepticiamente, cuando venga al caso, refiere en su oratoria aspectos relacionados con la política y la vida en Cuba. Más bien, José Conrado ha demostrado un particular interés en despertar la conciencia de sus fieles; darles argumentos para valorar en su justa medida la realidad en que se ven inmersos.
- Padre, ¿recuerda su propia toma de conciencia al respecto? O sea, ¿recuerda cómo fueron los primeros tiempos, cuando comenzó a definirse como un oficiante religioso con posiciones muy definidas en el aspecto político?
– Desde el Seminario yo tenía bien claro que el oficio de la palabra, en mi caso la palabra de Dios, implicaba un serio compromiso en ese sentido. De hecho en la misma definición de lo que es una homilía, está la predicación de la palabra de Dios y de la realidad que uno tiene delante.
Yo coincido plenamente con el teólogo protestante Karl Barth, uno de los más grandes teólogos del siglo XX, cuando afirmaba que la homilía se hacía con el periódico en una mano y la Biblia en la otra.
Por lo tanto, en la misma esencia de la labor de la Iglesia está el referirse a esa realidad que debe transformarse a la luz de la palabra de Dios…
- Pero mientras algunos sacerdotes en sus misas evitan las referencias directas a la difícil situación de Cuba, usted hace todo lo contrario…
Yo discuto la afirmación de que los demás sacerdotes no lo hagan. Lo que creo es que cada cual tiene su estilo propio, y su manera propia de enfocar los aspectos.
Mira, yo siempre hago referencia, por ejemplo, a que si no hubiera habido una persona con una cámara de video el día que yo leí la carta a Fidel Castro, en 1994, no se hubiera sabido que la leí delante de 700 personas un día de la Caridad. Lo cual no quiere decir que yo no la hubiera leído igualmente. Pero el hecho de que tuviera una repercusión como la que tuvo, fue muy coyuntural.
Es decir, el que no se sepa a nivel social, o que no lo sepan quienes no visitan la Iglesia, no significa que los sacerdotes cubanos no tengan ese mismo principio.
Sobre todo durante el más crudo Período Especial, creo que todos los sacerdotes y obispos tuvieron esa misma tónica. Quizás no siempre de manera tan directa, pero sí siempre hubo una reflexión seria sobre la realidad que vivía el pueblo.
También hay que tener en cuenta una cosa: todos sentimos miedo. La esencia del sistema totalitario es precisamente provocar una respuesta de temor paralizante. Y no sería honesto decir que no tenemos miedo. Todos lo tenemos. El problema es cuando uno tiene que vencer el miedo en nombre de una responsabilidad. Esa responsabilidad es la que te lleva a expresar lo que sientes y lo que crees en realidad. Y eso es fruto de una conciencia ética sobre lo que nos compete a todos.
Mi insistencia con la cuestión política en las homilías resalta porque el sistema totalitario trata siempre de silenciar la crítica, de imposibilitar el desacuerdo, y esto hace que sea raro que una persona exprese algo que en el fondo, es probable que la inmensa mayoría de los que le oyen compartan también. Pero que no todos se atreven a decir.
Sin embargo, yo creo que esa es precisamente la responsabilidad que tiene un sacerdote en un país como el nuestro. El hecho de que la gente no sea capaz de elevar la voz por temor a las represalias, o por hábito de callar, (como dice Eliseo Alberto de Diego: “De tanto callar nos volvimos mudos”), es uno de los retos que tiene el sacerdote bajo un sistema como este.
Me vienen a la mente los varios escritos que todavía circulan por internet, firmados por él. La carta a Raúl Castro, en 2009, su discurso de despedida cuando debió exiliarse involuntariamente en 1996, el texto que escribió con motivo de la jubilación del Arzobispo Pedro Meurice. Recuerdo la impresión que su prosa altamente narrativa me provocó cada vez: una absoluta fascinación.
- Yo he sentido con sus palabras algo único: la vibración de la verdad. Usted siente hondamente lo que dice, y quien le escucha o lee, lo advierte de forma muy vívida. Cuando condena al totalitarismo, no solo cubano sino universal, lo hace con una pasión que impacta. ¿De dónde proviene esa aversión tan marcada hacia el totalitarismo?
– Yo diría que fue la experiencia la que me fue llevando a una postura bastante crítica. La experiencia de la realidad que estaba viviendo cada día. Esto se agudizó de manera específica con el Período Especial.
