11 de abril de 2015

El arte cubano en el exilio


 
 
El autor, Armando Álvarez Bravo, conversará con el editor, Juan Manuel Salvat. sobre este libro esencial para conocer el arte creador de los artistas cubanos exiliados.

LUGAR:
Casa Bacardí del Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos de la Universidad de Miami:
1531 Brescia Avenue, Coral Gables.

FECHA:
Miércoles 27 mayo a las 6:30 P.M.

ARMANDO ÁLVAREZ BRAVO (La Habana, Cuba, 1938). Poeta, crítico, ensayista, narrador y periodista. Miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua; correspondiente de la Real Academia Española y la Academia Norteamericana de la Lengua Española y miembro vitalicio de la American Translators Association. Fundador y ex presidente del PEN Club de Escritores Cubanos en el Exilio. Autor de más de cuarenta libros de varios géneros se le considera uno de los poetas fundamentales de la actual poesía cubana y una figura principal de la cultura cubana. Su obra más reciente es Siempre habrá un poema, una antología de su poesía publicada por la Colección Visor de Poesía en el 2012.

El funesto 1 de enero de 1959 significó un rotundo vuelco en la vida cubana. Se adueñó del poder un régimen totalitario que controló todos los aspectos de la vida de la nación y del individuo. Sus mecanismos de control fueron singularmente firmes y constantes en el mundo de la creación y de la cultura. Todos los sectores de la creación literaria, plástica, musical y del pensamiento fueron objeto de una férrea y esterilizante censura. Fue en el exilio donde los creadores cubanos hallaron la posibilidad de hacer su obra tal como la concebían y la hicieron mientras luchaban para hacer frente a una nueva vida a la que llegaron sin recursos de ningún tipo y tuvieron que hacer frente a una cultura ajena a la suya. Es en la década del 80 en que la creación plástica comienza a reconocerse y desarrollarse haciendo frente a muchos factores adversos. Ese hecho coincide con la llegada a Miami del poeta y crítico Armando Álvarez Bravo que comienza a publicar una columna dominical dedicada a los artistas del arte cubano e internacional y que contribuye decisivamente a darlo a conocer y valorarlo. Esa labor coincide con el surgimiento de galerías y una intensificación de actividades que conforman un espacio para las artes plásticas. Las críticas y ensayos de Álvarez Bravo constituyeron una contribución decisiva al conocimiento de los creadores de varias generaciones y del arte y la cultura cubana y son la única fuente sistemática existente para el conocimiento y valoración de los artistas que han hecho e impuesto su obra en el exilio. Las páginas de El arte cubano en el exilio son críticas escogidas por su autor que trazan a lo largo de más de dos décadas la historia de los creadores y examinan críticamente la esencia e identidad de un quehacer que fija el espíritu, esencia y valores del arte cubano de una época atroz.

8 de abril de 2015

El cardenal equivocado


El cardenal equivocado

René Gómez Manzano

LA HABANA, Cuba CUBANET.– Gracias a un amigo, pude leer el Número 2931 de la revista católica Vida Nueva, correspondiente a la semana terminada el pasado 6 de marzo. Se trata de una publicación que se autodefine como “una palabra comprometida en la Iglesia”.

Aparecen allí varios escritos referentes a nuestro país; entre ellos, una entrevista de Darío Menor al cardenal Jaime Ortega Alamino, arzobispo de La Habana. El trabajo utiliza como título una apreciación del propio prelado: “En el proceso en que está Cuba, las marchas atrás serían imposibles”.

El material hace hincapié en el actual proceso de normalización entre nuestra Isla y Estados Unidos. Figuran interesantes informaciones sobre la intervención del papa Francisco en el desbloqueo de la situación. Se le atribuye al prelado cubano un papel protagónico en la “labor callada que propició la liberación de los presos retenidos por uno y otro país”.

Ortega destaca que el actual General-Presidente, desde su arribo al poder, “dijo que traía un ramo de olivo porque quería la paz con Estados Unidos”. En relación con el cambio de clima hacia Cuba en la Casa Blanca, el arzobispo destaca el papel desempeñado en esa mejora por “el lenguaje más civilizado de Raúl Castro y de los miembros de su gobierno”.

