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María Magdalena
- Por el Rev.
Martín N. Añorga
María Magdalena es una figura rodeada de incógnitas. Lo
poco que de ella bíblicamente sabemos nos produce más preguntas que respuestas;
pero hay un detalle único y extraordinario en esta mujer que la hace sobresalir
como una estrella en las páginas del Nuevo Testamento: ¡fue la primera persona
con la que se encontró el Cristo resucitado!
La historia, presentada en los otros tres evangelios, se
hace más explícita en el evangelio según San Juan: “¿Por qué lloras?, le
preguntaron los ángeles a María Magdalena. –“Es que se han llevado a mi Señor,
y no sé dónde le han puesto”, les respondió. Apenas dijo esto, volvió la mirada
y allí vio a Jesús de pie, aunque no sabía que era El. Jesús le dijo, “¿por qué
lloras, mujer?. ¿A quién buscas?” …. “¡!María”, mencionó su nombre Jesús. Ella
se volvió y exclamó “¡Raboni”, que en arameo significa Maestro”.
El relato es parco en palabras, pero profundo en emoción.
María de Magdala fue a ofrecerle respeto y veneración a un muerto, y de pronto
descubrió la gran y eterna verdad del Cristo resucitado. Este encuentro ha sido
analizado de formas mil por exegetas y predicadores. El hecho de que haya sido
una mujer la primera persona en anunciar a otros la resurrección de Cristo es
un salto gigantesco al futuro.
¿Quién era verdaderamente María Magdalena? Después de su
glorioso encuentro con el Señor vencedor de la muerte, no vuelve a hablarse de
ella en La Biblia. En el libro de Los Hechos no aparece, y cuando San Pablo
hace la lista de las personas que vieron al Cristo resucitado no la incluye. La
historia de esta santificada mujer se expone con relativa amplitud en algunos
de los llamados “evangelios apócrifos” y en las tradiciones orales de la
iglesia primitiva.
`En siglos recientes se ha redescubierto la importancia
de María Magdalena, llegando a ser considerada como la advocación de las
mujeres llamadas para proclamar el Evangelio. Algunos aducen que el
resurgimiento de María Magdalena se debe a que históricamente ha sido difamada
y se ha desvirtuado su carácter y su personalidad y se le debe la justicia de
reconocerla como lo que verdaderamente fue, una mujer redimida por Jesús. Ha
sido mal identificada como una prostituta arrepentida, afirmándose que era ella
la mujer que fue apedreada por practicar el adulterio, una historia que aparece
en el evangelio de San Juan y que es de dudosa legitimidad.
En el evangelio de San Lucas (8:2) hallamos estas
palabras: “entre ellas iba María, la llamada Magdalena, de la que habían salido
siete demonios”. El contexto en esta expresión se relaciona con el ministerio
de sanidad de parte de Jesús. Se habla en el texto de “algunas mujeres que El
había curado de espíritus malignos y enfermedades”, y entre éstas se menciona a
María Magdalena, que por alguna razón que nos es desconocida San Lucas la
menciona por nombre. Probablemente Lucas se refiere a ella porque al escribir
su evangelio ya sabía de su incorporación al grupo de los más fieles seguidores
de Jesús. El tema de los “siete demonios” ha sido abusado por muchos
intérpretes. Hay quienes creen que se trata de “los siete pecados capitales”,
una forma de decir que la Magdalena era una mujer pecadora.
Entre éstos se
hallan San Bede y San Gregorio. Lo cierto es que en tiempos de Jesús muchas
enfermedades se asociaban a la idea de la posesión demoníaca. Es razonable
suponer que María fue sanada de una severa enfermedad y que tal experiencia la
convirtió en discípula fiel de Jesús. Una referencia de San Marcos (16:9-10)
confirma esta posibilidad. Dice San Marcos que “después que Jesús había
resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María
Magdalena”, lo que ratifica la actitud de respeto que tenían para con ella los
autores sagrados.
En el evangelio de San Lucas (7:36-50) se narra la
historia de “la mujer pecadora” que en la casa de Simón el fariseo limpió los
pies de Jesús con un frasco de perfume y con sus lágrimas, secándolos después
con sus cabellos. En el evangelio no se identifica a esta mujer; pero a muchos
se les ha ocurrido la idea de que se trataba de María Magdalena. A esta
intrépida mujer que se atrevió a interrumpir una cena en casa de un importante
fariseo, Jesús le dijo: “Por tu fe has sido salvada; vete tranquila”. Se
trataba de “una mujer de mala vida”, a la que Cristo devolvió a la buena vida.
