Réquiem por el choteo
Miguel Fernández-Díaz
Miguel de Marcos consideró que "La trompetilla ha[bía] muerto" (Bohemia, agosto 26 de 1934, página 19) como consecuencia de la revolución de 1933. La trompetilla es la jitanjáfora del choteo y, a medio siglo del triunfo de la revolución siguiente (1959), parece que el choteo corrió igual suerte fatal.
No puede inferirse otra cosa si la irrupción mass-mediática de un Pánfilo en curda se racionaliza como arranque cívico, en el cual "definió la necesidad de alimentos en Cuba a través de una herramienta histórica: el choteo, y avisó sobre su propio encarcelamiento".[…]
Y así como Pánfilo atrapó en su deriva lo ridículo del castrismo, la deriva intelectual de su choteo sin pulimento se expande hasta lo picúo, esto es: el ridículo específico de caer desde altura mal subida. Ya se urdió que Pánfilo es "marca registrada de nuestro imaginario colectivo" y meterlo preso sería "como si a Machado (…) se le hubiera ocurrido encarcelar a Liborio; o que Batista (…) ordenara a sus esbirros la pateadura de El Bobo".
La distancia metafórica desde Liborio y El Bobo hasta Pánfilo destruye semejante analogía. Ni el empuje de los medios puede acercar la intemperie espiritual de Pánfilo al alcance y sutileza de Liborio y El Bobo, que refrescaban el ambiente social. El choteo a lo Pánfilo, por el contrario, reflejaría más bien el descenso de la cultura ambiente.
Ese choteo es la otra cara de la misma tesitura psíquica que anima a la guataquería. El choteo de Pánfilo descarga públicamente la tensión emocional, que haría la vida menos llevadera; la guataquería de quienes lo apresaron es la manera servil de congraciarse con el poder para también ir tirando. Choteo y guataquería son así desenfreno e inhibición en el mismo juego de supervivencia, aunque la guataquería tenga matiz abyecto.
El choteo siempre fue instrumento ambivalente de crítica y relajo. Y en su función de reajuste social, la válvula de escape se tupe con el otro par de las pesadumbres humanas inventariadas por Ortega y Gasset: la bellaquería, como esa de exponer en vídeo por tercera vez a Pánfilo, y la chabacanería con que el propio Pánfilo encauzó su aliento etílico para descongestionar el ánimo en hipertensión, más allá del umbral de las murmuraciones.
En Pánfilo no se ve esa punta de choteo que llevó a Maceo a pasar frente a La Habana para hacerles creer a los españoles que los mambises ocuparían la Isla. Lo que se nota es el choteo que Mañach hizo responsable "de una gran parte de la morosidad con que hemos progresado hacia la realización de un cierto decoro social y cultural".
En esa forma incivil y con esa ligereza de ánimo al pretender racionalizarlo, -el choteo a lo Pánfilo-, si es sello auténtico de la cultura popular, torna más difícil, si no imposible, la obra de cualesquiera reformadores del orden actual.
Miguel Fernández-Díaz, Pembroke Pines
Tomado de cubaencuentro.com
Ilustración: jamaylibertad.com
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Miguel de Marcos consideró que "La trompetilla ha[bía] muerto" (Bohemia, agosto 26 de 1934, página 19) como consecuencia de la revolución de 1933. La trompetilla es la jitanjáfora del choteo y, a medio siglo del triunfo de la revolución siguiente (1959), parece que el choteo corrió igual suerte fatal.
No puede inferirse otra cosa si la irrupción mass-mediática de un Pánfilo en curda se racionaliza como arranque cívico, en el cual "definió la necesidad de alimentos en Cuba a través de una herramienta histórica: el choteo, y avisó sobre su propio encarcelamiento".[…]
Y así como Pánfilo atrapó en su deriva lo ridículo del castrismo, la deriva intelectual de su choteo sin pulimento se expande hasta lo picúo, esto es: el ridículo específico de caer desde altura mal subida. Ya se urdió que Pánfilo es "marca registrada de nuestro imaginario colectivo" y meterlo preso sería "como si a Machado (…) se le hubiera ocurrido encarcelar a Liborio; o que Batista (…) ordenara a sus esbirros la pateadura de El Bobo".
La distancia metafórica desde Liborio y El Bobo hasta Pánfilo destruye semejante analogía. Ni el empuje de los medios puede acercar la intemperie espiritual de Pánfilo al alcance y sutileza de Liborio y El Bobo, que refrescaban el ambiente social. El choteo a lo Pánfilo, por el contrario, reflejaría más bien el descenso de la cultura ambiente.
Ese choteo es la otra cara de la misma tesitura psíquica que anima a la guataquería. El choteo de Pánfilo descarga públicamente la tensión emocional, que haría la vida menos llevadera; la guataquería de quienes lo apresaron es la manera servil de congraciarse con el poder para también ir tirando. Choteo y guataquería son así desenfreno e inhibición en el mismo juego de supervivencia, aunque la guataquería tenga matiz abyecto.
El choteo siempre fue instrumento ambivalente de crítica y relajo. Y en su función de reajuste social, la válvula de escape se tupe con el otro par de las pesadumbres humanas inventariadas por Ortega y Gasset: la bellaquería, como esa de exponer en vídeo por tercera vez a Pánfilo, y la chabacanería con que el propio Pánfilo encauzó su aliento etílico para descongestionar el ánimo en hipertensión, más allá del umbral de las murmuraciones.
En Pánfilo no se ve esa punta de choteo que llevó a Maceo a pasar frente a La Habana para hacerles creer a los españoles que los mambises ocuparían la Isla. Lo que se nota es el choteo que Mañach hizo responsable "de una gran parte de la morosidad con que hemos progresado hacia la realización de un cierto decoro social y cultural".
En esa forma incivil y con esa ligereza de ánimo al pretender racionalizarlo, -el choteo a lo Pánfilo-, si es sello auténtico de la cultura popular, torna más difícil, si no imposible, la obra de cualesquiera reformadores del orden actual.
Miguel Fernández-Díaz, Pembroke Pines
Tomado de cubaencuentro.com
Ilustración: jamaylibertad.com
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