“Vivo con la esperanza
de encontrar el país que busco”
LA
HABANA, Cuba.- Con grandes ojos y mirada inteligente, esta mujer nos habla de
su vida y su escritura. Verónica Vega, La Habana 1965. Narradora y periodista.
Fue guionista de Radio para programas infantiles. Sus textos han sido
publicados en la revista Extramuros, Caimán Barbudo, Caminos, del Centro Martin
Luther King, y el proyecto digital Esquife. Su novela Aquí lo que hay es que
irse fue publicada en Francia como Partir, un point c est tout, en
2010. Escribe para sitios digitales como HavanaTimes, Diario de Cuba y Cubanet.
¿Cómo
ha influido la escritura en tu vida, o la vida en tu escritura?
- La
escritura fue un intento de escape, como lo fue la danza o la pintura en los
90s. Empecé con una especie de prosa poética, un mundo adonde quería huir de lo
que se ve en Cuba: las guaguas llenas, las casas cayéndose, los animales
hambrientos y enfermos, la hipocresía y la abulia.
-Pero
esa realidad fue mucho más fuerte, me tomó por asalto, me obligó a confrontarla
y a escribir sobre ella. Y en esa lucha terminé en esta escritura que definió
alguien como “dulcemente amarga o amargamente dulce”.
-Lo que
escribo es Cuba y también una búsqueda que la trasciende: una confrontación con
mi conciencia o con eso que se ha maltratado tanto (de hecho y de palabra):
Dios, o una realidad que no es tangible.
¿Te
defines narradora o periodista?
-No me
gusta auto nombrarme periodista porque he visto que el periodismo puede ser
avasallador, inhumano. También se enfatiza mucho en una objetividad que está
siempre condicionada por tantos intereses contrapuestos. Entonces, prefiero
defender el derecho a hablar desde mi experiencia personal, que al final es
incuestionable.
-Realmente
no sé mucho de periodismo, empecé en HavanaTimes como una alternativa económica
por la imposibilidad de vivir de la literatura. Escribí un tiempo guiones para
el programa infantil de Radio Metropolitana. Crear para los niños me fascinó,
pero el pago era infame: 60 pesos (unos cuatro dólares) por un guión de ocho
páginas que incluía un cuento totalmente inédito, y además, gastos de
impresión.
-Pero
en mis artículos defiendo el derecho a una expresión más bella, más literaria.
Y eso es también honestidad. No puedo traicionar esa necesidad intrínseca.
Ahora colaboro además con el sitio Diario de Cuba.
¿Por
qué el periodismo digital?
-Porque
no hay otras opciones. Ni para recibir un pago mínimamente digno, ni para decir
lo que pienso. HavanaTimes se convirtió en mi espacio casi inmediato de
libertad, y digo “casi” porque no tengo acceso directo a internet, como no lo
tiene la inmensa mayoría de los cubanos.
-El
periodismo oficial nunca fue para mí una alternativa. Publiqué en algunas
revistas artículos sobre arte o temas que no rozaban (no podían) la crítica
social. Los problemas de Cuba están ausentes en toda la prensa de la isla, y no
hablo de lo que dice la oposición, por ejemplo, de la necesidad del pluripartidismo
o elecciones libres o de si hay o no represión.
-Hablo
de algo mucho más simple, de cosas que nos saltan a la cara: el hedor en la
ciudad, por la basura, por los animales muertos (atropellados en la calle o
sacrificados como ofrenda religiosa), el desamparo de nuestros ancianos, el
simbolismo de los salarios y lo irracional de los precios. La angustia diaria
del cubano de a pie no está en la prensa ni en el noticiero de televisión.
En tus
artículos y tu narrativa es una constante la preocupación por los animales.
¿Por qué?
-Los
animales son parte de la vida humana, el hombre los desarraigó de su medio
natural, los adaptó a la vida civilizada, a estas junglas de cemento donde ya
no pueden sobrevivir sin su ayuda. Pienso, como decía la zorra del Pequeño
Príncipe: “Eres responsable de lo que has domesticado”. En Cuba no hay leyes
que protejan a los animales, eso es horrible, y nos degrada.
-Los
niños torturan y matan gatos, los campesinos violan chivas y puercas, es
normal. Se monta alguien en la guagua repleta, con un ave, cabeza abajo, me
pregunto cómo puede respirar. Entre las voces airadas de la disidencia no he
visto todavía un proyecto pensado para esta carencia. Es un indicativo de
cuánta sensibilidad nos falta. Pienso, como Gandhi, que la forma en que se
trata a los animales define la grandeza de una nación.
Naciste
en La Habana metropolitana, pero Alamar ha sido el lugar donde has vivido más
tiempo. ¿Cómo ha marcado tu obra?
-Mi
familia vino para Alamar ilusionada con el mito de “la ciudad del futuro”. Por
entonces se decía que aquel proyecto tenía el apoyo directo de Fidel, que sería
el fin del protagonismo urbano del Vedado o Miramar. Yo tenía catorce años. A
primera vista, no me gustaron los edificios, feos, grises, tampoco estar en un
lugar tan apartado y hasta inconcluso. Esa visión de la tierra colorada y tanto
espacio entre una y otra instalación… Me producía una especie de opresión, o de
tristeza.
