Los niños dormidos
del remolcador
Wichy García Fuentes
Veinte
años atrás, 41 cubanos, entre ellos 10 niños, fueron masacrados a la salida de
la bahía de La Habana. Los criminales
directos en el mar, tanto como aquellos que ordenaron la ejecución del hecho
barbárico desde tierra firme, todavía hoy permanecen libres, protegidos por el
poder político y, más aún, orgullosos de haber perpetrado semejante atrocidad.
En Cuba
ni siquiera se menciona el crimen de 1994. Gracias al monopolio estatal sobre
las comunicaciones, mucha gente en la isla sigue creyendo la versión oficial de
lo acontecido en aquel fatídico verano. Una fábula los contenta con la historia
inverosímil de que una turba de delincuentes secuestró un barco para escapar
hacia los Estados Unidos, que las autoridades impidieron el acto punible, y que
por accidente, en la confrontación se hundió la nave que transportaba a 68
personas. Todo por culpa del imperialismo.
La
realidad, todavía hoy, es poco conocida en el controlado perímetro del
archipiélago.
El
remolcador, que pertenecía a la Empresa de Servicios Marítimos del Ministerio
de Transporte, al igual que sus perseguidores, los barcos Polargo 2, Polargo 3,
y Polargo 5, fue acorralado en aguas abiertas, pero aún nacionales. Les
permitieron salir de la bahía, para que el espectáculo no fuese visto por los
habaneros que transitaban por el Malecón y la avenida del puerto.
El Polargo 3 embistió al remolcador 13 de marzo por detrás, partiéndole la
popa, mientras Polargo 2 y Polargo 5 bloqueaban los laterales y lanzaban agua
en chorros a presión.
De nada
valieron los gritos de mujeres y niños. Un bebé se resbaló de los brazos de su
mamá, mientras otros se hundían tratando de aferrarse a una nevera. Las lanchas
guardafronteras miraban a prudencial distancia, para no obstaculizar el tono
civil del acontecimiento, y tampoco ofrecieron ayuda alguna a los
sobrevivientes.
Las
víctimas fueron empujadas al mar con cañones de agua, abandonados a su suerte
junto con los sobrevivientes que fueron rescatados, de puro milagro, por un
barco griego que pasaba cerca de allí, en la oscura madrugada del Caribe.
Luego
de veinte años, los cuerpos de las víctimas permanecen bajo el agua, por
negativa expresa del gobierno a recuperarlos. Los culpables materiales, en su
momento, fueron catalogados de “leales patriotas” que cumplían con su sagrado
deber. El alto mando de la “revolución”, por su parte, esconde como puede su
responsabilidad directa, es decir, la orden de hundir al remolcador que, de
ninguna manera, pudo haber sido dada desde instancias menores.
Prueba
de ello es que un hecho similar, en 1980, en el auge de los sucesos de la
embajada del Perú y Mariel, fue ejecutado en contra del Río Canímar, en
Matanzas, donde sí las autoridades ametrallaron directamente a quienes
escapaban con lanchas torpederas y hasta con un avión, asesinando a más de
cuarenta personas. De los once cadáveres que se rescataron en aquella ocasión,
cuatro eran menores. Otros muchos ni siquiera pudieron ser contabilizados.
Los
poderosos se las arreglan para salir limpios de culpa – “durmiendo como bebé” – y
prosiguen tranquilamente su paseo por la vida. Duermen como bebés también los
generales y el comandante que ordenó masacrar a las familias en el remolcador 13
de Marzo.
La
dictadura cubana ni siquiera permite que la verdad se conozca, mucho menos se
cuestione, aun cuando la intención, más allá de la irresponsabilidad,
quedase expuesta sin lugar a dudas razonables.
Los
conciudadanos de las víctimas habaneras siguen ignorando, a gran escala, los
detalles de lo ocurrido aquel 13 de julio de 1994; ajenos, por obra y gracia
del poder absoluto, a una de las más axiomáticas muestras de crueldad cometidas
por la dictadura cubana, en el más reciente medio siglo.
No hay
cruces, ni las habrá, delante del Consejo de Estado o de la sede del partido
comunista, en La Habana.
De un
artículo de Wichy García Fuentes publicado en Cubanet.com.
Wichy García Fuentes (La Habana, 1967) es
escritor y responsable escénico cubano residente en Sonora, México. Periodista
independiente, graduado del Instituto Superior de Arte de La Habana, fue parte
de las compañías Teatro Estudio y Buendía, las más prestigiosas de la escena
cubana contemporánea, y trabajó como guionista y director de programas en la
televisión nacional. Actualmente es profesor de teatro en el CEDART José E.
Pierson, y de periodismo en la Universidad Kino, de Hermosillo, México.