En los escritos de la iglesia primitiva solía
identificarse a la Magdalena como “el apóstol de los apóstoles”. En los
evangelios llamados apócrifos suelen presentarse como una mujer visionaria, de
liderazgo entre todos los demás cristianos. En las iglesias Católica Romana, la
Ortodoxa Oriental y la Luterana, María Magdalena es considerada como una santa,
cuya celebración es el 22 de julio de cada año.
Hay varias consideraciones que debemos hacer sobre el
papel de la mujer en los escritos sagrados. Hasta hoy, en la mayoría de los
países orientales, la mujer es considerada un ser inferior, desprovista de los
derechos que les son comunes a los hombres. Incluso en los Estados Unidos, por
siglos la mujer ha sido discriminada, y todavía se discute su acceso a la
igualdad con los hombres en relación con trabajos y salarios. En muchos de
nuestros países hispanoamericanos la mujer tiene como asignación las labores
domésticas y se le priva de oportunidades de desarrollo profesional. Es
evidente, sin embargo, que se están produciendo cambios sustanciales en cuanto
a la identidad de la mujer se refiere.
Las hemos visto ocupar la presidencia de
países como Panamá, Nicaragua, Chile, Argentina, ahora en Brasil, y
probablemente las tengamos en breve tiempo en Guatemala y República Dominicana.
En Estados Unidos hay mujeres en el Congreso y en altas posiciones oficiales,
facultativas y profesionales. Pues bien, ese ascenso de la mujer en la sociedad
y en la vida pública tiene sus precedentes en La Biblia, veinte siglos atrás. No
es de extrañarnos, pues, que María Magdalena sea la santa cuya advocación es
símbolo de numerosas instituciones femeninas. Ella sobresalió en un mundo
secuestrado por hombres, y hoy, domingo de Resurrección, la recordamos con
amorosa admiración.
María Magdalena es el tema central de numerosas obras
literarias y cinematográficas seculares. Simplemente citamos, como ejemplo, una
novela –casi de matiz pornográfico- escrita por José Manual Vargas Vila, hace
casi 90 años, en la que María Magdalena es presentada como una amante secreta,
primero de Judas, y después de Jesús y el “El Código da Vince”, de Dan Brown,
de reciente producción, donde se la presenta como la esposa secreta de Jesús,
con quien tuvo descendencia. No es de extrañarnos que los desconocedores de los
textos sagrados todavía adopten la imagen de María Magdalena, como la de una
prostituta arrepentida, incluidos algunos documentos religiosos de la
antigüedad.
Es de notarse, sin embargo, el hecho de que en 1969 la Iglesia Católica Romana
desechó la tesis de que María Magdalena era una pecadora impenitente, basada
tal percepción en los textos bíblicos originales. Se afirma que la Iglesia
revisó el Misal Romano y el Calendario Romano, y ahora en ninguno de estos
documentos se alude a la pecaminosidad de la Magdalena y a su supuesta infame
reputación. Hoy día numerosas instituciones caritativas religiosas y educativas
llevan con solemne devoción el nombre del primer ser humano que vio al Cristo
Resucitado
En las iglesias llamadas protestantes o evangélicas, no
existe un concepto unánime sobre María Magdalena; pero las que tienen
ascendencia histórica, como la Luterana y la Episcopal, entre las demás,
veneran la memoria de María Magdalena. Es famoso el vitral que presenta a María
Magdalena frente a la tumba vacía de Cristo que ha sido instalado en la Iglesia
Luterana en Charleston, Carolina del Sur. En centenares de otras iglesias hay
obras de arte que recuerdan a la privilegiada mujer bíblica que hoy exaltamos.
¿Puede imaginarse alguien qué significa ir a un
cementerio a honrar la memoria de un ser amado fallecido y encontrarse con que
la tumba está abierta y vacía? Pensaríamos en que se ha cometido una
profanación o en que nos hemos equivocado de lugar, o en que manos criminales
orquestaron un infame robo. Por la mente de María Magdalena pasaron todas estas
ideas horribles. Pensemos ahora, por un momento, en cuáles fueron sus
sentimientos al ver frente a ella, resplandeciente y erguido al Señor que días
antes había dejado inerte en el oscuro espacio de una cueva sellada con una
piedra inmensa. La aclamación profunda y sonora estremeció los cielos e hizo
temblar la tierra: “¡Aleluya!. ¡El Señor ha resucitado!”.
Yo quisiera, al igual que María Magdalena, cuando se abran
mis ojos después que hayan sido cerrados por la muerte, abrirlos de pronto y
ver frente a mí, amoroso y sonriente, al Jesús resucitado. Todos los cristianos
anticipamos con esperanza ese glorioso momento..
Reproducido del Diario Las Américas