25 de enero de 2011

 

MARTÍ Y LOS NIÑOS                                                                                       

Por el Rev. Martín N. Añorga

En medio de sus más intensas actividades patrióticas, docentes y periodísticas, nuestro Apóstol de la independencia cubana, José Martí, tuvo tiempo para editar una revista dedicada especialmente a los niños. Fue precisamente en el mes de julio del año 1889 cuando apareció, en la ciudad de Nueva York, por primera vez La Edad de Oro”.

 “La Edad de Oro vivió la efímera vida de cuatro números, los que han sido editados en conjunto y constituyen una de las obras infantiles más leídas del mundo hispanoamericano y traducida a numerosos idiomas.  El prólogo con el que inaugura Martí su publicación comienza con estas palabras: Para los niños es este periódico, y para las niñas, por supuesto. Sin las niñas no se puede vivir, como no puede vivir la tierra sin luz.

Concluye el Apóstol el prólogo con esta emotiva expresión Lo que queremos es que los niños sean felices, como los hermanitos de nuestro grabado; y que si alguna vez nos encuentra un niño de América por el mundo nos apriete mucho la mano, como a un amigo viejo, y diga donde todo el mundo lo oiga, ¡este hombre de La Edad de Oro fue mi amigo!

Martí en el breve trecho de su vida de apenas 42 años logró conquistas que son inigualables. Estuvo preso en su adolescencia, se hizo abogado en España, fue maestro y guiador de juventudes en México, Guatemala, Venezuela, en los Estados Unidos y varios otros pedazos de geografía, fue autor de teatro, poeta, novelista, periodista, corresponsal, conferencista, orador de sublime tono y cónsul de numerosos países. La mayor parte de su corta vida la enfrentó en el exilio; pero jamás olvidó a su patria.  Por su libertad, entregó la fama, renunció a las riquezas, desatendió el llamado de los palacios y desechó nombramientos, posiciones y cimas de gloria terrena. Y dio más, ofrendó su propia vida.

¿Cómo pudo un hombre con sus ocupaciones y demandas separar tiempo para los niños, de seguro robándole horas al descanso y espacios al sueño?  Por amor, esa es la respuesta, dicha en sus propias palabras: Para los niños trabajamos, porque los niños son los que saben querer, porque los niños son la esperanza del mundo.

La Edad de Oro es un libro único en su clase. No pertenece a una etapa de la historia, ni se acoge a las sombras de un pasado distante.  Es un libro de siempre, que no envejece ni muere.  Tristeza nos produce hablar y perdonésenos la alusión- con maestros que no han leído este libro y han privado, por tanto, a sus alumnos de momentos muy especiales de atención y recreación. Hay dos libros que he regalado a docenas de maestras.  Uno es, Corazón, de Edmundo de Amicis, y otro La Edad de Oro de José Martí.  Más de una, con ojos radiantes de lágrimas, me han dado las gracias por internarlas en ese maravilloso campo de la literatura infantil.

La Edad de Oro no fue en sus inicios un libro, sino la colección de cuatro ejemplares de la revista con el mismo nombre. En cada una de ellas Martí escribía un tierno epílogo que titulaba La Ultima Página”.  Lejos estaba de saber el Apóstol que su verdadera última págima estaba al escribirse con la entrega de su vida en Dos Ríos.  Murió Martí con la inocencia de un niño que se monta a caballo en medio de una batalla sin pensar en que las balas matan.  Quiso enseñarles a sus compatriotas que el único precio que compra la libertad es la dádiva de la sangre.

Más allá de La Edad de Oro hay otros aportes poéticos de Martí dedicados a la niñez. En Ismaelillo y en sus Versos Sencillos, por citar un simple ejemplo, abundan notas y versos que son el deleite de los niños de hoy, como probablemente sucedió con los de ayer. ¿Quién no recuerda Mi Caballero, dedicado a su único hijo?: Por las mañanas, mi pequeñito me despertaba con un gran beso. Puesto a horcajadas sobre mi pecho, bridas forjaba con mis cabellos, ebrio él de gozo, de gozo yo ebrio, me espoleaba mi caballero”.

 De La Edad de Oro hay famosas composiciones martianas que muchos mencionan sin ni siquiera saber su procedencia.  Cuentos cortos como Meñique y Bebé y el señor Don Pomposo, El Camarón Encantado y muchos otros fueron apadrinados por un filósofo que sabía apearse de sus tribunas para besar la frente de un niño.

¿Quién no ha oído recitar
Los Zapaticos de Rosa o Los Dos Príncipes, ¿y habrá persona alguna que no haya aprendido la valiosa lección que hay en los versos de La Perla de la Mora?.

De tal manera amaba Martí a los niños que este pensamiento debiera colgar de las paredes de muchas aulas, y aún de muchos hogares:
De todas las congojas de la vida premian los hijos buenos, y no tiene el mundo aplausos que valgan lo que el beso de vuelta de una frente pura.

Rev. Martín N. Añorga
Diario Las Américas
23 de enero de 2011

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