En este comedor, hace ya mucho tiempo
mi madre tendía el alma por no tener mantel.
Siempre a la cabecera se santiguaba el Viejo
y once voces descalzas siempre decían: amén.
Las tapias de mi casa sostenían el cielo
que mi madre lavaba estregándole fe.
Por las noches caía a la alberca un lucero
y el Ángel de la Guarda se lavaba los pies.
Cómo duele esta casa tan llena de silencios,
con la cómoda antigua pálida de recuerdos
y ese olor a pretérito que nos hace llorar.
Cómo duele en el alma esta casa de tejas
donde las ilusiones se nos volvieron viejas
frente a ese cielo pobre que lavó la mamá.
mi madre tendía el alma por no tener mantel.
Siempre a la cabecera se santiguaba el Viejo
y once voces descalzas siempre decían: amén.
Las tapias de mi casa sostenían el cielo
que mi madre lavaba estregándole fe.
Por las noches caía a la alberca un lucero
y el Ángel de la Guarda se lavaba los pies.
Cómo duele esta casa tan llena de silencios,
con la cómoda antigua pálida de recuerdos
y ese olor a pretérito que nos hace llorar.
Cómo duele en el alma esta casa de tejas
donde las ilusiones se nos volvieron viejas
frente a ese cielo pobre que lavó la mamá.
Jorge Robledo Ortiz, poeta colombiano.
Foto: Google
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Precioso este verso del poeta colombiano. Sencillo, puro, como si estuviéramos tomandonos un café, cualquier tardem allá en su vieja casa, hablando conmigo y contándome de su madre.
ResponderEliminar¡Me ha encantado1
Gracias mil, Lolita.
Martha Pardiño