10 de octubre de 2015
En la fecha del 10 de Octubre
La campana de La Demajagua
Luis Mario
Era una vieja campana
hecha de bronce bruñido,
que voceaba su tañido
para la colonia hispana.
El bronce cada mañana
llamaba al agricultor,
y el eco madrugador
era sal derretidora
que saludaba a la aurora
sobre un charco de sudor.
Y cuando Carlos Manuel
robó al badajo sus notas,
tres docenas de patriotas
se levantaron con él.
Y ya la campana fiel
no estaba a la zafra atenta,
sino a la patria irredenta
sujeta a un poder extraño,
el décimo mes de un año
que presagiaba tormenta.
Y aquella campana, así,
transformó a «La Demajagua»
y del trapiche hizo fragua
para fundir al mambí.
La chispa surgió de allí
a la luz de un sol naciente.
Y el extranjero inclemente
tronó en denuestos protervos
ante un puñado de ciervos
y un abogado valiente.
Hoy la campana es adorno
de demagogia y poder,
por lo heroico de un ayer
y un presente de bochorno.
La ignominia crece en torno
y la opresión la acibara,
pero el bronce se prepara
en su silencio contrito
para repetir un grito
redentor, como el de Yara.
8 de octubre de 2015
Y la semilla Teresiana sembrada en Cuba...
Mensaje de Esperanza López,
Presidenta de la Asociación de
Antiguas Alumnas Teresianas de Cuba.
Hace cien años comenzó la sementera teresiana en
Cuba, luego la cosecha y después de muchos buenos frutos a través de toda la
Isla.
¿Qué tiene Teresa de Jesús? ¿Qué tiene la Santa Madre
que sorprende, atrae, enseña, convence e ilumina..?
Nuestras queridas Hermanas Teresianas a través de los
colegios fundados por la Compañía llevaron “el mensaje y la espiritualidad
teresianas” que caló profundamente en todas las que tuvimos el privilegio de
ser educadas bajo los valores teresianos y que han permanecido firmes en Cuba y
se han fortalecido en el exilio.
Queridas Teresianas, este año viviremos la celebración
del centenario de la llegada de las Hermanas Teresianas a Cuba, que es un
motivo de gran alegría y bendiciones, recuerdos y añoranzas como exalumnas teresianas.
Nuestra celebración tendrá lugar el domingo 25 de
octubre, donde como una gran familia disfrutaremos de un día lleno de “teresianismo”.
Nuestra celebración coincide con el V Centenario del
Nacimiento de Santa Teresa, que se está celebrando mundialmente con gran
lucimiento y de diferentes maneras. Oremos a San Enrique, nuestro Padre Fundador,
y a la Santa Madre por el éxito de la Compañía, por todos los miembros de la
familia teresiana extendida y por un futuro feliz para nuestra Isla querida.
Un abrazo,
Esperanza
Caballero, en Cuba hay hasta volcanes
¡Caballero, en
Cuba hay hasta volcanes!
Marlene María Pérez Mateo
En
el centro y mitad de la Isla de Cuba, como queriendo ser su ecuador vigía,
duerme su inveterado sueño el volcán extinguido de San Felipe.
Las alturas de San José son un pequeño
lomerío a tres kilómetros del Central azucarero del mismo nombre. Son cuatro “clonas” de unos dos y medio kilómetros
de extensión y unos 133 a 135 metros sobre el nivel del mar; no muy lejos de un
afluente del Río Calabazas.
Con no mas de cuarenta metros como su
mayor altura de cráter del hasta ahora único volcán cubano, sigue entre los
brazos de Morfeo. Al parecer el cráter se obstruyó a si mismo por la fuerza de las detonaciones internas, “endo-energía”. Tapizan sus faldas rocas
pómez porosas y oscuras, y vidrios brillantes de lava serpenteando sus faldas,
las llamadas obsidianas, signo de los gases quemantes de que fueron testigos.
El estado de la antigua lava condensada
en forma de cordel o soga sin erosionar lleva a pensar en una edad geológica no
muy antigua como la mayoría de sus congéneres. Probablemente el volcán San José
vivió su mayor gloria en el periodo Pleistoceno.
La vegetación es clásica para una zona
árida: plantas espinosas y palmitas de miraguanos.
Los estudios de esta peculiaridad
geológica han sido posibles gracias a los esfuerzos de los geógrafos René
Herrero Fritot y Antonio Núñez Jiménez.
Las fotos del volcán San José, el
descubrir su existencia, fueron parte de mis delicias en mis vacaciones de
adolescente, municipalidad villaclareña de Placetas. Aun hoy para escribir este
artículo llegaron a mis manos los buenos aires
de la llamada “Villa de los laureles”. Por todo ello, gracias.
