8 de julio de 2017

LA CONDESA DE MERLÍN

 
La condesa de Merlín

Héctor Maceda Gutiérrez

María de las Mercedes de Santa Cruz y Montalvo, Condesa de Merlín, fue una importante figura de la literatura cubana de la primera mitad del siglo XIX. Vio la luz en el poblado de Jaruco, La Habana, el 5 de febrero de 1789. Procedía de una ilustre familia. Sus padres, Joaquín de Santa Cruz y Cárdenas y María Teresa Montalvo y O’Farril, Condes de Jaruco y Mompox.

Se le considera no solo fundadora de la tradición narrativa y memorialista femeninas de Cuba, sino también como puente del estrecho vínculo creado por ella entre los diferentes intereses que se entrecruzaron en su vida: por un lado Europa, con la cual se identifica por intermedio del lector francés y sus textos en lengua gala y, por el otro, Cuba, su tierra natal con la que se sintió imbricada sólida e intrínsecamente debido al profundo amor que tenía hacia ella.

La condesa de Merlín instaló uno de los salones más cultos y prestigiosos de la época en la capital gala. Conoció a filósofos, poetas, escritores y artistas plásticos de renombre universal. La joven viajó por Alemania, Suiza, Gran Bretaña, EE.UU. e Italia. Contrajo nupcias en 1811 con el general francés Antonio Cristóbal Merlín, conde de Merlín, de quien ella adquiriría el título nobiliario con el que sería conocida en Cuba, los EE.UU. y Europa.

En 1839, al fallecer su esposo fue entonces que se incrementó su copiosa producción literaria al refugiarse en ella. Transcurrido un tiempo regresó a Cuba (1840). Visitó La Habana -su ciudad natal- y mantuvo un enjundioso intercambio epistolar con sus antiguos y presentes amigos parisinos. Estas cartas fueron compiladas en un libro de su autoría, publicado en francés, titulado: “La Havane”.

Su actividad periodística y literaria fue enorme. Colaboró con artículos y documentos en los diarios “El siglo”, “Faro industrial de La Habana” y “El colibrí”. “La Havane” se convirtió en una tribuna para denunciar el daño provocado al desarrollo económico de Cuba debido a los métodos de gobierno empleados por las autoridades españolas en la Isla.

Su obra literaria se extiende, entre otros textos a: “Mis primeros doce años”, “Memorias y recuerdos”, “Los esclavos de las colonias españolas”, “Historia de la hermana Sor Inés”, “Viaje a La Habana”…

La muerte la sorprendió en medio del cenit de su amplia actividad intelectual, a la edad de 63 años, en París, el 31 de marzo de 1852, bajo los cuidados de su hija en el Castillo de Dissay, en las afueras de Poitiers. Sus restos mortales fueron acompañados por un pequeño cortejo fúnebre hasta el cementerio de esa ciudad, donde se encuentran prácticamente olvidados en la actualidad.

Reproducido de convivenciacuba.es

7 de julio de 2017

EL VERDADERO ORIGEN DE LOS SANFERMINES


El verdadero origen
de los Sanfermines

Pamplona es una ciudad curiosa. La calma que vive durante el año jamás haría pensar que durante una semana de julio las calles y plazas del Casco Antiguo se convierten en un hervidero hasta el punto de no ver dos palmos más allá por la marea humana. San Fermín estaría sin duda orgulloso de ver estas mastodónticas congregaciones en su honor, mas se llevaría un disgusto al saber que los verdaderos protagonistas de la fiesta son los encierros y el símbolo, los toros.

Historia de la fiesta

Los orígenes se sitúan en el Medioevo en el marco de una feria comercial y una fiesta secular que a comienzos del siglo XIII se celebraban tras la noche de San Juan. Paralelamente a estas ferias, comenzaron los festejos y las corridas de toros. Así hasta finales del XVI, donde los Sanfermines comenzaron a tomar forma.
 
A partir de 1324 surgió otra feria, esta vez celebrada a finales de verano, sobre el 10 de octubre, y ambas acabaron unificándose para aprovechar el mejor clima, comenzando el día séptimo del séptimo mes: el 7 de julio.

El primer programa de que hay constancia data de 1591, con pregón, torneo con lanzas en la actual Plaza del Castillo, representación teatral en honor al santo, danzas, procesión por las calles y al día siguiente, corrida de toros.
 
