La Virgen de la
Caridad
en la
independencia
y la Historia de Cuba
Por
Rogelio Zelada
Desde su
hallazgo, la Virgen de la Caridad, con la cruz y el Niño en los brazos, es el
puente privilegiado que permitió a la fe católica resonar en el alma de un
pueblo que comenzaba a serlo.
A los cien años de la colonización de Cuba por Diego Velázquez, la prodigiosa
“aparición” de la imagen de la Virgen de la Caridad “acentuó la formación de lo
criollo” y le dio al cubano “el elemento espiritual necesario para completar su
personalidad”, según el historiador cubano Calixto Masó.
La Virgen nos trajo junto con ella un mensaje de libertad y de justicia. Fue
allí en el Cobre donde primero se obtuvo la libertad de los esclavos, decretada
por expresa voluntad de su Majestad el Rey de España, cuya Real Cédula, leída
al pie de la Ermita el 19 de mayo de 1801, lo comprometía a respetar la
libertad de los cobreros y su derecho a la tierra.
A fines de 1868, Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, marcha con
su estado mayor a la Ermita del Cobre para colocar sus armas a los pies de la
Virgen de la Caridad, porque la siente solidaria con su lucha libertaria y
porque en la manigua no hay un mambí que no lleve al pecho su medalla, como lo
hacía Agramonte, Céspedes, los Maceo, los Moncada, los García, los Rabí; otros
llevaban la estampa de la Virgen o la cinta con la medida de la imagen guardada
dentro de un cilindro, de los que había para el tabaco, convertido en
relicario.
Junto con Carlos Manuel de Céspedes, el primer presidente de la República de
Cuba, se postraron ante la imagen venerada, entre otros, Pedro Figueredo, autor
del Himno de Bayamo, Francisco Vicente Aguilera, Calixto García, Máximo Gómez,
Donato Mármol y el Comandante Rosendo Arteaga, padre del primer Cardenal
Cubano, Manuel Arteaga y Betancourt.
Ya desde entonces la Virgen era una señal indiscutida de cubanía, mucho
anterior a la aparición de la bandera y el escudo.
Un ilustre sagüero, Jorge Mañach, afirmó que “no hay Patria sin Caridad del
Cobre”, tal vez recordando el grito de guerra de Agramonte al cargar al machete
en el rescate de Sanguily: “¡Que la Caridad del Cobre nos ilumine!”, o el valor
del Titán de Bronce, que sin municiones salió a la batalla “con el machete y
con la Caridad del Cobre”. Cubanísima es la copla que se escuchaba en los
campamentos insurrectos durante la Guerra de los Diez Años:
Virgen de la
Caridad,
Patrona de
los cubanos,
Con el
machete en la mano
Pedimos la
libertad.
Fermín Valdés Domínguez, compañero de José Martí escribió que “la milagrosa y
cubana Virgen de la Caridad es santa que merece todo mi respeto, porque fue un
símbolo en nuestra guerra gloriosa”. La Virgen de la Caridad estuvo tan ligada
a la liberación de Cuba que fue considerada mambisa.
En 1898, los cubanos no fuimos invitados a asistir a la firma del Armisticio;
sólo los jefes del ejército norteamericano y el del español sellaron el fin de
la guerra, en ausencia del General Calixto García. Por orden de éste, el Estado
Mayor del Ejército Libertador Cubano marchó al Santuario del Cobre, para
celebrar el triunfo de Cuba sobre España “con una misa solemne con Tedeum a los
pies de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre”; hecho que sin lugar a
dudas constituye la “Declaración mambisa de la Independencia del pueblo
cubano”.
El 24 de septiembre de 1915, Jesús Rabí, a nombre del ejército libertador
mambí, solicita al Papa Benedicto XV que proclame a la Virgen de la Caridad del
Cobre patrona de Cuba. En su petición resonaban las palabras del General
Antonio Maceo: “Todos debemos darle gracias a la Virgen de la Caridad del
Cobre, porque ella también está peleando en la manigua”. Esa misma mañana, el
Mayor General Jesús Rabí con más de dos mil mambises a caballo llegaron al
Cobre para ofrecer la Santa Misa en la Casa de la Madre. Durante la homilía el
Padre García Bernal dijo la frase justa y precisa: “La Patria cubana ha nacido
al calor de vuestra devoción a la Virgen de la Caridad”. Los generales tuvieron
el honor de sentarse en el presbiterio, cerca de la Virgen, y un seglar, el
General Padró Griñán subió al púlpito para leer la petición oficial de los
veteranos del Ejército Libertador, dirigida a la Beatitud de Benedicto XV. Al
final el general Cebreco, ayudante de Antonio Maceo, depositó sobre el altar
mayor del Santuario una bandera cubana, símbolo de la unión del amor a la
patria con el amor a la Virgen.