5 de octubre de 2015
Obama no entiende por qué Raúl le muerde la mano
OBAMA NO ENTIENDE
POR QUÉ RAÚL LE
MUERDE LA MANO
Carlos Alberto
Montaner
Raúl
Castro atacó al "bloqueo", reclamó la base de Guantánamo y pidió el
fin de las transmisiones de Radio Martí. Defendió a Nicolás Maduro y a Rafael
Correa. Se colocó junto a la Siria de Al Assad, a Irán, a Rusia, a la
independencia de Puerto Rico. Criticó la economía de mercado y cerró con broche
de plomo con una cita de su hermano Fidel, gesto obligatorio dentro de la
untuosa liturgia revolucionaria cubana.
Poco
después, se reunió con el presidente norteamericano. Según cuenta The Washington Post, Obama le mencionó,
algo decepcionado, el ignorado asunto de los derechos humanos y la democracia.
No hubo el menor atisbo de apertura política.
Obama no
entiende que con los Castro no existe el quid
pro quo o el "toma y daca". Para los Castro el
modelo socialista (lo repiten constantemente) es perfecto, su
"democracia" es la mejor del planeta, y los disidentes y las Damas de
blanco que piden libertades civiles son solo asalariados de la embajada yanqui,
inventados por los medios de comunicación, que merecen ser apaleados.
El
Gobierno cubano nada tiene que rectificar. Que rectifique EEUU, poder imperial
que atropella a los pueblos. Que rectifique el capitalismo, que siembra de
miseria al mundo con su mercado libre, su asquerosa competencia, sus hirientes
desigualdades y su falta de conmiseración.
Para los
Castro, y para su tropa de aguerridos marxistas-leninistas, indiferentes a la
realidad, la solución de los males está en el colectivismo manejado por
militares, con su familia en la cúspide dirigiendo el tinglado.
Raúl y
Fidel, y los que los rodean, están orgullosos de haber creado en los años 60 el
mayor foco subversivo de la historia, cuando fundaron la Tricontinental y
alimentaron a todos los grupos terroristas del planeta que llamaban a sus
puertas o que forjaban sus propios servicios de inteligencia.
Veneran
la figura del Che, muerto como consecuencia de aquellos sangrientos trajines, y
recuerdan con emoción las cien guerrillas que adiestraron o lanzaron contra
medio planeta, incluidas las democracias de Venezuela, Argentina, Colombia,
Perú o Uruguay.
Se
emocionan cuando rememoran sus hazañas africanas, realizadas con el objetivo de
crear satélites para gloria de la URSS y la causa sagrada del comunismo, como
en Angola, cuando consiguieron dominar a las otras guerrillas anticoloniales, y
luego a sangre y fuego vencieron a los somalíes en el desierto de Ogadén, sus
amigos de la víspera de la guerra, ahora enfrentados a Etiopía, el nuevo aliado
de La Habana.
No
sienten el menor resquemor por haber fusilado adversarios y simpatizantes,
perseguido homosexuales o creyentes, confiscado bienes honradamente adquiridos,
separado familias, precipitado al éxodo a miles de personas que acabaron en el
fondo del océano. ¿Qué importan estos pequeños dolores individuales, ante la
gesta gloriosa de "tomar el cielo por asalto" y cambiar la historia
de la humanidad?
¡Qué
tiempos aquellos de la guerra no-tan-fría, cuando Cuba era la punta de lanza de
la revolución planetaria contra EEUU y sus títeres de Occidente! Época gloriosa
traicionada por Gorbachov en la que parecía que pronto el Ejército Rojo
acamparía triunfante en las plazas de Washington.
El error
de Obama es haber pensado que los 10 presidentes que lo antecedieron en la Casa
Blanca se equivocaron cuando decidieron enfrentar a los Castro y a su
revolución, señalándolos como enemigos de EEUU y de las ideas que sostienen las
instituciones de la democracia y la libertad.
Obama no
entiende a los Castro, ni es capaz de calibrar lo que significan, porque él no
era, como fueron Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, y
Bush (padre), personas fogueadas en la defensa del país frente a la muy real
amenaza soviética.
Incluso
Clinton, ya en la era post-soviética, quien prefirió escapar antes que pelear
en Vietnam, comprendió la naturaleza del Gobierno cubano y aprobó la Ley
Helms-Burton para combatirlo. Bush (hijo) heredó de su padre la convicción de
que a 90 millas anidaba un enemigo y así lo trató durante sus dos mandatos.