El origen del encierro viene precisamente del trayecto por el que los pastores llevaban a los toros de lidia desde las dehesas de La Ribera de Navarra hasta la plaza mayor. A finales del siglo XIX, se instauró la costumbre de correr delante de ellos.

No hubo más grandes cambios hasta la historia reciente de la fiesta, dándose una evolución paralela a la de la sociedad pamplonica.
 
El componente religioso se ha diluido y muestra de ello es la procesión hacia la iglesia de San Lorenzo para celebrar en misa las Vísperas de los Sanfermines, ahora convertida en un acto oficioso de protesta alegre bajo el nombre de "riau-riau".

Hemingway y la internacionalización

Si hubo un personaje que contribuyó a la inmortalización de los Sanfermines, ese fue Ernest Hemingway. Genio controvertido y aventurero donde los haya, hizo de su novela «Fiesta» de 1926, la mejor carta de presentación de estas celebraciones de cara al extranjero. El escritor fue conocido por los locales más populares de la ciudad, donde contaba sus increíbles historias de viajes alrededor del mundo, que eran recibidas con escepticismo pero con humor por parte de los lugareños.

Valió su testimonio para que desde entonces y hasta hoy, manadas de turistas acudan a Pamplona a vivir una fiesta de la que no dan crédito, haciendo de ella una de las citas masivas más importantes del mundo. Por ello, una vez fallecida la figura, en 1967, el Ayuntamiento decidió ponerle su nombre al paseo que va desde la entrada de los toros en el encierro hasta el parque de bomberos y adornarlo con un busto del escritor. En la placa se le distingue como "amigo de este pueblo y admirador de sus fiestas que supo propagar la ciudad de Pamplona".

San Fermín en el siglo XXI

Mucho ha cambiado la fiesta en los últimos años. El tradicional vino ha sido desplazado por el cava y entre los más jóvenes triunfan el calimocho y la cerveza, bebidas más económicas y populares. La docena de tabernas d hace 50 años ha quedado ampliamente sobrepasada con unos mil establecimientos que paradójicamente hacen su agosto en el mes de julio. Todo tiene que hacerse a lo grande en una ciudad en que la población se ha multiplicado por diez y que recibe tal flujo de visitantes.

Hoy los festejos comienzan con el lanzamiento del chupinazo desde el balcón del ayuntamiento al mediodía del 6 de julio y terminan a medianoche del día 14 con el «Pobre de mí», el himno de despedida que ve irse a una de las fiestas más esperadas del año.

Pero sin duda lo más característico de los Sanfermines es el encierro diario, que consiste en una carrera de unos 800 m delante de los torosy que culmina en la plaza donde serán lidiaos por la tarde. Son escasos minutos que concentran la emoción y la esencia de un éxito que no conoce barreras geográficas.

Se celebra temprano, a las ocho de la mañana, por lo que es lógico encontrarse con una mezcla de corredores preparados durante todo el año y torpes espontáneos que continúan la fiesta nocturna.

Unos 15.000 corredores, dependiendo del día, que utilizan el mismo recorrido de callejuelas estrechas de cuando sólo corrían 100 y que se enfrentan a una cosa que en verdad   ha cambiado: toros ágiles, de media tonelada de peso y con afiladas astas.
Reproducido de abc.madrid

5 de julio de 2017

EL CAPITOLIO NACIONAL DE CUBA


El Capitolio Nacional de Cuba

El Capitolio, del latín Capitolium, era una de las Siete Colinas de Roma. El Capitolinus Mons (Monte Capitolino) era la ubicación del centro religioso y político establecido durante la antigua república romana. Actualmente se le conoce con el nombre en italiano “Campidoglio” y la plaza que lo forma fue diseñada por Miguel Ángel. Constituye hoy la sede del gobierno de la ciudad.

 El Capitolio Nacional de La Habana es un magnífico edificio construido en 1929 bajo la dirección del arquitecto Eugenio Raynieri Piedra, destinado a albergar y ser sede de las dos cámaras del Congreso o cuerpo legislativo de la República de Cuba. Como muchos otros capitolios, sedes de los gobiernos de diversos países del mundo y con igual nombre, la inspiración de su estructura y su estilo neoclásico se basan mayormente en el capitolio de los Estados Unidos, inaugurado en 1800.

