Salir de Jauja:
¿El Banco Central Europeo contra España?
Bruno Aguilera
Los griegos que en Occidente, además de la
civilización, inventaron el dinero y lo llamaron "nomisma", que viene de "nomos",
palabra que significa convención, costumbre o ley, para expresar la idea de que
el dinero es un valor relativo.
Y es que la moneda en sí no vale nada, salvo el valor que queramos darle. Por eso es el reflejo del poderío de la sociedad en la que aparece. Los romanos fueron tan poderosos que su moneda, el denario, ha dado nombre a nuestro dinero.
Napoleón convirtió a Francia en una referencia y creó el franco
germinal, una moneda de plata cuyo valor permaneció estable hasta el estallido
de la I Guerra Mundial. Por no hablar de la libra esterlina, que fue la moneda
mundial de referencia durante casi todo el siglo XIX y hasta las primeras
décadas del XX.
En el siglo XX, la hegemonía norteamericana
convirtió al dólar en la moneda de referencia. Por eso las naciones
europeas, al no tener por sí solas la relevancia política ni el peso económico
suficiente a nivel mundial para seguir actuando aisladamente, decidieron
unirse. De ahí que uno de los pasos más importantes que se han dado en el
proceso de integración europea ha sido la unificación monetaria, en la que el
BCE y el euro constituyen las piezas clave.
Frente a la omnipotencia del dólar, la Europa comunitaria trató ya de instaurar una uniformidad monetaria en 1979, con el Sistema Monetario Europeo –SME– y el ECU, una moneda de cuenta –nunca se emitieron billetes– basada en un mecanismo de tipos de cambio.
El SME, sin embargo, solo duró 10 años y la integración
monetaria tuvo que aplazarse hasta 1 de junio de 1998, fecha de creación del
Banco Central Europeo (BCE), que unido a los bancos centrales de los estados
miembros formó el Sistema Europeo de Bancos Centrales (SEBC).
El 1 de enero de 1999 apareció el euro. Primero como
moneda de cuenta, y a partir del 1 de enero de 2002, en billetes y monedas. Los
estados miembros de la zona euro se integraron en el Eurosistema.
El euro simplificó y estabilizó los pagos, pero la contrapartida ha sido que los bancos centrales de la zona euro ni pueden emitir moneda en función de las necesidades presupuestarias de sus gobiernos, ni decidir acerca de la subida o bajada de los tipos de interés.
Lo que sí pueden seguir haciendo los estados es
gastar y por ello la deuda pública ha crecido de forma desbocada, y desde la
crisis de 2008, de modo insostenible.
Hoy el BCE decide independientemente de las presiones de los gobiernos cual es la política monetaria común, con la prioridad de que la inflación no pase del 2%. Y ello porque la poderosa Alemania no quiere repetir bajo ningún concepto la ominosa etapa de la gran inflación, cuando para comprar tabaco hacía falta desplazarse con un carro de billetes.
No es quizá lo que mejor le viene a la economía
española. Pero a quienes se preguntan si no estaríamos mejor fuera del euro,
habría que recordarles los tipos de interés al 23% en la España de los años 70
o las onerosas devaluaciones de Solchaga en la etapa de Felipe González.
Mantenerse en el euro es duro, y vamos a tener que apretarnos el cinturón,
porque durante los últimos veinte años hemos vivido un importante calentón
económico que nos llevó a pensar que todo era Jauja.
Ahora, sin embargo, es el momento de volver a poner
las cosas en su sitio. Y empobrecerse no es plato de gusto para nadie. Sin
embargo, no queda otra que someterse a la autoridad monetaria, porque la
perspectiva de salirse del euro y de la autoridad del BCE da tanto vértigo, que
hoy por hoy es implanteable. Ni siquiera en una Grecia donde la prima de riesgo
ha superado la barrera de los 12.000 puntos básicos.
Sin embargo, no todo es negativo. Pues el «diktat» de la autoridad monetaria europea está provocando que por vez primera en muchas décadas la balanza de pagos española, la relación entre lo que importamos y lo que exportamos, tienda al equilibrio. Un paso estructural importantísimo en la dirección correcta. Además, sin trampa ni cartón.
Bruno Aguilera es Catedrático de Historia del
Derecho de la Universidad Rey Juan Carlos, Madrid.
Reproducido de larazon.es
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