No cabe duda de que esta fue una situación que la sufrió todo el pueblo, y que fue el pueblo humilde el que pagó un precio altísimo por ella. Hablo de las personas enfermas de polineuritis, de la agonía de un país que se expresaba en aquellos que se lanzaban al mar a riesgo de perder la vida. El drama tremendo de las familias separadas por la distancia o la muerte.
Yo veía en las parroquias donde estaba en ese tiempo, en Palma Soriano y Contramaestre, cómo la gente adelgazaba de semana en semana, cómo rebajaban de peso constantemente. Era algo espantoso. Era espantosa la desesperanza, y el sufrimiento. Y el que no hubiera una respuesta por parte de aquellos que tenían la autoridad, y toda la fuerza que tienen en los sistemas totalitarios quienes detentan el poder, era quizás lo que me molestaba más.
En la esencia misma de este sistema, está quitarle a la gente la responsabilidad de sus vidas y asumirla el poder, los que gobiernan. Eso hace a los poderosos más responsables ante la Historia: evidentemente, al no dejar posibilidad para que la gente decida por sí misma, al arrogarse esa cuota de poder que es la responsabilidad de cada uno, y al centralizar la toma de decisiones y toda la vida económica, política, social, cultural, eso los hace más responsables de todo cuanto pueda suceder en un país.
Pero justamente porque no renuncio a mi responsabilidad propia, a la cuota que me corresponde, es por lo que he asumido una posición clara y crítica con respecto a la forma en que se ha gobernado este país.
EL PREMIO GEREMEK
Y VALORACIONES SOBRE LA IGLESIA EN CUBA
La Comunidad de las Democracias le entregó este año en Cracovia, Polonia, el Premio “Bronislaw Geremek” por sus conocidos e indudables esfuerzos en post de la libertad de expresión, y respeto por los derechos humanos en Cuba. Su discurso, titulado “Cada generación tiene derecho a soñar sus propios sueños”, debería estudiarse en todas las Universidades, debería leerse ante todos los seres de bien de este mundo, como una hermosa prueba del compromiso de un sacerdote con la libertad plena del hombre.
- Usted dijo también en el discurso recibir el premio “en nombre de esa Iglesia que sufre, lucha, reza y espera, en Cuba”. ¿Estas palabras describen realmente el sentir de la Iglesia cubana?
– Desde luego. Yo creo que la Iglesia Católica en Cuba ha hecho un esfuerzo de servicio y de entrega a la causa del hombre.
Iglesia "Santa Teresita", en Santiago de Cuba
Cuando uno mira las comunidades que conforman nuestras parroquias ve eso: gente que lucha, que sufre, que espera, que reza desde esta realidad que le ha tocado vivir. Esas comunidades, que están compuestas por gente muy sencilla en su mayoría, han resistido las dificultades, han resistido incluso las persecuciones. A lo largo de más de 50 años la Iglesia no ha sido bien mirada en Cuba, y los cristianos no han sido jamás ciudadanos de “primera categoría”. Hubo épocas en que más, otras en que menos, pero siempre ha estado la sospecha política: no son gente de confiar. Sin embargo ahí están los fieles y está la Iglesia.
Muchos fieles y hasta párrocos se fueron del país. No vieron más salida. Otros abandonaron la Iglesia. Yo recuerdo épocas en que las parroquias estaban prácticamente vacías por la persecución contra los cristianos. Pero siempre estuvieron los que se mantuvieron firmes.
De hecho creo que si hoy la Iglesia está presente y viva en el corazón de este pueblo, es consecuencia de la fidelidad de la institución para con los necesitados.
- Resulta imposible no pedirle su parecer sobre el actual proceso de liberación de presos políticos en el cual tanto ha tenido que ver la Iglesia Católica. La polémica se ha centrado sobre todo en dos aspectos: 1. Si fue correcto que la Iglesia obviara a la oposición en su diálogo con el Gobierno, y 2. Si fue ético y humano que los liberados fueran inmediatamente desterrados. ¿Cuál es su posición al respecto?
– Hay que partir de un hecho cierto: las reglas de este juego no las puso la Iglesia. Solo tuvo un papel de mediación entre las personas directamente interesadas, las Damas de Blanco, los familiares de los prisioneros, y el Gobierno, que finalmente cedió a resolver el problema.
Yo pienso que la Iglesia no es la sociedad civil, ni puede suplantar a la oposición. Y tampoco lo pretende. Sencillamente había un problema puntual, una situación realmente grave con estos presos de conciencia, y se dio la oportunidad de llegar a un acuerdo.