 El origen de esta zona de la ciudad se remonta a finales del siglo XVIII, y está  estrechamente vinculado a la construcción de la nueva Alameda de Extramuros, propiciada por los nuevos espacios obtenidos de la demolición de las murallas a partir de 1863.  Se trataba de un espacio abierto, con una rotonda arbolada en cuyo centro se encontraba colocada la estatua de Isabel II, que constituyó el antecedente del actual Parque Central de La Habana.  

En su entorno se organizaron áreas verdes y parques  y fueron emplazados establecimientos de servicios, hoteles y teatros que hicieron de la zona (engarce entre la antigua ciudad intramuros y el desarrollo que se efectuó en el exterior), el centro recreacional más importante de la Capital.   

La historia particular de los terrenos hoy ocupados por el Capitolio de La Habana comienza cuando el lugar, ocupado por una ciénaga, fue dragado  a principios del siglo XIX para su aprovechamiento urbano. El terreno estaba ocupado por un vertedero de basura ubicado junto a la muralla de tierra, y se instaló allí un jardín botánico, el primero en la historia de la ciudad, fundado el 30 de mayo de 1817.   Bajo el auspicio de la Sociedad Económica de Amigos del País, en 1834 este Jartín Botánico se trasladó a los terrenos de los Molinos del Rey, actual Quinta de los Molinos, situados en las faldas de la loma de Aróstegui, donde está emplazado el Castillo el Príncie.  

En este mismo año comenzó en el mismo emplazamiento la construcción de una estación para el ferrocarril que enlazaría La Habana con Güines.  Se le dio el nombre de Estación de Villanueva, llamada así en memoria de Claudio Martínez de Pinillos, Conde de Villanueva, Intendente General de Haciendas y primer presidente del Consejo Directivo del Ferrocarril. En 1817 se inauguró el primer tramo a Bejucal  y un año después llegó a Güines.  En 1839   se concluyó dicha estación en los terrenos contiguos al Campo de Marte y en 1840 la línea ferroviaria alcanzaba ya la localidad de Cárdenas. 

En 1910 se produjo un cambio de los terrenos ocupados por la Estación de Villanueva, que con los años se quedó insuficiente y desubicada.  Después de innumerables avatares, de inicios y paralizaciones que abarcaron un prolongado periodo de casi quince años, el lugar se había convertido en un gran caos en el que convivían los restos del edificio abandonado, con las estructuras de un parque de diversiones.

En el año 1925 el General Gerardo Machado Morales asumió su primer período presidencial con la idea de celebrar en La Habana en 1928 la Sexta Conferencia Internacional Panamericana en un edificio adecuado.

Carlos Miguel de Céspedes, su secretario de Obras Públicas, encargó a la firma de arquitectos Govantes y Cabarrocas el estudio del nuevo proyecto del Capitolio a partir de unas bases ya sentadas, introduciendo las modificaciones que fueran necesarias.

Se creó una comisión a tal efecto a cuyo frente se encontraba el arquitecto Raúl Otero, en la que participaron también los miembros del equipo francés que se encontraba en La Habana trabajando en un Plan Director para su reordenamiento urbano. Dicho equipo se encontraba dirigido por el urbanista y paisajista Jean-Claude Nicolas Forestier, que participó también en los estudios del proyecto del Capitolio. Forestier aportó un conjunto de nuevas soluciones, en las que se hallan muchos de los elementos exteriores que hoy apreciamos en el edificio, como la gran escalinata y las logias laterales de la fachada principal.

La dirección del proyecto fue llevada a cabo por arquitectos cubanos: Raúl Otero fue designado Director Artístico de la obra, encargado de la documentación de planos y los detalles del proyecto, y Eugenio Raynieri fue nombrado Director técnico a cargo de la ejecución y el presupuesto y asumiría más tarde también la parte artística del trabajo hasta su culminación.

El arquitecto José M. Bens también introdujo modificaciones muy importantes, como la proyección exterior de los cuerpos laterales de los hemiciclos, la segunda línea de fachada de las logias y la silueta general de la cúpula. La compañía norteamericana Pudrí & Henderson Company tuvo a su cargo la construcción del edificio.

Al proyecto del capitolio cubano resulta imposible asignarle una autoría exclusiva porque  fue una obra que ya desde el principio fue recibiendo a través de estudios sucesivos un minucioso trabajo de diseño cuya materialización dio lugar a la expresión y la imagen final del edificio.

