17 de mayo de 2010


Hace ya 30 años

El origen y los actos de repudio del Mariel
La gran mentira alrededor de la crisis

Alina Fernández Revuelta

MIAMI, Florida - Para los que vivíamos en Cuba en aquella época, el Mariel, antes de llamarse Mariel, se llamó «Embajada del Perú». Los pogromos de que algo estaba por ocurrir, fueron unas noticias enfáticas en la televisión nacional: «Unos bandidos habían atacado la Embajada del Perú con el fin de "traicionar a la Revolución" y cuando perpetraban el hecho asesinaron a uno de los "heroicos escoltas que guardaban la sede diplomática».

Toda noticia que se da en Cuba tiene siempre un tono épico. Cuando algo así tiene lugar, en todo caso, los de a pie esperamos alguna consecuencia: Porque además del tono épico, en Cuba, ninguna tragedia antecede a una buena noticia. Los que se ocupan de la manipulación popular tienen una ley: Algo negativo antecede a otro mal mayor.

Supongo, con esta mirada que dan la larga distancia y la retrospección, que tal vez estos pensadores hayan visto desde entonces una manera de abrir la válvula de una caldera que siempre parece a punto de estallar. No olvidemos la máxima preferida del Comandante en Jefe de la isla, que es convertir el revés en victoria.

Si el revés no se dejaba ver desde tan temprano, no pasaron muchos días entre esta primera noticia y la siguiente: «grupos de traidores, desafectos y delincuentes estaban penetrando en los terrenos de la Embajada del Perú, en la 5ta avenida de la Habana...» Ya no es ninguna incógnita el por qué los medios de comunicación fueron tan explícitos con la noticia. De hecho, los cubanos fueron alentados a formar parte de esa estampida.

Y los que contemplamos aquello como una enorme vergüenza para la susodicha revolución, como una derrota mediática y política en el ámbito mundial, nos equivocábamos si alguna vez pensamos que la leyenda iba a quedar arruinada por tan poco: Decenas de miles de personas tratando de acceder a aquel jardín, como fuese, de la manera que fuese.

Las anécdotas son memorables y van desde los choferes que paraban la guagua y decían: "Hasta aquí llegó el viaje, compañeros", hasta algunos vecinos de la embajada que vieron el jardín de sus casas y sus cercas convertidas en campos de obstáculos por aquella multitud desesperada. Las cercanías de la embajada se llenaron de carros abandonados por sus dueños. Enseguida floreció el mercado negro entre los listos. A los habitantes boquiabiertos, nos mostraban imágenes de especies de forajidos encaramados en los pocos árboles del jardín diplomático.

Mientras tanto, el gobierno peruano había decidido, en un acto de valentía que no se ha atrevido a seguir ninguna otra cancillería latinoamericana, respetar su convenio de asilo y respetar la vida y la voluntad de los asilados. Tras el giro que dieron los acontecimientos, algunos malpensados nos preguntamos si de verdad habrá muerto algún heroico escolta en aquella reyerta o si se trata de alguna víctima propiciatoria para poder desatar esta batalla de Troya diplomática.

Para los que estábamos allá, divididos entre el deseo de imitar a aquellos miles, y la cobardía o las indecisiones humanas, esto fue lo que sucedió: Inmediatamente, para variar, se organizó una marcha. Esta vez se llamó la "Marcha del Pueblo Combatiente". La caminata se inició ante la oficina de intereses estadounidense. Entre una doble fila de soldados vestidos de milicianos, la gente, bajo un sol de misericordia, tuvo que andar unos cuantos kilómetros hasta pasar, gritando insultos, frente a aquella gente que miraba, demacrada, apiñada a una cerca. Se institucionalizaron los llamados “actos de repudio”. Tras la fachada de "respuesta popular", el vandalismo y las bajas pasiones se dieron rienda suelta, organizadas por el régimen.

La Habana cambió de rostro y a menudo, desde una guagua, podían verse imágenes dantescas, como la de una multitud persiguiendo, golpeando y apedreando, en las avenidas, a un grupito de gente depauperada por el miedo. Algunos actos de repudio llegaron a convertirse en diversión obligada. Como el que tuvo lugar frente al edificio donde vivía Carlos Berenguer, en pleno Nuevo Vedado. A la familia le cortaron la luz, el agua, la posibilidad de salir a buscar alimentos... Carteles con lo más abyecto del vocabulario nacional adornaban la fachada. El espectáculo se convirtió en algo habitual.

Como había obligación de pedir públicamente la baja en los trabajos y estudios, en cada centro se organizaba una de estas escenas de la vergüenza nacional. Las cárceles se abrieron para los que quisieran dejar el país. Todos, sin distinción alguna, a partir de entonces se llamaron "escoria". Poco a poco, fueron abandonando la isla.

Los que quedamos allá, más desmoralizados que nunca, apenas pudimos decirles adiós. Aquella "escoria" es hoy en día, más que menos, una de las fuerzas impulsoras de esta ciudad. Para ellos, todo cambió. Para los cubanos que viven todavía en ese gueto que es nuestra isla, el tiempo permanece casi inmóvil: El 20 de abril de este año las Damas de Blanco, las esposas dignísimas de nuestros presos políticos, fueron asediadas, acosadas, insultadas, de la misma manera en que lo fueron ustedes, marielitos queridos.

Les deseo una larga memoria en un corazón sin tacha.

Tomado de Univision Radio
Foto: Google
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