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Voló
como Matías Pérez
por Rolando Aniceto
No fue Matías Pérez el primero en volar en un globo aerostático en esta ciudad,
pero sí quien dejó una frase para la posteridad: “Voló como Matías Pérez”.
Las ascensiones aerostáticas se conocían en la villa de
San Cristóbal de La Habana desde 1796, cuando fue lanzado un globo desde una casa
de altos a la entrada de la calle Sol, pero sin pasajero.
Todo parece indicar que el primero en utilizar uno de estos
artefactos voladores en La Habana fue el francés Eugenio Roberston. El 19 de marzo
de 1828, el obispo Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa, celebró una
misa con la que dejaba inaugurado El Templete, y las fiestas duraron tres días
en la Plaza de Armas. La principal atracción la constituyó Roberston, quien
poco a poco fue levantando su globo, ante las miradas atónitas del Capitán
General Francisco Dionisio Vives y miles de espectadores. El viento primaveral
de aquella tarde llevó la nave con su pasajero hasta un potrero situado en
Nazareno, cerca del pueblo de Managua. Además de sentar precedentes en la
ciudad y estimular a otros a imitarlo, el francés ganó 15,000 pesos.
Catorce meses más tarde, la norteamericana Virginia Morotte despegaba desde el
Campo de Marte, para convertirse en la primera mujer aeronauta de Cuba. Su
vuelo terminó en la tenería Xifré, en el barrio del Cerro.
Una fiebre comenzaba a azotar a La Habana, y no era amarilla o negra, sino de
muchos colores, la fiebre de los globos voladores. Lugares públicos de la
capital eran utilizados para estos fines, los que constituían una gran
diversión, no sin cierto grado de emoción, además, resultaban muy económicos. Entre
los lugares seleccionados por su ubicación y espacio abierto estaba el Campo de
Marte, plaza para ejercicios militares, donde después se establecería el Parque
de la Fraternidad.
Primeros paracaidistas Cuadrúpedos
El 30 de mayo de 1831 a las seis y 15 de la tarde, el hojalatero Domingo Blinó
ascendería desde este lugar con un rudimentario globo construido con esfuerzo
propio y lleno de gas hidrógeno. Ya a gran altura, Blinó lanzó palomas, flores
y dos animales en paracaídas, y según Álvaro de la Iglesia en su obra
Tradiciones completas, fueron dos chivos. Tres cuartos de hora más tarde el
globo se perdía de vista, los habaneros pensaron que había llegado a la
Florida, pero un suplemento especial del Diario de La Habana mandado a tirar
por el propio Vives, informaba que el globo con su pasajero había ido aparar al
potrero San José, en el pueblo de Quiebra Hacha.
Entre los hombres que gozaban de gran popularidad como
aeronauta estaba el francés Boudrias de Morat, quien preparó un globo al que
bautizó como El Cometa, y se fue al Campo de Marte, En dos ocasiones, ante un
público ansioso, sus objetivos terminaron en rotundos fracasos. En su último
intento equipó la barquilla de su Cometa con una mesa con capacidad para cuatro
comensales, quienes por la suma de tres onzas de oro per cápita podrían
acompañarlo en el intrépido viaje, El anfitrión había servido carne, pan y
vino, así como ropa adecuada para el frío que se sentiría en las grandes
alturas. El globo no se levantó más de unas pulgadas del piso, el público
estaba enfurecido y el francés, además de devolver el dinero de las entradas,
fue directo a la cárcel por orden expresa del Capitán General José Gutiérrez de
la Concha.
Pero Boudrias de Morat no era hombre que se dejara vencer tan fácilmente. Todo
parece que los días que pasó en chirona le encendieron la chispa del genio aerostático,
y decidió utilizar el gas del alumbrado público en vez de hidrógeno. De nuevo
en el campo del honor, ante una multitud que se movía entre el escepticismo y
la emoción, Morat logró hacer subir el globo, la muchedumbre aplaudía, el
aeronauta se inspiraba, ya en lo alto los aplausos lo estimulaban a continuar
viaje, El Cometa ganaba altura y tomaba rumbo oeste.
Los espectadores dejaron de aplaudir. Sus rostros se contrajeron. De pronto
aquella masa humana, al unísono, echó a correr por la calle Reina. Hombres,
mujeres y niños, la mayoría a pie, otros a caballo o en coche, entre gritos y
polvo, avanzaban atropelladamente, como si quisieran alcanzar al héroe. Todos
se dirigían hacia Belascoaín, y el globo continuaba rumbo oeste, hacia la loma
de Aróstegui.
La multitud seguía por el Paseo de Tacón, los lanceros, a caballo, no podían
controlar aquella mole humana. Sobre la colina se veía, imponente, el Castillo
del Príncipe, rodeado de álamos, cuyas copas parecía que esperaban al viajero de
las alturas. El globo perdía altura a una velocidad vertiginosa, y todo
indicaba que caería al otro lado de la loma y así sucedió. La tela se había
roto y su conductor decidió abandonar la barquilla y subir por la escalerita,
mientras la nave descendía, por lo que salvó la vida casi milagrosamente.