Con el propósito de realizar un proyecto de organización urbana de la ciudad de La Habana, Gerardo Machado contrató los servicios del destacado arquitecto, urbanista y paisajista francés Jean-Claude Nicolas Forestier, quien había realizado importantes trabajos anteriores en España, Marruecos y Portugal. Además de sus realizaciones en La Habana, entre 1925 y 1929 intervino en compañía de sus colaboradores más cercanos, Louis Heitzler y Théodore Leveau, para aportar sus experiencias y sugerencias en el enriquecimiento del proyecto del Capitolio y sobre todo en lo referente a los parques y jardines del entorno, que servían de marco paisajístico para el conjunto.

El plan para remodelar La Habana contaba como motivo principal el edificio del Capitolio, que albergaría las sedes del Poder legislativo, la Cámara de Representantes y el Senado de la República. Forestier, en su propuesta, respetó básicamente la estructura existente de la ciudad colonial. La remodelación empezó con los parques de la Plaza de la Fraternidad Americana, situado en los antiguos terrenos del Campo de Marte, los jardines del Capitolio, el Parque Central, la franja del Paseo del Prado, el conjunto de parques de la plaza del Palacio Presidencial y los de la Avenida del Puerto.

El proyecto para los jardines del Capitolio se concibió como un sistema de senderos floridos que se correspondían con los accesos de entradas de las diferentes fachadas del edificio, a la vez que conjugaban con las jerarquías de las vías que conformaban el trazado versallesco de su diseño. Estas sendas de terrazo integral en diferentes colores: blanco, gris y negro, empleaban una composición con motivos decorativos de líneas y elementos geométricos que acentúan las direcciones o destacan puntos o áreas determinadas.


Estatua de Mefistófeles en un jardín interior
El estudio de la vegetación, desarrollado a partir del dominio y el conocimiento del paisajismo y la jardinería que Forestier tenía, se dirigió a enmarcar la monumentalidad del edificio, compaginando la arquitectura del capitolio con especies como lantanas moradas, calas rojas y amarillas, embelesos, y un conjunto de palmas reales situadas en los cuatro ángulos del edificio como culminación del tratamiento, un elemento típico de la vegetación tropical y símbolo de la nacionalidad cubana. La influencia de las aportaciones de Forestier resultó un importante legado que marcó el posterior desarrollo urbanístico de la ciudad de La Habana. Una estatua extraña y poco acostumbrada se erigió a Mefistófeles en uno de los jardines interiores.

La construcción ocupó un área total de 43,418 m², de los cuales 13,484 corresponden al inmueble, con un área circundante de jardines y parques de 26,391 m². El resto, 3,543 m², se dedicaron a la ampliación de las calles y su entorno.

El gran edificio se construyó a partir de una estructura metálica encargada a la compañía norteamericana Pudrí & Henderson, que ya había ejecutado con anterioridad numerosas obras de importantes edificios en la capital. La longitud total de la construcción fue de 207,44 m, y su composición arquitectónica y volumétrica se estructuró a partir de un cuerpo central compuesto por la escalinata monumental, de casi 36 m de ancho por 28 m de largo y un total de 55 peldaños interrumpidos por tres descansos intermedios.

A ambos lados de la gran escalera, se emplazan dos grupos escultóricos hechos en bronce por el artista italiano Angelo Zanelli: La Virtud Tutelar del Pueblo y El Trabajo, de 6.50 m de altura cada uno. En la ejecución final se invirtieron, cinco millones de ladrillos, 38,000 m³ de arena y 65,000 m³ de piedras, 150,000 bolsas de cemento, 3,500 toneladas de acero, 2,000 de cabillas y 3,500,000 pies de madera. Trabajaron más de 8,000 obreros especializados.

El pórtico central, de 36 m de ancho y 16 de alto, es sostenido por doce columnas jónicas de granito. En este espacio se encuentran las tres puertas de los accesos principales al edificio, con 7.70 metros de alto y 2.35 de ancho, así como un conjunto de bajorrelieves de mármol realizados por el mismo artista italiano.
 
La cúpula, de una altura de 92 m, fue en su momento la quinta más alta del mundo con un diámetro de 32 m. Tiene 16 nervios entre los que destacan los paneles recubiertos con láminas de oro de 22 quilates. La cúpula culmina con una linterna con 10 columnas jónicas en cuyo interior había hasta 1959 cinco reflectores giratorios que fueron retirados.
 