Veinte años después, el 20 de diciembre de 1936, más de cien mil personas,
cifra enorme para la época, se concentraron en la Alameda Michaelsen, en el
Congreso Eucarístico de Santiago de Cuba, para presenciar la Coronación solemne
de las benditas imágenes de la Virgen y el Niño Jesús.
Aquel fue el acto público religioso más grande que se había celebrado en toda
la historia de Cuba. Mientras Mons. Zubizarreta colocaba las coronas de oro y
piedras preciosas sobre las cabezas de la Madre y el Hijo, sonaban las campanas
de todos los templos, disparaban los cañones del ejército, atronaban los
voladores, un aeroplano lanzaba flores desde el cielo y las bandas de música
tocaban el Himno Nacional entre los aplausos de toda la multitud.
La coronación canónica de la imagen inició entonces una etapa de crecimiento en
la historia católica cubana, hasta entonces ceñida al marco de los templos y
los colegios de la Iglesia.
Por eso el episcopado cubano confió a la Virgen de la Caridad la preparación
espiritual de la celebración del cincuentenario de la República. El 20 de Mayo
de 1951, la Virgen Mambisa, una imagen de la Virgen que había estado en los
campamentos insurrectos, saldría del Santuario Nacional para bendecir con su
presencia, como escribiera el Cardenal Arteaga: “las ciudades, y los campos de
Cuba: las iglesias, los hogares, los hospitales, las cárceles, las fincas…”.
La Virgen llegó a todos los pueblos y bateyes de Cuba en un gigantesco
recorrido acompañada por la predicación de un venerable franciscano, el Padre
Manuel Oroquieta.
Su peregrinación a la Habana para el Congreso Católico Nacional el 28 de
noviembre de 1959 convocó una muchedumbre llena de fervor, a pesar de la fría y
tenaz lluvia y del viento que aquella noche destrozó los toldos del templete
eucarístico, como un signo de la otra tormenta que se cernía sobre la nación.
Luis Felipe Rodríguez escribió en 1934 una cubanísima interpretación del
hallazgo de la Virgen en el que ésta insiste tanto en quedarse en el Cobre que
el autor concluye reconociendo que “no hubo más remedio que dejar a la Virgen
que hiciera lo que le diese su santísima gana”. Cubana y tenaz, la Virgen salió
una y otra vez a visitar campos y ciudades para preparar la visita de Juan
Pablo II a Cuba en 1998, provocando el asombro de aquellos que creían haber
apagado la fe del pueblo cubano.
La Virgen de la Caridad del Cobre ha sido capaz de convocar a sus hijos no sólo
en la Isla sino también en todos los exilios. Valdés Domínguez, en el periódico
Patria, en Nueva York, el 9 de junio de 1894 da noticias acerca de “la
peregrinación anual que cada 10 de octubre celebraban en el exilio las mujeres
católicas de los mambises, para pedir a la Virgen cubana por la independencia
de la patria”.
Fue la celeste marinera la que en 1961 le mostró a la entonces diócesis de
Miami el rostro sufriente de miles de cubanos reunidos por primera vez como
exilio para celebrar su fiesta. Ella no sólo los hizo visibles al cuidado y la
preocupación pastoral de los obispos, sino que levantó su santuario junto a la
bahía para acompañar a su pueblo y escuchar las plegarias dichas de cara a la
Patria lejana.
A partir del 20 de mayo de este 2002, centenario de la Instauración de la
República de Cuba, de la Ermita –hoy santuario nacional– saldrá nuevamente a
peregrinar la Virgen tenaz, para hacernos ahondar en el misterio del dolor y la
esperanza.
Por ser cubana y mambisa, la pequeña imagen marinera recorrerá las parroquias
de la Arquidiócesis de Miami para aunar la oración de sus hijos y devotos por
Cuba y por esta tierra a donde hemos venido a comer el pan del destierro.
Es una imagen que quiere reproducir a la original que se conserva en el Cobre y
por eso sus vestidos son semejantes a los que llevaba cuando el Papa la coronó
en Santiago de Cuba, en enero de 1998.
Empinada sobre un trono de caoba de Santo Domingo, tierra del Generalísimo,
lleva sobre el manto, con legítimo honor, la medalla que la patria cubana dio a
cada mambí al terminar la guerra del 98, y sobre el corazón un relicario con
tierra cubana.
Tenía que ser así porque ella es símbolo indiscutible de cubanía. Así lo vio el
dominico Paulino Alvarez, que en 1902 publicó su Breve Historia de la Virgen de
la Caridad del Cobre: “La Virgen de la Caridad del Cobre será patrona oficial
de Cuba, para que en Cuba reine la caridad; porque sin caridad no hay unión,
sin unión no hay paz y sin paz la vida es muerte”
Fuente: La Voz Católica, Arquidiócesis de
Miami