El comediante norteamericano Coran O´Brien visita la Habana |
Cuba y los Astros
Orlando González Esteva
El
restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos
imprime a la historia de ambas naciones carácter de ouroboros, serpiente mitológica cuya principal característica es
morderse la cola y representar el ciclo eterno de la vida o, en frase menos
pomposa, un círculo vicioso.
Si todo va
cómo se vislumbra, el espectáculo de multitudes de turistas estadounidenses
recorriendo La Habana entre sorbos de mojito, habanos humeantes y bailes al son
de la música callejera, no demorará en desbordar la pantalla de los televisores
de ambos países y provocar en los cubanos y estadounidenses más viejos la
sensación de que el tiempo, lejos de avanzar, ha retrocedido, devolviéndoles a
los días de su juventud pero sin juventud, y en medio de una urbe, aunque
coloreada, en ruinas.
El
espectáculo devuelve, a su vez, a la primera de las lecciones impartidas por
Igor Stravinsky en la Cátedra Charles Eliot Norton de la Universidad de
Harvard, entre 1939 y 1940, donde el gran compositor ruso, cuyas primeras obras
habían sido motivo de escándalo, hace observaciones en torno a su reputación de
creador subversivo y narra una anécdota que vale la pena reproducir in extenso:
Se me ha hecho revolucionario a pesar mío. Ahora bien: los arrebatos
revolucionarios nunca son enteramente espontáneos. Hay gentes hábiles que
fabrican revoluciones con premeditación... Hay que precaverse contra los
engaños de quienes os atribuyen una intención que no es la vuestra.
Por lo que a mí toca, nunca oigo hablar de revolución sin recordar la
conversación que G. K. Chesterton nos cuenta que sostuvo con un tabernero de
Calais, al desembarcar en Francia. Este último se lamentaba amargamente de la
dureza de la vida y de la falta cada vez mayor de libertad. "Es
lamentable", concluía, "haber hecho tres revoluciones para caer
siempre en el mismo lugar". Y Chesterton le contestaba que una revolución,
en el sentido más propio del término, es el movimiento de un cuerpo que recorre
una curva cerrada y vuelve siempre al punto de partida".
Ningún
ejemplo mejor que el de los astros y su órbita en torno al sol, o el de la
Tierra en torno a su eje, o, ya que invoco a Stravinsky, el de los viejos
discos fonográficos, capaces de desarrollar velocidades de 78, 45 y 33
revoluciones o vueltas cabales por minuto. La Revolución Cubana ha necesitado
más de medio siglo para realizarse hasta sus últimas consecuencias --la
reconciliación en curso con su adversario por antonomasia-- pero ha sido
intachablemente fiel a la naturaleza del fenómeno que ejemplifica.
No
satisfecho con advertir sobre los peligros de las revoluciones y la ingenuidad
de quienes todo lo esperan de ellas, Stravinsky arrima el ascua a su sardina y
añade: El arte es constructivo por esencia. La revolución implica una
ruptura de equilibrio. Quien dice revolución dice caos provisional. Y el arte
es lo contrario del caos.
¿Qué
sentiría Nicolás Guillén, de alzarse de su tumba y ser testigo del entusiasmo
de muchos de sus compatriotas ante el inminente regreso del turismo
norteamericano a Cuba? ¿Qué sentiría ante el renovado culto a lo pintoresco más
banal y el remeneo de algunas criollas para complacer, como antaño, al vecino,
que abandonará la isla seguro, también como antaño, de que nada más que eso somos?
No
descartemos la posible vanidad del poeta, su ansia de inmortalidad (ahora sí
corresponde ser pomposo). Lo que Guillén condenó se apresta a reverdecer
laureles: no sería raro que también los reverdeciera su obra (lo peor de su
obra, claro está, rica en páginas admirables, pero su obra, al fin). El título
de uno solo de sus libros basta para ilustrar la actualidad de una parte de su
legado: Cantos para soldados y sones para turistas; los primeros versos
de una décima, para imaginarle un porvenir:
Yanqui de olfato
canino,
cachorro de tu embajada,
que ya suelto, ya en manada,
ladras en nuestro camino...
cachorro de tu embajada,
que ya suelto, ya en manada,
ladras en nuestro camino...
Lo que
parece el final pudiera ser el principio de otra revolución. O de la misma, que
sólo se muerde la cola.
Reproducido
de Martinoticias