Por los caminos de san José
en la Historia y la Geografía
en la Historia y la Geografía
El 19 de marzo, es el día dedicado a san José. Esta pequeña reseña, nos invita a conocer una novedad en la historia y la geografía, en la misteriosa vida de la sagrada Familia en Egipto. Ayudados por los escritos del historiador judío Flaviano Josefo y las investigaciones de Werner Keller, podemos descubrir una instructiva y valiosa novedad de los sucesos acaecidos en el tiempo que san José huyó a Egipto junto a su esposa María y el pequeño Jesús.
Aquel que huye al extranjero acostumbra ir, si es posible, allí donde viven compatriotas suyos. Y aquel que además lleva consigo un niño de pecho, dará la preferencia a un lugar situado detrás de la frontera. En el camino de Palestina a Egipto, unos 10 kilómetros al norte de El Cairo, se halla el pequeño y silencioso lugar de Mataria, en la orilla derecha del Nilo. No es preciso, pues, atravesar la corriente del río. Entre los extensos campos de caña de azúcar se asoma la cúpula de la “Sanctæ Familiæ in Aegypto Exuli,” la “Iglesia de la Sagrada Familia.” A unos jesuítas franceses les pareció que los antiquísimos relatos relacionados con el jardincillo próximo eran motivo suficiente para la construcción del pequeño templo.
Hoy día, como antaño, peregrinos de todo el mundo salen por la rechinante puerta al jardín y se detienen ante el robusto tronco de un sicómoro en el cual se reconocen las huellas del tiempo, llamado “el árbol de la Santa Virgen.” En su tronco hueco, así dice una piadosa leyenda — se cobijó y se escondió la Virgen María con el Niño Jesús al huir de sus perseguidores. Y una araña tejió una tela tan espesa sobre los fugitivos, que éstos no fueron descubiertos. Sobre la verdadera edad del venerable árbol se ha discutido mucho. Los testimonios más antiguos respecto a él datan tan sólo de algunos siglos. Pero existe una mención de este lugar que cuenta cerca de dos mil años.
El jardín de Mataria era célebre en la Edad Media como “jardín", porque en él se producían plantas que no se encontraban en ningún otro lugar de Egipto: “delgados arbolitos que no llegaban a crecer más altos que el cinturón de los calzones de montar y cuyo tronco se parece al de la vid,” escribe el inglés John Maundeville, que lo visitó en un viaje realizado el año 1322. Lo que describió eran arbustos de balsamina.
La historia de cómo llegaron allí esos arbustos, nos la cuenta Flavio Josefo. Después del asesinato de César, Marco Antonio fue a Alejandría. Cleopatra, la ambiciosa reina de Egipto, se alió con él y en silencio preparaba el restablecimiento del antiguo poder de sus antepasados y la reconquista de Palestina. Muchas veces visitó la tierra judía y Jerusalén y hasta intentó tender sus redes al rey Herodes, puesto allí por Roma, y atraerlo a su lado. Motivada por su fracaso en ello, la vanidad femenina hizo que intrigara cerca de Marco Antonio contra Herodes. Herodes tuvo que ceder toda la valiosa costa de Palestina con sus ciudades; Marco Antonio hizo de ella un presente a su amada en calidad de propiedad personal. Y, además, la ciudad de Jericó, junto al Jordán, con todas las plantaciones anexas; en jardines perfumados crecían allí las especies más valiosas del reino vegetal procedentes de semillas que, en tiempos remotos, había donado la reina de Saba al gran Salomón... entre ellas la planta productora del bálsamo.
«La nueva propietaria -hace notar expresamente Josefo-, tomó muestras de ella y se los llevó a Egipto. Dentro de la circunscripción del templo de Heliópolis (el “On” de la Biblia) (Gen. 41:50) fueron plantados por orden suya. Bajo el cuidado de expertos jardineros judíos, procedentes del valle del Jordán, arraigaron en la tierra del Nilo aquellas plantas tan raras y valiosas... y así se formó el famoso “jardín” de Mataria.»
Treinta años después, cuando Marco Antonio y Cleopatra hacía ya tiempo se habían suicidado, José y María con el Niño Jesús buscaban un refugio seguro entre los jardineros judíos, en el perfumado huerto de balsaminas de Mataria. Muchas son las huellas que conducen obstinadamente a aquel lugar; quizá algún día se hallará alguna que resulte de auténtico valor histórico.
Tal era la desastrosa situación a su muerte y después de ella, cuando José, viniendo de Egipto, “oyó que en Judea reinaba Arquelao en lugar de su padre Herodes.” Por esto “temió ir allá.”
“Yendo a habitar a una ciudad llamada Nazaret...” (Mt. 2:23).
