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«Madrugá» para
la Historia
La «Madrugá» rompe la noche con redobles de tambor. Un
cortejo de policías y guardias civiles preceden a la Virgen de Regla, pura
Sevilla en el centro de Madrid. En la cabecera, cirios, cruces, insignias y
estandartes. Es la Semana Santa en pleno agosto, algo inédito que difunde el
fervor popular de los españoles a los jóvenes, un sentimiento que se ha
contagiado desde Sídney hasta Pekín. Paso a paso, desde el Paseo de Recoletos
hasta la Puerta del Sol, van avanzando. No es el barrio de Triana, pero el aire
sí está impregnado con el aroma a incienso de Sierpes. Y con la pasión que
dejan los fieles. Las mejores tallas de la imaginería española procesionaron
vitoreadas por los peregrinos.
La primera «levantá», de
infarto. La Virgen de Regla roba los primeros «flashes» y también lágrimas.
Ovación. «No había salido antes de mi país y, probablemente, será la
última. No lo olvidaré», comenta Rit, que proviene de Tahen, una zona rural de
Camboya que cuesta ubicar en el mapa. Ella, joven, tímida, con un pañuelo
alrededor del cuello y una mochila de la JMJ, es uno de los miles de peregrinos
que se dejaron cautivar por el Papa, el Vía Crucis y la procesión. Los de
fuera, entregados. Los castizos, orgullosos. «En la vida he visto tanta gente en
Madrid como ahora, ni en la cabalgata de los Reyes Magos», comenta un joven.
Pero en emoción, los
costaleros se la llevan de calle. «Me estoy quedando alucinado», explicaba
César Martínez, cofrade de Nuestra Señora de la Piedad de Valladolid, cuando su
paso encaminaba Alcalá. «De mis 39 años de vida, llevo 37 como cofrade y no he
vivido nada igual. Es irrepetible». En otras cofradías, como la del Cristo de
Medinaceli, la explosión de sentimientos es todavía mayor, pues en abril
tuvieron que quedarse en casa por culpa de la lluvia. «Toda la archicofradía,
el capataz y los franciscanos nos sentimos como si fuera el Viernes Santo»,
detalla Marcos García Montes, abogado de la hermandad, mientras se escucha un
«¡guapo!» al paso del Señor de Madrid.
Quince pasos, quince
obras, concentraron en unos escasos kilómetros banderas de todo el mundo.
Gregorio Fernández, Mariano Benlliure y Gil, Francisco Salzillo, Federico
Collaut-Valera, alguno más y un puñado de anónimos son los autores que ayer
repetían los creyentes. Tallas que antaño servían de catequesis y que hoy
vuelven a ser instrumento para esa «nueva evangelización» de una Europa
que quiere olvidar sus raíces. Pero entonces, llegó él. Para recordar que en la
esencia de esta tierra está la fe. Mena. El Cristo de los legionarios impone,
cautiva. Por primera vez dejaba Málaga para dejarse querer.
Sergio, alto, delgado,
está impresionado, pero no tanto como en su tierra, Mondéjar, porque la tierra
siempre tira. «La Virgen de tu pueblo es la de tu pueblo. Pero hay que
reconocer que esto es más bonito. Causa más emoción». A su lado, Adrián,
moreno, reflexivo: «Es mucho más emocionante que la Semana Santa, porque aquí
hay gente de todas las naciones y están las tallas y los patrones de cada
sitio». No son los únicos jóvenes que ayer, a las doce, observaban la
procesión. María está cerca de ellos: «Es precioso. Yo quiero a la Virgen.
Siempre le rezo. Me acompaña. Tengo la piel de gallina». No anda lejos tampoco
Amparo, que juguetea con una Blackberry: «Tengo mucha devoción a la Virgen.
Esto es impresionante. Aquí hay gente desde las diez de la mañana y fíjate qué
hora es».
Los sentimientos van por
dentro. Cada uno los siente de una manera. No existen reglas ni normas.
Mercedes es de Jaén. Pelo corto, lleva sombrero, edad imprecisa, afirma: «Una
talla te emociona, hace que te vengan las lágrimas a los ojos. Cristo sufre,
pero sufre con serenidad, porque la vida es sufrimiento, aunque también hay
mucha alegría». Custodia, su amiga, también andaluza, explica: «No son los
costaleros los que levantan el paso. Es Cristo quien los levanta a ellos. Y la
mirada de las tallas hace que esas figuras te hablen».
Ninguna quería perder
esta oportunidad. Pero más que las figuras, mas incluso que la presencia del
Pontífice, recalcan el asombro que les produce tanta gente. Y subrayan: «Todos
podemos estar aquí; no es importante compartir las mismas ideas, sino la
ilusión. Todos somos uno, en paz, sin rencores, sin colores políticos». Franco
tiene el pelo rizado a lo Michael Jackson, tez morena y es de Macao. Llega con
dos amigas. A su paso, unos franceses gritan «ole, ole, ole.» «¿Qué te parecen
los pasos?». «Es la primera vez que los veo; son muy lejanos a mi cultura pero
impactan mucho».
Shalini ha viajado desde
la India. Es la primera vez que viene a España. Quería estar aquí. En este
encuentro. «Todo es tan distinto a mi cultura. Es muy impresionante y
bonito. Las figuras son hermosas. No las imaginaba así, la verdad. Me ha
impactado que acuda tanta gente para verlas pasar». Cerca, dos chicas
canadienses asisten a la «Madrugá» con asombro. Angelina es la primera en
hablar: «Es muy brillante y bello. Resulta impactante. Me encantan todos los
detalles de las figuras». A su lado, Jena, no lo duda: «Las expresiones de los
rostros me han impresionado y esa figura sobre todo», dice, señalando al Cristo
de Medinaceli.
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