25 de julio de 2012

OSWALDO PAYA, OTRO ACCIDENTE EN QUE DEASCARRILA LA LIBERTAD DE CUBA



Oswaldo Payá…
Otro accidente en el que descarrila
la libertad de Cuba

Por Pepe Forte

El ataúd, tan grotescamente cuadrado como para hacerle honor a su otro nombre de “caja de muerto”, era justo más que nunca eso mismo, porque se trataba de uno made in Cuba después de 50 años de aniquilante tiranía castrista. Tan magro, que ni tiraderas tenía para asirle, y tan carente de molduras y relieves que, si no fuese lo que es, hasta habría resultado hermoso por minimalista. 

Que de las escaceses no escapa en La Isla del Desencanto ni el traje final de la muerte… y vaya usted a saber si acaso no era siquiera ni de madera aquél que aún en su patética simpleza iba cargado de la gloria que sí no cabe en un grano de arroz, porque llevaba dentro a la figura ya convertida en ícono de la disidencia cubana, el cadáver de Oswaldo Payá Sardiñas.

Así se le vio rodeado de una multitud que a duras penas podía manipular y desplazar al burdo embalaje, mientras en torno a él se escuchaban gritos repetidos de ¡libertad, libertad!

Según la prensa oficialista cubana —la única prevalente en el país por más de cinco décadas—, el fundador del Movimiento Cristiano de Liberación en Cuba, murió alrededor de las 2:00 pm el domingo 22 de julio del 2012 a consecuencia de un accidente de tránsito en la carretera de Bayamo a Las Tunas, a unos 800 kilómetros al Este de la capital, cuando el conductor del vehículo rentado, un ciudadano español, Ángel Carromero Barrios, perdió su control y terminó estrellándose contra un árbol a un costado de la vía. En el asiento del pasajero delantero viajaba otro extranjero, el sueco Aron Modig; ambos supervivieron al impacto, pero no Payá ni Harold Cepero, en la banca trasera, quienes aparentemente ignoraron ponerse el cinturón de seguridad.

En el Hospital Carlos Manuel de Céspedes de Bayamo los dos fueron declarados muertos, aunque algunas fuentes señalan que Payá falleció en la propia escena del choque.

La hija del célebre opositor y su hoy viuda citan que no se trató de un “lamentable accidente de tránsito” en que perdieron la vida dos ciudadanos sin nombre ni relieve social como reseñó secamente el periódico Granma en un intento por desvestir de prominencia al hecho y a sus protagonistas, sino que el auto en que viajaban los cuatro hombres fue perseguido, acosado y embestido por otro hasta hacerle perder el rumbo y conseguir el resultado de la noticia.

Huelgan las opiniones de las dos mujeres y las sospechas de testigos o no, porque la eliminación física de sus adversarios ha sido un patrón constante de conducta de Fidel Castro desde sus tiempos de gángster-estudiante en la universidad de La Habana, hasta este instante a mucho más de medio siglo de distancia. La coloratura diversa de sus víctimas enviadas expeditamente por él al otro mundo va desde Manolo Castro hasta Oswaldo Payá, pasando por Rolando Masferrer, Humberto Sorí Marín y Arnaldo Ochoa, por sólo citar unos nombres de una lista que en realidad se desborda en un tétrico etc.

Y los “accidentes”, en los casos en que la impunidad no le ha sido concedida, son el arma predilecta de su estalinista modus operandis, que como práctica consustancial de su maquinaria cual batón ahora traspasa al heredero de tal filosofía, su hermano Raúl. Mas Castro afirma que el exilio cubano es la mafia…

Orbe y medio más que medio orbe, como ocurrió con Laura Pollán,  está convencido de que a Oswaldo Payá Sardiñas lo asesinaron… que no se trató de una colisión automovilística, sino de un operativo de la Seguridad del Estado cubana; aún si Payá hubiese supervivido al choque, los tenebrosos miembros de la entidad más temida y odiada de Cuba, disfrazados de médicos habrían puesto final a su vida al llegar al hospital. Y aún falta el último acto de la opereta: los dos supervivientes del episodio, el sueco y el español —ambos harán del segundo—, chantajeados a costa de su integridad física y la de sus respectivas familias aún a miles de kilómetros de Cuba, dirán a los medios que sí, que se trató de un accidente, no de un asesinato político y de estado. No importa que exista un registro de video en el que se aprecia que al auto de la Pollán le hicieron lo mismo, que tal cual le ocurrió hace semanas al propio Payá en La Habana y que, mucho antes, el lado del autobús de ruta en que se desplazaba el fundador del movimiento por los Derechos Humanos en Cuba, Ricardo Boffil, fue acometido por un camión.

La pérdida de Payá no sólo es irremediable, sino grave. Como la luz del único faro que ya iba quedando, la cabeza más visible y de más prominencia en el esquema de la oposición y disidencia cubana era él. Mas no fue su brillo internacional en tanto que recipiente del Premio Sajárov, sus múltiples nominaciones al Premio Nobel de la Paz, ni su paralelismo con Václav Havel sino su condición de caballo de Frisia para los planes de supervivencia del castrismo lo que firmó su sentencia de muerte. Eliminar su presencia física era asunto capital para la tiranía de frente a una probable reelección de Barack Obama y por tanto de una distensión hacia el caso cubano como una de las movidas clave para completar la estrategia final para alcanzar por desgaste la aceptación del regímen lavado con el detergente del modelo chino. Y, de paso, la venganza —coincidentemente también china por paciente—, de castigar con el castigo supremo al hombre que más daño le hizo.

A diferencia del resto de la valiosa disidencia y oposición cubana, fue Oswaldo Payá Sardiñas quien subrayó más que nadie el carácter enfermizamente totalitario y antidemocrático por antonomasia del castrismo, al utilizar sus propias herramientas para desenmascararlo. Inicialmente, Payá intentó la nominación a las capas del llamado Poder Popular desde su conocida pose de ciudadano desafecto al sistema, lo cual, desde todo punto aunque era inviable bajo la “moralidad” socialista, sin embargo no era inconstitucional a la sombra del amañado documento rector de la sociedad cubana de 1976, que derogó la famosa Constitución de 1940. Luego, Payá obligó a hermetizar más aún la constitución del 76 cuando, al amparo de lo que ella misma predica, logró más de 11 mil firmas para el establecimiento de un proyecto político no marxista. Once mil rúbricas contestatarias, una cantidad monstruosa para lograr en un país en que el terror de la maquinaria política estatal deja inerme por miedo a miles de personas en una plaza pública en torno a un ciudadano que reclama libertad a voz en cuello…

Demasiadas afrentas como para que los Castro las pasaran por alto.

Qué tragedia la muerte de Payá. Y cuán indecente el modo en que un gobierno que no lo es, un poder tan omnímodo como ilegítimo, pareciera que celebra con regocijo con esta acción, otro aniversario más en el mismo mes del hundimiento del remolcador "13 de marzo" que fue, hmmm… ¿un accidente?

Pero de algo podrán estar seguros los castristas: que cuando mañana la justicia caiga sobre ellos, será cualquier cosa menos accidental.

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