La Reina coronada
Por Wendy Guerra, en su blog
Habáname
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Vivíamos
en la costa sur de Cuba, en un curiosa casita alta y blanca con vista al puerto
de Cienfuegos.
En la
madrugada, tocaron a la puerta. Unos pocos chasquidos sobre la madera
anunciaban la llegada de cierto amigo que venía de lejos... ¿de La Habana?
Es muy posible, los cienfuegueros se acostaban tan temprano... Yo estaba
"dormida", pero pude ver, entre sueños y desde mi cuarto, las sombras
de mi madre y otra mujer (entonces dos muchachas) abrazarse, saludarse, reír e
intentar el ritual del té encendiendo aquella cocina de luz brillante- alcohol
y fósforos.
Había
llegado a la ciudad, a la casa, Reina
María Rodríguez. Una mujer hermosa, trigueña, con encantadoras pecas
y ojos profundos color café, delineados. Su voz ronca y el
cuerpo breve, atravesaban las sombras de esa media luz que se deja a
los niños para que duerman mientras los adultos se desvelan. Las risas me
acunaron hasta el amanecer, y a las siete de la mañana encontré a mi lado a un
joven rubicundo, de cabellos largos y desordenados; era el trovador
Santiago Feliú, que dormitaba sobre mi cama. Siempre digo que es el primer
hombre con el que amanecí en mi vida. Yo solo tenía 9 años.
Reina y
Santiago eran los invitados de mi madre para pasar ese fin de semana
en nuestro pequeño escondite del puerto. La Gioconda y el Cristo se quedaron
pocos días con nosotros, pero allí, entre la guitarra, los vasos de vino abandonados
y los cigarros apolillados en los ceniceros de barro y unas hermosas sandalias
de cuero que nos dejó ella de regalo, encontré algo que definió el sentido de
todo lo que he escrito hasta hoy: la poesía de Reina María Rodríguez.
Entonces
lo supe: se podía ser hermosa,
delicada, luminosa y brillante; escribir bien y aparecer o desparecer de una
ciudad con un talentoso y bello trovador. Se podía parir, sufrir o hacer
sufrir por amor, sin abandonar jamás la literatura.
Cuando
escuchaba leer a mi madre los poemas de Reina, sentía que expresaban
exactamente lo que ella, tal vez por ciertos prejuicios, no se atrevía a decir
de sí misma. Era posible que esa primerísima persona de la joven poeta, ese
tono descarnadamente confesional y simbólico, esos cuerpos psíquicos
espléndidos y sensuales dibujados sobre el espejo de esta mujer,
crearan un ruido musical valioso en la explicación esencial de lo que
mami consideraba podía permitirse como escritora.
Ver a
Reina ir más allá de su distancia, escucharla, leerla desmenuzando su alma, le
producía gran placer y le regalaba un fabuloso camino. Tras las lecturas en
tertulias habaneras y en eventos de provincia, todas aquellas
autoras sabían claramente que con ella, la literatura femenina en Cuba vivía
un cambio. Unas la adoptaron y otras la miraron por encima del hombro, pero,
seamos sinceros, aquí ya nada fue igual.
Nos
mudamos a La Habana y en la casa de Caridad (la madre de Reina, también nuestra
costurera oficial) comprendí el verdadero espíritu de la poesía de toda una
generación que marcaría no solo mi vida, también el modo de ver la literatura y
el arte como conducta. Muy pronto celebramos su merecido Premio Casa de
Las Américas. Frecuentamos su casa; sus hijos, sus esposos y sus
amigos fueron también parte de nuestra vida. Sus despedidas han sido las
nuestras, sus pérdidas, muy semejantes a las que hemos ido sufriendo. Me
prestaba toda su ropa para salir en mis primeros programas de televisión.
Ropa que le hacía Caridad y ropa que traía de sus breves viajes- pues nunca le
gustó abandonar demasiado tiempo su zona de confianza-
Mi
madre no era de mucho visiteo, más bien era mi casa la que siempre estaba llena
de amigos, se encontraban lo necesario y nada impidió que fueran cómplices
hasta el día en que Albis Torres (mami) perdió el habla, la poesía, la memoria,
su única vida.
Elys
Milena, la hija más pequeña de Reina, empezó a tender un nuevo sentido en
la relación que yo establecí con ella a partir de ese momento, y en
ese puente afectivo, estético y novedoso, seguimos escondiéndonos de la
tristeza para hablar de cosas que van más allá de la literatura y conforman,
curiosamente, el sentido original y humano de la escritura.
Hace
unos días supe que habían decidido otorgarle el Premio Nacional de
Literatura. Felicito a quienes se encargan de estas decisiones, felicito
que no sea demasiado tarde para ella y que reconozcan, más allá de las
diferencias políticas, la obra de una mujer que con sus versos cambió la
actitud poética de mi país. Esa muchacha de la calle Ánimas que desertaba de
los aviones, se sentía una partícula de polvo transitando París, siendo toda
ella una isla de ideas sobre el Sena.
El día
que recibí la noticia respiré profundo y recordé aquello que me dijo
mi madre una vez cuando atolondrada ante la desmemoria, no podía recordar
ciertas palabras: Llama a Reina, ella es La Reina, hoy por fin, coronada.
¡Felicidades,
Reina, te quiero mucho!
Como un
extraño pájaro que viene del
sur
a Pavese
has
errado toda la noche
olfateando
los árboles
buscando
alguien que te acaricie
con tu
traje de lobo para engañar a los hombres.
tu
angustia me hiela los pies
pero en
el alero hay un abismo para nosotros.
Tú y
yo desnudos en medio del verano
junto a
los troncos amarillos
en una
playa del sur
tan
solitarios como el resplandor
de las
películas silentes
donde
todo está por transcurrir
en el
espacio vacío de los pies y la boca sin gritar
diciendo
cosas que nadie tal vez escuchó
que
nadie jamás escuchará
en el
abismo silente.
Remitido
por Leonor Agüero
*** La
poeta cubana Reina María Rodríguez obtuvo el Premio Nacional de Literatura
2013, entre un total de 18 candidatos y un jurado encabezado por el periodista
y narrador Leonardo Padura Fuentes, merecedor del galardón el año anterior. Reina
María es una de las voces más consistentes de la poesía que se escribe en la
isla en los últimos treinta años, su obra es objeto de estudio en diversas
universidades y ha impartido talleres y conferencias.
Entre los premios obtenidos por Reina se encuentran el de poesía "Julián
del Casal" de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en los años 1980
y 1993; el de la "Revista Plural" de México en 1992, y el "Casa de
las Américas", en 1984 y 1998. Además, en 1999, recibió la "Orden de
Artes y Letras de Francia". Ha publicado entre otros “Cuando una mujer no
duerme”, 1980; “Para un cordero blanco”, 1984; “En la arena de Padua”; 1991 y
“Páramos”, en 1993.
El Premio Nacional de Literatura es entregado oficialmente cada año, como parte
del programa de actividades de la Feria Internacional del Libro de La Habana.
martinoticias.com
diciembre 18, 2013