En el interior de este espacio se materializa el simbolismo arquitectónico en la imponente escultura de La República, situada bajo el domo, obra también de Zanelli, hecha en bronce, con 15 m de altura y 30 T de peso, que en su momento fue también la segunda más grande del mundo bajo techo.

Este espacio constituye el nudo de articulación del gran Salón de los Pasos Perdidos, el más monumental de los espacios existentes en los edificios públicos del país, con casi 50 m de largo, 14.5 de ancho y casi 20 m de puntal; y que sirve de vínculo con los cuerpos laterales del edificio, de proporciones mucho más bajas, y en los que predomina la horizontalidad con respecto al bloque central.
 
 

La gran escalinata monumental principal, el pórtico central y las escalinatas secundarias están construidas en granito. En el resto del edificio se utilizó piedra de capellanía, tanto para las fachadas como en sus interiores.

Resulta notable la variedad y riqueza de los materiales empleados en esta construcción, como las 58 variedades de mármol nacionales y de otras partes del mundo empleados en los pavimentos y en los paneles escultóricos labrados, los herrajes de bronce de puertas y ventanas, las lámparas, apliqués, candelabros, pinturas murales que decoran los hemiciclos, las decoraciones y molduras de fina ejecución de los falsos techos y paredes realizadas en yeso y estuco. También son destacables las maderas preciosas, particularmente la caoba, empleadas en la ejecución de puertas, ventanas, estrados, estantería y otros trabajos de talla y ebanistería; las rejas y otros elementos de función, los vitrales y lucernarios de vidrio emplomado.

En la parte baja de la escalinata principal del edificio se encuentra la “Tumba del Mambí Desconocido”. Está situada debajo y a ambos lados de ésta es posible apreciar dos arcos que conducen a un pasadizo cubierto donde se encuentran las entradas a este recinto, que contiene un sarcófago rodeado por seis figuras de bronce que representan cada una las seis provincias de la república.

Pero no sólo la arquitectura es importante en el Capitolio. Los elementos decorativos y la ambientación de sus espacios constituyen un complemento destacado de las soluciones arquitectónicas del edificio. La prestigiosa empresa Waring & Gilow Ltd. radicada en Londres y especializada en decoración y ornamentación tanto en interiores como exteriores fue la encargada de ejecutar toda la ambientación general del proyecto, y constituye uno de los aspectos más destacados de su interiorismo.

De modo particular se encargó a diferentes empresas el diseño y elaboración de elementos, como los herrajes de bronce a The Yale & Towne Mfg. Co. de Stanford, Connecticut; la Societe Anonime Bague y la Saunier Frisquet de París tuvieron a su cargo la lamparería; las casas Fratelli Remuzzi de Italia y Grasyma de Alemania todos los trabajos en mármol, basalto, pórfido, granito y ónix, y los trabajos de herrería y fundición, como barandas, rejas, escaleras de caracol y faroles de los jardines fueron ejecutados por los señores Guabeca y Ucelay cuyo taller se localizaba en Luyanó.

Además de esto debe añadirse la incorporación de una gran cantidad de obras artísticas consistentes en tallas de paneles escultóricos y bajorrelieves en piedras y mármol que se encuentran incorporados en las fachadas del edificio y en algunos espacios interiores, realizados por notables artistas nacionales entre los que se encuentran Juan José Sicre, Alberto Sabas y Esteban Betancourt, e internacionales, como Drouker, Remuzzi, Casaubon, Fidele, Lozano y Struyf etc, etc…. Algo similar ocurre con las tallas de las grandes puertas monumentales que incorporan conjuntos y escenas diversas, y con las tribunas, estrados y mesas con elaborados trabajos de ebanistería y tallado.

También es destacable la presencia de pinturas murales y lienzos que decoran muchos ambientes particulares que incluyen obras de maestros como Leopoldo Romañach, Armando Menocal, Enrique García Cabrera y Manuel Vega entre otros. Tapizados, cortinajes, lucernarios y vitrales, esculturas, bustos de mármol y bronce formaban parte de toda esta parafernalia decorativa que correspondía con el gusto y el momento en que fue concebido el edificio.