No fue Morat el único aeronauta que pasó a la posteridad en esta gran urbe,
pues Godard lo superaría con creces y con excentricidades. Este francés tenía
un enorme globo llamado El América, con capacidad para ocho personas y con las
pinturas del Sol, la Luna, Júpiter y Saturno. En cierta ocasión, con el globo a
gran altura, realizó peripecias desde un trapecio colgado de la barquilla,
mientras su valiente esposa conducía la nave. En otra de sus ascensiones desde el
Campo de Marte, a Godard se le ocurrió nada más y nada menos que subir con un
caballo, y el cronista Ramón Meza escribía en La Habana Elegante lo siguiente:
“El animal suspendido por la cincha con un enorme cable atado a la barquilla,
apenas notó que le iba faltando el suelo bajo sus pies, quedó doblado, inmóvil;
sus patas tomaron la rigidez del acero y sus estiradas orejas, erizadas crines,
fijos ojos y ensanchada nariz, denotaban el terror pánico que le iba
acometiendo en su ascenso por un elemento tan contrario a su naturaleza.
“Godard, con gran banderola en una mano y en la otra el sombrero, saludaba
sonriente a la multitud, admirada de la osadía y serenidad del aeronauta.
“En diez minutos atravesó el globo la ciudad, cruzó también por encima de la bahía
y fue a posarse tranquilamente sobre la colina de la Cabaña, a pocos metros de
la orilla del mar, hacia la cual soplaba aquella tarde el viento del suroeste.”
No conforme con esto, durante otro ascenso lanzó un perrito desde un
paracaídas, otra vez trató de subir con un mono, pero fue tanto el nerviosismo
del pobre animal que desistió de la idea.
Matías Pérez
Un sello distintivo de La Habana de aquellos tiempos eran los toldos. Casi
todos los establecimientos los tenían, pues además de ornamentales eran muy
prácticos para nuestro clima, ya que protegían a los transeúntes de la lluvia y
del sol tropical.
Servían también para anunciar los establecimientos a los cuales pertenecían,
como La Isabelita, El León de Oro, Palo Gordo, Delicias de las Damas y muchos
más, y en ocasiones se extendían de acera a acera para dar a la calle aspecto
de bazar o bulevar.
El oficio de fabricante de toldos era bastante remunerativo, sobre todo si
quien lo realizaba recibía el sobrenombre de “Rey de los Toldos”. Y era así
como llamaban a Matías Pérez. Se trataba de un exmarino portugués especialista
en hacer y reparar velas y en prepararlas para su ardua tarea contra el viento.
Este portugués que quiso emular con Cristóbal Colón, uno en los cielos y el
otro en los mares, del cual sabemos de dónde vino y cuándo se fue, pero no para
dónde, era el asistente de Godard y quién se encargaba de preparar las
condiciones previas a los vuelos, registrar el tubo conductor del gas,
supervisar los instrumentos y lanzar dos globos pilotos para conocer la
dirección del viento.
Y así Matías creyó aprender lo suficiente como para
convertirse en aeronauta y superar a todos sus homólogos anteriores. Compró el
globo La Villa de Paris a Godard por 1250 pesos y con su nave se dirigió al
Campo de Marte. Era el 12 de junio de 1856. Desde todos los puntos de intra y
extramuros, los habaneros acudían a ver la anunciada ascensión del nuevo aeronauta.
El Campo de Marte estaba repleto de público y una orquesta amenizaba el acto. En
cuanto La Villa de Paris comenzó a ganar altura, miles de pañuelos se agitaron
al clamor de igual números de voces.
Pero ya en lo alto, el globo comenzó a descender con cierta rapidez, lo que
hizo pensar a los espectadores que la tela se había roto. En realidad se había
trabado la cuerda que habría la válvula del globo, y Matías Pérez tuvo que
subir por las sogas que sujetaban la barquilla. Abrió la boca del globo y la
mantuvo así con sus brazos para que penetrara el aire y aminorara la rapidez
del descenso.
La nave fue a parar a la quinta de Palatino, cerca del río Almendares. Su primer vuelo constituyó un rotundo éxito a pesar del percance, ya que superó
a los dos franceses. En otras dos ocasiones se presentó de nuevo el público en
el Campo de Marte, pero debido a inclemencias de tiempo hubo que suspender los
vuelos.
Finalmente el 29 de junio de 1856 volvió el intrépido navegante de las alturas
al Campo de Marte con su globo, para desaparecer en el espacio y permanecer en
el tiempo y en el recuerdo de todos los cubanos.
Los últimos en verlo fueron unos pescadores que realizaban su faena por el
torreón de la Chorrera. Estaban cerca de la costa y lo conminaron a bajar, pero
el aeronauta les respondió dejando caer sacos de arena e internándose sobre la
mar. No logró sentar precedentes en la aeronáutica, pero sí una frase para las
generaciones futuras: “Voló como Matías Pérez”.