-Pero
fui conociendo gente muy inquisitiva, intensa: artistas, escritores, viví el
esplendor de la Galería Fayad Jamís, la efervescencia creativa de un espacio
donde se respetaba y se defendía el arte. Ibas a la costa y te encontrabas con
un grupo de artistas e intelectuales. Descargas con guitarra, debates… En esos
mismos arrecifes se encontraron luego restos humanos remolcados por el mar:
había comenzado el éxodo del 94.
-La
destrucción, como pasa con el propio cuerpo en el proceso de envejecer, es un proceso
lento y uno tarda en darse cuenta. Alamar ahora mismo es una ciudad que me
duele, por todo lo que quisiera hacer, por todo lo que no depende de mí.
¿Qué
significó OMNI?
-Fue un
impacto. Yo venía de una familia que nunca fue “de clase”, pero tampoco era
marginal. Desde niña me gustó la música clásica y el ballet. Entonces conocí a
esos locos que se vestían con una saya o ropa pintada o se desnudaban en la
calle… Usaban jerga y decían malas palabras pero leían poemas en la guagua,
citaban a Lezama, a Ángel Escobar. Creían, como Martí, que “la poesía es más
importante que las industrias, porque apuntala o derriba las almas”.
-Asistí
a sus performances, al festival Poesía sin Fin. Aprendí a soltar la palabra con
su propia fuerza interna, lo mismo si expresa la miseria o la falta de
libertad. A no aligerar su peso. Aprendí a que el horror conviviera con la
belleza, tal como sucede en la vida real.
¿Por
qué te han publicado una novela fuera de Cuba, y en tu propio país se desconoce
tu obra?
-Una
amiga francesa me pidió esa primera novela y se la mostró a una traductora
excelente, Christilla Vasserot, que vivió en Cuba y conoce Alamar. A ella le
encantó y convenció a la editorial Christian Bourgois de correr el riesgo con
una escritora desconocida. Fue así de simple. ¡Ojala
en Cuba pudiera ser así!
-Nunca
llevé ese libro a una editorial aquí, pero intenté ingresar con ella a la UNEAC
y vi cuán arbitrarios son los procesos en las instituciones. No me interesa
insistir.
¿De qué
adolece la literatura cubana actual, y a tu entender qué la salvaría?
-He
conocido autores que escriben muy bien y no han logrado salir del taller
literario. Por otro lado, me cansé de comprar libros cubanos cuya lectura
abandono porque los siento vacíos, plagados de acrobacias verbales o ingenio, o
juegos escatológicos. Sin madurez o peor, sin nada que decir.
-Entonces,
algo anda mal en los procesos de selección: no se publica lo mejor que se
produce, y ni siquiera lo que podría ser vendible. Los libros se destiñen en
las vidrieras de las librerías. Y a la Feria del Libro las multitudes van a
consumir de todo, menos literatura.
-La
salvación sería la misma que para todo lo demás: pluralidad, no pasar a los
autores ni a la obra por un filtro político. Permitir que existan editoriales
no estatales.
¿Qué
visión hay en la isla de los escritores de la diáspora en estos momentos?
-Ninguna.
Son víctimas de lo que definió tan bien Reina María Rodríguez como “muerte por
silenciador”. Poco a poco, uno va descubriendo que no conoce el arte cubano, la
literatura cubana. ¡Tanto talento que nos perdemos, tanto vacío en nuestra
historia! Es un triste desperdicio.
Se
puede percibir la introspección en tu forma de narrar. ¿Has tenido influencias
de algún autor en ese sentido?
-Es
difícil a veces definir quién nos influye. Tal vez la misma Reina María, o un
libro como “Las Olas”, de Virginia Woolf. La escritura para mí es la
manifestación de una voz subconsciente, algo más profundo que la sensación, la
observación o la reflexión.
En tu novela y en tus cuentos hay temas recurrentes, como el desarraigo, la
identidad, las carencias materiales y espirituales. Fragmentos que se unen
desde el pasado y el presente. ¿Podrías hablar de esto?
-Pertenezco
a una familia signada por el exilio. Mi padre se fue del país cuando yo tenía
menos de tres años. De niña, mi madre nos mostraba a mis hermanas y a mí, desde
la azotea del edificio, ese mar tras el que mi padre había desaparecido, ese
país no visible donde nos íbamos a reunir.
-Crecí convencida
de que este no era mi lugar, solo una “sala de espera”, como las de las
estaciones o los aeropuertos. Y he vivido primero esperando y luego buscando
ese país que al final no llegó a ser Estados Unidos, ni otro, pero tampoco es
Cuba. No sé si es un país mental, pero vivo con la esperanza de encontrarlo.
¿Proyectos
inmediatos?
-Publicar
mi primera novela, la que yo escribí en español pues solo se ha publicado su
traducción al francés. Y ojala fuera posible en Miami, un lugar al que por la
propia trama le pertenece.
Reproducido deCubanet.