Hace más de ocho siglos
En 1181 o en 1182, Francisco nace en Asís, en la
verde y dulce Umbría (Italia). Sus padres se llamaban Pietro Bernardone Y
Madonna Pica. Pudo tener también un hermano, llamado Angelo. El nombre originario de Francisco es Giovanni. Su infancia y juventud
primeras discurren según los gustos de la época. Recibe una buena educación,
sensible, cristiana al uso y con tintes franceses por influencia de su
madre.
En 1202, Francisco es hecho prisionero en la
batalla de Ponte San Giovanni, en el mes de noviembre. Pudo estar cautivo un
año. Francisco es joven de éxito mundano, con gran capacidad de
liderazgo.
Tres años después, en 1205, cuando se disponía a
realizar un viaje a la Apulia para batallar –esta época del Medievo italiano
era muy dada a las guerras entre ciudades, comarcas o regiones y clanes
familiares-, en la noche, en Spoleto, escucha una voz que le invita a regresar
a Asís. Comienza su proceso de conversión. Son los años de San Damián:
“Francisco, ve y repara mi casa”. Entre los años 1207 a 1209, se desarrolla y
culmina el proceso de conversión. El Señor le da hermanos. Y Francisco, con
todo, duda sobre si su carisma será de Dios.
Por eso, en 1209, Francisco viaja en la primavera
a Roma para conseguir del Papa Inocencio III la aprobación de su Orden o
Fraternidad con la primera regla de la misma. El Papa así lo hace verbalmente,
después de reconocer en él a una persona que, en sus sueños, había sostenido su
templo que se derrumbaba. Francisco regresa, acompañado de sus primeros
hermanos, a Asís y se establecen en Rivotorto, primero, y, después en Subasio y
finalmente en la Porciúncula.
Los años 1212 a 1215, Francisco quiere viajar a
Siria con afanes evangelizadores. Pudo viajar también a Santiago de Compostela.
Mientras tanto crece vertiginosamente su Orden, llamada ya de los Hermanos o
Frailes Menores. En 1212 nace la Segunda Orden Franciscana, las Clarisas, de
manos de Clara de Asis, la compañera
ideal de Francisco, y destinada a mujeres que quisieran vivir dentro de la vida
monacal el espíritu franciscano.
En 1216, el Papa Honorio III promueve la
indulgencia plenaria a favor de todo aquel que visite la Iglesia de Santa María
de los Ángeles o La Porciúncula, donde vivía Francisco. Allí morirá diez años
después.
La misión, la prueba, los estigmas
Corren los años 1217 a 1219. La Orden de los
Hermanos Menores sigue creciendo, se establecen las primeras provincias y
surgen las primeras disensiones a propósito de la pobreza radical impulsada por
Francisco. Mientras tanto, Francisco decide viajar a Tierra Santa, que está
bajo el poder musulmán. En 1219 Francisco se encuentra con el sultán de Egipto
al-Malik al-Kamil. Desde entonces es ininterrumpida la presencia franciscana en
Tierra Santa.
Año 1221: Continúan las disensiones entre los
Hermanos Menores. Incluso se elige a un nuevo ministro general en la persona de
Elías Bombarone y se redacta una
nueva regla no bulada. En este mismo año nace la Tercera Orden Franciscana,
destinada a los seglares que desearan adherirse al carisma y espíritu
franciscano.
El Papa Honorio III aprueba el 29 de noviembre de
1223 la regla franciscana definitiva, que ha sido redactada por Francisco, en
medio de grandes turbaciones, desolaciones y penitencias, en Fontecolombo, en
el valle del Rieti, junto a Roma.
Un mes después, en Greccio, también en el valle
rietano, Francisco escenifica en la noche de la Navidad el primer Belén del que
se tiene noticia.
Francisco asiste en junio de 1224 a su último
capítulo de la Orden. Después marcha al Monte Alverna, a unos 160 kilómetros al
norte de Asís, en la región de Azzo. Se hace construir una cabaña y vive en
soledad, en penitencia y en éxtasis.
Probablemente el 14 de septiembre –fiesta de
la Exaltación de la Santa Cruz- recibe los estigmas de Jesucristo Crucificado,
que le acompañarán hasta el final de sus días. La familia franciscana celebra
este hecho de la estigmatización de San Francisco en el día 17 de septiembre.
Cántico de las Criaturas, la muerte y la pascua
Corren ahora los años 1224 a 1226. La salud de
Francisco empieza a quebrarse gravemente. Aparte de los sufrimientos que le
ocasionaban los estigmas, pierde la vista y los ayunos y penitencias merman y
debilitan al extremo su cuerpo.
Francisco viaja desde el Monte Alverno o La
Alverna a La Porciúncula. Pasa el verano de 1225 en San Damián, donde compone
el Cántico de las Criaturas. Visita Rieti y Fontecolombo, donde fue intervenido
quirúrgicamente por un médico. No mejorando de sus dolencias, fue atendido en
Siena, sin éxito, por otro facultativo. Pide regresar a La Porciúncula.
Llega ya 1226, el último año de su vida terrena.
De acuerdo con sus deseos Francisco es trasladado a La Porciúncula. Se le
habilita una cabaña al lado de la capilla. Allí fallece en la tarde del 3 de
octubre. Al día siguiente tiene lugar su entierro: el cortejo fúnebre se
encaminó hacia San Damián y después a San Giorgio, donde fue sepultado.
“Y por la hermana muerte: ¡loado, mi Señor!
Ningún viviente escapa de su persecución.
¡Ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!
¡No probarán la muerte de la condenación!
Dos años después de su muerte, en 1228, el Papa Gregorio IX –el antiguo cardenal
Hugolino- amigo de Francisco y protector
de la Orden- lo proclama santo en Asís el día 16 de julio de este mismo año.
Sus restos mortales –sus reliquias- son trasladadas a la basílica que comienza
a erigirse en Asís en su honor.
Su fiesta litúrgica es establecida en el día 4 de
octubre.
Si antes ya era cierto, desde ahora y por
siempre, quien por fraile o por el hermano, todo el mundo es franciscano.
¿Cuál es la clave, el secreto de San Francisco de Asís?
¿Cuál es la razón, la clave, el misterio, el
secreto de Francisco? ¿Cómo es posible que ocho siglos después siga de moda,
vivo, interpelador? La respuesta es
sencilla: su condición de enamorado y apasionado de Jesucristo, su Dios y su
todo. Francisco no es solo una “marca”
de moda, una referencia sólo humanamente atractiva. Lo es, sobre todo, desde su
radicalidad en la imitación de Jesucristo pobre y crucificado. Lo es desde su
itinerario de permanente conversión, desde su búsqueda de la santidad, desde su
seguimiento fiel y fecundo del Evangelio “sin glosa”.
La historia de Francisco es la historia de la
gracia y de la conversión. Es la historia de la respuesta fiel, generosa y
abnegada de quien se siente irresistiblemente atraído por Jesús. Es la historia
de un hombre para los demás, que fue un hombre para Dios y de
Dios. Francisco es testimonio elocuente y grandioso de que Dios es, de
que Dios existe, de que Dios es Amor,
de que el Amor ha de ser amado, de que no podemos vivir sin este Amor,
sin este Dios.
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