NACIDOS BAJO EL FUEGO
Un ensayo en creación, por ahora una descarga de la memoria.
* Lic. Amelia M. Doval.
Como todos los de mi generación me tocó nacer bajo el fuego imaginario de una guerra creada para justificar la incompetencia, las mentiras, la ineficacia y la despreocupación de un gobierno.
El 1 de Octubre de 1967 vi la luz por primera vez, después, en el transcurso de la vida me enfrentaría a muchos apagones que terminaron en ser casi emblemáticos de un régimen escaso de todo. Se podría hacer un estudio de cuántos de mi generación comenzaron a tener problemas visuales por leer bajo las velas (¡velas en el siglo XX!).
Siete días después mis padres celebraron, no mi nacimiento, sino la muerte en Bolivia de Ernesto Che Guevara; lo que ellos no imaginaron en aquel entonces, fue que además de su firma en los billetes de tres pesos y un Banco Nacional que nunca se terminó de construir, quedaría arraigada su idea que la ropa interior de hombres y mujeres estaban conformadas por una sola pieza que sería a partir de entonces un dilema a resolver y una opción a elegir. En conjunto con este sistema de ahorro vendrían muchos más, incluso el asociar las medias de nylon femeninas y los vestidos con la “burquesía derrotada” y los pañuelos o el traje masculino algo innecesario. Los perfumes un acto de despilfarro.
Pasado el tiempo comenzamos a descubrir que los juguetes no venían con los grandes camellos sino con los grandes trabajos que nuestros padres pasaron entre “colas” y llamadas telefónicas, días sin dormir para que al final nuestra incomprensión infantil dejara a un lado el objeto de su sacrificio. Con el tiempo los juguetes no llegaban en invierno como a todos los niños sino en Julio, porque sería un regalo que el Señor de los Poderes estaba dando; este se vestía de verde aunque tenía barba también. Al final llegaron los sorteos y los tres niveles: básico, no básico y dirigido.
Los que hoy caminamos orgullosos de nuestros hijos o nietos, crecimos con los cambios del mundo. Comenzamos en la escuela usando uniforme gris, saya de pliegues y paraderas almidonadas; después llegó el polyester y aparecieron las sayas azules, blusas rosadas o azules y la nunca desaparecida pañoleta, en aquel entonces blanca y azul. Con los años llegó el uniforme rojo, camisa blanca y pañoleta roja, que por cierto daba un calor tremendo. Los zapatos siempre fueron un dilema, correitas, botas cañeras, kikos plásticos, una historia hasta llegar a los colegiales que en un tiempo, por las carencias, se diseñaron con mitad tela y mitad material, eso, unido a que extendieron la pañoleta hasta noveno grado, nos dejó frustrados.
Hasta la manera de saludar la bandera fue sorprendentemente cambiando del pecho al centro de la frente y de ahí al costado como los militares. Nos costó tiempo y sacrificio graduarnos de preuniversitario, que una vez tuvo trece grados y luego quedó en doce. El sueño de la saya azul con líneas que se aumentaban según los años dejó de ser una ilusión, la borraron de repente para comenzar a usar el mostaza con blanco. Telarte, la escuela de diseño y los rusos, nos dirigían la moda.
En nuestra vida nos acompañó la muerte de Franco, el canal de Panamá, Granada, Chile, Salvador Allende y Pinochet, Argentina, las Malvinas, los tupacmarus. Recuerdo cuando China decidió variar su estrategia de mercado pero, lo más impactante fue la caída del Muro de Berlín y el desplome de la URSS. Con la llegada de la revista Spuknit, El Caimán Barbudo, Bohemia, Mujeres, P´lante o Dedete no imaginábamos que en algún momento El Gramma sería el único, con pocas páginas y menos noticias.
Novedades de Moscú un periódico que nos fue mostrando las primeras señales de cambio a través del debate entre las diferentes tendencias, mientras se le quitaba el velo a una realidad de muertes y odios, “volaba” (sinónimo de venta rápida) en los conocidos y ya desaparecidos estanquillos de periódicos, primos hermanos de las pescaderías azules, traídas de Argentina, contenedores portuarios con aire acondicionado (otra locura revolucionaria); nosotros nos frotábamos las manos pensando que seríamos los próximos liberados, en realidad nos quedamos con las ganas porque ni siguiera pudimos expresarnos y los estudiantes que estaban en el extranjero fueron traídos y reconocidos como revoltosos, alejándolos del contacto con el resto.
Nuestro desarrollo estuvo marcado por los actos de repudio, la embajada de Perú, el Mariel o el dólar penalizado que venían a ser parte de un diario de estudiantes que reconocían la mentira sin poder hablar de ella: la doble moral, el CDR, FMC, guardias, reuniones, el PCC, siglas que dejaban al miedo campear por su respeto. Tarará, el Parque Lenin, con estrella, carros locos y deslizadores competían con perros calientes, galletas de soda con queso crema, maltas, medias noches, almendritas. Los famosos hollejos de naranja, el calor, la leche magnesia de desodorante, betún de zapato para maquillarse, las africanas (un dulce delicioso), alteas, fritas, pan con tortilla, croquetas que se pegaban al cielo de boca pero de un sabor especial.