De por sí, por definición, era una cosa muy grave que esas personas estuvieran presas por opinar y ejercer su derecho al libre criterio. Jamás hubo culpabilidad en este sentido. Por el contrario, el ejercicio de la libertad de cada uno es la garantía de la justicia y del buen ejercicio de la vida social.
Entonces, que tuvieran largas condenas por esta razón no era otra cosa que una aberración.
Ese problema puntual es el que motivó la respuesta del Gobierno, y entre otros factores la Iglesia influyó en esto, primero por criticar seriamente las actuaciones represivas contra las Damas de Blanco, y segundo, por expresar su desacuerdo con la existencia de estos prisioneros de conciencia, entre los cuales además había muchos católicos. Pero fueran o no católicos lo cierto es que era inaceptable su situación.
Una pregunta interesante sería por qué el Gobierno escogió a la Iglesia. En mi opinión, porque sabía que es escuchada por todas las partes, y esto es un reconocimiento indudable a la seriedad de la institución y de la comunidad eclesial.
¿El espacio que la Iglesia tuvo para esta negociación?, bueno es de suponer que no fue más que el de mediación. Poner de acuerdo a las partes, aconsejar, y propiciar que se llegara a un acuerdo positivo para todo el mundo.
Estoy de acuerdo en que desgraciadamente no se consiguió una verdadera liberación, porque lo que ha ocurrido es sólo un cambio de condena: en lugar de la prisión, una deportación. Obvio: en Cuba, donde tanta gente ve como el ideal máximo de la felicidad salir del país, y donde esto es tan difícil, algunos lo asumen como un premio. Como que se sacaron el premio gordo. Pero esa es una lectura que se hace desde acá, para el resto del mundo no es lo mismo. Y para todos los que entienden cómo debió haber sido este proceso, pues evidentemente no puede haber una conformidad plena.
CARTAS A FIDEL Y RAÚL
- Primero hábleme de la carta que le envió a Fidel Castro en 1994. ¿Cuál era la esencia y la motivación de esa carta?
– En realidad no fue una carta enviada, sino una carta leída. Como ya te dije antes, una persona la tomó en video y después se expandió por el mundo.
Fue un acto más bien de desesperación. Yo veía la agonía de la gente, escuchaba los testimonios de quienes venían a contarme sus tragedias, y me llenaba de un sentimiento de impotencia al no poder resolverles sus problemas y ver que por otra parte, quienes tenían la responsabilidad de hacerlo no se daban por enterados. Eso fue en verdad el caldo de cultivo que hizo posible esa carta.
Recuerdo que ese día, que era de la Caridad, cuando terminé la homilía frente a 700 personas, dije: “Yo sé que en todas las misas mías hay ovejas locas que vienen a escuchar lo que yo digo para hacerlo llegar a otras instancias. Les ruego a esas ovejas locas que hagan llegar a su destinatario la carta que ahora voy a leer”. Y comencé la lectura.
Quizás la frase más importante, la que resume el sentir del texto completo, sea donde digo “Todos somos responsables, pero nadie lo es en mayor medida que usted”. La razón de la carta fue esa: dirigirme a aquel que era el máximo responsable de lo que sucedía por tener la mayor cuota de poder.
- ¿Recibió alguna respuesta por parte del presidente, o de alguna voz oficial?
– No. La callada por respuesta.
- Luego, 15 años más tarde, en el 2009, le envió otra a su hermano recién investido Presidente. Esta sí fue una carta escrita, y tuvo una amplísima circulación digital en todo el país. ¿Tenía reales esperanzas esta vez de una respuesta, o de que sus reclamos influyeran en Raúl?
– Mira, hay veces que uno realiza los actos como una manera de hacer valer su voz, porque tiene un compromiso y una responsabilidad. Pero no porque sepa que ese acto tendrá la respuesta deseada.
Lo que sí no puedo es callar ante la realidad que veo, que sufro y que hace sufrir a tanta gente. Además, mi voz no representa nada más que la de otro cubano, pero tiene valor.
Por eso sentí como mi deber hacerle saber lo que pienso, y también hacerlos responsables de lo que ocurre hoy en este país. Y no es que, como digo claramente en la carta a Fidel Castro, “No es que usted no sepa la realidad de los cubanos”, porque eso sería una ofensa, decirle a alguien tan bien informado que no sabe lo que ocurre en su propio país. No. Ellos saben perfectamente lo que está pasando. Lo que no hay es una voluntad política real de cambiarlo, sobre todo porque quienes más sufren esta situación, no son ellos.