El periodista formula a su entrevistado una pregunta muy concreta: “¿Queda algún preso político?” La respuesta del cardenal resulta sorprendente, por decir lo menos: “No. Hace tiempo que no quedan. Hace poco que salieron unos cuantos, pero de esos que habían creado problemas y estuvieron en la cárcel durante dos, tres o seis meses”.

Esta contestación —a todas luces falsa— deja muchísimo que desear, máxime cuando proviene de un príncipe de la Iglesia tan bien informado sobre las interioridades de esa faceta de la realidad cubana.

¿Olvidó el prelado que los miembros del Grupo de los 75 que se negaron a emigrar pese a su insistencia para que lo hicieran, salieron en libertad mediante una licencia extrapenal que pudiera ser revocada mañana mismo? Esto implicaría su inmediato reingreso en prisión para terminar de cumplir sus larguísimas e injustas condenas, que siguen vigentes. Por consiguiente —y mientras no se solucione de manera definitiva su situación— continúan siendo cautivos de conciencia.

¿No sabe Ortega que hay una veintena de ciudadanos que llevan privados de libertad entre 12 y 23 años por delitos contra la seguridad del Estado? Es cierto que se trató de acciones violentas, pero ellas tuvieron mucha menor envergadura que las perpetradas en su día por los hermanos Castro y sus compinches. Ninguno de los primeros atacó una fortaleza militar ni dio lugar a decenas de muertes. Negar su condición de presos políticos equivale a decir lo mismo de quienes asaltaron el Cuartel Moncada.

Y los compatriotas que permanecieron encarcelados durante meses, ¿dejaban por ello de ser prisioneros de conciencia! ¿Qué quiso expresar al decir que “habían creado problemas”? ¿Ignora Ortega que unos fueron puestos en libertad, pero otros no? En las listas confeccionadas por organizaciones defensoras de los derechos humanos, siguen figurando veintenas de nombres: ¿Desconoce también esto Don Jaime?

Como laico católico, estoy de acuerdo con que la Iglesia no pretenda constituir un partido de oposición. No es ésa su misión. Quizás sea mejor así, pues —al igual que otras denominaciones religiosas o ciertas asociaciones fraternales— su condición de parte “no beligerante” la capacita mejor para desempeñar un papel mediador, algo que es probable que sea llamada a hacer en un futuro no lejano.

Lamento tener que criticar determinados aspectos de la actividad pública del obispo que me confirmó en la fe. Sobre todo cuando han pasado tres años (como en enero recordó él mismo durante la entrevista que le hizo Yarelis Rico para Palabra Nueva) desde que presentó su renuncia por razón de edad, y es posible que ella sea aceptada “quizás, durante este año”.

Es razonable —pues— pensar que en buena medida estemos hablando del legado que le dejará Jaime Ortega a la Iglesia Cubana. En ese contexto, deploro que, al afirmar falsamente que en nuestro país no hay presos políticos, el cardenal se haya inhabilitado a sí mismo como posible mediador entre el gobierno castrista y su creciente oposición. ¿Cómo podría terciar en el conflicto quien niega la existencia misma de uno de los grandes problemas de la Cuba de hoy!

¿Es ésa la herencia que dejará a la institución más antigua de nuestro país Su Eminencia Reverendísima? ¿Un legado envenenado?

 

7 de abril de 2015

Al San Juanito le dio un aire

 
Al San Juanito le dio un aire
Puedes decir que a Lorca lo fusilaron los fascistas,
pero no que al San Juanito de Miguel Ángel
lo machacaron los rojos
Antonio Burgos
ABC, Madrid

Muchas cofradías andaluzas con siglos de historia celebran ahora los 75 años de la bendición de su Cristo o de su Virgen. ¿Cómo hermandades tricentenarias dan culto a imágenes tan recientes? Muy sencillo: porque sufrieron en 1936 las llamas iconoclastas.
 
No a manos de las milicias improvisadas para plantar cara valientemente a los militares alzados en armas contra el Gobierno, sino de las hordas que creían que quemando iglesias y asesinando curas y votantes de la CEDA defendían mejor al Frente Popular.
 