Festivales de cine, teatro, monólogo, ferias del libro, las conocidas ventas de merolicos callejeros. Ilusiones de apertura política frustradas que dejan agobiada una economía enferma de planes quinquenales, emulaciones, plantillas infladas, robos y despilfarros. Frozzen, una imitación del helado pero nunca como el de Coppelia. Malecón, motos, carnavales, la entrada del turismo.
Robertico con sus inventos, El Camilo Cinfuegos, un club de estudiantes, la playita de 16 para los rebeldes, pizzas callejeras, paladares, peluquerías caseras. Champú de placenta o el único Fiesta, descubrimientos, PABEXPO, Expocuba, Palacio de Convenciones. Hospitales sólo para escogidos. Discusiones lingüísticas. Soledad Bravo, una periodista de moda odiada por todos, querida por el régimen. Una mujer trasmitiendo deportes. La tropical, Tropicana. Los grupos de moda, música electroacústica. Mercedes Sosa en los jardines del Palacio Presidencial, donde nunca va el presidente. Museos, peñas literarias, Casas de Cultura. Fiestas de rock, comienzan las drogas, las pastillas. El Pabellón Cuba. Rampa arriba, Rampa abajo. Los hoteles con sus shows, costumbre de cabarets, club nocturno, aparecen las discotecas aunque ya no somos tan jóvenes para eso.
El Coney Island, viajes a Cuba, los 9550 con sus temas de inteligencia (un programa de televisión), La Gran escena, Escriba y Lea (la cultura en tres profesores eminentes), el programa que ningún joven reconocía ver y todos veíamos, la película del sábado y La Tanda del domingo con el inolvidable Mario Rodríguez Alemán que nos enseñó a pensar como cinéfilos, amando el séptimo arte.
El profesor Calviño, Camilo Egaña. Perspectiva, la música y su historia. Concurso Adolfo Guzmán de música cubana con aquello de “buen timbre, buena voz, pasa a la siguiente vuelta”, Detrás de la Fachada, San Nicolás del Peladero. Los inolvidables “Aaaagamenón”. Los muñéquitos, la Comedia silente de los domingos a las nueve. Nitza Villapol ensuciando platos y Margot fregando en su silencioso sumiso.
La calabacita en dos horarios avisando que debíamos dormir. Aventuras, noticieros, tres minutos. Elecciones del Poder Popular, la Plaza, guardias nocturnas, escuelas al campo, escuelas en el campo. Becas, salidas los sábados o los viernes, entradas los domingos. Festival de la Juventud y los Estudiantes, Angola. Los muertos traídos como espectáculo un 7 de diciembre. Caldosa, aquella comida de los poquitos. Las siete cajas de cerveza si te casabas, con el derecho a un hotel. Primero fueron las fotos, después se filmaban, lo que nunca faltó fue el carro antiguo y todos aportando. Los quince con Primor, el derecho a comprarte un zapato de tacón, no muy alto porque “somos comunistas, detestamos a los burgueses pero, hacemos todo como ellos”. Nada de pinturas en excesos, ni cadenas o sayas cortas para la escuela. Las makarencos, una dotación de jovencitas que estudiaban para maestras de primaria porque ya las que tocaban piano, declamaban a veces mejor que Carbonell, se estaban retirando.
La vida de los nacidos después de la Crisis de Octubre fue un dilema total, conocimos la escasez, vivimos los cambios del mundo libre pero nunca conocimos el antes y nos hemos tenido que conformar con huir para tener un después tardío. La única esperanza es que nuestros hijos en el exilio vivan libre de mentiras escondidas detrás de la palabra sacrificio. Los que crecimos con la caída al barranco de una Cuba que se mostraba orgullosa en el pináculo de la fama, lo único que hemos aprendido con firmeza ha sido la necesidad de estudiar, de aprender, adueñarnos y aferrarnos al conocimiento para a través de él escapar y ser libre.
Siempre escapar, huir, dejar, esas han sido las palabras claves. Estudiar, avanzar, leer, conocer, preguntar es la vía para lograrlo. Primero si creíamos en Dios nos podían botar de la escuela, después apareció la libertad de culto, el Papa llegó a la Habana y comenzó a hablarse en otros términos.
El período especial, una nomenclatura para justificar todo, desde la agresión a Mary Cruz Varela, hasta el maleconazo. El remolcador 13 de Marzo, la crisis de Guantánamo con la salida en masa de una población cansada del hambre, la mentira, las bicicletas, el dolor. Cuba y sus hijos lloran al compás de la música, de la tormenta El Niño, las inundaciones a pesar de las carencia de agua, las enfermedades: el dengue común y el hemorrágico, la neuropatía, el Guillan Barret, la conjuntivitis en sus variantes, la sarna, el piojo. Un deseo de gritar que toma forma creando obras que critican, teatro que dice sin decir demasiado, un cine que se expresa, unos músicos que entonan el odio, una juventud perdiendo lozanía pero ganando compromisos.
Lic. Amelia M. Doval