Federico Chopin
Ana Dolores García
Federico Chopin nació en Polonia en 1810 y murió en París un día como hoy, 17 de octubre, hace exactamente ciento sesenta años: en 1849. Murió, como muchos de nuestros hermanos cubanos, en un exilio voluntario. Federico Chopin ha pasado a la historia de la música como uno de los más grandes exponentes del movimiento romántico, junto a Félix Mendelssohn.
Su padre fue un emigrado francés de ascendencia polaca, profesor de lengua y literatura francesa y enamorado de la lucha por la libertad de Polonia. Su madre, de familia noble venida a menos. Nació en una aldea cercana a Varsovia. Allí su padre era tutor de los hijos de un conde y terrateniente. A los pocos meses de nacido la familia se trasladó a Varsovia, al obtener su padre la cátedra de francés en el Liceo de la ciudad.
Tuvo tres hermanas y creció en un ambiente rico en cultura literaria y musical. Comenzó a estudiar música desde pequeño y gozó de los mejores profesores, gracias al ambiente en el que se desenvolvía su padre. Pero también desde pequeño su salud comenzó a dar muestras de fragilidad.
A la corta edad de ocho años dio su primer concierto público. Tocaba el piano con maestría y daba a conocer sus primeras composiciones. Como Mozart y Mendelssohn, era también «niño prodigio». Crecía en años, en conocimientos, en popularidad, y era solicitado a menudo para tocar el piano en las recepciones que ofrecían las familias aristocráticas.
Con la juventud llegaron los viajes. El primero, a Berlín. Allí siguió estudiando, dando recitales privados y componiendo. Su prestigio había cruzado fronteras y en Viena querían conocerlo y escucharlo. Allí su éxito fue sorprendente. Pasó luego a Praga y regresó a Polonia, donde surgió el primer amor, una joven estudiante de canto a la que dedicó hermosas composiciones. Su pasión por la música y la composición tuvo más peso y regresó a Berlín para proseguir su carrera.
Antes de partir, sus amigos le organizaron un concierto de despedida y luego, en una taberna, le regalaron una copa de plata con un puñado de tierra de Polonia. El joven Chopin no podía suponer que nunca más regresaría a su Patria.
Estando en Viena se enteró del levantamiento polaco contra los rusos, pero sus amigos lo convencieron de que debía quedarse en Viena. Las noticias que llegaban de Polonia eran decepcionantes, todo estaba perdido: los rusos habían impuesto su hegemonía. Su ánimo estaba por los suelos y su enfermedad se hacía presente a intervalos. Ambas condiciones se reflejaban en las obras que por entonces componía.
Decidió entonces radicar en París. Su solicitud para entrar al país la firmó como refugiado político. No quiso reconocer la autoridad del Zar en Polonia ni renovar su pasaporte en la Embajada Rusa. En abierta rebeldía, prefirió con ello perder la oportunidad de regresar legalmente a una Polonia subyugada.
En París, al igual que en las capitales que había visitado anteriormente, las puertas de los grandes salones se le abrieron de par en par, conociendo y compartiendo con poetas, pintores y músicos. Poco después, una epidemia de cólera azotó París, y todo el que pudo se trasladó a provincias huyendo de las aglomeraciones y del contagio. Las primeras, las familias ricas, que cerraron sus palacios y sus salas de concierto.
A Chopin le quedó el recurso de dar clases y a ello se dedicó por algún tiempo hasta que, pasada la epidemia, París volvió a ser lo que era antes. Regresaron los conciertos, las soirées y las relaciones sociales. Un día le presentaron a una escritora: Aurore Dudevant, más conocida por su seudónimo George Sand. Era mayor que él. Y autoritaria. Complemento del carácter apocado de Chopin. Formaron pareja durante varios años. Ella aportó al músico estabilidad física y económica y él, a su vez, la emocional que ella necesitaba durante el desarrollo a la adolescencia de sus dos hijos.
Los ataques de la tisis que padecía Chopin se aquietaban con largas temporadas en una finca que poseía la Sand. En 1938 decidieron, por igual motivo, pasar el invierno en la isla de Mallorca. No fue muy acertado, porque ese invierno fue uno de los más crudos y lluviosos que se recordaban en la isla. De regreso en París, la relación de la pareja fue deteriorándose día a día. La Sand imponía la superioridad de su carácter. Llegó a escribir una novela -que juraba no era autobiográfica-, en la que hacía mofa del personaje masculino por la debilidad de su carácter. Todos se daban cuenta de a quién ser refería. La pareja rompió definitivamente dos años después.
Tras un viaje a Escocia, Chopin volvió a París. La enfermedad lo había minado y su fin estaba cerca. Su hermana mayor acudió a París para cuidarlo en sus últimos días. Las vicisitudes en la vida, su lucha constante contra la enfermedad que lo consumía, y la timidez de su carácter, han quedado expuestas en su epistolario a hermanas y amigos. Hubo algo que nunca puso en duda y ante lo que mantuvo siempre una posición firme: su Patria.
Según lo dispuso antes de morir fue enterrado en París, pero su corazón está en Polonia. Allí se encuentra como tesoro sagrado en la Iglesia de la Santa Cruz, en Varsovia, en una Polonia libre del dominio ruso, hoy, por fin, república independiente.