Esto fue así, aunque haya tanta cobardía para recordarlo, como hago ahora contra la Dictadura de la Memoria Histórica. En España puedes decir que a Lorca y a Blas Infante los fusilaron los fascistas en 1936, pero no que al San Juanito de Miguel Ángel lo machacaron los rojos en Úbeda, como quemaron San Román o San Marcos en Sevilla.
 
En muchos programas cofradieros estoy harto de leer que tal Cristo o Virgen, sustituidos luego por réplicas de Illanes o Castillo Lastrucci, «se perdieron en los sucesos de 1936». Vamos, que hablan de una Virgen «perdida en 1936» como el que se deja olvidado el paraguas en un taxi...

Quisiera contar lo que ocurrió en Guadalcanal. Allí nació el dramaturgo y político Adelardo López de Ayala. El «Ayala» con calle en el barrio de Salamanca. Su villa natal le dedicó en 1926 un monumento, con su busto y una escultura de Talía, la musa del Teatro.
 
Producida la sublevación, los frentepopulistas del pueblo, tras cometer muchos asesinatos, quemaron a la Patrona, la Virgen de Guaditoca, y a toda la imaginería procesional: no dejaron Cristo vivo. Y creyendo que la Talía del monumento a Ayala era la Virgen María, la decapitaron, tras hacer rodar el busto de su paisano ilustre, desconocedores que fue el redactor de algo tan «facha» como el manifiesto de la Revolución de 1868. Y decapitada sigue Talía en la plaza de Guadalcanal...

Corrió la Talía de Guadalcanal la misma suerte que el San Juanito de Úbeda: el San Juan Bautista Niño de la iglesia del Salvador, erigida por Francisco de los Cobos, la única escultura de Miguel Ángel en España y una de las dos que hay fuera de Italia, reconstruida por el Centro de Restauración de Florencia en una iniciativa ante la que siempre me quedaré corto en elogios a su impulsor, el duque de Segorbe, esforzado mantenedor y acrecentador del patrimonio histórico de la Casa de Medinaceli: no sé qué espera Cultura para darle la Medalla de Bellas Artes.
 
Al San Juanito lo dejaron los rojos de Úbeda en 1936 hecho añicos, a conciencia, en el asalto a la iglesia del Salvador, convertida en garaje para el Cuerpo Tren del Ejército Popular. Garaje que conozco bien porque un sargento de la 40 Compañía Divisionaria de Automovilismo que se llamaba Antonio Burgos Carmona me contó cómo lo ocuparon cuando las tropas nacionales del coronel Saturnino González Badía, las que resistieron en la Cabeza de Puente de Serós, tomaron Úbeda el 29 de marzo de 1939, al día siguiente de la caída de Madrid.

Pero por el pánico al uso por recordar la verdadera Historia, la gozosa restauración ha sido presentada poco menos como si al San Juanito le hubiera dado un aire o roto una criada torpona cuando estaba quitándole el polvo con un plumero: «Se destruyó durante la guerra civil». ¡Toma ya! Solo. Vamos, que se cayó al suelo y, ¡zas! se rompió: qué mala suerte. Como San Marcos de Sevilla, que ardió porque hubo un cortocircuíto.
 
El director del Museo del Prado ha dicho al presentar la recuperación: «Esta escultura ilustra la barbarie de la que fue víctima la España de los años 30». No, mire: de los años 30, no, que en esos años se publicó lo mejor de la Generación del 27. De barbarie de los 30, nada. Diga usted la barbarie de los rojos de Úbeda, donde no hubo frente, sino odio y sangre: esa es la verdad histórica. Porque va a resultar que el San Juanito fue destruido por un bombardeo. Bombardeo de los nacionales, por supuesto. Guernica con Miguel Ángel, vamos.

6 de abril de 2015

Radamés: otra historia de la Embajada de Perú


Radamés: otra historia de la embajada de Perú
 Luis Cino Álvarez

LA HABANA, CUBANET — Radamés Gómez fue el primero que me contó, unos años después del incidente, la verdadera historia de lo que ocurrió el primero de abril de 1980 en la embajada de Perú en La Habana: que el custodio que resultó muerto lo fue por el fuego cruzado de los otros guardias apostados en frente suyo, y no como decía la versión oficial, por los que penetraron en la sede diplomática, que iban desarmados.