Obama
era distinto. Cuando llegó a la presidencia, hacía 18 años que el Muro de
Berlín había sido derribado, y para él la Guerra Fría era un fenómeno remoto y
ajeno. No percibía que había sitios, como Cuba o Corea del Norte, en los que
sobrevivían los viejos paradigmas.
Él era
un community organizer en los barrios
afroamericanos de Chicago, preocupado por las dificultades y la falta de
oportunidades de su gente. Su batalla era de carácter doméstico y se inspiraba
en el relato de la lucha por los derechos civiles. Su leitmotiv era cambiar a
América, no defenderla de enemigos externos.
Como
muchos liberals y
radicales norteamericanos, especialmente de su generación, pensaba que la
pequeña Cuba había sido víctima de la arrogancia imperial de EEUU, y podía reformarse y normalizarse tan pronto
su país le tendiera la mano.
Hoy es
incapaz de entender por qué Raúl se la muerde, en lugar de estrecharla. No sabe
que los viejos estalinistas matan y mueren con los colmillos siempre afilados y
dispuestos. Es parte de la naturaleza revolucionaria.
Homilía del Papa Francisco en la inauguración del Sínodo sobre la Familia
Homilía del Papa Francisco
en la Misa de inauguración
del Sínodo sobre la Familia
«Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros su amor ha llegado en nosotros a su plenitud» (1 Jn 4,12).
Las lecturas bíblicas de este domingo parecen elegidas a propósito para el acontecimiento de gracia que la Iglesia está viviendo, es decir, la Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre el tema de la familia que se inaugura con esta celebración eucarística.
Dichas lecturas se centran en tres aspectos: el drama de la soledad, el amor entre el hombre y la mujer, y la familia.La soledad
Adán, como leemos en la primera lectura, vivía en el Paraíso, ponía los nombres a las demás creaturas, ejerciendo un dominio que demuestra su indiscutible e incomparable superioridad, pero aun así se sentía solo, porque «no encontraba ninguno como él que lo ayudase» (Gn 2,20) y experimentaba la soledad.
La soledad, el drama que aún aflige a muchos hombres y mujeres. Pienso en los ancianos abandonados incluso por sus seres queridos y sus propios hijos; en los viudos y viudas; en tantos hombres y mujeres dejados por su propia esposa y por su propio marido; en tantas personas que de hecho se sienten solas, no comprendidas y no escuchadas; en los emigrantes y los refugiados que huyen de la guerra y la persecución; y en tantos jóvenes víctimas de la cultura del consumo, del usar y tirar, y de la cultura del descarte.
Hoy se vive la paradoja de un mundo globalizado en el que vemos tantas casas de lujo y edificios de gran altura, pero cada vez menos calor de hogar y de familia; muchos proyectos ambiciosos, pero poco tiempo para vivir lo que se ha logrado; tantos medios sofisticados de diversión, pero cada vez más un profundo vacío en el corazón; muchos placeres, pero poco amor; tanta libertad, pero poca autonomía... Son cada vez más las personas que se sienten solas, y las que se encierran en el egoísmo, en la melancolía, en la violencia destructiva y en la esclavitud del placer y del dios dinero.
Hoy vivimos en cierto sentido la misma experiencia de Adán: tanto poder acompañado de tanta soledad y vulnerabilidad; y la familia es su imagen. Cada vez menos seriedad en llevar adelante una relación sólida y fecunda de amor: en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en la buena y en la mala suerte. El amor duradero, fiel, recto, estable, fértil es cada vez más objeto de burla y considerado como algo anticuado. Parecería que las sociedades más avanzadas son precisamente las que tienen el porcentaje más bajo de tasa de natalidad y el mayor promedio de abortos, de divorcios, de suicidios y de contaminación ambiental y social.
El amor entre el hombre y la mujer.
Leemos en la primera lectura que el corazón de Dios se entristeció al ver la soledad de Adán y dijo: «No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude» (Gn 2,18). Estas palabras muestran que nada hace más feliz al hombre que un corazón que se asemeje a él, que le corresponda, que lo ame y que acabe con la soledad y el sentirse solo. Muestran también que Dios no ha creado el ser humano para vivir en la tristeza o para estar solo, sino para la felicidad, para compartir su camino con otra persona que es su complemento; para vivir la extraordinaria experiencia del amor: es decir de amar y ser amado; y para ver su amor fecundo en los hijos, como dice el salmo de hoy (cf. Sal 128).
Este es el sueño de Dios para su criatura predilecta: verla realizada en la unión de amor entre hombre y mujer; feliz en el camino común, fecunda en la donación recíproca. Es el mismo designio que Jesús resume en el Evangelio de hoy con estas palabras: «Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne» (Mc 10,6-8; cf. Gn 1,27; 2, 24).
