"CECILIAS" EN LA PLAZA DE ARMAS |
Las chicas de Leal
LA HABANA, Cuba, julio, www.cubanet.org -Migdalia Plasencia es una
entre las más de 30 vendedoras de flores y muñecos de peluche, autorizadas a
desarrollar su labor en el emporio levantado por Eusebio Leal en el Casco
Histórico de La Habana Vieja.
Obligada a pagar diez dólares al mes por el derecho
a vender en la Plaza Vieja, la del Convento de San Francisco de Asís y en la
Catedral; así como en la Plaza de Armas y las calles Obispo y Mercaderes, la
trabajadora por cuenta propia también debe aportar al fisco por su licencia de
trabajo y la Seguridad Social.
Es decir, que a los 240 pesos cubanos que
representan al cambio los diez dólares exigidos para vender en los predios de
Leal, debe sumarle los 200 por el permiso de trabajo que le otorga la Oficina
Nacional Tributaria (ONAT), y los 250 trimestrales para cubrir una hipotética
jubilación.
Además, este impuesto total de alrededor de 700 pesos
al mes en moneda nacional, no disminuye porque deje de trabajar a causa de un
problema personal o una enfermedad, y tampoco se le adecúa el cobro al monto de
la venta por falta de compradores.
En ocasiones, acompañada por su pequeña hija de
siete años, recorre todas las áreas que le permite la autorización de Leal, sin
ganar siquiera para recuperar la inversión.
«Es dura la competencia, señala, y muy alto el
interés que tengo que pagar. En los mejores meses (en la temporada alta del
turismo internacional), a veces creo que me gané cinco dólares por encima de la
inversión, sin darme cuenta que ya los debo porque los gasté en golosinas o
algo más sólido para comer».
«Además –indicó- los cubanos ya no les regalan
flores a las mujeres. Cuando lo hacen, es una excepción. En primera porque no
quieren y se ha perdido la costumbre, y en segunda, porque para hacerlo
tendrían que dejar de tomarse dos cervezas o un doble de ron. Sólo los nuevos
ricos y los que reciben remesas del exterior se dignan comprar, en ocasiones,
una flor para su mujer».
Según Migdalia, no tiene otras opciones para
sobrevivir. Divorciada, con 35 años, una niña pequeña y también una madre
enferma que mantener, dice que al menos con las flores no tiene que pasarse
horas y horas frente a un fogón cocinando para vender comida.
«No es que sea haragana, y necesito ganar dinero,
pero la elaboración de alimentos me impediría atender a mi madre y a mi hija,
además la mayoría de quienes se dedican a ese trabajo por cuenta propia
terminan entregando sus licencias cuando se cansan de perder dinero. Tampoco
tengo espacio en mi hogar».
Otra de las cosas que dice le molesta, aparte de
todo el dinero que tiene que pagar para ejercer su trabajo, es la presión que
siente de los inspectores, que a veces llega al chantaje o extralimitación
personal.
«Son los que controlan cuanto se vende o mueve en
esta parte de la ciudad. A nosotras nos dicen que tenemos que comportarnos y
cumplir con lo establecido porque somos ‘las chicas de Leal’. Si fuéramos las
de Almodóvar nos iría mejor».
Bajo las mismas condiciones de explotación trabajan
las cartománticas, las vestidas de orishas y las Cecilia Valdés, bautizadas así
por andar con ropa de deidades afrocubanas, esclavas o señoritas del Siglo XIX,
a pleno sol, en busca de un extranjero que las fotografíe y les dé unas monedas
como compensación.
Sin dudas, “las chicas de Leal” son mujeres al
límite de su capacidad para sobrevivir en un entorno donde se mezclan la
extorsión y la violencia con la aparente tranquilidad y el falso esplendor,
como en un juego de dados tirados al azar sobre las ruinas de este país.
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