Una artista cubana de éxito
a los 100 años:
Carmen Herrera
Daniela Sánchez Martelo
El País, Madrid
Trabó amistad con Jean Genet y Barnett Newman.
Frecuentó los círculos artísticos de Josef Albers, Jean Arp, Willem de Kooning
o Mark Rothko. Conoció a algunos de los grandes tótems de la creación del siglo
XX en un apasionante periplo vital que la llevó a La Habana, París y Nueva York,
sin dejar de pintar bajo el influjo de las vanguardias. Pero solo cuando
cumplió 89 años vendió su primera obra de manera profesional. Hoy, con 100 años
cumplidos el 31 de mayo, Carmen Herrera es una artista reconocida. Será objeto
en 2016 de una retrospectiva en el nuevo Whitney Museum diseñado por Renzo
Piano y sus cuadros cuelgan en algunos de los más importantes museos.
El éxito sobrevenido, sin embargo, no parece
perturbar demasiado a esta creadora cubana nacida en La Habana que sigue
levantándose temprano para trabajar en su loft de Manhattan en una
rutina que solo rompe sobre las 11 de la mañana para tomarse un whisky
—“scotch”, apostilla— o una copita de champán, al que se ha aficionado
últimamente, comenta ella misma en una entrevista realizada por este periódico
por teléfono y correo electrónico.
En todo caso, Herrera reconoce que el éxito ayuda
a no perder el ímpetu para seguir pintando en una producción que atraviesa la
“historia de la abstracción, la arquitectura, el minimalismo estadounidense y
latinoamericano y el concretismo cubano”, explica Nicholas Logsdail, director
de la galería Lisson, que acaba de exhibir sus cuadros en la feria londinense
de Frieze. La galería de Logsdail estrenará el próximo año un nuevo espacio en
la Gran Manzana con obras suyas. “A mí, francamente, lo que siempre me ha
gustado es la línea recta”, matiza Herrera.
“Lo primero que hago cuando me levanto es dar
gracias a Dios porque tengo un día más para vivir y pintar”, explica. Trabaja
hasta la hora de comer con su asistente ecuatoriano Manuel para ejecutar sus
lienzos más grandes. Muchas veces también la acompaña su viejo amigo, el
artista puertorriqueño Tony Bechara. Fue él, como presidente de la junta del
neoyorquino Museo del Barrio, quien organizó la primera individual de Herrera
en 1998.
Cinco años después, The New York Times
definió su obra como “el último grito en la pintura”. Sus cuadros y su
personalidad llamaron tanto la atención que la cineasta Alison Klayman le
dedicó una película documental, 100 Years Show, estrenada este año.
Juventud desahogada
Herrera pudo vivir desahogadamente en su juventud
gracias una pensión del Gobierno cubano por ser hija de un héroe nacional. Su
padre, Antonio, luchó en la Guerra de la Independencia (1895-98) contra su
propio progenitor, que era coronel del Ejército español. Más tarde, Antonio
fundó el periódico El Mundo en La Habana, que sería clausurado por Fidel
Castro. Su madre, Carmela, fue periodista y pionera del movimiento feminista de
la isla caribeña. Su tío fue el cardenal Herrera Oria.
Su condición de mujer retrató su reconocimiento,
sostiene Herrera: “Ser mujer y cubana no era ventajoso en tiempos pasados.
Además, yo no era muy agresiva. Todo hay que medirlo por las normas de su
época. Una tenía que acostumbrarse a eso, no solo en el arte, sino en todas las
disciplinas”. ¿Y han cambiado las cosas? “Sí, drásticamente, para mejor. El
cambio es lo único constante en la vida y el que no se dobla un poco se lo
lleva la corriente”, comenta la creadora.
Cambió su vida cuando en 1939 conoció a su gran
amor en La Habana, Jesse Loewenthal, con quien estuvo casada 61 años, hasta su
muerte en el 2000. No tuvieron hijos. La joven pareja se marchó en 1948 a París
y pasó allí cinco años, un periodo fundamental para el crecimiento artístico de
la artista, que ya había vivido con anterioridad en la capital francesa. El
resurgimiento en el París de la posguerra de la abstracción y del “arte
degenerado”, como lo llamaban los nazis, la marcó definitivamente.
Conocer a Ella Fontanals-Cisneros, coleccionista
cubana y fundadora del museo CIFO en Miami, también ayudó al reconocimiento. La
coleccionista le compró a la artista, de entrada, nueve obras en 2002. En ese
momento, Fontanals-Cisneros quiso donar una a la Tate Modern, que al principio
no la quería recibir.
“Confíen en mí, esta señora va a tener éxito y ustedes no
van a poder comprar su obra; me lo van a agradecer”, les dijo Cisneros, según
su propio relato. La cotización de una obra de Herrera puede oscilar entre los
13.600 euros (15.000 dólares) y los 453.000 euros (medio millón de dólares).
Sus cuadros forman parte de las colecciones del MoMA, Whitney, Walker Art
Center, Smithsonian Museum, Museo del Barrio y Hirschorn Museum, además de la
Tate Modern.
Admiradora de la arquitectura de El Escorial y de
Zurbarán, revela que su secreto para llegar al siglo son la suerte, el destino
y no pensar mucho en ello. En sus tiempos “el reconocimiento no era gran cosa;
es sobre todo un fenómeno contemporáneo”, apunta. No habla de arte, solo le
interesa producirlo, y hacer lo que le gusta: “Tengo una edad. Si no me puedo
tomar un whisky cuando me da la gana, ¿cuándo me lo tomo?”, se pregunta
risueña.