¿Salimos a
comer algo?
Tania Quintero
El 1 de octubre se celebró
el día internacional del adulto mayor, las personas de edad o los ancianos,
como prefieran decirles. Ese día, Cubanet publicó un vídeo y un texto
de Rosa M. Avilés sobre Domitila Blanco, una cubana de 95 años que acaba de
fallecer, desamparada y en miserables condiciones de vida, como tantos y tantos
viejos cubanos.
Y yo, casualmente, estaba
preparando un post para mi blog sobre Ricardo Simón Antonio, sonero de
Holguín que acaba de cumplir 97 años. Buscando en YouTube a ver si encontraba
un video con el holguinero, encontré el documental “Los viejos y sabios músicos
de Cuba, donde el protagonista es Laíto
Sureda.
Estanislao Sureda Hernández,
"Laíto", nació en Cienfuegos en 1914 y falleció en La Habana en 1999.
Blanco, alto y flaco, fue una de las grandes voces de nuestra música popular y
uno de los mejores intérpretes que tuvo la Sonora Matancera. Su resurgimiento
en la isla se produjo a mediados de los 90, cuando hizo una versión de “Idilio,
del puertorriqueño Alberto Amadeo Rivera
(1903-1968).
En el documental, entre
otras anécdotas –imperdible la del Benny– Laíto recuerda cuando por 15 centavos
en una fonda china te comías una "completa" (arroz blanco, potaje,
carne y plátanos maduros fritos).
Me recordó que en mi
infancia, a cada rato me mandaban a comprar una "completa" para los
cuatro de la casa: mis padres, mi tío Luis, recientemente fallecido a los 98
años, y yo.
Con
un peso te llenaban la cantina
Me
daban un peso y una cantina, para que me echaran las cuatro raciones por
separado. Siempre iba a una fonda china que quedaba a dos cuadras de la casa,
en Monte casi esquina a Castillo, al lado de una ferretería que colindaba con
el edificio de la COA (Cooperativa de Ómnibus Aliados) que, a su vez, quedaba
pegada a mi escuela, la "Ramón Saínz".
En mi barrio, El Pilar, en
El Cerro, quien quería comida de cantina la encargaba en San Joaquín entre
Monte y Omoa, pero a mi padre le gustaba más cómo cocinaban los chinos la
comida cubana, sobre todo la carne con papas.
Si
queríamos comida china, íbamos a "La Estrella de Oro", en Monte,
antes de llegar a los Cuatro Caminos. Por lo regular comprábamos arroz frito, chop
suey y maripositas chinas.
Las fritas preferidas eran
las de René y costaban 10 quilos (centavos). En su timbiriche, en Monte y
Fernandina, también podías pedir pan con bistec (0.20); perros calientes
(0.15); minuta de pargo (0.15) o pan con tortilla (0.10). René te echaba lo que
le pidieras: catsup, mostaza, cebolla fresca bien picadita o papitas fritas a
la juliana. O aliño, de un pomo con ajicitos picantes macerados en vinagre.
Cerca del puesto de René
estaba la cafetería donde solo vendían batidos. Quedaba al lado del cine
Roosevelt (después le pusieron Guisa; ya no existe, como tantos cines
habaneros). Había de mamey, anón, platanito, fruta bomba, mango, trigo y leche
malteada, el vaso pequeño costaba 0.10 centavos y el grande 0.20.
Al lado, una panadería y
dulcería. Las torrejas que hacían eran muy sabrosas y por un medio (5 centavos)
te daban dos, enchumbadas en almíbar. Pan, palitroques y galletas grandes de
sal se compraban en la panadería que había en Monte y San Joaquín, que todavía
en 2003 existía, ya en pésimas condiciones.
Los
domingos no cocino
Los domingos por la tarde mi
madre no cocinaba. Comíamos sandwich (0.50) con pan de flauta, jamón,
queso, pierna asada y pepinillo encurtido; medianoche (0.35) con pan suave
(alargado y dulzón), jamón, queso, mortadella y pepinillo encurtido; o
galleticas preparadas (0.25), cuatro galletas de soda pegadas, con jamón, queso
y pierna asada.
Casi siempre era yo la
encargada de adquirir la "cena" dominguera, en la Casa Presno, en
Monte y Fernandina, o en cualquiera de las dos cafeterías que había en la
Esquina de Tejas, las dos frente al cine Valentino y la valla de gallos.
Para tomar, malta: sola
o con leche condensada.
Helados, en el puesto de
chinos, en Romay y Zequeira (3 quilos una bola y 5 quilos dos bolas, de coco,
mamey u orejones, como antes le decían al helado de tutti fruti). O esperar a
que por la tarde o por la noche pasaran los carritos de Guarina, Hatuey o El
Gallito.
Mariquitas, boniatos fritos,
frituras de bacalao y chicharrones de viento o tripitas, también en el puesto
de chinos. Y majúa frita, por un medio o un "nickel" el
cartuchito (Antes de 1959 en Cuba circulaban monedas americanas de 5, 10 y 25
centavos. Y el peso cubano tenía el mismo valor del dólar estadounidense). En
mi época, gustaban mucho las majúas, unos pececitos que los chinos eran
expertos en freír.
¿Quién
dijo que la manteca es mala?
Empellitas, las que hacía mi
mamá. El aceite de oliva –Carbonell, en lata– ella solo lo usaba en ensaladas y
potajes. Como buena campesina, a todo lo demás le echaba manteca de cerdo. Y
nunca tuvo problemas de colesterol ni con el peso: siempre fue delgada, vivió 86
años, y si no duró más como el resto de sus hermanos, casi todos centenarios,
fue porque desde niña fumaba cigarros fuertes.
Papitas fritas de paquete,
en el Estadio del Cerro, al cual yo iba solo cuando jugaba el Habana o para
acompañar a mi padre, que era del Cienfuegos.
Refrescos, maltas y
cervezas, en la bodega de los "gallegos" de la esquina, en Monte y
Romay. También en la bodega comprábamos chiclets, Adams de cajita o de bola (o
balón); galleticas de sal, de soda o dulces; africanas, peters y besitos
de chocolate; y rompequijás, entre otras chucherías, de Siré, La Estrella
o La Ambrosía. O boniatillos, que había de dos tipos, no sé dónde los hacían,
pero eran sabrosos y cada uno costaba 2 quilos.
La
especialidad de los vendedores callejeros eran los coquitos acaramelados, el
maní tostado, salado o garapiñado, las naranjas peladas, los durofríos y, sobre
todo, los tamales, con o sin picante, calienticos, riquísimos, por solo 10
centavos.
Hoy, muchos viejos cubanos
recuerdan aquellos tiempos, cuando con muy poco dinero podías comer bastante y
sabroso. Tiempos que nunca más volverán. Como tampoco Domitila, Laíto, mis
abuelos, mis padres, mis tíos, y los abuelos, padres y tíos de ustedes.
Reproducido de Martinoticias.com