27 de enero de 2011


El ROMANCE DE LA NIÑA MALA DE LAS CAÑAS

Marlene María Pérez Mateo

“La nina de las cañas” ha ilustrado en no pocas ocasiones textos, catálogos y poemarios. Los últimos los recuerdo vivamente, muy en especial acompañando página con página al “Romance de la niña mala” de Raúl Ferrer, poeta y pedagogo cubano.

Una chiquilla de mirada firme, serena y melancólica asida a los troncos gráciles de la tropical gramínea ocupan la imagen. La pequeña parece desde la tranquilidad desafiante del tiempo, en espera de respuestas por parte de los espectadores. Son las huellas dejadas por un maestro del impresionismo cubano, Leopoldo Romanach Guillén(1862-1951).

Romanach, de padre catalán y madre cubana, nació en Corralillo, Villa Clara, Cuba. Vivió en España, Italia, Estados Unidos y  Francia, pero siempre regresó a La Habana a su casona de la Calle Dragones. Estudió en La Academia de Bellas Artes de San Alejandro, donde luego fue maestro y  “Director Honoris Causa”.

Su obra junto con la de Menocal dieron paso a la pintura moderna en Cuba. Aunque no siempre le fue fácil, Romanach nació para pintar, o quizás para hacer que otros pintaran; y más aún para que muchos nos miráramos o nos reencontráramos en sus cuadros.

Leopoldo Romanach
Fue Romanach pintor de las costas, de los mares, de lo campestre y lo popular. El azul marino y celeste en perenne comunión compitiendo armoniosamente con un verde flagrante de la campiña cubana fue recurrente en su obra. En paisaje cotidiano hizo y descubrió maestría. En él nacía y recreaba a pinceladas de cercanías lo que sólo a distancia se puede ver.  Aunque dos de sus obras se perdieron en un naufragio, en su gran mayoría se conservan en galerías y museos.
             
Como maestro dio a sus alumnos lo que procuró para sí mismo, fuertes acicates para poder volar.

Marlene María Pérez Mateo
Enero 13, 2011

Romance de la niña mala

Raúl Ferrer
Música: Pedro Luis Ferrer

Un vecino del ingenio
dice que Dorita es mala,
para probarlo me cuenta
que es arisca y mal criada
y que cien veces al día
todo el batey la regaña.

Que a la hija de un colono,
le dio ayer una pedrada,
y que la del mayoral
le puso roja la cara,
quién sabe con qué razones
por nosotros ignoradas.

Que si la visten de limpio
al poco rato su bata
está rota o está sucia,
que anda siempre despeinada,
que no estudia la lección
y nunca sabe la tabla,
que el sábado y el domingo
se pierde en las guardarrayas
y recogiendo guayabas.

Y yo pregunto: “Vecino,
vecino de mala entraña,
¿quién puede decir que sea
por eso mi niña mala?.
Si hubieras visto lo íntimo
de su vida y de su alma
como lo ha visto el maestro
¡Qué diferente pensara…!

Verdad que siempre está ausente,
pero si viene no falta,
entre sus manitas breves
un ramo de rosas blancas
para poner al Martí
que tengo a mitad del aula.
 
Con quien no tenga merienda
parte a gusto su naranja;
si cantamos al salir
se oye su voz la más alta,
su voz que es limpia y alegre
como arpegio de guitarra.

Y cuando explico aritmética
le resulta tan abstracta
que de flores y banderas
me llena toda la página.
Y prefiere en los recreos,
cuando juegan a las casas,
jugar con Luisa: la única
niña negra de mi aula.
A veces le llama Luisa
y a veces le dice: ¡Hermana!.

Y cuentan los que la vieron
que en aquella tarde amarga
en que no vino el maestro
era la que más lloraba.

Cuando se premie el cariño
y lo rebelde del alma,
cuando se entienda la risa
y se le cante a la gracia,
cuando la justicia rompa
entre mi pueblo y su marcha
y el tierno botón de un niño
sea una flor en la esperanza,
habrá que poner al pecho
de mi niña una medalla
aunque el batey, malicioso,
me le dé tan mala fama,
y tú -mi pobre vecino-
no entiendas una palabra.

Para escuchar el Romance de la Niña Mala recitado por Pedro Luis Ferrer:


Ilustración: La niña de las cañas, 
óleo de Leopoldo Romanach


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