Radamés conocía bien la historia. Cómo no iba a saberla si fue en su casa de la calle Tejar donde él y su amigo Héctor idearon la fuga y convencieron para llevarse la guagua a Francisco El Títere, un chofer del paradero de Lawton.

Cuando el ómnibus de la 79 que cubría la ruta Lawton-Playa se estrelló contra la verja de la embajada, Radamés iba con los ojos bien abiertos, detrás del asiento del chofer. No quiso tirarse en el piso, como hicieron los demás, para protegerse de las balas. Más que su vida le interesaba asegurarse de que entraba, a 65 kilómetros por hora, en lo que suponía era el mundo de la libertad y la abundancia.

Fue el primero que resultó herido. Una bala le rozó la cabeza. Cuando saltó al piso, otra le entró por la espalda. Por unos centímetros no le destrozó el espinazo. A Héctor también lo hirieron. Pero ya estaban en territorio peruano y según las leyes internacionales, no los podían prender.

Cuando el régimen se cansó de torturar por hambre y sed a los miles de desesperados por escapar del paraíso revolucionario que colmaron hasta la azotea de la embajada luego de que Fidel Castro ordenara retirar las postas, y cuando ya la prensa oficialista había filmado las peleas de los hambrientos por las míseras e insuficientes raciones de comida y pudo armar su historia de que los refugiados eran la escoria de la sociedad, fue que empezaron a permitir que salieran con salvoconductos, lo cual no servía de garantía para evitar que fueran apedreados y escupidos por las turbas enfurecidas por orientación superior.

Pero se negaron a dejar salir al grupo que penetró a bordo de la guagua.

Radamés se negó a negociar con las autoridades. No confiaba en ellos. Sabía que no le perdonarían haber provocado aquella crisis. Temía que le pasara lo que a otro del grupo, un muchacho de 17 años que trató de salir de la embajada y lo arrestaron.

Radamés, Francisco El Títere, una mujer y un niño permanecieron allí, incomunicados, bajo protección de las autoridades peruanas, durante cuatro años y siete meses. Cuando los dejaron salir, les reiteraron que jamás se irían de Cuba.

Radamés, para ganarse la vida, se fue a trabajar en la construcción. Fue donde único le dieron empleo, luego de recordarle lo generosa que era la revolución.

Nos conocimos allá por 1985, cuando trabajábamos en una brigada que reparaba edificios y ciudadelas en el municipio Diez de Octubre.

Nuestros compañeros de brigada eran varios tipos en libertad condicional, un abakuá con una Santa Bárbara tatuada en la espalda y un bayonetazo en el vientre, y un pesista y galán de barrio que había ejercido como veterinario hasta que se enteraron de que estaba en trámites para irse del país.

A Radamés, que aun no había cumplido los 30 años, ya comenzaba a escasearle el pelo. Decía que se le había caído por culpa de los nervios. Tenía un enorme bigote negro, era de baja estatura pero con un cuerpo robusto, como de boxeador, y siempre vestía jeans bien desteñidos.

Nos confió su historia, al veterinario y a mí, una tarde, luego de terminar la jornada, mientras nos lavábamos el cemento y el sudor con el agua verdosa de un barril.

Después, Radamés dejó de ir al trabajo. Por Irmita, su novia, supe que lo habían condenado a tres años de cárcel por intentar irse en una balsa.

Radamés se fue a Estados Unidos, con visa de refugiado, en septiembre de 1991. Tiene dos hijos que nacieron en Miami. También son parte de su sueño americano. Y una bien importante, porque a Radamés le gustaban mucho los niños, pero no quiso tener hijos en Cuba, según decía, para evitarles una vida como la suya.

5 de abril de 2015

¿Qué has visto de camino, María, en la mañana..?

 
¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?
A mi Señor glorioso,
 la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
 sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!

(De la Secuencia del Domingo de Pascua)
 
¡Feliz Pascua de Resurrección!