RESPONSABILIDADES COLECTIVAS
CARLOS HERRERA
Día 05/09/2015 - 03.28h
Ayer, tras ver la foto de ese ángel dormido a
la orilla de la muerte, se me despertó la incorrección política ante el exceso
de ayes teatralizados y demagógicos
de este Occidente en permanente búsqueda de la autoinculpación por todo lo que
ocurre más allá de nuestras soberanías personales. No pude por menos que pensar
en la machacona insistencia en crear culpables colectivos que tiene buena parte
de la biempensante sociedad de este lado de las guerras o de la miseria.
Pareciera que usted, bien individualmente, bien de forma conjunta, fuera el
culpable de la muerte de un pobre chiquillo, su hermano y un puñado de personas
más.
Convengamos de partida que ni usted, ni yo, ni
Europa en su conjunto somos responsables de la espiral de destrucción a la que
se ve sometida Siria o Iraq. Usted no es el Daesh, ni forma parte de las mafias
que acarrean personas a cambio de muchos dólares en embarcaciones abarrotadas
camino a ninguna parte. Usted no es El Assad, ni es la resistencia Siria, ni ha
invadido aquél país con cuchillos degolladores, ni es el malo de la película.
Usted tiene bastante con salir adelante cada día y escudriñar el futuro en
busca de oportunidades. Pero usted, como yo, como todos, no puede dejar de
estremecerse ante la visión descarnada de la tragedia.
Eso no debe llevarnos a
diagnosticar equivocadamente el monto de las culpas: no es el fracaso de
Europa, como machaconamente se repite de forma simple e impostada, es el
fracaso de Siria, en todo caso. Ese pobre chiquillo de poco más de tres años
huía de la mano de su padre de un infierno que no somos capaces de imaginar y a
lo más que podemos llegar, más allá de compadecernos, es a entender que hay que
realizar un esfuerzo por acoger a los que huyen y comprender a los gobernantes
comunitarios cuando tomen la decisión de darles cobijo. Sin embargo, será
correcto estremecerse también por todos aquellos niños que no mueren en el mar
pero que sí mueren en Alepo, asesinados por el islam fanático. Miles de ellos
hasta ahora. Y hasta ahora no han agitado sentimientos y conciencias, de quien
los tenga.
Aún peor que esta visión que ha sacudido el
remordimiento occidental es la de un bebé asesinado y pisoteado por un Imán
fanático. Anda por ahí el video y hay que tener valor para verlo, sin entrar en
ese debate un tanto exquisito en el que nos entretenemos los periodistas cuando
nos planteamos si ofrecer o no la carnicería completa. Una cosa es conmoverse y
otra moverse, y hacerlo en la dirección adecuada.
No nos engañemos: la solución
es bélica y consiste en enviar soldados bien armados hasta acabar con toda esa
chusma. No basta con bombardear. Europa, tan estupenda, debe hacerse a la idea
de que los ejércitos no son oenegés con pistolas, ni son meros instrumentos de
«misiones de paz». Y los Estados Unidos, aunque vea de lejos el problema de los
refugiados masivos, no debe mirar para otro lado y pretender que sea Irán quien
saque las castañas del fuego sirio. A algunos les costará diferenciar entre
malos y muy malos y puede que haya que tragar con la presencia en aquél
escenario de un asesino compulsivo como el dictador sirio, pero antes o después
habrá que tomar posiciones.
Eso, o abrir las puertas para que entre un país
entero y sea deglutido por sociedades agotadas como son la mayoría de las
europeas. Evidentemente, a los cristianos de aquellos lares hay que protegerlos
de la voracidad criminal de los fanáticos islamistas, pero también a no pocos
musulmanes igualmente víctimas, y a paseantes y a descreídos, a grandes y
pequeños. Vayamos haciéndonos a la idea.
Pero guarde firmemente un convencimiento: que
no le cuenten cuentos, no hay culpables colectivos. Y a ese niño no lo ha
matado usted.