12 de mayo de 2010


Al pie de la Bandera

Víctor Domingo Silva


¡Ciudadanos!
¿Qué nos une en este instante?
¿Quién nos llama?
¿encendidas las pupilas
y frenéticas las manos?
¿a qué viene ese clamor
que por el aire se derrama
y retumba en el confín?
No es el trueno del cañón;
No es el canto del clarín:
es el épico estandarte,
es la espléndida oriflama,
es el patrio pabellón
que halla en cada ciudadano un paladín.

¡Oh!, Bandera!
¡La querida, la sin mancha, la primera
entre todas las que he visto!…
¡Cómo siento resonar,
no en mi oído,
sino dentro de mi ardiente corazón,
tu murmullo que es alerta y es arrullo;
tu murmullo,
que es consejo
en las tertulias del hogar
y que en medio de las balas
es rugido de león!

¡Cómo siento que fulgura;
con qué ardores,
la gloriosa conjunción de tus colores,
flor de magia, hecha de fuego,
de heroísmo, de ideal!
¡La bandera!
La soñamos inmortal
con su blanco,
con su rojo, y con su azul,
en que descuella perla viva y colosal,
esa estrella arrancada para ella
al océano de luz del cielo austral!

La hemos visto desde niño;
la queremos como amamos a la novia,
con supremos arrebatos,
con ternura, con unción.
Ella vive palpitante
en visiones familiares
de los días escolares.
Y, al mirarle hecha jirones, nos parece
que ella grita al desgarrarse
porque mece lo que aún queda
en nuestras almas
de esperanza, de ilusión.

¡Todo pasa! Viento trágico y siniestro,
padre noble, dulce madre, tibio hogar.
¡Somos huérfanos!
Erramos, dolorosos peregrinos,
por insólitos caminos y al azar…
¡Sólo tú, bandera, quedas,
sólo tú, que nunca mueres,
porque tú eres toda el alma de la Patria,
bajo el cielo o sobre el mar!

¡La bandera!
¿Quién olvida que ella ha sido
como un hada para nuestra edad florida?
¿Quién, al verla que a pleno aire se levanta
no la advierte como un alma
enamorada de la vida?
¿De qué trémula garganta,
en los grandes días patrios,
se escapó una nota sola
que no haya respondido
como el eco más sentido,
la bandera que tremola en lo alto
de un madero carcomido
de la escuela, del cuartel o del torreón?

¿Qué muchacho, entre la gresca
vocinglera de septiembre,
malamente disfrazado de soldado
no ha jurado convertirse en un héroe patrio
y defender de su bandera
hasta el último jirón?
¡Oh, bandera! ¡Trapo santo!
hay ingratos que te niegan,
que se burlan de tu encanto
con que envuelves y fascinas;
que no entienden el lenguaje
de tu risa y de tu llanto.

Mientras tanto,

yo sé bien que no hay ninguno
que nostálgico te mire,
y no tiemble, y no suspire.
¡Y no llore en tu homenaje!
Yo sé bien que a más de un pobre desterrado
toda el alma en un sollozo has arrancado
cual se arranca el duro hierro
de una herida cuando errante
por naciones extranjeras
con el fardo del dolor ha observado
que, entre un bosque de banderas,
sólo falta la que amó toda su vida:
¡la bandera tricolor!

Yo sé bien lo que se siente
cuando
a solas,
desde un barco, mar afuera,
entre las olas,
se percibe la silueta de un peñón
y sobre él, a todo viento, la bandera,
la bandera que saluda cariñosa,
la bandera que es la madre,
que es la esposa, el hogar, la Patria entera,
que va oculta en nuestro propio corazón!

Yo no sé cuándo es más grande la Bandera:
si en el campo de batalla,
inflamada por relámpagos de cólera guerrera
y deshecha por el plomo y la metralla,
o en lo alto tijeral del edificio
y donde es como un heraldo de alegría
que levanta, en plena urbe, su armazón,
porque no se ha consumado
el sacrificio del que rige,
con heroica bizarría,
el compás de su martillo
por el ritmo del pulmón.


Sólo sé que para ella

siempre el mismo
cualquier gesto de heroísmo;

que ella cubre
con la misma majestad a unos y otros;
la bandera es madre –es hembra!-
y, si en medio de los vivos
a menudo el odio siembra,
por encima de los muertos
sólo arroja su piedad.


¡Ciudadanos!

Que no sea la bandera
en nuestras manos

ni un ridículo juguete,
ni una estúpida amenaza

ni un hipócrita fetiche,
ni una insignia baladí.

Veneremos la bandera
como el símbolo divino de la raza;
adorémosla con ansia,
con pasión, con frenesí,

y no ataje nuestro paso,
mina, foso ni trinchera
cuando oigamos
que nos grita la bandera:

«¡Hijos míos! ¡Defendedme!
¡Estoy aquí!»

Víctor Domingo Silva (1882-1960), escritor, político, periodista, dramaturgo y poeta chileno, Premio Nacional de Literatura en 1954. Nació en Tongoy, Chile, un día como hoy.
Foto: Google
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