Paralelamente, se concibió otro ambicioso proyecto que superaba el ámbito de La Habana, que fue la construcción de una red de carreteras nacionales, cuyo kilómetro cero estaría marcado simbólicamente por un refulgente diamante de 25 quilates colocado bajo la cúpula del Capitolio. El diamante perteneció al último zar de
Rusia, Nicolás II, y había llegado a La Habana a manos de un joyero turco llamado Stephano que lo había adquirido en París. Se decía que tenía facultades curativas y poderes mágicos. El joyero había pasado apuros económicos y se desesperó, no sólo porque necesitaba dinero sino porque decía que el diamante atraía la mala suerte: «El Zar que lo poseía había sido derribado del poder y asesinado con toda su familia. La duquesa a quien se lo compró en París murió inesperadamente diez días después; el ruso que le sirvió de intermediario fue herido en un cabaret, quedando ciego; el propio Stéfano, desde que lo tenía en su poder fracasaba en cuanto intentaba»... Por fin Stéfano pudo vender la gema. El Estado cubano lo compró en 12,000 pesos, y a partir de la inauguración del Capitolio, estuvo allí, siempre custodiado.

A pesar de estar protegido por un sólido cristal tallado y considerado irrompible, el diamante fue robado el 25 de marzo de 1946 y recuperado el 2 de junio del año siguiente. Nunca se supo quien lo robó aunque  los  rumores populares señalaban a un teniente de la policía especial del Ministerio de Educación.

Teorías muy fundadas insisten en la autoría por ese policía de sobrenombre “El mosquito” que estando preso por un hecho de sangre le confesó a su compañero de prisión que él había sido el autor del robo del diamante.”El mosquito” pudo realizar el robo porque esa noche había sido clausurada una exposición de arte auspiciada por el Ministerio de Educación, la cual estaba instalada en el Salón de los Pasos Perdidos, y que ese individuo, precisamente por su condición de policía de ese ministerio, participaba del cuidado de la exposición, y seguramente se quedó escondido dentro del Capitolio. Los técnicos del Gabinete Nacional de Investigación encontraron en el lugar un pedazo de papel periódico ensangrentado, pero ni una sola huella dactilar.

Dos cosas pudieron favorecer que ese hombre realizara el robo: Una, que el cristal que protegía al diamante estaba quebrado, ya que otro policía, con el fin de demostrarles a unos turistas que el cristal era irrompible, le dio un fuerte golpe con el tacón del zapato, quebrándolo. La otra es que existía la leyenda de que el fantasma de Clemente Vázquez Bello, muerto en un atentado unos años antes, se paseaba por el Salón de los Pasos Perdidos y los guardias nocturnos del Capitolio evitaban ir por esa zona y vigilarla.

El diamante tenía un precio superior a los 25.000 pesos, una cantidad muy alta para la época, lo que dificultaba encontrar un comprador además del riesgo de venderlo, de forma que el ministro de Educación corrió la voz entre los bajos fondos de que pagaría 5,000 pesos por el diamante y no se tomarían represalias contra el ladrón. De esa forma el ministro recuperó el diamante. Cierta o no la historia, lo que si  resultó noticia bien divulgada por prensa y radio, fue que el 2 de junio del año siguiente el diamante del capitolio apareció en una gaveta del escritorio del Presidente de la República, por entonces el Dr. Ramón Grau San Martín.
 
En 1973 se sustituyó el diamante por una réplica por cuestiones de seguridad y se guardó el original en la caja de seguridad del Banco Central de Cuba. No se ha permitido nunca a ningún periodista desde entonces tener una prueba gráfica de la real situación del famoso diamante.

El Capitolio fue inaugurado el 20 de mayo de 1929, Día de la Independencia, con un costo total de casi diecisiete millones de pesos, lo que equivalía a la misma cantidad de dólares de la época.  

 El Capitolio de La Habana ocupa su lugar en la historia como sede de la Asamblea Constituyente que promulgó la famosa Constitución de 1940. Más tarde, en 1959, el nuevo gobierno revolucionario lo transformó en la sede de la Academia de Ciencias y del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente.

Con el paso de los años los jardines exteriores han sufrido cierto deterioro pero la estructura arquitectónica, debido a su sólida y resistente construcción, se mantiene en un buen estado de conservación, habiendo sido sometida en los últimos años a varios procesos de restauración para preservar su apariencia original.

Una parte fundamental de los datos e información de esta entrada ha sido tomada de la Red especialmente de Wikipedia, Enciclopedia Libre y reproducida por Almejeiras (Vigo) en su blog “La pluma del tocororo”.