Muchos eruditos y escritores han alabado repetidamente la belleza del lugar en donde Jesús pasó los días de su niñez y de su juventud. San Jerónimo llamaba a Nazaret la “Flor de Galilea.” El Nazaret actual es una pequeña villa de 8.000 almas. En las arcadas de sus calles y callejuelas están situados los talleres abiertos y las tiendas de muchos carpinteros.
En ellos se construyen yugos de madera para los bueyes, arados y una gran variedad de utensilios que como entonces ahora siguen utilizando los pequeños campesinos.
En nuestros tiempos, como en los de Jesús, las mujeres van a buscar agua y llevan en la cabeza con suma habilidad los cántaros. El agua procede de una fuente situada al pie de la colina, donde brota en forma de un pequeño manantial. “Ain Maryam,” es decir, “la Fuente de María” es el nombre que lleva desde remotos tiempos.
El viejo Nazaret ha dejado numerosas huellas. Estaba situado encima de la población actual, y allí, a 400 metros de altura, se agrupaban las pequeñas casas construidas con paredes de barro. Una de ellas pertenecía al carpintero José.
Lo mismo que Jerusalén, Nazaret está rodeada de montañas, Pero ¡qué diferente el carácter de ambos paisajes, cuán distintas las siluetas de ambas poblaciones y hasta el ambiente que las rodea!
Una sensación de amenaza y de melancolía pesa sobre la tierra montañosa de Judea. Imponente y severo escenario de un mundo que albergó al profeta, al luchador sin compromisos, que opone su voluntad a la voluntad de todo el mundo, que fulmina contra toda injusticia, contra la inmoralidad, contra la inculcación del derecho y predica la responsabilidad de los pueblos y la corrección de las naciones.
Llenos de paz, de contornos suaves y amables, son en cambio los alrededores de Nazaret. Jardines y huertos rodean al pequeño poblado de campesinos y artesanos. Palmerales, bosquecillos de higueras y de granados, matizan de verdor las cercanas colinas. Los campos están sembrados de trigo y de cebada, los viñedos dan opimos frutos y en todas partes, junto a los linderos y a los caminos, se ven vistosas flores.
Ése es el panorama del cual Jesús tomó los motivos para sus bellas comparaciones y sus parábolas: la de la simiente, la de la cosecha de trigo y la cizaña, la del grano de mostaza, la de la viña y de los lirios del campo.
Aquel que huye al extranjero acostumbra ir, si es posible, allí donde viven compatriotas suyos. Y aquel que además lleva consigo un niño de pecho, dará la preferencia a un lugar situado detrás de la frontera. En el camino de Palestina a Egipto, unos 10 kilómetros al norte de El Cairo, se halla el pequeño y silencioso lugar de Mataria, en la orilla derecha del Nilo. No es preciso, pues, atravesar la corriente del río. Entre los extensos campos de caña de azúcar se asoma la cúpula de la “Sanctæ Familiæ in Aegypto Exuli,” la “Iglesia de la Sagrada Familia.” A unos jesuítas franceses les pareció que los antiquísimos relatos relacionados con el jardincillo próximo eran motivo suficiente para la construcción del pequeño templo.
Hoy día, como antaño, peregrinos de todo el mundo salen por la rechinante puerta al jardín y se detienen ante el robusto tronco de un sicómoro en el cual se reconocen las huellas del tiempo, llamado “el árbol de la Santa Virgen.” En su tronco hueco, así dice una piadosa leyenda — se cobijó y se escondió la Virgen María con el Niño Jesús al huir de sus perseguidores. Y una araña tejió una tela tan espesa sobre los fugitivos, que éstos no fueron descubiertos. Sobre la verdadera edad del venerable árbol se ha discutido mucho. Los testimonios más antiguos respecto a él datan tan sólo de algunos siglos. Pero existe una mención de este lugar que cuenta cerca de dos mil años.
El jardín de Mataria era célebre en la Edad Media como “jardín", porque en él se producían plantas que no se encontraban en ningún otro lugar de Egipto: “delgados arbolitos que no llegaban a crecer más altos que el cinturón de los calzones de montar y cuyo tronco se parece al de la vid,” escribe el inglés John Maundeville, que lo visitó en un viaje realizado el año 1322. Lo que describió eran arbustos de balsamina.
