Subes a los cielos, Señor,
y, en tu ascenso, nos señalas el camino
para llegar a la ciudad de Dios.
Subes a los cielos, Señor,
y, sin darte cuenta,
tal vez nos dejas
demasiado abandonados,
demasiado preocupados
por el mañana,
demasiado llenos de cosas,
demasiado vacíos
de lo esencial, Señor.
Subes a los cielos, Señor,
y, sin verte físicamente,
te veremos
en la Iglesia que te proclama,
en la Eucaristía que comulgamos,
en la Palabra que escuchamos,
en la Oración que desgranamos,
en el Amor que ofrecemos
Subes a los cielos, Señor,
pero, aunque estés
lejos de nosotros
no dejes de echarnos una mano:
para que el Anuncio
no nos sea tan duro
para que la vida
no nos resulte tan agria
para que nuestra fe
no se apague ni un solo instante.
Subes a los cielos, Señor,
y porque subes y te elevas, Señor,
no dejes de alzarnos con tu mano
cuando nos empeñemos en caminar
por el simple suelo.
y, en tu ascenso, nos señalas el camino
para llegar a la ciudad de Dios.
Subes a los cielos, Señor,
y, sin darte cuenta,
tal vez nos dejas
demasiado abandonados,
demasiado preocupados
por el mañana,
demasiado llenos de cosas,
demasiado vacíos
de lo esencial, Señor.
Subes a los cielos, Señor,
y, sin verte físicamente,
te veremos
en la Iglesia que te proclama,
en la Eucaristía que comulgamos,
en la Palabra que escuchamos,
en la Oración que desgranamos,
en el Amor que ofrecemos
Subes a los cielos, Señor,
pero, aunque estés
lejos de nosotros
no dejes de echarnos una mano:
para que el Anuncio
no nos sea tan duro
para que la vida
no nos resulte tan agria
para que nuestra fe
no se apague ni un solo instante.
Subes a los cielos, Señor,
y porque subes y te elevas, Señor,
no dejes de alzarnos con tu mano
cuando nos empeñemos en caminar
por el simple suelo.
Javier Leoz, Betania.es
Ilustración: Google
Ilustración: Google
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