El descenso del río Esva:
una "folixa" ecológica
Ana Dolores García
Llevan ya diecinueve años haciendo lo mismo el tercer sábado de cada agosto: limpian el río, empápanse con sus aguas y mojan la garganta con chatos de vino o culines de sidra. Toda una folixa, un día de juerga y diversión. Pero eso sí, una folixa ecológica, porque mientras se divierten van limpiando el río de toda la basura que ha quedado retenida en sus márgenes.
El tramo a recorrer es de unos cuatro kilómetros desde las orillas del Esva en Agüera hasta alcanzar el puente Baulanga en San Pedro. Ambos pueblos pertenecen al Valle de Paredes, (Concejo de Valdés), Premio al Pueblo Ejemplar de Asturias 2001, cuyos vecinos siguen aunando esfuerzos en defensa de la naturaleza y de su entorno.
El galardón otorgado en 2001 por la Fundación Príncipe de Asturias no fue precisamente por estos descensos del Esva, sino por la lucha sostenida por los paredanos para impedir la explotación de una mina de feldespato que, aunque se insistía iba a proporcionar riqueza a la zona, en realidad representaba un gran peligro para la agricultura y en general para el medio ambiente de todo el valle. Un valle que, como tantos otros igualmente cargados de verdes prados o pomaradas, hacen de Asturias un verdadero paraíso natural.
El verano astur de 2013 nos regaló ese sábado un sol espléndido, brillante, que supo disfrutar el casi medio millar de nativos y forasteros que nos reunimos para participar -o al menos animar- este singular evento. Las inscripciones de remeros sumaron doscientos cuarenta y uno, que se arriesgaron a desafiar corriente y lajas en las más increíbles "balsas": piraguas alquiladas, neumáticos de camiones o rústicos remedos de barcos más famosos, como el mítico "Bribón" que este año piloteaba mi primo David.
Tener experiencia no era indispensable pero sí algo de habilidad para franquear las orillas. La edad de los participantes tampoco importaba. Solamente hacían falta la buena intención de recoger basura y la de divertirse. No se trataba de una competencia porque no había premio para quien llegara primero ni para quien recogiera más basura, y todos los que decidieron mojarse recibieron una medalla como testimonio de su participación. El esfuerzo conjunto era lo importante y ese esfuerzo logró llenar siete contenedores de basura.
Concluido el descenso-limpieza del río, comenzó la segunda parte de la folixa: la merienda y el baile. Muchas familias armaron sus tiendas de lona para proteger del sol sus mesas plegables y esas sillas plásticas tan comunes y tan prácticas, de tantos colores y material ligero. Y es que ya no se lleva tanto el extender mantel sobre la hierba y sentarse alrededor de él, porque cuesta mucho trabajo levantarse después y, además, ya no está Monet para pintarnos. Otras familias buscaron aún más comonidad aprovechando la cercanía de sus casas y comieron en ellas; luego darían una vuelta por el prau para participar o distraerse con el baile que amenizaba un DJ.
La merienda no podia ser otra: empanadas, ya fueran de carne, pollo, bonito o manzana -o de todas-, jamón, lacón, chorizo, patacas cocidas con chosco y pimentón... Y, de postre, frixuelos rellenos con crema y el insustituible arroz con leche asturiano.
Para mi, contada entre los forasteros, fue un día divertido y diferente.