Tokio:
torbellino de luces de neón
Los
templos tradicionales, los rascacielos, su gente y la gastronomía japonesa se
unen a las calles de Tokio para ofrecer un espectáculo que no deja indiferente
a nadie. La magia del lejano oriente resulta hechizante para los ojos atónitos
del viajero de occidente. La experiencia es, simplemente, única.
Rascacielos que casi pueden tocar las nubes y
grupos de gente moviéndose a toda prisa y en todas direcciones son la espina
dorsal y el latido de Tokio, una ciudad con personalidad propia que nos deja
atónitos.
La primera imagen no defrauda. Todo lo que antes
de salir de casa habíamos imaginado se magnifica conforme el taxi nos adentra
en la urbe. Tras dejar el equipaje en el Hotel, las calles de Ginza llaman nuestra
atención. Almacenes con larga historia y tradición y boutiques de prestigio
llegan hasta donde no nos alcanza la vista.
Desde el Wall Trade Center recibimos un aperitivo visual de la ciudad antes de
embarcarnos en el viaje a pie de calle. Y es que este edificio ofrece a los
viajeros una vista panorámica de la capital. La urbe desde lo más alto recuerda
a un escalextric, ya que trenes, autobuses, coches y personas se cruzan entre
los edificios a distintas alturas. Desde cualquier punto de la ciudad se puede
ver la nueva Tokio Sky Tree. Esta torre de radiodifusión, restaurante y mirador
alcanza los 634 metros de alto.
Akihabara es el lugar de peregrinaje obligatorio de los amantes del manga. Rodeados de japoneses disfrazados de héroes de cómics manga, nos encontramos en un barrio en el que las generaciones de jóvenes avanzan a velocidad de vértigo. Escaleritas de caracol nos sumergen al mundo de los video-juegos. Las últimas novedades en el mercado junto con verdaderas muestras de coleccionista, como la primera Nintendo que salió al mercado, recubren las estanterías de los comercios de la zona.
Del paraíso de la electrónica a un hormiguero
gigante. Así es como podríamos calificar la zona de Shibuya. Aquellos pasos de
cebra zigzagueantes en los que todo el mundo se cruza en todas direcciones
dejaron de ser una cosa de película. Esta zona comercial es conocida por el
buen precio de sus productos. Luces centelleantes, vídeos e imágenes recubren las
paredes de los edificios del distrito.
Puente Rainbow que une Tokio con la la isla artificial Odaiba |
Cuando Tokio estaba cerrado al comercio internacional construyeron una isla
artificial. En ella colocaron los cañones para protegerse de los enemigos que
se acercaran a la ciudad, de ahí su nombre: Odaiba. Tras su apertura al
comercio exterior, este distrito se convirtió en uno de los más bellos de la
metrópoli. Su playa artificial y la zona de entretenimiento que hay en los
alrededores lo convierten en el lugar perfecto en el que pasar los fines de
semana. El principal acceso a esta isla es el puente de Rainbow, cuya imagen
iluminada por las noches es una de las vistas más emblemáticas de Tokio.
Además, en Odaiba se puede encontrar una miniatura de la Estatua de la
Libertad.
Si buscas el ambiente tradicional de Japón en Tokio acércate al barrio de Asakusa, donde encontrarás algunos de los santuarios más antiguos y más bellos de la ciudad. El templo de Sensoji, budista, conocido también como Asakusa Kannon, fue fundado en el año 645 y es el más antiguo de Tokio. Cada año, unos 20 millones de personas visitan este templo dedicado a la diosa Kannon.
En esta zona los kimonos acompañan el paisaje. Un farolillo gigante con letras japonesas y dos dioses nos reciben a la entrada del templo. La tradición manda purificarse antes de entrar. Sumergir la cabeza en humo de incienso o lavarse las manos y la boca en una fuente son algunos de los rituales llevados a cabo por los seguidores de Buda.
Kaminarimon (la Puerta del Trueno) da acceso a la calle Nakamise Dori, un paseo comercial, con unos 90 kioscos y tenderetes, que conduce a Hozomon (la Puerta del Tesoro), la puerta principal del templo. En esta vía comercial podrás comprar desde galletas japonesas, osembe, hasta pañuelos japoneses que se anudan en la frente, hachimaki, kimonos de verano o recuerdos de todo tipo.
Ya en el recinto del templo de Sensoji verás el gran incensario, O-koro. Según la tradición, el humo de este incensario fortalece a los débiles y cura a los enfermos. Si tienes tiempo, acércate también al jardín Demboin, muy cerca del templo, es un oasis de tranquilidad y espiritualidad.
El Templo de Sensoji está basado en una leyenda según la cual dos pescadores (Takenari y Hamanari) encontraron una estatua de oro de Kannon, la diosa de la merced, cerca del rio Sumida. Ambos la colocaron y siguieron su camino pero la estatua siempre se les aparecía hasta que decidieron llevársea a su pueblo, Hajinomatsuti, donde se guardó cerca de Asakusa.
A partir de ese momento, el pueblo empezó a prosperar y a ser conocido y todo se debió a esa estatua. La estatua no puede verse por ningún turista; se sabe dónde está (o debería estar) pero nadie que no sea del templo (y los de alto grado) la han visto.
Junto con
el budismo, el sinoísmo es otra de las religiones japonesas. En el distrito de
Harajuku encontramos el santuario sinoista de Meiji. Los paraguas japoneses y
los kimonos vuelven a ser los protagonistas en las cercanías del santuario.
Tras toparnos con varias bodas, observamos cómo todavía las novias lucen los
tapacueros, sombreros tradicionales para esta ceremonia.
El Santuario de Meiji fue construido
hace 100 años en dedicación a las almas del emperador Meiji y la emperatriz Shoken. Un
campo de lirios en una zona de Tokio que el Emperador Meiji y la Emperatiz
Shōken tenían la costumbre de visitar fue escogida como emplazamiento final.
La
construcción comenzó en 1915, empleándose principalmente madera de ciprés y metal
de cobre. Fue consagrado oficialmente en 1920 y finalizado en 1921. El edifico original fue destruido durante el
bombardeo de Tokio en la Segunda Guerra Mundial. La actual representación del
santuario fue realizada mediante aportaciones de dinero público y fue
completado en octubre de 1958.
El Santuario Meiji está situado en un bosque
que cubre un área de 700.000 m² (unos 175 acres). Esta zona está cubierta por
un frondoso bosque que suma 120.000 árboles de 365 diferentes especies, que
fueron donados por el pueblo de todo Japón cuando se construyó el santuario. El
bosque es muy frecuentado como zona de recreo y tranquilidad en el centro de
Tokio.
El sabor
indiscutible de Tokio es el sushi y es que las subastas que se realizan cada
mañana en el mercado Tsukiji Fish Market ponen a disposición de restaurantes y
comercios el mejor pescado fresco de la zona.