Raúl Castro no podía estar desinformado de lo que estaba pasando en este país. Pero para mí decírselo públicamente era una forma de comprometerlo, de decirle algo así como “Oye, que sepas lo que hay, ya no puedas decir que no lo sabías porque al menos yo, te lo hice saber de manera pública”.
Más aún, cuando hay pocas posibilidades de tomar decisiones que no sean las últimas, la de los que tienen todo el poder, uno tiene doblemente esa obligación. Porque bajo un sistema que tiene a todo el mundo encorsetado, dependiendo de las decisiones de los jefes, hay que responsabilizarlos a ellos por todo lo que hagan o dejen de hacer.
Por eso creo que hay que respetar y agradecer el trabajo de los blogueros, de los periodistas independientes, de los opositores pacíficos, de gente como Yoani Sánchez o las Damas de Blanco, que han alzado su voz y se han mantenido peleando contra viento y marea. Peor estaríamos sin esas personas que corren el riesgo que haya que correr por fidelidad a ese compromiso fundamental con la verdad.
Claro, una de las bases con las que funciona el sistema es aquello que describió Soledad Cruz como: “Esto no hay quien lo tumbe, pero no hay quien lo cambie”. Es decir: poner en tu cabeza que hagas lo que hagas no podrás lograr nada. Ese concepto es la base misma del totalitarismo.
Y en el fondo, yo sí creo se cambian muchas cosas. Yo creo que ellos, los gobernantes, asumen sus responsabilidades. Lo que pasa es que no lo admiten de forma pública. Pero si van cambiando algo, aunque sea mínimo, es porque se van dando cuenta de la responsabilidad que les toca.
Por eso es tan importante no callarnos. Cuando se alza la voz, se advierte del peligro y se contiene al poder. Un sistema con un poder tan absoluto, si no tiene cortapisas, si no tiene contrapartidas, es un verdadero monstruo. Entonces, aunque sea pagando un precio muy alto, pero hay que levantar la voz.
Como decía el Padre Varela a aquellos que lo acusaban de imprudente: “¿Es imprudente levantar la voz y advertir el peligro? Esa será la prudencia de los débiles. Mi corazón la desconoce.”
FUTURO
- Finalmente, padre: según sus propias palabras usted ofició su primera misa citando el credo martiano: “Tengo fe en el mejoramiento humano, en la utilidad de la virtud, y en ti”. ¿Aún hoy, tantos años después, cree realmente en un futuro de reconciliación en nuestra Patria, a pesar de ese daño antropológico tan grande que ha sufrido el pueblo cubano?
– La última palabra, decía Ghandi, no la tienen las tiranías ni la maldad de los hombres. La última palabra va por otro lado. Es siempre una palabra de salvación, no de condenación.
Y yo creo que cuando dentro de cien años se escriba la Historia de Cuba, y de este período, muchos recordarán con tristeza todas estas cosas. Pero muchos también reaccionarán. Al final el ser humano está hecho para ser feliz. A la larga la gente despertará a una vida mejor, más justa.
Es real que en cualquier país, bajo cualquier sistema, pueden ocurrir situaciones delictivas, aberraciones humanas, puede haber esa maldad que también llevamos dentro. Nadie está inmunizado contra el error o la mentira. Pero también pienso que el hombre es capaz de evolucionar y cambiar, y creo profundamente en la posibilidad de la conversión. Y la conversión para mejor es el reto de cada época y de cada persona.
La tentación del desaliento, de la desesperanza, es hasta cierto punto lógica. Pero en el caso del cristiano no tiene lugar. Y no es que no se pueda pasar por etapas de desaliento, lo que sucede es que al final hay que vencerlo. Porque la vida sigue y todos tenemos la responsabilidad de seguir luchando y construyendo un futuro diferente.
Además, te repito que hay que distinguir entre los sistemas y las personas. Los sistemas pasan, pero el ser humano en la medida en que se abre a la gracia, al amor profundo y misericordioso de Dios que es capaz de transformar, de romper barreras, sí es capaz de revertir cualquier circunstancia.
Pero sobre todo, creo en esa posibilidad de superación porque en el fondo el hombre por su propia naturaleza siempre aspira a lo mejor. Y lo mejor, ciertamente no es esto que tenemos. Lo mejor no es esto.
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Colaboración de Olavo García Domínguez