Jesús, ante la pregunta retórica que le habían dirigido – probablemente como una trampa, para hacerlo quedar mal ante la multitud que lo seguía y que practicaba el divorcio, como realidad consolidada e intangible-, responde de forma sencilla e inesperada: restituye todo al origen de la creación, para enseñarnos que Dios bendice el amor humano, es él el que une los corazones de dos personas que se aman y los une en la unidad y en la indisolubilidad. Esto significa que el objetivo de la vida conyugal no es sólo vivir juntos, sino también amarse para siempre. Jesús restablece así el orden original y originante.
La familia
«Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» (Mc 10,9). Es una exhortación a los creyentes a superar toda forma de individualismo y de legalismo, que esconde un mezquino egoísmo y el miedo de aceptar el significado auténtico de la pareja y de la sexualidad humana en el plan de Dios.
De hecho, sólo a la luz de la locura de la gratuidad del amor pascual de Jesús será comprensible la locura de la gratuidad de un amor conyugal único y usque ad mortem.
Para Dios, el matrimonio no es una utopía de adolescente, sino un sueño sin el cual su creatura estará destinada a la soledad. En efecto el miedo de unirse a este proyecto paraliza el corazón humano.
Paradójicamente también el hombre de hoy –que con frecuencia ridiculiza este plan–permanece atraído y fascinado por todo amor autentico, por todo amor sólido, por todo amor fecundo, por todo amor fiel y perpetuo. Lo vemos ir tras los amores temporales, pero sueña el amor autentico; corre tras los placeres de la carne, pero desea la entrega total.
En efecto «ahora que hemos probado plenamente las promesas de la libertad ilimitada, empezamos a entender de nuevo la expresión «la tristeza de este mundo». Los placeres prohibidos perdieron su atractivo cuando han dejado de ser prohibidos. Aunque tiendan a lo extremo y se renueven al infinito, resultan insípidos porque son cosas finitas, y nosotros, en cambio, tenemos sed de infinito» (Joseph Ratzinger, Auf Christus schauen. Einübung in Glaube, Hoffnung, Liebe, Freiburg 1989, p. 73).
En este contexto social y matrimonial bastante difícil, la Iglesia está llamada a vivir su misión en la fidelidad, en la verdad y en la caridad.Vive su misión en la fidelidad a su Maestro como voz que grita en el desierto, para defender el amor fiel y animar a las numerosas familias que viven su matrimonio como un espacio en el cual se manifiestan el amor divino; para defender la sacralidad de la vida, de toda vida; para defender la unidad y la indisolubilidad del vínculo conyugal como signo de la gracia de Dios y de la capacidad del hombre de amar en serio.
Vivir su misión en la verdad que no cambia según las modas pasajeras o las opiniones dominantes. La verdad que protege al hombre y a la humanidad de las tentaciones de autoreferencialidad y de transformar el amor fecundo en egoísmo estéril, la unión fiel en vínculo temporal. «Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad». (Benedicto XVI, Enc. Caritas in veritate, 3).Vivir su misión en la caridad que no señala con el dedo para juzgar a los demás, sino que -fiel a su naturaleza como madre – se siente en el deber de buscar y curar a las parejas heridas con el aceite de la acogida y de la misericordia; de ser «hospital de campo», con las puertas abiertas para acoger a quien llama pidiendo ayuda y apoyo; de salir del propio recinto hacia los demás con amor verdadero, para caminar con la humanidad herida, para incluirla y conducirla a la fuente de la salvación.
Una Iglesia que enseña y defiende los valores fundamentales, sin olvidar que «el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado» (Mc 2,27); y que Jesús también dijo: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar justos, sino pecadores» (Mc 2,17). Una Iglesia que educa al amor autentico, capaz de alejar de la soledad, sin olvidar su misión de buen samaritano de la humanidad herida.
Recuerdo a san Juan Pablo II cuando decía: «El error y el mal deben ser condenados y combatidos constantemente; pero el hombre que cae o se equivoca debe ser comprendido y amado [...] Nosotros debemos amar nuestro tiempo y ayudar al hombre de nuestro tiempo.» (Discurso a la Acción Católica italiana, 30 de diciembre de 1978, 2 c: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 21 enero 1979, p.9). Y la Iglesia debe buscarlo, acogerlo y acompañarlo, porque una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión, y en vez de ser puente se convierte en barrera: «El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos» (Hb 2,11).
Con este espíritu, le pedimos al Señor que nos acompañe en el Sínodo y que guíe a su Iglesia a través de la intercesión de la Santísima Virgen María y de San José, su castísimo esposo.
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