La historia de cómo llegaron allí esos arbustos, nos la cuenta Flavio Josefo. Después del asesinato de César, Marco Antonio fue a Alejandría. Cleopatra, la ambiciosa reina de Egipto, se alió con él y en silencio preparaba el restablecimiento del antiguo poder de sus antepasados y la reconquista de Palestina. Muchas veces visitó la tierra judía y Jerusalén y hasta intentó tender sus redes al rey Herodes, puesto allí por Roma, y atraerlo a su lado. Motivada por su fracaso en ello, la vanidad femenina hizo que intrigara cerca de Marco Antonio contra Herodes. Herodes tuvo que ceder toda la valiosa costa de Palestina con sus ciudades; Marco Antonio hizo de ella un presente a su amada en calidad de propiedad personal. Y, además, la ciudad de Jericó, junto al Jordán, con todas las plantaciones anexas; en jardines perfumados crecían allí las especies más valiosas del reino vegetal procedentes de semillas que, en tiempos remotos, había donado la reina de Saba al gran Salomón... entre ellas la planta productora del bálsamo.
«La nueva propietaria -hace notar expresamente Josefo-, tomó muestras de ella y se los llevó a Egipto. Dentro de la circunscripción del templo de Heliópolis (el “On” de la Biblia) (Gen. 41:50) fueron plantados por orden suya. Bajo el cuidado de expertos jardineros judíos, procedentes del valle del Jordán, arraigaron en la tierra del Nilo aquellas plantas tan raras y valiosas... y así se formó el famoso “jardín” de Mataria.»
Treinta años después, cuando Marco Antonio y Cleopatra hacía ya tiempo se habían suicidado, José y María con el Niño Jesús buscaban un refugio seguro entre los jardineros judíos, en el perfumado huerto de balsaminas de Mataria. Muchas son las huellas que conducen obstinadamente a aquel lugar; quizá algún día se hallará alguna que resulte de auténtico valor histórico.
El escenario nazareno
Herodes murió cuando contaba setenta años, en el año 4 antes de nuestra era, treinta y seis años después que Roma le había nombrado rey. Durante los treinta y seis años de su reinado apenas si hubo un día en que no se cumpliera una pena de muerte. Herodes no respetaba a nadie, ni siquiera a su propia familia ni a sus más íntimos amigos ni a los sacerdotes y tampoco a su pueblo.Tal era la desastrosa situación a su muerte y después de ella, cuando José, viniendo de Egipto, “oyó que en Judea reinaba Arquelao en lugar de su padre Herodes.” Por esto “temió ir allá.”
“Yendo a habitar a una ciudad llamada Nazaret...” (Mt. 2:23).
Muchos eruditos y escritores han alabado repetidamente la belleza del lugar en donde Jesús pasó los días de su niñez y de su juventud. San Jerónimo llamaba a Nazaret la “Flor de Galilea.” El Nazaret actual es una pequeña villa de 8.000 almas. En las arcadas de sus calles y callejuelas están situados los talleres abiertos y las tiendas de muchos carpinteros.
En ellos se construyen yugos de madera para los bueyes, arados y una gran variedad de utensilios que como entonces ahora siguen utilizando los pequeños campesinos.
En nuestros tiempos, como en los de Jesús, las mujeres van a buscar agua y llevan en la cabeza con suma habilidad los cántaros. El agua procede de una fuente situada al pie de la colina, donde brota en forma de un pequeño manantial. “Ain Maryam,” es decir, “la Fuente de María” es el nombre que lleva desde remotos tiempos.
El viejo Nazaret ha dejado numerosas huellas. Estaba situado encima de la población actual, y allí, a 400 metros de altura, se agrupaban las pequeñas casas construidas con paredes de barro. Una de ellas pertenecía al carpintero José.
Lo mismo que Jerusalén, Nazaret está rodeada de montañas, Pero ¡qué diferente el carácter de ambos paisajes, cuán distintas las siluetas de ambas poblaciones y hasta el ambiente que las rodea!
Una sensación de amenaza y de melancolía pesa sobre la tierra montañosa de Judea. Imponente y severo escenario de un mundo que albergó al profeta, al luchador sin compromisos, que opone su voluntad a la voluntad de todo el mundo, que fulmina contra toda injusticia, contra la inmoralidad, contra la inculcación del derecho y predica la responsabilidad de los pueblos y la corrección de las naciones.
Llenos de paz, de contornos suaves y amables, son en cambio los alrededores de Nazaret. Jardines y huertos rodean al pequeño poblado de campesinos y artesanos. Palmerales, bosquecillos de higueras y de granados, matizan de verdor las cercanas colinas. Los campos están sembrados de trigo y de cebada, los viñedos dan opimos frutos y en todas partes, junto a los linderos y a los caminos, se ven vistosas flores.
Ése es el panorama del cual Jesús tomó los motivos para sus bellas comparaciones y sus parábolas: la de la simiente, la de la cosecha de trigo y la cizaña, la del grano de mostaza, la de la viña y de los lirios del campo.
Pedro S. Donoso Brant
Editado de www.caminando-con-jesus.org
Ilustración: Google.
Editado de www.caminando-con-jesus.org
Ilustración: Google.
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