Ana Dolores García
Ilustración: Federico Chopin,
Óleo sin concluir de Eugène Delacroix
Museo del Louvre, París
Federico Chopin nació en Polonia en 1810 y murió en París un día como hoy, 17 de octubre, hace exactamente ciento sesenta años: en 1849. Murió, como muchos de nuestros hermanos cubanos, en un exilio voluntario. Federico Chopin ha pasado a la historia de la música como uno de los más grandes exponentes del movimiento romántico, junto a Félix Mendelssohn.
Su padre fue un emigrado francés de ascendencia polaca, profesor de lengua y literatura francesa y enamorado de la lucha por la libertad de Polonia. Su madre, de familia noble venida a menos. Nació en una aldea cercana a Varsovia. Allí su padre era tutor de los hijos de un conde y terrateniente. A los pocos meses de nacido la familia se trasladó a Varsovia, al obtener su padre la cátedra de francés en el Liceo de la ciudad.
Tuvo tres hermanas y creció en un ambiente rico en cultura literaria y musical. Comenzó a estudiar música desde pequeño y gozó de los mejores profesores, gracias al ambiente en el que se desenvolvía su padre. Pero también desde pequeño su salud comenzó a dar muestras de fragilidad.
A la corta edad de ocho años dio su primer concierto público. Tocaba el piano con maestría y daba a conocer sus primeras composiciones. Como Mozart y Mendelssohn, era también «niño prodigio». Crecía en años, en conocimientos, en popularidad, y era solicitado a menudo para tocar el piano en las recepciones que ofrecían las familias aristocráticas.
Con la juventud llegaron los viajes. El primero, a Berlín. Allí siguió estudiando, dando recitales privados y componiendo. Su prestigio había cruzado fronteras y en Viena querían conocerlo y escucharlo. Allí su éxito fue sorprendente. Pasó luego a Praga y regresó a Polonia, donde surgió el primer amor, una joven estudiante de canto a la que dedicó hermosas composiciones. Su pasión por la música y la composición tuvo más peso y regresó a Berlín para proseguir su carrera.
Antes de partir, sus amigos le organizaron un concierto de despedida y luego, en una taberna, le regalaron una copa de plata con un puñado de tierra de Polonia. El joven Chopin no podía suponer que nunca más regresaría a su Patria.
Estando en Viena se enteró del levantamiento polaco contra los rusos, pero sus amigos lo convencieron de que debía quedarse en Viena. Las noticias que llegaban de Polonia eran decepcionantes, todo estaba perdido: los rusos habían impuesto su hegemonía. Su ánimo estaba por los suelos y su enfermedad se hacía presente a intervalos. Ambas condiciones se reflejaban en las obras que por entonces componía.
Decidió entonces radicar en París. Su solicitud para entrar al país la firmó como refugiado político. No quiso reconocer la autoridad del Zar en Polonia ni renovar su pasaporte en la Embajada Rusa. En abierta rebeldía, prefirió con ello perder la oportunidad de regresar legalmente a una Polonia subyugada.
En París, al igual que en las capitales que había visitado anteriormente, las puertas de los grandes salones se le abrieron de par en par, conociendo y compartiendo con poetas, pintores y músicos. Poco después, una epidemia de cólera azotó París, y todo el que pudo se trasladó a provincias huyendo de las aglomeraciones y del contagio. Las primeras, las familias ricas, que cerraron sus palacios y sus salas de concierto.
A Chopin le quedó el recurso de dar clases y a ello se dedicó por algún tiempo hasta que, pasada la epidemia, París volvió a ser lo que era antes. Regresaron los conciertos, las soirées y las relaciones sociales. Un día le presentaron a una escritora: Aurore Dudevant, más conocida por su seudónimo George Sand. Era mayor que él. Y autoritaria. Complemento del carácter apocado de Chopin. Formaron pareja durante varios años. Ella aportó al músico estabilidad física y económica y él, a su vez, la emocional que ella necesitaba durante el desarrollo a la adolescencia de sus dos hijos.
Los ataques de la tisis que padecía Chopin se aquietaban con largas temporadas en una finca que poseía la Sand. En 1938 decidieron, por igual motivo, pasar el invierno en la isla de Mallorca. No fue muy acertado, porque ese invierno fue uno de los más crudos y lluviosos que se recordaban en la isla. De regreso en París, la relación de la pareja fue deteriorándose día a día. La Sand imponía la superioridad de su carácter. Llegó a escribir una novela -que juraba no era autobiográfica-, en la que hacía mofa del personaje masculino por la debilidad de su carácter. Todos se daban cuenta de a quién ser refería. La pareja rompió definitivamente dos años después.
Tras un viaje a Escocia, Chopin volvió a París. La enfermedad lo había minado y su fin estaba cerca. Su hermana mayor acudió a París para cuidarlo en sus últimos días. Las vicisitudes en la vida, su lucha constante contra la enfermedad que lo consumía, y la timidez de su carácter, han quedado expuestas en su epistolario a hermanas y amigos. Hubo algo que nunca puso en duda y ante lo que mantuvo siempre una posición firme: su Patria.
Según lo dispuso antes de morir fue enterrado en París, pero su corazón está en Polonia. Allí se encuentra como tesoro sagrado en la Iglesia de la Santa Cruz, en Varsovia, en una Polonia libre del dominio ruso, hoy, por fin, república independiente.
Ana Dolores García
Ilustración: Federico Chopin,
Óleo sin concluir de Eugène Delacroix
Museo del Louvre, París
Polonesa Brillante,
Janusz Olejniczak, pianista,
del filme «El Pianista»:
Janusz Olejniczak, pianista,
del filme «El Pianista»:
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